domingo, 26 de agosto de 2007

Correctores valientes o sumisos

Los correctores tienen el dilema de encontrarse con un error, y corregirlo, o respetar las afirmaciones de los autores. Hay, como se sabe, algunas eminencias a las que no se le puede tocar ni una coma, pese a que digan tonterías o estén equivocados en algunos datos, aunque hay quien agradece la ayuda que se le preste para limpiar sus textos.
Hay autores beneficiados por las editoriales, a los que hay que respetar todo, por órdenes de los editores; esas preferencias han ocasionado algunas de las perlas más horrendas aparecidas en los libros mexicanos.
El corrector que intente meter mano en textos de Ricardo Garibay, Juan García Ponce, Carlos Fuentes u Octavio Paz, o en terrenos no literarios, a Abelardo Villegas, Héctor Fix-Zamudio o Ricardo Guerra, debe tener argumentos muy sólidos, o estar a su altura, porque aunque muchos de ellos aceptan que pueden equivocarse, algunos editores temen molestarlos y no aceptan ni siquiera sugerencias, y ni siquiera consultan con el autor si estarían de acuerdo con una enmienda o una observación.
A continuación, una lista de perlas aparecidas por culpa de correctores timoratos, editores temerosos o autores necios y soberbios (o todo, al mismo tiempo); para mayor deleite, se omite el nombre quienes cometieron los errores, de los correctores que los dejaron pasar, y de los editores que lo permitieron, y así el lector pueda buscarlos y compartir la delicia de encontrar una perla.
Antes, nunca hubiera tomado este todavía inexistente eje vial, que sustituyó avenidas con nombres inolvidables: Niño Perdido, San Juan de Letrán, sino que hubiese llegado hasta el Palacio de Bellas Artes por el lado contrario, tomando la Avenida Coyoacán, con sus antiguos tranvías amarillos al centro, siguiendo la ruta de los tranvías por la Avenida Insurgentes…”
“(un manco) colocó al niño en brazos de la vieja de ojos azorados, se lavó las manos y, sin volver a mirar, salió de la pieza con la satisfacción del deber cumplido.”
“…decidieron emprender el largo viaje de Jerez de la Frontera, Zacatecas, a Paso de Sotos, Jalisco…”
Todo el bien vino junto.” (La frase original era “También apareció el buen vino”.)
El emú púrpura le puso otro huevo a Marat.” (También merece explicación a esta asombrosa traducción: “El pueblo, conmovido, le respondió a Marat”.)
Se acercó a ella –una muerta— y besó los labios, que aún despedían un fuerte aliento alcohólico…”
“…los barcos que zarpan de la ciudad al mar.”
la palabra conocimiento debe ser entendida como una forma del saber…”
un escritor injustamente algo olvidado
Los autores de ambas novelas crean experiencias que analizan ficciones…”
"Como cuando John Wayne llva de los cabellos, casdi arrastrada, a Maureen =´Sullivan"Los autores de estas frases son célebres. Los correctores que las revisaron son casi anónimos, pero merecen tanto reconocimiento como los primeros, porque las preservaron para nuestro deleite.
(Cuando apareció la primera versión de este texto, vivían todos los autores; algunos ya fallecieron, pero no por eso merecen nuestro olvido. La primera versión estuvo limitada por el espacio; cotidianamente se irá incrementando con frases tan inolvidables como éstas, y de las que no estamos exentos; alguna se cometió por el recopilador.)

sábado, 18 de agosto de 2007

Revisión de Edipo

Madres amantes / Tomad precauciones
Con las efusiones/ De hijos varones
(Epopeya de Edipo de Tebas, Mundstock y Núñez)

Un relato de Julio Cortázar retoma, sin decirlo, uno de los temas principales de Edipo rey, la más conocida de las tragedias de Sófocles, el más clásico de los clásicos, según dice Pablo Ingberg en el prólogo de esta nueva edición (Losada, 2003)
Muchos afirman que, a lo largo del maltrecho siglo XX, se hubiera perdido la actualidad de esta obra, de hace más de 2,500 años, si Freud no hubiera utilizado el nombre del protagonista para explicar el excesivo amor de los hijos por las madres y el deseo de superar, o destituir, al padre, al que se le tiene envidia y celos por la intimidad conyugal (lo sepa no el infante).
Ahora que está de moda atacar a Freud (y a otros que hicieron posible pensar en un mundo feliz), cuando menos tenemos la oportunidad de releer a los clásicos despojándolos de un contexto equívoco: Sófocles no sabía nada de psicoanálisis, y sí en cambio creía en el destino: es imposible escapar del designio de los dioses, quienes hacen y deshacen nuestro porvenir aun cuando ellos mismos son los que crean las circunstancias y nos colocan en ellas y deciden cómo actuamos, y además nos premian y nos castigan.
Sófocles no sabía nada de psicoanálisis y no trata de explicar, mediante Edipo, el amor exagerado por la madre, que inhibe el que se siente por otras mujeres, ni da la solución a tantas uniones insatisfechas porque éstas no hacen lo mismo, ni tan bien (por lo menos en la cocina) como las madres. Sófocles cuenta la historia de un hombre al que se le asignó como destino asesinar al padre y cohabitar con la madre, y así lo hizo, todo sin saberlo, y cuando puede ocultar la verdad (que él mismo desconoce), insiste en averiguarla aunque vaya contra su propia gloria y su propio destino (y el de los suyos).
Ya lo sabemos: desconocemos a los clásicos; los leemos a fuerzas, obligados por las tareas escolares o porque hay que leerlos para no quedar en ridículo, y no regresamos a ellos; además, las traducciones no suelen ser buenas, las fuerzan para unas rimas imposibles, las acomodan a cuestiones lingüísticas de moda, o se van por el camino fácil. Esta nueva versión de una obra de la que debe de haber disponibles unas 15 ediciones, y varias decenas a lo largo de la historia, despoja a la anécdota del contexto freudiano, le da un ritmo y un lenguaje contemporáneo (pese a la conjugación en segunda persona del singular), la arropa con un sentido y un idioma dramatúrgico, y al mismo ubica al lector en una escenografía imposible de imaginarse ahora, que es como la veían los griegos hace 2,500 años.
Sorprende el ritmo, el lector siente al mismo tiempo la naturalidad con que la oyeron y vieron los contemporáneos de Sófocles y sus sucesores inmediatos (bueno, los siguientes cuatro o cinco siglos), y en esta época recobra la agilidad y el misterio, pese a que todo mundo conoce la anécdota, aunque nunca haya leído la obra; por otro lado, se trata de una edición anotada, en que casi cada palabra es analizada para explicar por qué se utiliza en vez de otra expresión, tal vez más exacta etimológicamente pero menos adecuada para explicar lo que sucede en escena.
Sin embargo, el sentido de la obra es otro; aunque sea más importante el sentido literal o literario; las notas, además del excelente prólogo, insisten en darle un contexto histórico sin que por ello pierda la frescura y el dramatismo, y además sin hacerla cursi o patética.
Despojada del contexto freudiano, podemos verla ahora como la insistencia de un hombre que, en busca de la verdad, se enfrenta al peor de los enigmas, y sabiendo que eso puede costarle la fortuna (no hay que olvidar que es rey de un pueblo y hereda otro reinado), persiste en la búsqueda, lo que lo lleva a la deshonra y al desprestigio.
También vemos a otros personajes que, pese a las amenazas, a que pueden sufrir persecuciones, someterse a la burla y al ostracismo por desafiar a los poderosos, insisten en decir la verdad, una vez que fueron convocados a ello, y cómo Edipo, aunque no es culpable de los delitos que comete (mandado no es culpado, podríamos decir ahora), acepta su castigo; pero hay otra advertencia más seria, en que no insisten ni Sófocles ni el traductor y prologuista (y autor de las excelentes notas) Inberg: Tebas será víctima de pestes y otros azotes por las culpas y crímenes de sus dirigentes.
Mencionábamos a Cortázar; en algún relato narra cómo un hombre ve revertir su suerte, brillante en un momento, decadente, tristérrima al siguiente; ésa es la última advertencia de Edipo rey: de nadie se diga que es feliz hasta que termina su vida; y otra: nos tardamos mucho en reconocer la bueno, pero al malo se le identifica al instante.
Una edición casi pulcra, de no ser por una línea de más en la página 154.

domingo, 5 de agosto de 2007

Ediciones Universitarias

Julio Cortázar dice que cuando triunfe la Revolución, eliminaremos todos los uniformes, menos el de bomberos, que habría que hacerlo más cómodo.
Un día habrá en que todos los panistas serán como Manuel Gómez Morin; que todos los comunistas (de cualquier partido) serán como Narciso Bassols, y todos los socialistas (hasta del PRI), como Jesús Silva Herzog (el padre). Todos los funcionarios gubernamentales, como Luis de la Rosa, Ignacio Ramírez y Melchor Ocampo, y los militares (exclusivamente para defendernos) como Jesús González Ortega; ese día los empresarios serán como Robert Owen (perdón por no encontrar un ejemplo nacional).
Entonces se sabrá que fue un mexicano el primero en hablar de la lucha de clases, seis años antes que lo hicieran Marx y Engels; que fue un mexicano quien diseñó el modelo ideal para las aulas desde preescolares hasta las universitarias, aunque no sea en México donde se usan; que fue un mexicano quien dio las bases para que naciones ahora poderosas diseñaran una estrategia que les permitiera la independencia con dignidad, y que ese hombre es conmemorado en muchos países, pero no en el nuestro; que es un mexicano quien está cambiando el concepto de la física y que permitirá una comprensión más exacta de nuestro universo; que fue un mexicano –por cierto un aficionado, aunque más profesional que los profesionistas— quien mostró que buscando en el cielo –y observó más de seis mil objetos celestes, muchos de ellos, la primera vez que los veían— encontraríamos una solución para los pobres de todo el mundo; que fue una generación de mexicanos la que demostró que la dignidad vale más que el dinero y el poder militar, y lo hizo con ideas, aunque quienes las exponían sabían usar la espada con tanta destreza como los militares.
¿Pero dónde los encontramos?, ¿dónde están esos mexicanos? En un 90 por ciento, en las páginas de las editoriales universitarias; por fortuna, no se restringen a México; por ejemplo, en la Universidad de Sinaloa podemos leer a Arthur Miller, a Jonathan Swift, los mejores cuentos de William Faulkner, pero también la historia del Partido Comunista Mexicano, que ha dado tantos tumbos pero también tantas muestras de dignidad.
En las páginas de la Universidad de Puebla encontramos a Victor Hugo, en una edición que provoca la envidia de muchas editoriales privadas, por la elegancia, el buen gusto, el decoro y la pulcritud; a Stevenson, sin olvidar a sus autores autóctonos ni a los clásicos del socialismo, de la economía, de la sociología.
Hay varios ejemplos, entre muchos, que hay que resaltar: en primer lugar, la UAM, que dentro de un desorden y un caos, ha publicado a los jóvenes valores y a los clásicos, con los mismos entusiasmo y profesionalismo; por ejemplo, Manuel José Othón, en una edición erudita aunque incómoda; rinde homenaje a los mejores escritores mexicanos y latinoamericanos, y publica, como debe de ser, a sus miembros cumplidos. No hay que olvidar su revista La Casa del Tiempo, que ha sido una de las mejores sobre todo en el ámbito de la cultura, aunque no en el de otros terrenos donde la Autónoma Metropolitana tiene más éxito, que son las investigaciones tanto sociales como científicas.
El Instituto Politécnico Nacional ha corrido con menor suerte, aunque ha intentado con algunas manos profesionales, como las de Andrés González Pagés, Emilio Carballido y hace poco Manuel Gutiérrez Oropeza, con resultados no muy halagüeños.
El Colegio de México, también con altibajos, edita las investigaciones de sus eruditos, y expone teorías literarias y lingüísticas asombrosas; sus estudios de demografía, de sociología, de política, ponen al alcance de los interesados, lo más moderno y destacado en sus ámbitos.
La Universidad Nacional Autónoma de México podría considerarse la mejor editorial de México, porque cumple con casi todos los requisitos para ello: limpieza y pulcritud (legado de Jesús Arellano, uno de los mejores correctores de nuestra historia, y posiblemente el mejor del siglo XX, a descargo de los nombres sagrados: Díez-Canedo, Giner de los Ríos, Vázquez, Monterroso, Ímaz, Ávila, Huerta, Bolívar, Chumacero, Pulido), y quien sentó las bases para la corrección correcta; también existe la variedad: desde las artes elitistas, como el teatro y la filología, hasta las populares, como el cine; la publicación de nuestros más antiguos clásicos, nacidos no en México sino en Atenas y en Roma, traducidos o actualizados por Bonifaz Nuño y Tarcisio Herrera Zapián, pasando por los que sí nacieron aquí e hicieron patria: Altamirano, Ramírez, Payno, Fernández de Lizardi, Justo Sierra.
Herederos de los clásicos de Vasconcelos en la primera mitad de los veinte, desde 1930 la Revista de la Universidad de México ha llevado al público lo mejor de nuestra cultura, y aunque se destaca la gestión de Jaime García Terrés, en realidad ha tenido muchas etapas célebres, y varias colecciones, como la Biblioteca del Estudiante Universitario, Nuestros Clásicos, El Ala del Tigre, la reciente Pequeños Grandes Ensayos, forman parte fundamental de nuestra cultura humanística, sin olvidar la benemérita Voz Viva, ya sea de México o de América Latina, que nos permitió escuchar nuestras mejores voces leer (aunque casi siempre mal) lo que ellos mismos consideraban lo más representativo de su obra.
Un ejemplo más: el Colegio Nacional, que dio cabida a los grandes ensayos de Alfonso Reyes sobre Grecia, y que forman parte de varios de sus tomos de obras completas; que en su Memoria cada año nos pone al alcance de lo más alto de nuestra cultura, desde las apantallantes historiografías de Cosío Villegas sobre lo indispensable para conocer nuestro México, hasta las autopsias imaginarias de Martínez Palomo acerca de Mozart y Rossini, o la condena de Mario Lavista por el desastre de los Tres Tenores, y sus elogios a los Rolling Stones, o la disección de nuestro ámbito literario por Gabriel Zaid, y por tantas aristas que desconocemos y que están allí, a nuestro alcance, como ha puesto al alcance de todos, en ediciones magníficas, la obra completa de casi todos sus miembros, a precios tan accesibles que parecen errores.

Entre todo esto, no hay que olvidar nunca, la labor de la Universidad Veracruzana, que en tiempos en que la industria editorial mexicana se componía de los consagrados, y comenzó a publicar a los jóvenes que apenas tenían una plaquette, un manojo de cuentos mal editados, o bien, pero por su propio bolsillo o con sello prestado; sus colecciones Ficción, Cuadernos de la Facultad de Filosofía y Letras, Biblioteca, y en las páginas de su revista La Palabra y el Hombre, se formaron cuando menos dos generaciones de la literatura mexicana, y se dieron a conocer otras tantas: no hay que olvidar que bajo la dirección de Sergio Galindo en México se publicó por primera vez a Álvaro Mutis, a Gabriel García Márquez, a Rosa Chacel; que dio el manual perfecto para el novelista en la pluma insuperable de EM Forster; que posteriormente, cuando parecía que las editoriales mexicanas estaban a la vanguardia del mundo de habla hispana (España saliendo apenas del marasmo de 40 años de oscuridad; Chile y Argentina viviendo los peores momentos de su historia; Colombia, Costa Rica, Panamá sin poder despegar), otra vez la Universidad Veracruzana reapareció con páginas dignas para escritores desarrollados o en vías de, en una sana competencia con las mejores de esos momentos: el Fondo de Cultura Económica, Joaquín Mortiz, Ediciones Era, Siglo XXI Editores, Premiá, un Grijalbo que se desprendía de su imagen mercantilista, un Océano que luego sería Cal y Arena; con intercambio de autores, con préstamos, con una actividad que no parecía prever el desastre en que se convertiría el país, y que terminaría por afectar a una industria en auge aunque ya se evidenciaba que su calidad no era correspondida por el público: ediciones de tres mil ejemplares que no se agotaban, pese a que la población universitaria ya rebasaba las decenas de miles de estudiantes y maestros; ediciones marginales que aún se encuentran intonsas en las librerías de viejo.
Una Universidad Veracruzana que ha sobrevivido a las expropiaciones culturales, a la cultura corporativa, a los autores prediseñados, a la literatura por encargo.

Queda una pregunta: ¿por qué si las ediciones universitarias son tan espléndidas, las desconocemos tanto? Después de la flor viene la maceta, como dice mi clásico favorito: no es nuestra culpa, sino de ellas. Comprar un libro de nuestras universidad, las citadas y otras muchas que desconozco, es una hazaña; hay que esperar a las ferias para encontrar lo que exponen, que es apenas una parte de lo que editan; se hablaba del crimen perfecto, que es publicar en la UNAM, porque nadie se enteraba; en un breve y contundente ensayo, Guillermo Scheridan denuncia la apatía y negligencia de los encargados de las librerías universitarias que dan por hecho que todos sus libros están agotados, aunque aún queden miles en sus plúteos o, peor, en sus bodegas, de las que a veces ni siquiera salen, o son editados para que se hundan en sus bibliotecas, y hay que reconocer que cada nueva administración pretende acabar con el problema, pero parece irresoluble. Ayer me acabé media quincena en el pequeño local de la UNAM en el pasaje Zócalo-Pino Suárez (a donde cada año íbamos Sergio Galindo y yo a acabarnos una quincena completa en la feria que instalaba Carlos Hérnández), porque lo encontré abierto y coincidió con que servía su terminal para tarjetas de crédito, y la encargada ya había terminado su labor de aseo, y completé una colección y me encontré con títulos que acababan de llegar, aunque sólo dos ejemplares.
¿Dónde encontramos libros de las universidades de Puebla, Sinaloa, del Estado de México, de la UAM, de la UNAM, del Colmex, de la Veracruzana? No en la Gandhi, no en lo que queda del Parnaso, no en Porrúa (sólo en una de ellas, los libros del Colegio Nacional), no en el Sótano ni en esta Rosario Castellanos que me gusta tanto, pero no por buena, si no precisamente por mala.

(Participación en una mesa redonda en la Librería Rosario Castellanos, que compartí con Olga Hermony, Celia del Palacio y Alinne Pettersone, mayo de 2007)