martes, 6 de mayo de 2008

Harrison, ¿mejor que Lennon y McCartney?

Desde 1963, cuando comenzó el fenómeno mercadotécnico y publicitario llamado beatlemanía, George Harrison fue conocido como el tercer miembro del grupo; le dijeron “el cantante invisible” porque era opacado por John Lennon y Paul McCartney, y como un compositor discreto que a veces podía alcanzar grandes alturas (de hecho, cuando su “Something” asombró al mundo, fue puesto en el lado A de un sencillo, y por primera vez una pieza suya desplazaba a una canción firmada por Lennon-McCartney –en este caso, “Come together”, de Lennon).
Cuando los etiquetaron (Lennon el intelectual, Paul el ambicioso, Ringo el bufón), a él le tocó el papel del discreto pero egocéntrico, lo que fue confirmado, asegún, por su canción “I, me, mine”, y que él agravó llamando así a su autobiografía, leída por pocos por su tiraje limitado.
Y para que más le doliera, su eficacia como guitarrista fue puesta en duda cuando proliferaron los solistas virtuosos, tipo Jeff Beck, Jimmy Page Jimi Hendrix y su amigo del alma (¿para qué quería enemigos?, llegaron a decir) Eric Clapton. Él en cambio era disciplinado, discreto, no usaba mucho los solos muy prolongados.
Pero eso era antes, como dicen los clásicos. Ha habido muchas revaloraciones de Harrison, su música, su actuación como guitarrista de Beatles y como solista, además de que se supo de todas sus aventuras con Doris Troy, Billie Preston, Nilsson, además de sus colaboraciones con Dylan.
Después, su proyecto de Travellin’ Wilbury, con dos discos, uno de ellos magistral, y hace ya ocho años se supo de su enfermedad que afrontó con una serenidad de la que no fueron capaces sus seguidores, y que demostró con un último disco bastante bueno, y colaboraciones y la reedición de sus álbumes, con agregados y demos aceptables.
Su intervención en un disco de Jim Capaldi hizo parecer que no estaba enfermo de nada, y que su calidad se debía no sólo a su capacidad, sino a sus ganas de vivir.
Su muerte provocó homenajes, conciertos en su honor, más reediciones de sus discos; por eso extraña la aparición de While my guitar gently weeps. The music of George Harrison, de Simon Leng (Hal Leonard, 2006, pero no ha circulado casi nada; en la contraportada se afirma que hay versión en español, pero no en nuestras muy precarias librerías; a ver si se componen con la nueva ley, si es que no es demasiado tarde), donde el autor nos culpa de no saber escuchar a George, de ponerle más atención a los sobrevalorados John y Paul (son conceptos suyos, no nuestros), de pasar por alto obras maestras del mejor de los cuatro beatles, y a continuación llena 332 páginas en donde insiste en que debemos escuchar todos los discos, y aceptar que hemos sido unos pazguatos por no haber entendido nada desde 1963.
El libro carecería de interés, porque Leng evidentemente se pasa con los elogios a Harrison, aunque pierde de vista muchas cosas; por ejemplo, asegura que el complot entre George Martin (¿agraviado acaso porque cuando pidió que dijeran –en la primera sesión en los estudios de grabación— qué necesitaban o si estaban inconformes con algo, el insolente de George –el menor del grupo— dijo a Martin que, para empezar, su corbata?), Lennon y McCartney, impide escuchar la maestría de Harrison y la tapan con armónicas, coros, voces que opacan su guitarra, y que eso se puede escuchar y palpar (bueno, casi) en por ejemplo la versión de “And I Love Her” incluida en Anthology (esa edición que oficializa la piratería), que, dice, es mucho mejor que la grabada.
Pero Leng no es capaz de escuchar y disfrutar el excelente solo de guitarra acústica de Harrison en esa pieza, la versión oficial, calcado prácticamente del primer movimiento de la Sonata 14 de Beethoven para piano.
Así, insiste en que Lennon y McCartney se la pasaron opacando el talento de Harrison, al extremo de que Paul aprendió a tocar requinto nada más para quitar la intervención de Harrison en algunas piezas, como en “Another girl”, para grabar solito “Why don’t we do it in the road?”, o para dejarlo hasta el final en el duelo de requintos en “The end”.
Afirma Leng que a Lennon le dio tanta envidia la excelente actuación de Harrison en Revolver, que a partir de entonces no volvió a tocar más que en tres canciones de Harrison (“The inner light”, “While my guitar gently weeps” y “For you blues”), pero no sabe hacer cuentas, porque Lennon tocó la pandereta (un instrumento que dominó mejor que el mismo Ringo) en “Blue jay way”, se encargó de los sonidos especiales en “Piggies”, tocó guitarra acústica y piano en “Long, long, long”, entabló con Harrison un duelo (amistoso) con requintos en “Savoy truffle”, abordó el piano en “Only a Northern song” y en “It’s all too much”, en la que además hizo armonías vocales junto con Paul; también tocó requinto en “Something”, guitarra acústica en “Old brown shoe”; además, lo llamó para que lo acompañara en “Cold turkey”, para que estuviera en varias piezas en Imagine, y formaron el cuasibleatles en “I’m the greatest”, y según el mismo Leng, tocó guitarra acústica, sólo que sin crédito, en “If not for you”, de All thing must pass.
Leng carece de objetividad, y le perdona incluso los discos aburridos, como la mitad de Livin’ in the material world (con todo y que hay piezas excelentes), todo Dark Horse y Extra Texture; en cambio, no entiende Electric sounds, mucho más merecedora de atención, pero no apta para maniqueos.
Leng es indulgente con Harrison, aunque dice que Lennon y McCartney son autoindulgentes; no considera que los muchos experimentos que hizo no fueron tan logrados como hubiera querido, y que incluso cuando se soltó el pelo, se contuvo; entonces, discos como Somewhere in England, George Harrison y Cloud Nine son fallidos (no malos) por falta de continuidad; tiene razón Leng cuando dice que Harrison es mejor cuando se deja llevar por su sentido del humor (Gonna Troppo), pero no advierte que éstos son momentos aislados, que demasiadas veces se tomó muy en serio. Y sus defectos, como su voz que tiende a ser monótona, y que insistió en ser multiinstrumentista cuando su habilidad estaba fundamentalmente en la guitarra y a veces en las percusiones, pero no como tecladista.
Valen mucho la pena en cambio los datos que aporta, como detallar qué músicos tocan qué instrumentos en cada canción (pero se limita a las compuestas por Harrison, cuando debería haber incluido sus muchísimas colaboraciones buenas y malas); cuando devela algunos misterios al aclarar que Eric Clapton no participó en Dark Horse, y menos en “Bye, bye, love”, como se ha especulado e incluso afirmado (lo que hace Harrison en esa canción es decir que Patty y Eric Clapton “se hicieron un favor” pero que “George” estuvo en todos los instrumentos, y agrega un irónico “What!”; no hay que olvidar que, dolido como estaba de todas las mujeres, cambió la letra para ser irónico con ellos, y no suena sincero cuando desea que les vaya bien; se ganó que Clapton le contestara que nomás era un cambio de paraguas), o con la enumeración de las piezas en que interviene Steve Winwood en George Harrison, dato que ni siquiera se incluye en las discografías de Eric Clapton y de Winwood. Y verifica que no sólo Clapton le pedaleó la bicicleta, también Ron Wood.
Es decir, acierta como cronista, pero no como crítico; por ejemplo, no enumera las casi coplas de retache entre Harrison y Clapton que se dieron en los discos de Ringo y que terminaron en 33 1/3, bastante divertidas aunque ahora, ya pasados los años, pareciera que los “guitar in law” y “husband in law” nunca se pelearon, pero claro que le dolió, y como consecuencia, Harrison hizo los discos menos buenos de su carrera (hasta que se encontró con Olivia Trinidad Arias).
También falta una buena discografía; la que hay es muy somera, no trae datos, y olvida algunas colaboraciones, como las que hizo con Ringo en Rotograbado (esos primeros discos de Ringo tienen el tinte del resquemor; no hay que olvidar que Harrison se declaró enamorado de la señora Starkey); en cambio afirma que participa en Delaney & Bonnie & friends on tour with Eric Clapton, en donde todos reciben crédito pero no George.
Otro detalle importante es que cuando comenta los discos no se refiere a la música, sino de manera muy vaga, o demasiado especializada (dice en qué tono canta o toca ciertas piezas); en cambio explica las letras; quien conoce los discos de Harrison sabe que tiene buenas letras, pero su significado es demasiado claro, no tiene las herramientas poéticas de Lennon ni los mensajes en clave de McCartney; Leng se pasa explicando lo que no requiere explicación.
En una discografía comentada como que no caben las fotografías, y menos las que se incluyen en el libro, muy conocidas por los seguidores de Beatles y de Harrison en especial; y su bibliografía es demasiado elemental; con decir que no menciona ni siquiera las más conocidas biografías de los demás exbeatles, ni los libros de Russell, indispensables para escuchar bien a los Beatles.
Y algo más: la muy mala encuadernación y las erratas que abundan (a Klaus Voormann le cambia el apellido con frecuencia, por ejemplo) no justifican su precio tan alto.

(Mi amigo Miguel Ángel Morales –¿cuánto hace que no nos vemos? ¿30 años?— comenta que me equivoqué en el nombre de Rafael Aviña en mi reseña del libro sobre David Silva, por confiarme a la memoria; lo peor es que tenía el libro enfrente, y ya no sé si me equivoqué al teclear o el corrector de la computadora lo cambió y no revisé bien, porque ni modo de confundir a Aviña con David Viñas; no hay modo. Gracias a MAM.)

1 comentario:

imn_tp dijo...

si leng resulta demasiado parcialista... creo q vos tambien y mucho mas... los tres son unos genios, con estilos distintos... las comparaciones son odiosas... asi mismo George me sigue pareciendo uno de los mejores guitarristas de la historia...