domingo, 19 de agosto de 2012

Paréntesis: dos viajes de un sedentario

Antes de seguir con el recuento de la pasión de Woody Allen, y algunos otros directores, por las mujeres bellas e inteligentes (y si saben cocinar, mejor, como diría Eulalio González Piporro), hago el relato de dos viajes en dos semanas, y con éstos, tres en el año, yo que me precio de ser sedentario, de aburrirme en las carreteras, de pensar en el avión de la maravilla que es que se sostenga en el aire un objeto más pesado que el aire (la reflexión es de Arturo Serrano), que creo que todas las playas son iguales, de no conocer en los viajes más que el lobby de los hoteles, y de considerar que viajar ya no conlleva más conocimientos que la diferencia de precios entre la provincia y la capital. Adolfo Castañón me embarcó en el primero; me invitaba a dar una conferencia en el Museo Andrés Lira; asombrado por el reconocimiento a un historiador en plena vida y juventud, acepté; en realidad se trataba de una charla en el Museo Miguel N. Lira, en Tlaxcala, Tlaxcala, y acerca de Rosario Castellanos; pasaron por nosotros, nos alojaron en un hotel que invitaba a conocer la ciudad (por lo estrecho del cuarto), aunque con la ventaja de una regadera cómoda, y de la cercanía con la sede del Museo, aunque con la desventaja de que está de subidita, y como hace años (cerca de 25) dejé de jugar beisbol, cualquier esfuerzo extra me cansa mucho (fuera del beisbol, nunca he hecho demasiado ejercicio: prefiero las escaleras eléctricas del Metro a las fijas, sobre todo por la recomendación de los médicos, pues presumir de fortaleza conlleva un debilitamiento de las rodillas, las mías débiles de por sí a causa del pie plano y baro); la ventaja al salir es que estaba de bajadita, y desemboca en uno de los muchos jardines que hay en Tlaxcala. Viajar ilustra, dicen los viajeros, pero eso era cuando los viajes eran en barco, y entonces lo mejor era estarse semanas en la ciudad que se visitara, pero ahora que estar más de una semana desestabiliza el presupuesto, viajar no hace que uno conozca nada; a pesar de eso, tuve que contestar, al día siguiente de haber llegado, qué me parecía Tlaxcala, Tlax. Me parecía extraño que la vida, excepto la que se lleva en las cafeterías, terminara tan temprano. Salimos de la Anzures cerca de las 16:30 horas, y 120 minutos después apenas íbamos entrando en la carretera a Puebla: obras en el Circuito, embotellamientos a causa del embotellamiento en Ejército Nacional, marchas con cualquier motivo, provocaron una velocidad de siete kilómetros por hora en varios tramos; parece venganza de los funcionarios capitalinos contra los capitalinos; algo que entorpece más es el carril exclusivo del metrobús, que no ayuda a la circulación y en cambio reduce a la mitad, o a nada en ciertas calles, el tránsito vehicular. Cuando llegamos a Tlaxcala apenas tuvimos tiempo de registrarnos; me comuniqué con la maestra Guadalupe Ruiz, una anfitriona amable y divertida, que nos aconsejó que cenáramos, y que al día siguiente ya nos veríamos; de cualquier manera salimos, sólo para encontrar vacías las calles, los comercios cerrados, y mucha gente tomando café y ejerciendo su derecho a la crítica. La comida fue mejor; es el mixiote más sabroso que he comido en muchísimos años, aunque me llevé una reprimenda de la profesora Ruiz por comer los sopes con cubiertos; deben comerse, dijo, a mano, pero siempre los utilizo. El Museo tiene una imprenta como debe ser, con su linotipo, su prensa plana, su caja de formación; lástima que esté prohibido tocarlos. También, expuestos, casi todos los libros de don Miguel N. Lira, y muchos ejemplares de su revista Fábula, que la tuve completa excepto el primer número; una exposición de Angelina Beloff, breve pero rica, y una biblioteca que merece ser aumentada. Antes de la charla, una entrevista con tres reporteros; uno me fotografiaba, otro me apuntaba con una grabadora, y otra hacía las preguntas; ella, es notorio, ha leído a Rosario Castellanos; ya cuando pasé a la mesa, en medio de la profesora Ruiz y la poetisa Minerva Aguilar, me aterré: las poco más de 20 personas tenían expresión de incredulidad, reprobación y rechazo; el tema: los libros inéditos de Rosario Castellanos. Narré cómo los busqué, cómo no los encontré, cómo me los describieron (en realidad, sólo Rito de iniciación; del otro desconocía su existencia), los acontecimientos en que me vi envuelto y cómo me desenvolví en la publicación de las Obras I y II; narré la coincidencia de que el día que entregué Obras II me haya topado con Rafael Vargas y le haya contado mis aventuras con ese tomo, y cómo él, que se sabe de memoria tres mil poemas, y en otros 15 mil sólo le falla alguna coma o un punto y aparte, se olvida de todo lo demás; no se olvidó mi intervención en las obras de Castellanos porque ese mismo día se vio con Jaime García Terrés y con Daniel Leyva, quienes planeaban hacer la exposición Materia Memorable, que Rafael propuso mi nombre como curador de la exposición, lo que me llevó a encontrarme con los manuscritos que tanto había buscado; cómo se dio la coincidencia de que José Saramago le pidiera a Marisol Schütz un ejemplar de Ciudad Real porque Marcos le había contado que ese libro lo impulsó a la rebelión zapatista en Chiapas, y cómo eso llevó a que Alfaguara pudiera editar Rito de iniciación y Declaración de fe, que ahora están reeditándose. Como hablé sin script, improvisando, la charla fue de mucha fluidez y logré hacerla amena, y el momento que temía, el de las preguntas y respuestas, me dio oportunidad de establecer mis gustos literarios, de contar varias anécdotas, de hacer citas que no identifica ningún auditorio, aunque tuve que aclarar una, de Mafalda; sobre todo, de regañar a un joven que me preguntó qué era Castellanos, además de poeta; si te oyera te agarraría a bofetadas porque ella se consideraba muy mujer, y las mujeres que escriben poesía se llaman poetisas; una de ellas declara que abomina la palabra poetisa, y estoy de acuerdo: abomino a muchas poetisas; decir que poetisa es peyorativo equivale a pensar que actriz es peyorativo, y pretender que una mujer es tan buena mujer que parece hombre. Un buen poeta las califica que poetrices. Por cortesía no me lincharon cuando recordé que Castellanos se quejaba de que la mujer escribiera como desahogo, como confesión, y de la carencia de pintoras, de músicas, de pensadoras. También declaré que no he leído una novela que en teoría parece atractiva, porque en su primera obra la autora hace que su personaje, de principios del siglo XIX, le rece a San Martín de Porres, canonizado a finales de los cincuenta del siglo XX, así como tampoco se me antoja leer que Santa Anna caminaba por el malecón que construyó, muchos después de la muerte de ese personaje, Porfirio Díaz. Allí recibí la aprobación unánime de los asistentes, cuando menos de los que sabían que San Martín de Porres fue santo hasta el siglo XX, y que Díaz fue quien construyó el malecón. La charla, que debía terminar a las 19:30, se prolongó hasta las 21:30 horas; aunque el hotel está a la vuelta de la esquina, estremecía ver las calles que están rete solas. Del viaje a Mazatlán debo decir que es la primera vez que no terminé de leer, allí, el único libro que leí, que las olas me revolcaron, y que fui testigo de la falta de ética de un médico, quien ante la petición de una madre de que atendiera a su hija, grave, se negó a salir de la alberca y sólo concedió que la llevaran al hospital donde trabaja, antes de las 9 de la mañana siguiente; también, que no tengo respuestas para muchas de las preguntas que nos hace Nahúm. Mis tropiezos cardiacos me afectaron al bajar del avión, no allá, sino aquí; llegué el miércoles y hoy, domingo, aún no me aclimato; a María José le fue peor, y Lourdes y Nahúm no querían regresarse. Volvimos nada más para comprobar que los sabios mexicanos son muy coscolinos. *Ana Clavel es una narradora que sabe recrear atmósferas lúdicas; es también una editora de muchos méritos, y responsable que publicar un tomo de más de 600 páginas con apenas seis erratas; sin embargo, es capaz de igualar en deméritos a varios académicos; en el número del 19 de agosto de La Revista, de El Universal, se quejó de la carencia de ilación, de gramática y de ortografía en las breves pero muy frecuentes intervenciones incluso de las celebridades literarias de México y de otros países en las redes sociales; intervenciones en las que, dice, se dan de golpes, se insultan y se denostan; denostar, dice la muy denostada Academia, se conjuga como “contar”. No es infrecuente que una editora y literata de méritos desbarre con alguna conjugación; en el capítulo de uno de sus libros, sobre Rosario Castellanos, Elena Poniatowska dice que a Castellanos “la asola” ya no me acuerdo qué, pero la asola en vez de que la asuele; y como el académico que, repito, pone a sus personajes a comer sentados en las mesas, los muy groseros. *Marco Pulido me aclara los nombres de algunas de las cintas a las que me he referido, cuando menos de los títulos con que se estrenaron en México; tiene razón, pero me defiendo con el pretexto de que muchas las he visto recientemente, por Cablevisión, y allí las retitulan; cuando menos a Una Eva y dos Adanes aún no le ponen Algunos prefieren quemarse o Con faldas y a lo loco; la del héroe de John Ford que no va más que un día a la guerra la vi una sola vez, y la recuerdo casi íntegra, excepto el título, que la tomo de la filmografía puesta por Bogdanovich en su larguísima entrevista con Ford, también uno de los favoritos de José de la Colina, quien me aclara que Dallas se llama Dallas por su apellido; lo acepto, aunque sigo creyendo que Howard Hawks la apellidó D’Allesandro para ponerle Dallas, como la heroína de La diligencia. Pero me halaga coincidir en gustos con De la Colina, quien vive el cine hasta para escribir. *Adrián González ha tenido una recuperación fabulosa, y está bateando arriba de .450 en los últimos 25 juegos, con una buena cantidad de carreras empujadas, pero se está ganando la salida de Boston porque fue de chilletas con el dueño de Medias Rojas para quejarse de cómo maneja Bobby Valentine al equipo; con el de hoy ha pegado ya 15 jonrones y lleva dos juegos seguidos conectando; Yovani Gallardo lleva cuatro victorias seguidas (en las secciones de deporte dirían que lleva una racha ganadora de cuatro ganados al hilo), y en su último juego produjo dos carreras, que hubieran sido suficientes para darle el triunfo a Milwaukee; Miguel González lleva cuatro ganados con Baltimore, Aceves llegó a 25 salvados, y el Cochito (así le dice, sabe por qué) Cruz es líder de bateo con los Dodgers en los últimos 20 juegos, y también ha pegado cuadrangular dos días seguidos. *Acaban de salir al mercado una compilación de Elton John, una de Tom Petty, además de tres conciertos suyos en video; una reimpresión de Jesucristo Superestrella; la reimpresión de un clásico de Ted Nuget, un álbum con todo Roxy Music en estudio, el tercer disco de Darkness, el más reciente de ZZ Top, uno de Lon and Derrek Van Eaton, otro de Kinks en la BBC, el más reciente de Ry Cooder, más la reimpresión de Men Opening Umbrellas Ahead, que aunque es de Vivian Stanshall es como si fuera de Traffic; conciertos de Don Preston, y recomiendan una novedad de John Murray; en cuanto a música de concierto, anuncian la Novena de Bruckner, con Simon Ratlle, y también con él, las cuatro sinfonías de Brahms, varios conciertos de violín, entre ellos el de Tchaikovsky, con Baiba Skride; las nueve sinfonías de Beethoven con Baremboid (aunque no las califican de excelentes, sólo de buenas); tres obras de Pierre Boulez, con Fabrice Jünger; una sinfonía de Ravi Shankar, con la Filarmónica de Londres; arias de Vivaldi interpretadas dicen que magistralmente por Roberta Invernizzi; un Ave María y otras piezas con el ensamble Brabant dirigido por Stephen Rice, al que dan calificación perfecta; Una Pasión de San Juan, también perfecta, afirman; unos quintetos de Dvorák y de Mendelssohn con el Ensamble Aronowitz; unos divertimentos y un quinteto de oboe de Bocherini, más unas sonatas de chelo, que eran su especialidad, con Nasillo y Christensen, imperdibles; y unas transcripciones de las segunda y sexta sinfonías de Beethoven, para piano, consideradas perfectas, con Yury Martynov, más todas las sonatas para piano de Beethoven, con HJ Lim, con calificación de nueve, como intérprete, pero que es tan bonita como si fuera violinista japonesa. ¿Y dónde se consiguen? Y quienes lamentan la desaparición de la Margolín deben aceptar que ya desde hace tiempo mostraba un deterioro irreversible; y lo único que puedo decir es que cómo que desapareció si me debían. *Tres años y medio después, la historia me da la razón. *Y no, no me olvidado de las mujeres de Allen, a las que regresaré en la próxima.

lunes, 6 de agosto de 2012

Paz y gratificación: las mujeres de Ford (y de Allen)

Aunque los héroes de John Ford son hombres recios, que enfrentan las adversidades con toda calma, las mujeres de sus cintas no son bravías, no desatan bajas pasiones, no parecen ser objetos del deseo, pero representan la recompensa luego de una batalla, una guerra, o toda una vida de sacrificios y retos. Claro que hay excepciones: Dallas (Claire Trevor), la heroína de La diligencia, pese a su pasado (o por ello) (magnificado por Maupassant) causa grandes alborotos, despierta los deseos de varios, y finalmente es el premio que se lleva el también proscrito Ringo (John Wayne); ambos están si no fuera de la ley, sí de las buenas costumbres, son unos parias en comparación con los demás pasajeros, y hacen una de las parejas más memorables de cualquier western (¿Howard Hawks le puso Dallas a Elsa Martinelli en Hatari en honor a Ford y a Trevor?). Dorothy Lamour, más vestida que de costumbre, es una metáfora de las pasiones contenidas, o al revés, el huracán de Huracán es una metáfora de lo que siente John Hall, y Mary Astor, la paz que encontrará cuando se calmen los vientos huracanados. Maureen O’Hara es la promesa que se alcanzará cuando se descubra que la esperanza es el presente, no el futuro, de ¡Qué verde era mi valle!; en El camino del tabaco una subtrama parece encaminarse hacia la sexualidad, y tiene una de las pocas escenas donde una heroína de Ford muestra las piernas sin que sea en una carrerita: Ellie May Lester alborota al por lo regular ecuánime Walter Bond; en Mi adorada Clementina, o La pasión de los fuertes, el héroe Henry Fonda (Wyatt Earp) tiene en casa su recompensa natural en los brazos de Clementina (Cathy Downs), pero el antihéroe Victor Mature (Doc Hollyday) hace honor a su condición de paria y se refugia entre las piernas torneadas (aunque escamoteadas al espectador) de Linda Darnell (actriz que tuvo un final trágico), Chihuahua para sus compañeros de la lucha contra los Clanton. En El fugitivo, la menos buena de las obras de Ford según una legión de admiradores, está basada en una de las novelas mayores de Graham Greene, El poder y la gloria; aunque la cinta carezca del áurea de fatalidad de la novela, los personajes son otra vez unos parias, unos perseguidos: el sacerdote alcohólico Henry Fonda, quien vive un romance a todas luces prohibido con Dolores del Río; ambos, perseguidos en un Tabasco dominado por el anticlerical gobierno (de Tomás Garrido Canabal), y finalmente redimidos por su fe; en Fuerte Apache el drama es otro: Wayne se niega a victimizar a los apaches, pero su jefe Henry Fonda, más cuadrado, ordena una matanza que se convierte en masacre contra los soldados; hay sin embargo presencias femeninas: una adolescente Shirley Temple, quien en una escena muy divertida explica por qué se llama Filadelfia; en otra, los presos Victor McLaglen y Pedro Armendáriz son excarcelados para que lleven serenata a las señoras esposas de los comandantes del fuerte donde viven; fueron encarcelados por cumplir al pie de la letra la orden de Wayne cuando decomisan un contrabando de bebidas alcoholicas: “acaben con el whisky” (no está por demás estar de acuerdo con lo que dice Carlos Fuentes de Armendáriz en su reciente Personas: que es el mejor actor mexicano, aunque no por las cintas que prefiere Fuentes, sino por ésta y por From Rusia with Love; en ambas tiene escenas donde opaca a los protagonistas; en la segunda, en unos cuantos minutos borra a Sean Connery por completo; en la de Ford escenifica, y dice la leyenda que sin extras, cómo domar caballos salvajes). Armendáriz también aparece en Los tres padrinos, donde no hay mujeres importantes, excepto la moribunda y bella madre abandonada y recién parida a quien le hacen la promesa de que salvarán a su hijo, cosa que hacen a costa del sacrificio de la vida de Armendáriz y Harry Carey Jr. En Río Grande, otra cinta del ejército estadounidense, y en La legión invencible, las mujeres maduras o, mejor dicho, respetables, Maureen O’Hara y Joanne Dru, son obstáculo para que cumplan con sus deberes los héroes John Wayne y John Wayne, una porque se opone a que su hijo Claude Jarman Jr. sufra los rigores del ejército y clama por que lo haga Wayne orgullo de su nepotismo; la otra porque quiere apresurar la jubilación del mayor Wayne, y cobre una pensión a la que tiene derecho sin que le quiten impuestos. El hombre quieto presenta un Wayne asesino involuntario (lo que se describe en una escena muy breve), enamora a la arisca Maureen O´Hara, sólo que el cuñado Victor McLaglen se opone a que se casen mientras él permanezca soltero, por aquello de hermano saltado… y los malvados del pueblo le hacen creer que tiene chance con la viuda Sara (Mildred Natdwick), de lo que se desengaña el mismo día del matrimonio de Wayne con O’Hara, y aunque no puede deshacer la boda, se niega a entregarle al cuñado la dote respectiva, y O’Hara no quiere cumplir con sus deberes conyugales mientras no sea una mujer completa, es decir, con su dote; la cinta tiene una de las escenas más picaras del cine; Wayne, enfurecido con O’Hara, la arroja sobre la cama, que se rompe; al día siguiente los vecinos le llevan el mobiliario que McLaglen accede a entregar (no así el dinero), y cuando entran a la recámara y ven la cama rota imaginan lo que imaginan; toda una hazaña al no insinuar siquiera una vulgaridad. No hay hazaña al mostrar las bajas pasiones de Clark Gable por Grace Kelly, porque él nunca logró una escena en donde no tuviera mirada turbia y expresión de profesor que quiere negociar las calificaciones de una alumna apetecible; el clima cálido de la locaciones ayuda a esas bajas pasiones que Ford evita hacer explícitas y vulgares. Los buscadores, Centauros del desierto o Más corazón que odio no muestra el amor de Wayne por su cuñada Vera Miles, sólo cuando se deja llevar por la ira del deseo incumplido. No recalco más en otras cintas de Ford no por falta de deseo, sino porque haría repetitivo el recuento; tampoco deseo que se cuele ningún adjetivo que haga más evidente que John Ford es mi director favorito, que entiendo y comparto lo que dice Cabrera Infante acerca del wester filmado por Ford (o por Hawks): que si Homero hubiera escrito cine, hubiera hecho westerns; que admiro las cintas que no son westerns, que con las cintas de Ford uno se emociona, sufre, ríe y se reconforta; pocas cintas son tan admirables como la bélica The Wings of the Eagles, tan ágil y tan inteligente pese a que el protagonista pasa media película en cama, inválido; que pocas veces he sido tan crédulo (lo que es una exigencia básica en un aficionado al cine) como en Bill, qué grande eres (When Willis Comes Marchin Home), en la que un joven logra ser héroe aunque nadie se lo crea. Dice la leyenda que cuando los macarthistas querían linchar a varios directores sospechosos de izquierdistas (al revés de ahora, que quieren linchar a los que no proclaman que son izquierdistas aunque son más represores que los macarthistas), Ford los hizo callar con unas cuantas declaraciones, y con el apoyo que le dio a los perseguidos. También dice la leyenda que Ingmar Bergman se sintió halagado cuando lo compararon con Ford. Uno de sus admiradores es Woody Allen, y en más de una ocasión ha plagiado alguna de sus escenas; y aunque es un director que tiene exceso de bajas pasiones, ha tenido la delicadeza de no mostrarlas desnudas, más que ocasionalmente, y en escenas que poco tienen de sexuales. Pero que Allen las admira es algo que pocos podrían dudar. En Bananas tiene una de las pocas escenas procaces, pero elimina cualquier vulgaridad con el humor, cuando en pleno campo guerrillero, Princess Fatosh corre desnuda, sin blusa, pero tapándose los pechos, y grita que la ha mordido una víbora; poco antes les instruyeron que en un caso similar hay que chupar el sitio mordido para evitar que el veneno corra por el cuerpo; la reacción de todos los guerrilleros es correr para succionar el pecho mordido por la víbora, Allen incluido, con mirada torva; al final de la cinta se narra el primer encuentro nupcial con Luisa Lasser, por tres cronistas deportivos (uno de ellos el célebre Howard Cosell); todo sucede bajo las sábanas, escamoteado para el espectador. En Take the Money and run quiere seducir a su esposa Janet Margolin, pero, torpe, es incapaz de desabotonarle la blusa, ante el aburrimiento (¿o desazón? de ella); en otro momento, parodia de Fuga en cadenas, ella le reclama lo frío de su relación, ante el choteo de sus compañeros que se han escapado con él. En Sleeper una máquina sustituye la cópula entre humanos, pero Allen convence a la muy hermosa Diane Keaton (más hermosa en las cintas de Allen que en cualquiera otras) de que es mejor a la antigua; pero también, al declarar que lleva 200 años sin copular (el tiempo que ha estado dormido) agrega otros cuatro, “contando mi matrimonio”. Tal vez la escena más estremecedora sea la que abre Hanna and her Sisters, con el rostro de Barbara Herhey en un acercamiento total, entonces de 38 años y diez centímetros más alta que Allen, acompañada de una voz en off: “¡Dios mío, qué hermosa es!”. En Manhatan (¿su obra maestra?) abandona a la adolescente Mariel Hemingway para irse con Diane Keaton (“trouble is my second name!”), y al final, cuando Hemingway avisa que se va de viaje y que deberá esperarla, le asesta una frase terrible: “no seas tan madura”); antes, Hemingway le ofrece que hagan el amor "cómo siempre ha deseado"; Allen se levanta de la cama y ante la pregunta de ella de qué va a hacer, contesta con un desarmante “voy por mi traje de buzo”, lo que hace que el espectador imagine demasiadas cosas. La única escena con desnudos es la ofrecida en Radio Day’s, cuando el niño que encarna su papel (en este caso la Academia permite que se utilice “rol”, pero me niego a obedecer a la Academia en sus tonterías) observa a una mujer bañándose, mostrando toda su belleza en desnudez; lo inquietante no es el desnudo, sino la escena siguiente cuando el niño descubre que esa mujer espléndida (bien aplicado el adjetivo) será su maestra en el año escolar que comienza ese día. En esa cinta hay un faje en un auto que no culmina en cópula por culpa de la transmisión del célebre programa radiofónico de Welles sobre la invasión de los marcianos, en una de las mejores bromas de Allen en todo su cine. En La última noche de Boris Grushenko (o Amor y muerte) hace que la gentil y delicada expresión de Diane Keaton se muestre pícara cuando comparte la complicidad de sus infidelidades con todos quienes la rodean, lo mismo cuando hace la lista de sus amantes, y cuando el alarmado Allen pregunta azorado que si en realidad son tantos, ella con ingenuidad dice que apenas va en la letra A; pero cuando la condesa Olga elogia la manera de Allen de copular, éste presume que todo se debe a que practica mucho cuando está solo. Pero Allen tiene muchas escenas más al respecto de su pasión por las mujeres. Me deleitaré en la siguiente enumerándolas. *En el escándalo provocado por el párrafo que Poniatowska añadió a una entrevista que le hizo a Borges en 1973 se ven varias cosas: en primera, que leer a Borges es tan engañoso que se le pueden achacar poemas chabacanos con tan sólo imitar el ritmo de sus versos largos; que los lectores fueron tan apáticos que no advirtieron que en tres ocasiones cometió esa falta, y sólo hasta la tercera vez fue advertido el engaño, y sólo por María Kodama, quien se indignó porque alguien creyera a Borges capaz de escribir una cursilería, y además por mentir; en las redes sociales algunos se atrevieron a defender a Poniatowska; o no a defenderla, pues lo que hizo es indefendible, sino a disminuir sus acciones, y para ello la compararon con Peña Nieto, quien no fue capaz de recordar que no es lector; trataron de culpar a Miguel Capistrán, quien también cayó en la trampa de Poniatowska. Y en efecto, Miguel, siempre acucioso, pudo haber tomado la entrevista publicada, y utilizarla sin los añadidos tramposos; Capistrán tiene una memoria que registra matices, hasta los detalles más insignificantes, y resulta asombroso que no haya advertido el añadido de los poemas que no pudo recitarle Poniatowska a Borges a) porque no era suyo uno, y b) porque el otro no lo había escrito aún. ¿Capistrán pecó de inocente? En esas mismas redes sociales culparon a los editores, pero quienes lo hicieron ignoran que en los contratos los autores afirman ser los autores de los textos y se comprometen a responsabilizarse de cualquier acción que resulte si esto no es verdad; asombra cómo Capistrán rehúye su responsabilidad, y cómo Poniatowska disminuye sus culpas; asombra que en La Jornada hayan retorcido el asunto aunque sabían que los demás diarios lo iban a destacar. No debería de asombrarme: cuando el asunto de Peña Nieto y su mala memoria, el diario se puso a modo para que se luciera Andrés Manuel López Obrador con tres libros “que lo marcaron”: no objetaron que incluyera la Constitución Mexicana, documento que ni es libro y que además todo mexicano debería conocer, aunque no explicó AMLO si la conoce hasta en las últimas y muy extensas modificaciones; incluyó también la Historia Moderna de México, pero no confesó que leyó los diez tomos originales, si es que los leyó (es sabido que, excepto el coordinador y los demás autores de la obra magna, el único que la ha leído completa es José Emilio Pacheco), fue porque su tesis es sobre la República Restaurada, lo que hacía obligatorio que tuviera el libro y lo consultara (se ignora si también leyó la parte correspondiente al Porfiriato, el 70 por ciento de la obra), y Poemas, de Carlos Pellicer; en La Jornada, casi más que en cualquier otro periódico, son cultos e informados, y no ignoran que ningún libro de Pellicer se llama Poemas; ¿se estaría refiriendo AMLO al libro que se distribuyó en Tabasco cuando Pellicer hizo su campaña para senador por ese estado? López Obrador fue de los que dirigieron esa campaña, lo que haría obligatoria, para él, esa lectura. Como sea, Poniatowska cargará ese episodio para siempre, y a Capistrán le manchará su reputación como investigador minucioso y La Jornada no podrá acusar a los demás diarios de parciales y tendenciosos. *¿De dónde habrá sacado Televisa a Georgina González? Sabe narrar, conoce los deportes que narra, es simpática, dicharachera, ocurrente y, hasta donde la he oído, imparcial; esas características no son características de la gente de televisión; los cronistas televisivos suelen ser más del tipo de Aurora Bretón, quien en lugar de explicar al televidente los secretos de la arquería demostraba parcialidad hacia los competidores mexicanos, animaba a los arqueros aunque ellos desde luego no la oían, y su crónica se limitaba a unos cuantos “vamos Marianita, vamos”. *Aclaración pertinente: mi legendaria torpeza me impide poner puntos y aparte, por lo que se le pide a los lectores imaginen dónde deben ir. Gracias