miércoles, 29 de octubre de 2014

Nuevo DRAE, políticamente correcto

Con puntualidad no siempre acostumbrada, apareció la nueva edición, la XXIII, del Diccionario de la Lengua Española, editado por la Real Academia Española y publicado por Espasa; el primero es conocido como DRAE, y la segunda como RAE, siglas que facilitan la redacción pero no la pronunciación.
                La RAE fue puntual en presentar a la prensa el DRAE, de manera simultánea, en los países que oficialmente hablan y escriben en español (o castellano, ya no sé; España es donde menos bien hablan el idioma, dijeron Reyes y Borges), pero Espasa no lo fue en ponerlo a la venta; en las librerías que me quedan cerca, aunque cercadas por las obras en Mazarik, no lo tenían; en Porrúa ignoraban que se hubiera presentado el jueves 16  de octubre, y con la información, afirmaron que lo tendrían pasado el fin de semana siguiente, porque ya lo tenían en las bodegas; en la Gandhi ya lo tenían, aunque la persona que atiende por teléfono ignoraba que ya hubiera aparecido, y me exigió el ISBN, que conseguí en la misma página de la Gandhi en Internet; como pedí el DRAE, me regañó: no se llama DRAE, sino Diccionario de la Lengua Española; lo apartó en mi nombre y me dio tres días para pasar a recogerlo, es decir, entre sábado y lunes; pasé dos horas después, y en efecto, estaba en la caja, a mi nombre; cuesta dos pesos menos que la edición anterior, aunque está encuadernado en rústica, y es mucho más voluminoso.
                (Esto de las nuevas librerías es un desastre: los vendedores, aunque tengan localizada la sección donde están los géneros, o las editoriales, tienen que acudir a la computadora para encontrar el libro que uno le pide; en la Gandhi de Polanco había un empleado melenudo, eficaz, informado y atento [todos son atentos, en realidad], que no necesitaba la computadora; no sé si lo ascendieron o se fue a otro lugar; los que se quedaron no son tan eficaces. Pero en todas las librerías pasa lo mismo: consultan en computadora en vez de ir a la sección de poesía, o novela hispanoamericana, o europea, a buscar el título requerido; suelo preguntar por libros agotados, aunque no necesariamente inexistentes; casi nunca encuentran lo que pido; llevo casi un año buscando una edición decente del  Quijote de Avellaneda; si cuento las respuestas creerán que las invento, como si tuviera tan grande imaginación.)

La primera tentación es ver la lista de los académicos; subsiste en muchos países premiar la calidad o la popularidad de los escritores con el nombramiento de académicos; hay algunos que pertenecen a dos academias y en ambas viola las más elementales normas gramaticales; hay alguno que ha confesado que ignora la diferencia entre verbos y preposiciones, otros que no saben conjugar verbos y muchos que no saben contar número de sílabas, o de plano que no saben qué es una sílaba. Aunque hay muchos que por su calidad de científicos, o filólogos su aportación es valiosa; otros, porque manejan el lenguaje coloquial aunque sean derrotados por los que abominan el lenguaje coloquial; pero más de uno ha demostrado ignorancia no sólo gramatical, también en otras áreas.
                La segunda tentación es ver cuál fue el criterio para aceptar o desechar palabras; se supone que, por orden histórico, muchas palabras de uso antiguo van antes que en la acepción moderna; sin embargo, la de “vestuario”, la que en 1970 era la novena acepción ahora es la tercera, y la más usada en la prensa deportiva española (y sus repetidoras Televisa y Canal 13) aunque existe la palabra “vestidor”, que sólo tiene esa acepción.
                Alguno de sus amigos me contaba que Antonio Alatorre pensaba que las reuniones de académicos serían aburridas, por lo que ni siquiera consideraba formar parte de la AM; lástima, se hubiera divertido muchísimo al encontrar que la definición de “a” es “el sonido de la letra a”; que “noviazgo” es el tiempo que dura el noviazgo (ya lo dije en mi reseña en El Librero, de El Universal, pero no deja de divertirme), y que desaparece “puta”, o más bien se une a “puto”, pero ya no se habla de la mujer que ejerce la prostitución, sino en un muy discreto cuarto lugar, y con terminación masculina; persiste “prostituta” como persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero, con lo que ignoran a quienes lo ejercen para conseguir un ascenso, una calificación o por simple gusto de la variedad en que se encuentra el gusto, variedad determinada por la palabra “piruja”, que si en México es sinónimo de puta, en el DRAE tiene una acepción más reconfortante, que es “mujer —ellos son los que lo dicen—joven, libre y desenvuelta”, aunque en la práctica eso remitiría a coqueta, que según el DRAE es quien gusta agradar por el simple gusto de agradar, pero más aún la que gusta de agradar a muchos, sin que conlleve cópula, que en su segunda acepción es juntarse sexualmente; coquetear es tener una relación en la que no se compromete quien coquetea, aunque para eso ya adoptaron un término de las revistas del corazón, el ”amigovio”, que se distingue del amante en que se toma las cosas más a la ligera y no anda veriguando si la pareja coge o no con la esposa/so, o con otras personas. En la realidad, amante es la persona que exige exclusividad sexual, que no económica.
                No se entiende por qué, si todas las acepciones de período (que prefieren a periodo) conllevan la noción de tiempo, cada vez que lo mencionan le dicen “período de tiempo”, lo que es una redundancia (“repetición o uso excesivo de una palabra o concepto”), pero la limitan a éste, no lo usan en subir; nunca dicen “subir para arriba”, aunque todas las acepciones tienen ese sentido: “ir hacia arriba”, “llegar a un nivel más alto”…
                Ha habido muchos críticos al DRAE a lo largo del tiempo; Raúl Prieto se especializó en leer lo que él llamaba El Mamotreto, y se burlaba despiadadamente de cada error que encontraba, cuando menos uno por página, tanto por la ceguera, el empecinamiento de la RAE de creer que el idioma se centraba en el habla madrileña y menospreciaba las muy ricas variantes en toda la América española; los madrazos eran memorables y muy divertidos (Madre Academia y variantes, en diversas ediciones y editoriales); muchos académicos mexicanos, me consta, insistían en que tenía tanta razón que debería tener un sillón confortable en la Academia donde pescara todos los errores y ayudara a enmendarlos. Él veía esa invitación, o insinuación, como una afrenta y pensaba que hacía más bien con la crítica que con los consejos; consejos que, además, aunque los mexicanos aceptaran en España desecharían. Por ejemplo, allá siguen diciendo “mejicanidad” y “mejicano”, sin que la Academia Mejicana proteste, o ponga una nota manifestando su inconformidad.
                Pero las críticas y puyas calaron; la actitud de la RAE ha sido menos arrogante, menos altanera, y aunque subsiste su lema de pulir, fijar y dar esplendor al lenguaje, es más permisiva o tolerante o de plano negligente, y se pasa de dejada; acepta, por ejemplo, lonchera, el recipiente pequeño, de plástico, metal u otro material que sirve para llevar comida ligera, especialmente los niños a la escuela; ¿por qué decir “comida ligera” si arribita de esa definición aceptan la de “lonche”, que es precisamente la “comida ligera” (ligera en qué: ¿en carbohidratos, calorías, proteínas?); ¿por qué no poner que es un recipiente para llevar lonche? Ora que, ¿dónde se dice lonche? Según Gilberto Martínez Solares, es un vocablo regiomontano en boca de Agustín Isunza, pero en el DF, aunque las loncherías se llamen loncherías, pronunciamos “lonch” y escribimos "lunch"; ¿y por qué en especial los niños? ¿No han visto a los obreros con su lonchera en glorietas y parques y banquetas a la hora del lonch? Y si oficializan lonch, ¿por qué no “guajolota”, que es un alimento matutino tan popular y nutritivo como el lonch, o más? ¿Y si quieren llevar los huevos duros, dicho sea inocentemente, como ya no es comida ligera pierde el apelativo de lonchera? ¿O se refiere al peso del alimento?
                En donde más se advierte que la RAE busca si no complacer cuando menos no enmuinar a los hispanohablantes no hispanos, es en su aceptación de que la “v”, en la actualidad, se pronuncia como “b”, aunque no lo acepte Gutiérrez Vivó. Lo enfatiza (y pongo enfatiza nomás por hacer enmuinar a Juan José Utrilla, pero más muina debe darle saber que la RAE ya oficializó “enfatizar”): se pronuncia como “b”, sin darse cuenta, como dijimos hace unos pocos meses, que no se pronuncia como “b” en “envase”, “envío”, “envidia”, a menos que pronunciemos “embase”, “embío”, “embidia”; si se pronuncia la “n”, por fuerza la “v” se pronuncia como “v” y no como “b”; ¿cómo ven? También acepta “desapercibido” como sinónimo de inadvertido,  lo cual empobrece el lenguaje y pierde el sentido de dejar de percibir.
                Trescientos años en la vida de una institución pueden ser muchos o muy pocos; en caso de la RAE, es muy reciente que aceptó que su actitud en la política, la ciencia, la religión y en cuestiones sociales era, cuando menos, conservadora, y en muchos casos reaccionaria; pensaba que América, todavía muy entrado el siglo XX, seguía siendo una colonia que permitía que en sus (con)dominios no se metiera el Sol, aunque frente a otros idiomas era sumisa, más que humilde; incapaz de darle nombre a las prendas que adoptaba para la vida diaria, aceptó “suéter” aunque permitía que se escribiera sweater; al fondo le llama combinación (menos mal que no lo nombra como los cubanos, fondillo);  a los calzones  o pantaletas (derivación de calzas o de pantalones), bragas, cuando las mujeres no tienen qué bragarse; al brassier o sostén, sujetador (¡y en una edición española, de Ultramar, de Mirándola dormir le hicieron ese cambio a Homero Aridjis, sin considerar ritmo y acentuación); para estacionar un auto emplean un horrible anglicismo, españolizado: aparcar, aunque alegan que no viene de parking, sino de parque, pues en su sexta acepción es el lugar donde guardan transitoriamente algunos vehículos; y aún se atreven a decir que en México (¿o Méjico?) decimos parqueo, sin que los hayan desmentido (a quién le habrán preguntado o dónde lo habrán leído? Sospecho el nombre de la culpable, que estudia las palabras desde un cubículo sin oír ni leer fuera de él.)
                Frente a una literatura combativa, audaz, experimental tanto en estructura como en lenguaje, con una posición social respetable y honesta, como es la española desde hace tres siglos; frente a un cine divertido, inteligente, singular, original, desinhibido; frente a una música que no desmerece de otras artes y que respeta a sus clásicos (aunque Serrat, Autie, Sabina, canten feo), la RAE y el DRAE desmerecen muchísimo, están muy a la zaga, y no comparten los adelantos hispanos, desdeñan a todo un continente (hispanohablantes en Estados Unidos inclusive), e ignoran que el español está vivo, se transforma sin perder elegancia ni formalidad; muchas palabras (quizá y quizás; incluso e inclusive, por ejemplo) son tratadas con ligereza y descuido. Insisto: la RAE, por miedo a las críticas, admitió voces que no tenían por qué estar en el DRAE, y ya desde hace dos ediciones antes ha cambiado: ya no es normativo, es un diccionario de uso, pero muy inferior al de María Moliner (útil sobre todo para escritores, más que para lectores) y el de Manuel Seco. Y muy atrás, en el caso de la utilidad para los mexicanos, del excelente Diccionario del Español de México.

Llega una noticia cómica de tan dramática: en Australia se prohibirá la puesta en escena de Carmen, la ópera,  no porque la protagonista sea ligera de cascos (¿coqueta, piruja, puta?) sino porque es cigarrera (no los vende, los fabrica) y porque en la obra se fuma, y ya sabemos que los hitlerianos guardianes de la vida ajena se molestan cuando ven que alguien fuma, y se arrogan atribuciones que no son suyas, alegan cuestiones científicas falsas apoyados en la muy mentirosa OMS; ¿podríamos imaginar qué va a pasar si no detenemos a esos guardianes del orden y la vida sana? Modificar la portada de Abbey Road, suprimir las escenas de Help!, Casablanca, Cartas marcadas, Manhattan, La Cucaracha y omitir de la lista de nuestras favoritas “Fumando espero”, igual de buena con Sarita Montiel que con Nacha Guevara, ambas, enemigas de lo políticamente correcto.
                No lo digo de ardido: ayer 28 hizo un año fumé mi último cigarro, aunque puedo recaer y seguramente lo haré; lo hice sin ganas, porque se me ha desaparecido el apetito del tabaco, que disfruté muchos años sin abusar (los agentes de seguros me decían: eso no es fumar, aunque las autoridades perredistas ahora dirían que un cigarrillo es suficiente para provocar las muertes propia y varias ajenas –sin que uno pueda escoger a la víctima involuntaria o pasiva); fumé por hacer enojar a José Emilio Pacheco, no porque él me prohibiera fumar, sino porque decía que como ya nadie fumaba, todos le gorreaban los cigarros; le volé uno, pero su muina duró menos de un minuto, y se dedicó a contarnos chistes, anécdotas, sucesos, durante más de una hora. Creo que podré reproducir cada una de las las palabras que nos dijo ese memorable día; lo malo es que podré repetir muy pocas de ellas; si dijera todo, molestaría a muchos.
                Vigilan que no fumemos, que pongamos poca azúcar y nada de sal a nuestros alimentos, y permiten a los fotógrafos indiscretos que anden cazando a las famosas que, deliberada o inadvertidamente muestran las piernas, el aguayón (que, me repito, en la edición conmemorativa de La región más transparente de la RAE aseguran que se refiere a los pechos femeninos), las tarzaneras  o las chichis.
                Y aquí es cuando vuelvo a discordiar con la RAE; para nosotros, chichi es pecho, derivado del náhuatl (como cacahuate); de allí también chichón, chipote y Chichonal; para el DRAE, eso es chiche y en cambio chichi es coño (vulva [¿bulba?] y vagina); y en otra acepción, es “inútil”. Allá ellos.
                ¿Por qué vigilan la vida privada y permiten que invadan la vida privada de los famosos, célebres o populares? ¿Será que las fotografías, como los cadáveres en los clósets, no pueden ocultarse, aunque uno las desniegue?


(Como ven, en algunos párrafos quiero molestar, aunque espero que mis amigos no se molesten.)

miércoles, 8 de octubre de 2014

De futbolistas, de inteligentes, los libros de MM y de la conciencia de la historia

Más frases de futbolistas: Los primeros 90 minutos son los más importantes; Quiero que mi hijo sea cristianizado, pero no sé todavía en qué religión; A veces en el futbol tienes que hacer goles; Perdimos porque no ganamos; Voy a dar un pronóstico: puede pasar cualquier cosa; Tengo uno (un pulmón), como toda la gente; El futbol es lo más importante de las cosas menos importantes (ésta es una variante menor de una de las mejores sentencias de Woody Allen: “el sexo sin amor es una experiencia vacía, pero es la mejor de las experiencias vacías”); No sé si vaya a Madrid o a Milán, pero en Italia; En qué país (lo contratarían), no puedo decirlo, sólo puedo adelantar que se trata de un equipo brasileño. En las páginas de la red de internet hay decenas, o centenares de frases similares, y muchas son atribuidas a dos o tres de las más grandes glorias del balompié, así que no hay por qué poner a los autores. Pero no puedo omitir uno más de Franz Beckenbauer, repito, uno de los considerados jugadores más inteligentes en los últimos dos siglos: “hubo un año en que jugué quince meses”. Me sigo preguntando cómo es que estos futbolistas tienen tantos admiradores mucho más inteligentes y cultos que ellos.

Luego de 20 temporadas se retira Derek Jeter; preguntan los cronistas en qué lugar lo colocarían entre los short stop, y antes que los refuten, comienzan a hacer un recuento: junto a Ozzie Smith, Carl Ripken, Ernie Banks; ninguno mencionó a Eddie Brikman, ni a Joe Cronin, Luke Appling, Joe Tinker; los tres últimos están en el Salón de la Fama; Cronin conectó 170 jonrones; Appling 45, Tinker, 31, y Brikman, 60: Jeter pegó un número mucho más aparatoso, 260, que bien mirado, significan 13 por año, muy lejano de los muchos cuadrangulares de Ripken. Ni qué decir que se trataba de otras épocas, con estadios con bardas muy lejanas, y proliferaban los buenos lanzadores. Brikman, en los años setenta, tuvo una temporada de ensueño, en la que cometió sólo siete errores en toda la temporada; si se toma en cuenta que su compañero en la tercera base era Aurelio Rodriguez, quien pifió sólo 17 veces en la posición más difícil, se entiende que Tigres de Detroit haya ganado el campeonato de la Liga Americana.
                Aunque haga mi mayor esfuerzo, no lograré recordar el nombre del dentista, amigo de mi padre, que una vez por semana nos inyectaba calcio en las encías a mi hermana y a mí; no sé si reforzaron mi dentadura, sólo recuerdo que cuando me preguntó qué posición jugaba cuando me elegían para integrar algún equipo en el recreo, me contestó que con un soplido me harían a un lado los delanteros; que en cambio podía ser short stop, porque para esa posición se necesita agilidad, buena vista, buenas manos, y mucho coraje; en los escasos libros que aparecían en México, cuando aconsejaban cómo armar un orden al bat, decían que el short stop debería ser el primero en el orden, porque sabía manejar el bat para colocar la bola donde no hubiera nadie; el segundo sería el segunda base, igual de chaparro pero más malicioso, y haría avanzar al short que se embasaría por un sencillo que apenas rebasaba el cuadro, o por una base por bolas gracias a su corta estatura; el segundo bat lo adelantaría a la siguiente base con un sacrificio, con un hit al jardín derecho, y ya vendrían tercero, cuarto y quinto bats, por lo regular el jardinero central, el primera base y el jardinero izquierdo, que eran los que empujaban las carreras; completaban el orden el tercera base, con poder pero sin mucha consistencia,  el jardinero derecho, poderoso pero que se ponchaba mucho, y el catcher, al que no le pedían más sacrificio que el de estar en cuclillas, levantándose en cada pitcheada, y además dirigiendo el juego desde atrás de home; como no había bateador designado, el noveno era el pitcher, aunque si era como Arturo Cacheux, Lino Donoso, Martín Dihigo, Lázaro Salazar en México (que llegaban a ser, los dos últimos, cuarto bat; los otros, séptimo u octavo), o Warren Spahn o Don Drysdale o Walter Johnson en las Mayores, entonces el noveno escaño era para el short stop. ¿Ejemplos? En los Diablos Rojos, Chero Mayer y Natas García; en Tigres, Carlitos Ramírez y Beto Ávila; o años después, Fernando Remes y Kiko Castro; en Puebla, Jorge Fitch y Moi Camacho; en los Yanquis de los sesenta, Tony Kubek y Bobby Richardson, en Orioles, Luis Aparicio y Jerry Adair; en los Dodgers, Maury Willis y Jim Gilliam; en Cardenales, Dick Groat y Julian Javier; en Filis, Bobby Wine (o Rubén Amaro) y Tony Taylor.
                El dentista tenía razón; los delanteros me esquivaban sin esfuerzo; en el beisbol, en cambio, cumplí con una de las sentencias: sólo pegué dos jonrones, uno de zurdo, un batazo muy fuerte y lejano, por el center, y uno de diestro, y no por poder, sino porque me enredé (expresión que sólo entienden quienes hayan jugado beisbol; la sensación es indescriptible: uno pierde de vista la bola, el swing no es natural, sin querer se contrae el codo izquierdo en el momento adecuado, y cuando uno se da cuenta la bola va de línea, elevada, hasta pasar la barda). Tuve buenas manos, pero no buen brazo, lo que me explico (o quiero explicarme)  por el pie plano y varo, nunca atendido; era tan lento corriendo que una vez vacié las bases con una línea por toda la raya del derecho, hasta el fondo, y apenas pude llegar a primera, ante el azoro de Víctor Tovar, quien me aseguraba que debería de haber sido triple.
                A lo que iba: ¿en qué momento se rompieron los esquemas y comenzaron a llegar los jugadores de 6’3 como short stop? ¿Cuándo los segundas bases llegaron a ser más altos que los terceras bases? ¿Mejoró el beisbol? ¿No se perdieron los grandes fildeadores, y sólo quedaron los espectaculares? Finalmente, Ernie Banks fue convertido en primera base, donde se desenvolvía muy bien; ganó dos veces el título de fildeo como parador en corto y uno como primera base, pero de por vida, como inicialista tuvo el lugar 55 de todos los tiempos, y como short, el 92. Su estatura, de 6’1, era más adecuada para la primera base. Jeter, con su 6’3, ganó dos títulos de fildeo, lo que no quiere decir mucho; su trigésimo lugar de todos los tiempos está muy por debajo del decimoséptimo del mexicano Juan Gabriel Castro, a quien apodaban Manos de Oro, rivales y compañeros.

Pocos jugadores del pasado están entre los mejores fildeadores, en porcentaje; las condiciones han cambiado: cubrían más terreno, eran un cuarto jardinero además de un quinto jugador de cuadro; los guantes ahora son más grandes y cómodos, permiten más seguridad; el porcentaje de fildeo no es un punto de comparación; Jeter, sin duda, es uno de los mejores short stop que ha habido, tomando en cuenta el bateo; fue de los más valiosos de los Yanquis en una época en que los Yanquis no tenían tantos jugadores valiosos; fue más disciplinado que Álex Rodríguez, más oportuno, y en la vida íntima, copuló con más y más guapas mujeres que su rival Rodríguez, aunque tuvo la desgracia de que una de ellas, y de las más famosas, lo contagió de herpes. En los años veinte y treinta, ¿se hubiera comparado con Ruth, Gehrig, Tony Lazzeri? ¿Hubiera desbancado a Kouning? En los cuarenta y cincuenta, ¿le hubiera bajado a DiMaggio a Marilyn Monroe, hubiera competido en fiereza con Rizzuto? En los sesenta, ¿le hubieran hecho lugar Mantle, Maris, Berra, Tresh, Howard, hubiera visto a la cara a Cletis Boyer, le hubiera cargado el guante a Kubek, hubiera competido en popularidad con Pepitone, le hubieran hecho caso Doris Day o Mammie van Doren? Hay que agradecerle su entereza, su entrega, sus ganas de ganar. Pero como dijo Horacio Rodríguez cuando escuchó muchos panegíricos en la muerte de Parménides García Saldaña: “ahora resulta que se murió Joyce”.

No puedo recordar la obra ni el autor, y los eruditos Víctor Díaz Arciniega y Héctor Perea tampoco, pero en un drama un personaje exclama una frase que divirtió mucho a Alfonso Reyes: “Nosotros, los hombres de la Edad Media”. Ni en la Prehistoria ni en la Antigüedad ni en la Edad Media ni en el Renacimiento ni en la Edad Moderna la gente sabía en qué período vivía, a qué etapa pertenecían; ahora sabemos que pertenecemos a la Edad Contemporánea, que dentro de poco, parece, sufrirá un cambio de nombre porque ya no seremos contemporáneos de los del futuro; pero al tener conciencia de ese privilegio, saber en qué época histórica se vive, se sobrevaloran los actos, las personalidades, las obras. Obra maestra, decía Luis Guillermo Piazza, es el producto de alguien a quien podemos saludar; en las redes sociales proliferan los elogios, los superlativos; hay quien publica uno o dos libros al año, y de inmediato son calificados como magistrales.
                Con tantos adjetivos se acaban, se devalúan los que debemos de aplicar a los mejores. Repito, no trato de restar méritos a Derek Jeter, ¿pero es mejor que Honus Wagner? Los números apenas pueden compararse: en porcentaje de bateo, dobles, triple, producidas, robos, Wagner es muy superior; en hits, ahi se van, y en campeonatos de fildeo, con números menores, tuvo más Wagner; si se observa la evolución del fildeo a lo largo de la historia, puede verse que ahora tienen más facilidad para buenos números, lo que no refleja habilidad, brazo, colocación, alcance. Por las diferencias en la época, los jugadores de hace cien años nos parecen mejores que los de ahora, pero es difícil saber si en igualdad de condiciones se desempeñarían igual: distintos parques, diferencias en el campo, más tolerancia para los bateadores en contra de los pítchers. ¿Cómo compararlos? Sobre todo, ¿qué necesidad? ¿Simplemente por asentar que somos testigos de la historia? No se tenía conciencia de la historia: Willie Keeller se retiró cuando le faltaban 45 hits para llegar a los 3,000, y hubiera sido de los muy pocos con tantos batazos; en realidad, el segundo en alcanzarlos, sólo abajo de Cap Anson, y si hubiera pegado 68 más, hubiera sido el mayor hitero de la historia, hasta ese momento. Ahora pierden porcentaje, respeto, habilidad, con tal de alcanzar una cifra conmemorativa o significativa.
   
Me detuvo Claudia Fernández: con una sonrisa amable me dijo que (olvidé el nombre) el presidente de la Concanaco, o de la Coparmex, o del CCC, le había manifestado su admiración por algunos de mis escritos en la sección de Deportes de El Financiero, en especial un par donde objetaba los méritos de Hugo Sánchez en el futbol español; expliqué, en unas columnas que desataron cierto escándalo, que los goles de Sánchez en el Real Madrid, y antes en el Atlético de Madrid (excepto en el primer año) no le servían al equipo, sólo a Sánchez; no es extraño: en sus mejores tiempos, los propios compañeros de Rod Carew se quejaban de que su habilidad bateadora la usaba sólo para tener un mejor porcentaje, aunque la mayoría de sus hits ayudaban poco a sus equipos; por esas épocas, en cambio, Tony Oliva llamaba la atención sobre la actuación del mexicano Jorge Orta, entre los primeros de su equipo en todos los aspectos aunque aficionados y periodistas sólo se fijaban en Carew que, insistía Oliva, hacía menos por el equipo que por sus récords.
                Alegué, en aquellas columnas, que los goles de Sánchez no daban puntos a su equipo, aunque a él le daban el famoso trofeo con nombre estúpido; los goles de Sánchez eran el tercero y cuarto de un 5-1; el tercero de un 3-1, nunca el primero de su equipo, que por lo regular anotaban Sanchís o Butragueño o Valdano; Hugo, un cazagoles, se aprovechaba de que el equipo contrario, urgido del empate, se iba al ataque dejando sólo un defensa y el portero, cuando mucho, y los demás trataban de acortar distancias o anularlas; mientas el campo del contrincante estaba ocupado por medios y defensas, Sánchez no sobresalía; lo hizo, en cambio, sin muchos defensas, o a veces ninguno.
                En uno de los debuts del mexicano Hernández consiguió dos goles, el séptimo y el octavo de un 8-0. Y sonaron los claros clarines, y proclamaron que ahi la lleva, en el mismo camino que Sánchez. Tienen razón: anotó sin defensas, contra un equipo al que le daba lo mismo perder por 6-0 que por 8-0, lo que buscaban, amontonados, era anotar para perder al menos por 6-1 o 6-2.

Ya llevan cuatro jornadas en el futbol americano, del que decía Manuel Seyde que es un deporte para brutos que los brutos no pueden jugar; tampoco lo pueden ver, porque creen que sólo con chingadazos derrotan a los contrincantes; el Jefe Raúl Rodríguez preguntaba con sensatez: ¿cómo detiene un hombre que pesa cien kilos a otro que pesa 120? No es con fuerza, sino con maña, inteligencia. De pronto hubo demasiada violencia: es el deporte con más contacto físico, y paradójico: la defensiva ataca, la ofensiva defiende; algunos coaches ordenaban a sus jugadores que lastimaran a los contrincantes, y hubo desmanes, golpes tardíos cuando el rival no los esperaba y no podían defenderse; golpes directos a la cabeza que producían conmociones que los asistentes no detectaban, y jugaban sin darse cuenta de su estado físico y mental; las autoridades, incapaces de contener las rudezas innecesarias, pues los castigos impuestos eran menores a las multas y suspensiones en sus equipos, decidieron marcar todo exceso o que parezca intencional; el resultado: ahora parece tochito; como el juego defensivo es mucho más rudo que el ofensivo, ahora sancionan hasta las miradas frías; ahora todos los resultados son apabullantes, y desmienten que se trata del deporte más equilibrado. Ahora, en vez de que los juegos terminen con diferencia de tres o siete puntos, hay cada vez más victorias donde anotan 40 o más puntos, y los defensivos fueron despojados de sus armas, y ya no hay manera de defender un buen pase. Lo peor: si continúan así, será un juego de nenitas, como dice El Doctor Netas.

Publican en facebook la lista completa de los 430 libros que tenía Marilyn Monroe; no es la primera vez que se habla de ellos, e incluso alguna redactora que se decía feminista intentó burlarse: serán guiones, porque libros, seguramente no; tuve el placer de contradecirla y afirmarle que era prejuicio suyo pensar que por ser bella, por representar papeles de tonta (Cómo atrapar a un millonario,  Monkey bussines –que los españoles llaman Me siento rejuvenecer—, Los caballeros las prefieren rubias y algunas otras) era incapaz de leer, como la que pretendía burlarse de MM. Ahora desglosan esa pequeña pero bien nutrida biblioteca; cierto, hay biografías y ensayos sobre ella, algunas obras de teatro que seguramente le dio Arthur Miller, películas noveladas, recetas de cocina –porque aparentemente sabía cocinar, para completar el catálogo de sus virtudes—, pero tenía completo En busca del tiempo perdido, dos novelas, las más amargas, de Bernard Mallamud, uno de mis novelistas favoritos (legado de Gustavo Sainz), una antología de James Thurber, tres libros de Joyce, entre ellos el Ulises que leyó, como consta una fotografía muy famosa que fui de los primeros en divulgar en México; el más intenso de los libros de Dylan Thomas, a quien conoció; un par de novelas, y no de las más fáciles, de Norman Mailer; una novela de Kazantsakis (la tercera mujer que sé que lo leyó), algunos de F. Scott Fitzgerald, varios de Thomas Mann, de John Steinbeck, William Styron, Hemingway, Ellis, Dreiser, Sherwood Anderson, James Agee (nada menos que Una muerte en la familia, chance mi novela favorita en los últimos años); James Purdy, ¡Max Weber!, Aristóteles, Zola, los cuatro tomos de Ernst Jones sobre Freud (que me tardé como tres meses en leer), Dostoievski, Tolstoi, Lawrence Durrell, Graham Greene, Faulkner (y no los sencillos, más bien los más difíciles), Emily Dickinson, Schopenhauer (entre otros, El amor, la muerte, las mujeres), Alexander Pope, Ludwig, Somerset Maugham (Henry Hathaway, comentan en la lista, quería filmar Servidumbre humana con MM y James Dean), Rilke, Emerson, Einstein, Yeats, Frazer…
                La pregunta de quien subió a la red esta página no es si MM leyó esos libros, y no sólo los que le dedicaron los autores (alguno, ella se lo obsequió a DiMaggio); la pregunta es al lector de la página: ¿cuántos de estos libros has leído?

                Asombra la diversidad de temas, autores, géneros, épocas, estilos. Siempre se ha elogiado su inteligencia, de la que fueron testigos muchos de sus contemporáneos, aunque también han hablado de su informalidad, su inseguridad, sus caprichos (uno de los cuales, se dice, provocó directa o indirectamente su muerte –¿o asesinato?) Se asegura que Jayne Maynsfield era tanto o más inteligente que MM, pero que tuvo peor suerte como actriz, con pocas cintas relevantes, y pocas oportunidades de mostrar sus talentos, más que los físicos. ¿Qué otras actrices han mostrado tanta inteligencia como ellas? ¿Katherine Hepburn, Audrey Hepburn, Sharon Stone, Susan Sarandon, Emma Watson, Wynona Ryder, Lisa Kudrow, Heddy LaMar, Natalie Portman, Katherine Turner, Diane Keaton, Emma Thompson, Jodie Forster? ¿Podríamos agregar a algunas mexicanas? Por el momento, no se me ocurren, espero para la próxima estar más inspirado. También espero sugerencias.

Carlos Ramírez promueve castigos a quienes incurran en maltrato a los animales. Le respondo que a los cuatro, a los siete y a los 19 años me mordieron perros sin que los hubiera mordido antes; que duran te casi un año el Peluso no me dejaba entrar a la casa y tenían que salir los hijos de la portera a detenerlo; que las arañas me descubren y me persiguen, que en sueños recurrentes me topo con leones que me asedian como a Laurel y a Hardy, que la perra de una vecina fue educada y ya no le ladra a nadie, más que a mí. ¿Puedo promover una asociación para evitar la crueldad de ciertos animales? Sólo debo excluir a una llama que en el viejo Zoológico de Chapultepec me coqueteó, se me acercaba y demostraba disgusto cuando me alejaba de su jaula. Pero ha sido la única.