jueves, 24 de noviembre de 2016

Hillary, no nos desaires, la gente lo va a notar; la culpa es de las mujeres; Dostoievski kafkiano

No busco disminuir el acto ni menos las reacciones, pero lo sucedido en los últimos meses nos hacen ver que los hechos se repiten o, como dijo el gran clásico ahora poco (o nada) leído, suceden dos veces, primero como tragedia y después como plagio desventurado.
                Hablo de lo que recuerdo, aunque cada generación ha vivido esto: en mi postadolescencia, por influencia de los roqueros, en especial de los Beatles, nos dejamos crecer el cabello; para furia de los maestros, los padres y los peluqueros, traíamos melena, bigotes a la Javier Solís que pensábamos que del Sargento Pimienta, patillas hasta debajo de las orejas, o de plano barbas; Arturo Valdés Olmedo dijo un poco después que cualquiera de nuestra generación que trajera casquete corto era culero; estuve de acuerdo, y sigo trayendo el cabello largo pese a que Luis, el peluquero, cada dos meses intenta convencerme de que lo visite cada 15 días, que es como acostumbra la mayoría de sus clientes. Antes, la cola de pato, los copetes de los primeros roqueros, el envaselinado de los pachucos y de los tarzanes fueron igualmente acosados y criticados.
                Los padres exclamaron durante meses, si no es que años: si yo fuera el presidente los agarraba, los rapaba, les bajaba los pantalones, los cureaba, y los ponía a barrer las banquetas (o a pavimentar las calles).
                Así reaccionó Donald Trump (¿alguien recuerda ahora que tuvimos un candidato llamado Donaldo?) cuando un mexicano ganó un Oscar por alguna película que le celebraron como si fuera buena (talacheros, les llama Jorge Ayala Blanco a los mexicanos que renunciaron a sus creaciones para hacer las películas que ni los peores directores gringos quieren  hacer); hizo berrinche y dijo lo que los padres de jóvenes de los años sesenta y setenta: si yo fuera presidente los corría a todos, porque sólo son drogadictos, narcotraficantes, violadores. El problema fue que él sí tenía poder, y ante el reto de a ver, hazlo, se lanzó a lo loco; el problema es que no sólo él piensa que los inmigrantes le quitan el trabajo a los estadounidenses, que muchos son vagos, pandilleros, violadores, drogadictos, y que la droga que entorpece la mente de los jóvenes gringos llega de México, sin ver que si llega es porque la compran y la piden (y apenas disimulan que el mismo día que Trump es nombrado presidente electo —¿sabrán la diferencia entre electo y elegido?— legalizan la mariguana con fines recreativos en varios estados gringos); y los muchos que piensan que los greasers son una calamidad apoyaron  una candidatura que era más una puya que realidad. Y pasó lo que temían todos: ganó, y ahora no sabe qué hacer.
                (Un amigo de la postadolescencia se enamoró, o infatuó, de Georgina, una muchacha sencilla y bonita de la prepa; la atosigó varios meses y de vez en cuando, con una frecuencia semanal, luego de platicar largo rato, cuando se despedían, le preguntaba, como muletilla, que si quería ser su novia; la primera vez ella se atarantó, se aturdió, y dijo automáticamente que no; me lo contó y cuando le pregunté por qué lo rechazaba, contestó que no sabía; pero él insistió cerca de un centenar de veces; una noche, mientras oíamos discos y tomábamos cerveza, le preguntamos qué haría si alguna de esas veces ella le decía que sí; se quedó callado unos segundos, hizo cara de alarma, y exclamó: ¡en la madre, no sé! No, mejor que me siga rechazando. En estos momentos Trump podría estar pensando, luego de que le pase el mareo del triunfo, ¡en la madre, ahora qué hago!)
                Lo curioso es que aquí reaccionamos con indignación digna de mejor causa; apenas notamos que iba atemperando el discurso, y que insistía en las calificaciones y descalificaciones y en sus promesas absurdas sólo porque era el motivo por el que se había lanzado a la candidatura; si decía que el muro es impensable lo iban a matar (una frase así, una muletilla común en ciertas regiones mexicanas, le costó un linchamiento moral a mi amigo Sergio Romano), e iba a perder el furor de sus seguidores. Trump dijo que era no un político sino un empresario, y como tal gobernaría; sus seguidores, a los que sí cabe llamarles fanáticos, le daban la razón: si el país está mal es por culpa de los políticos, mejor que la maneje como una empresa. Y se olvidan que se ha ido a la quiebra tres veces; y ni siquiera por mal administrador, sino porque cede a las bajas pasiones, que es lo que decía Arthur Schopenhauer que perdía a las mujeres, más el instinto erótico que el raciocinio; ¿qué va a suceder si lo tientan algunas mujeres? Como su antecesor Bill Clinton, no es alguien que siga el consejo del clásico, que la verdadera valentía consiste en huir; lo han sorprendido varias veces mirando las tambochas y las montañas de cuanta mujer se le pone enfrente, voluntaria o involuntariamente; han escuchado que dice de ellas lo que dice un magistrado (bueno, ex) del Tribunal Electoral del Poder Ejecutivo Judicial de la Federación, que algunas mujeres están bien buenas y que tienen unas nalgas exquisitas y que no es por eso que deben llegar a puestos altos en empresas o en oficinas gubernamentales (o como dice el refrán: busca a la mujer por lo que valga y no sólo por sus atributos físicos traseros exuberantes y bien construidos —sólo que en verso), y que es lo que dicen Pedro Infante, Jorge Negrete, Germán Valdés, Mauricio Garcés y Jim Morrison, entre otros muchos. Y lo hizo Bill Clinton.
                Trump no sabe gobernar; sus paisanos deberían aprende en cabeza ajena: ya saben, o deberían de saber, que no es lo mismo gobernar un país que administrar una gerencia regional de una refresquera.

¿Ganó Trump o perdió Hillary? Pocos analistas lo dijeron, pero algunos vieron que era tan peligrosa para México como pensaban que sería Trump; tenía la simpatía de varias secciones de la sociedad de su país, y sobre todo de artistas, actores, directores, escritores mexicanos, que tenemos impedidos de meternos en la política de otros países, por mandato constitucional; obviamos que no pudo refutar a Trump sus opiniones sobre el TLC, que prefirió atacar antes que explicar cuáles serían las acciones de su gobierno, si el voto la favorecía (por cierto, ¿no sería bueno que fueran adoptando el sistema del sufragio efectivo, ese método que la mayoría de los mexicanos ignoran en qué consiste, y sólo piensan que se trata de respetar la voluntad de los electores?); cuando Trump dijo que Bill también era mujeriego ella se quedó callada, cuando pudo haber dicho que sí, que era débil y sentimental, pero que su infidelidad no era deslealtad ni traición, y que pese a las viejas (habrán de perdonar, pero así le dicen ellas mismas a las que asedian a los ajenos y se conforman con el papel de segundos frentes) gobernó el país con mano firme, y ayudó en mucho a que crisis ajenas llegaran con fuerza a Estados Unidos. Su campaña fue tan populista como la de Trump y de otros a los que conocí y que sigo conociendo; varios errores la hundieron; el primero, prescindir de Sanders, político mucho más sabio que ella, y con mucho potencial para hacer reformas que beneficien en serio a los marginados; después, tan importante, hacer a un lado a su marido, haciendo caso a las consejas de que ella es más inteligente que él; y definitivo, desairar la invitación del gobierno mexicano; perdió bastantes puntos, que no pudo recuperar; entre otras cosas, ignora, como todos sus paisanos, nuestra idiosincrasia: somos muy séntidos y no perdonamos; a Rosita Alvírez desairar a Hipólito le costó tres balazos aunque por fortuna sólo uno de ellos era de muerte; se desaira no por mala educación sino por no incitar a los niños a que se inicien temprano en vicios indeseables; no se desaira a un pueblo ansioso de apapachos; no se desaira a un político que le abría la posibilidad de mostrar que nos respeta y nos considera, y perdió la oportunidad de ridiculizar a su rival; ¿no se dio cuenta de eso cuando Enrique Peña Nieto no la buscó en un viaje posterior?
                Que haya perdido no asombra, los juicios electorales son volátiles; lo que asombra es que haya perdido en bastiones en los que el Partido Demócrata nunca había perdido. ¿Con qué cara va a explicarle a Bill todos sus errores? Lo peor es que sufriremos las consecuencias, no porque Trump vaya a construir ningún muro, ni porque vaya a robarse las remesas, ni porque quiera obligar a los grandes emporios a que se regresen a un Estados Unidos sin fuerza laboral respetable, ni porque vaya a declarar la guerra a México ni a China ni a Japón ni a Inglaterra ni porque vaya a aliarse con una Rusia disminuida y ansiosa de adquirir el petróleo mexicano que Trump no quiera comprar. Vamos a sufrir las consecuencias no de sus bravatas sino de sus torpezas. A ver si no quieren venir los gringos a México, a que los acojamos.

Rosario Robles, que ya antes quiso ser presidenta, aconseja prohibir las clases de macramé y eliminar los cursos para cultoras de belleza (porque cree que ya nadie se maquilla ni para las fiestas y los únicos que se hacen maniquiur y pediquiur son los hombres), y que mejor tomen clases de economía. ¿Para qué recalcar en la estulticia?, mejor que lea a Gabriel Zaid; mejor, que se lo platiquen. O que se lo expliquen, aunque sea varias veces hasta que diga que lo entendió. Y que tenga siempre presente que ella perdió sus oportunidades en la dizque izquierda a causa de las bajas pasiones.

La trata de blancas es un mal que impide el completo desarrollo de la sociedad mexicana; las historias que relata Héctor de Mauleón son estremecedoras, y en ellas acusa a las autoridades de una delegación desgobernada, como todo el Distrito Federal , por la dizque izquierda, que no pone atención en lo que sucede en sus territorios; unas postadolescentes quisieron ir a bailar a un sitio que tiene fama de tranquilo, con buen sabor y buena música; a una de ellas, eficaz como funcionaria, se le ocurrió llamar para que reservaran sitio para las cuatro o cinco que iban a ir; ¿cuántos hombres vienen?, preguntaron; ninguno, vamos a oír música y bailamos entre nosotras. Imposible, tiene que venir un hombre; a lo mejor llega mi novio, pero más tarde; imposible, le dijeron, no pueden venir mujeres solas porque si las sacan a bailar algunos clientes, las ficheras se ponen celosas.
                ¿Morayta, Díaz Morales, El Indio Fernández, Tito Gout, Ernesto Cortázar, hubieran imaginado un diálogo así? En Pecado, de Luis César Amadori, la rica aristócrata Zully Moreno acepta ir a un cabaret nomás pa’ ver qué se siente, y cae víctima de las bajas pasiones como Clinton, Trump y Robles, se enamora de Roberto Cañedo y se pierde para siempre, pero no la acosan las ficheras de verdad, que en otras cintas pueden rivalizar con la heroína del melodrama (una poco atractiva aunque no fea Marga López), o pelear por Rodolfo Acosta o por Luis Aceves Castañeda, pero no se ponen celosas de las fufurufas. El único que pudo haber imaginado esa situación fue el sobrevalorado Orol, pero era digno de un argumento de Álvaro Custodio.
                Ese tugurio  se encuentra en la colonia Roma, territorio de Ricardo Monreal, ex priísta y ex perredista, que se ha visto envuelto en escándalos de los que sale no sin mancha pero sospechoso cuando menos de encubrir, y candidato a gobernar el DF; cada vez que se habla de la delincuencia, del tráfico de drogas y de la violencia en su territorio, Monreal hace promesas y promesas y nada; ¿sabrá del caso de las ficheras celosas?
Viene al caso un nada lejano comercial en que unos calenturientos turistas mexicanos en Las Vegas se le avientan, en un champurrado poco original, a tres mujeres que contestan como turistas en busca de turistas, y que insinúan cariñitos de un instante y no volverse a ver, que nada tiene que ver con la defensa de la dignidad de la mujer. Y a propósito, otro comercial dice que un hombre no puede hacer insinuaciones sexuales a una mujer, sin su consentimiento. Si tiene su consentimiento, ya no son insinuaciones.

Luego de todos estos sucesos vistos de lejos a causa de un resfriado, curioso porque el único atisbo de fiebre lo provoqué por abusar de artificios caloríferos, lo único que pude leer fue una compilación de frases de Schopenhauer sobre el trato con las mujeres, un magistral acopio de quejas masculinas, por Thurber, el olvidado, y un Dostoievski que parece Kafka.


(Aclaro que algunas de las ideas coinciden con muchas expresadas por Fray Luis de León, Karl Marx, Carlos Monsiváis, Lucha Reyes, Pedro Infante, Germán Valdés, Rubén Fuentes y Gonzalo Curiel; más grave: ninguna palabra aquí empleada es original, las he leído en periódicos, revistas, libros, diccionarios y en redes electrónicas; los buenos lectores sabrán cuáles son las ideas referidas, que no calcadas, los poemas y las canciones citadas, las sentencias inspiradoras, pero ninguna es textual, y entrecomillar cada palabra iba a distraer a los posibles lectores. Han dicho.)