domingo, 21 de octubre de 2012

Allen y Lester, sus mujeres

Cuando Alvin termina con Annie Hall sale con una reportera de Rolling Stone; juntos van a un concierto y ella, antes y después de copular, sólo habla con citas de canciones célebres; es obvio que se identifica con la protagonista de “Just Like a Woman”; Bob Dylan se inspiró en Edie Sedgwick para escribir esa y otras canciones; algunos afirman que incluso “Like a Rollin’ Stone” hace referencias a Edie (otros cantantes y compositores escribieron canciones acerca de ella, o que la mencionan, o que están dedicados a esa mujer, en cuya vida se basa una cinta, Factory Girl, y hay un libro espléndido, Edie, del que hice una reseña hace casi 20 años que hasta el mismo Batis me celebró). No sé qué tanto pensó Allen en Edie para escoger a Shelley Duval, extremadamente delgada pero muy sensual, para hacer ese pequeño papel, que comienza a la salida del concierto y termina cuando Annie Hall telefonea a Alvin para que vaya a rescatarla de una araña enorme, pretexto para reanudar sus relaciones. Pese a lo snob, petulante, de la reportera que dice que es como una mujer, tan falsa como una mujer y que llora como una mujer; pese al escaso tiempo que dura en la pantalla, ese personaje perdura en la mente del espectador, incluso más que las dos mujeres, bellas pero dominantes, con las que Alvin se matrimonia antes de vivir su intenso amor con Annie Hall. Algo de esa pedantería perdura en el personaje de Diane Keaton en Manhattan, snob que se burla de los arribistas culturales; más cruel es la relación que retrata en Take the Money and Run, cuando la esposa (Janet Margolin) le reclama el olvido en que la tiene, cuando está encadenado a otros presos con los que acaba de fugarse de la prisión (la parodia de Fuga en cadenas), o cuando ella tiene una actitud displicente cuando él no puede desabotonarle la bata para fajar. En medio de sus problemas judiciales, o líos de comisaría cuando Mia Farrow acusó de abuso de sus hijos a Allen, Diane Keaton no quiso dejarlo solo y lo acompañó en una de sus cintas más directas, Manhattan Murder Mistery; desde el título recuerda uno de los grandes filmes en que trabajaron juntos, Manhattan; hay una escena que remeda la de La dama de Shangai, con el laberinto desesperante del que no se sabe cómo saldrán; Orson Welles sale con aquella frase inmortal, tal vez la más célebre de una historia de amor: “Maybe I’ll live so long that I’ll forget her. Maybe I’ll die trying”; en una escena que pasa casi inadvertida, el personaje de Allen declara que es el más famoso claustrófobo, por la acusación de que acosaba a sus hijos en un ático (por aquellos días Xavier Velasco aseguraba que la siguiente película de Allen sería “Querida, me cogí a los chicos”); Keaton canta, como en Annie Hall, y hay referencias a Domicilio conyugal, de Truffaut y el vecino sospechoso, y muchas escenas suceden en espacios tan pequeños como un elevador, como algunas escenas de Billy Wilder. *En el frustrado viaje a Los Ángeles encontré una librería, Larry Edmunds Bookshop, muy cerca de los barrios más excéntricos de ese conjunto de conglomerados quesque simulan una ciudad; es pequeña como cuento de Arreola (¿pongo comillas o no?), larga y estrecha como Libros Escogidos y tan desordenada como aquel añorado recinto de tantas amistades y tantas peleas en los años setenta, y que el propio Polo Duarte definía como antro de cultura; pero ésta de Larry Edmunds está dedicada al cine y un poco al teatro; hay pocas novedades y muchos libros agotados, a buenos precios; por mi mal carácter no pude estar más que una hora revolviendo, esculcando, hojeando, cachondeando libros y manuales (¿pongo comillas?; ¿alguien identificará las citas? ¿y los homenajes?); me endrogué (¿pongo comillas?) comprando libros para recortar, con poses y dibujos y vestuario de artistas célebres (antes, aquí podían conseguirse algunos en Arvil; lo mismo homenaje a Busby Beckerly que a Onán), y un par de libros que alguna vez vi en Arvil, pero que no pude comprar y que no resurtieron, ambos dedicados a Richard Lester. Lester no sólo es venerado por haber hecho dos cintas excelentes (no me gana la pasión) con The Beatles: A Hard Day’s Night –que los españoles traducen como “¡Qué noche la que aquel día!"– y Help! –que los españoles traducen como “Socorro”–; aparte de llevarse a John Lennon a España para filmar How I Won the War, y su fugaz encuentro clandestino con Brian Epstein; hizo dos maravillosas cintas que fueron icónicas de los años sesenta, Petulia y The Knack (and How to Get it) –que los españoles traducen como “El Knack y cómo conseguirlo"–, una obra de teatro que, sin el aura trágica de Hair, representa el espíritu de la época, de lo que se llamó amor libre, y que fue un intento de vivir con una libertad que afrontaba todos los riesgos. The Knack, segunda pieza teatral de Ann Jellicoe, escrita y representada en Inglaterra en 1962, fue filmada por Richard Lester después de A Hard Day’s Night y antes de Help!; en la obra aparecen cuatro personajes: Tom, Colin, Tolen y Náncy; a ésta la describen como “de unos 17 años. Con el tiempo será guapa, pero su personalidad, su aspecto son aún borrosos e inmaduros. Lleva un traje tan arrugado como un acordeón”. En la cinta de Lester aparecen nueve veces más, contando a las muy espectaculares extras Jane Birkin, Jacqueline Bisset, Pattie Boyd, Samantha Juste y Charlotte Rampling; excepto Boyd de Harrison –aunque Lester le andaba pedaleando la bicicleta–, todas eran debutantes; a una (no la identifico por más que trato) le hacen lo que se llama “butt grabb” (práctica en la que son expertas Jennifer Anniston y Sandra Bullock) en una escalera, mientras espera antes de entrar a una sesión uno supone que erótica con Michael Crawford (el coestrella de Lennon en How I Won the War –que los españoles traducen...). La vestimenta arrugada que Jellicoe exige para Náncy, Lester la transforma en algo excéntrico (no fuera del círculo exclusivo y mafioso, sino como algo fuera de lo normal) para Rita Tushingham, la muy expresiva actriz de ojos verdes descomunales (una cinta anterior se llama así, La chica de los ojos verdes); su belleza no era ortodoxa, y se prestaba para el elogio de la disidencia, lo hermoso del “outsider”; si Náncy tiene 17 años en The Knack, Tushingham tenía 21 cuando lo representó en teatro, y 24 cuando la filmó para Lester; su vestimenta desaliñada la copia Peter Bogdanovich para vestir así a la extravagante y deliciosa Barbra Streisand en What’s Up, Doc –que se tradujo como La chica terremoto en México, y en España “¿Qué me pasa, doctor?”; no es de extrañar: The Seven Years Itch la tradujeron como “La tentación vive arriba”, y Some Likes it Hot la titularon “Con faldas y a lo loco”. De presentarla ahora en Cablevisión podrían ponerle "Verbo mata carita"; Colin, conquistador, terror de las vírgenes que acuden a él para que les cure su defecto, acostumbrado a que todas lo acosen y se le entreguen, se topa con la inteligente, deliciosa, insegura y rebelde Náncy, quien finalmente vence la prepotencia masculina e impone su presencia; una obra más cercana al absurdo que al teatro psicológico de moda en esos años, la cinta se convirtió en una suerte de desenfreno que desecha la sexualidad tradicional. Tushingham, traviesa, divertida, es el eje de la película aunque aparecen las bellezas ya enumeradas; por esta cinta Tushingham se convirtió en un icono de los años sesenta, cuando tenía 25 de edad, lo que representó un grave problema, porque muy pocas cintas posteriores tuvieron la calidad de sus primeros filmes: Dr. Zhivago (Shiv a go go, curiosa reseña de aquellos años, pero no logro recordar quién la escribió, a finales de 1966), La trampa, y no muchas más; en los años ochenta fue Alice Tocklas en La vida legendaria de Ernest Hemingway (Annie Girardot fue Gertude Stein y Joe Pesci, John Dos Passos). Difícil haber sido leyenda y luego actriz secundaria de cintas de medio pelo, o insulsas series de televisión. Difícil representar un papel social en el cine, y en la televisión tener papeles de villana, o de tía solterona. Pero en The Knack es sutil, sorprendente, audaz y temeraria; y de una belleza no sólo extraña, basada en la inteligencia más que en el físico. (Hace unos pocos años en Uncut interrogaron a Margot Kidder –nacida el 17 de octubre de 1948– acerca de sus romances con Richard Donner, Richard Pryor, Christopher Reeves, y sobre todo con Richard Lester, contestó con una frase contundente: “La inteligencia es mi afrodisiaco”.) *En A Hard Day’s Night no hay más estrellas que John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Richard Starkey, pero también destacan Wilfred Brabbell (el abuelo de Paul), Norman Rossingtong (en el papel de Brian Epstein, Peter Brown, Mal Evans y Neil Aspinal) y Victor Spinetti, favorito de Lester y quien también aparece en Magical Mistery Tours, como el director del estudio de televisión (up, up, up), o sea el alter de Lester, quien también aparece en el film, como extra. Pero también figuran un montón de mujeres bellas: Pattie Boyd (en los sets conoció a Paul y se le aventó; fue el primero en besarla, pero luego se la ligó Harrison: la historia es muy larga), Andrea Brett, Prudence Bury, Anne Clune, Rosamarie Frankland, Linda Lewis, Maggie London, Edina Roney, Sally Sheridan, Geraldine Sherman, Susan Whitman y Tina Williams; todas hacen papeles de fans (fanes, dice la Academia) (Boyd trata de tocarlos a través de las rejas del carro de ferrocarril, pero en otras escenas aparece con el grupo cuando cantan “I should have know better”); otras dos tienen un papel más destacado: en un casino del hotel donde los hospedan, el abuelo de Paul mira los pechos de Margaret Nolan y le dice que seguramente ella no tiene ningún problema para nadar; Marianne Stone, como reportera, le pregunta a Lennon cuál es su hobbie; aunque Lennon responde por escrito y no se oye la respuesta, se sabe que, por la expresión de Stone, y el movimiento de la mano de Lennon, fue “tits”. Son muchas extras, pero Lester dedicó a todas unos segundos más de lo acostumbrado. *Hace unas semanas reseñé una antología de textos literarios o periodísticos, Historias del ring, recopilada por Alejandro Toledo y Mary Carmen Ambriz; aparte de sus cualidades, el libro me hizo recordar tiempos en que uno era feliz, indocumentado y atormentado por las estadísticas; durante mi niñez se dio uno de los mayores periodos de la prosperidad del boxeo; en todas las categorías pequeñas dominaban los mexicanos, y aunque sólo había campeón mundial en el peso gallo, había mayoría en las listas que publicaba cada mes la revista The Ring; en peso pluma el campeón era Pascual Pérez, invencible en esa categoría, pero andaban Memo Díez, Efrén Torres; en gallo escuché la derrota de Raúl Macías frente a Halimi, pero luego la revancha nacional cuando Joe Becerra derrotó a Halimi y se convirtió en nuestro primer campeón mundial (poco antes, Lauro Salas lo fue, pero solo de una de las asociaciones, como lo había sido Macías), pero andaban José López, Joe Medel (se pusieron José luego de ser famosos), Fili Nava, Eloy Sánchez, Lalo Guerrero, Antonio Chiquis Rosales, Ignacio el Zurdo Piña, Mario de León, y al final del periodo, Rubén Olivares, Chucho Castillo, Rafael Herrera; en pluma Ernesto Parra, Ernesto Figueroa, José Moreno, Nacho Escalante; en ligero estaban Babe y Mauro Vázquez, Alfredo Urbina; en welter, Raymundo Torres (luego asesinado en una cantina, como años más tarde lo fue Eloy Gutiérrez, catcher de los Tigres;)incluso en peso medio todos los meses, durante años, apareció entre los primeros lugares Gregorio el Indio Ortega, quien nunca tuvo oportunidad de pelear por el campeonato mundial: andaban Eder Jofre, Harada, Joe Brown, Archie Moore, Carmen Basilio, Sugar Ray Robinson. Fui a la Arena Coliseo y vi al Chiquis Rosales ganar por nocaut en el tercer round; fui a la Arena México para ver a Joe Medel ganar por decisión al Toluco López, y luego, en la revancha, cómo lo noqueó (ese día pesqué una pulmonía que me tuvo fuera de circulación dos semanas); algunos miércoles, y todos los sábados, veía las funciones por televisión, y admiré peleas extraordinarias; me permitían verlas, porque la mayoría de las funciones estelares las arbitraba mi tío y me retetío Ramón Berumen (pocas veces, Tomás Escalera); un domingo, él, en las puertas de la Arena Coliseo, nos presentó a Blue Demon, y por la impresión me dio fiebre toda una noche; por el boxeo me aficioné a la lectura de La Afición; era una afición heredada; mis tíos paternos iban a la casa algunos sábados para ver la pelea, sobre todo si era de campeonato (nacional); mi padre intentó boxear, y aunque se retiró invicto, fue después de una única pelea. Mi abuelo paterno no se perdía una función en una arena Libertad, por la Lagunilla, con peleas amateur. Aunque seguí viendo peleas, me inculcaron la afición por el futbol cuando conocí a Humberto Huerta, Alfonso Rodríguez, y con ellos, y Jorge Sánchez López, por el futbol americano que entonces se restringía a los juegos de Poli-Uni; admiré a muchos; en éste, a Mario Yáñez Correa, sobre todo, y creo que fue el último en México que jugaba a la ofensiva como quarter back, como pateador de despeje y de campo, y como safety a la defensiva. El deporte permite admirar a los favoritos pero también a los contrincantes, y excluye el maniqueísmo. Como Baseball Digest decidió de manera unilateral cambiarme la suscripción por una de cruceros, perdí toda mi información de beisbol; ahora me conformo con ver, sin apasionarme, algunos juegos semanales, y con jornadas completas de futbol americano, y recuerdo con placer cuando, en la infancia, veía boxeo, lucha (no la recuerdo, mi tío Pepe me cuenta que me llevaba a una casa donde tenían televisión, y por 20 centavos nos dejaban ver las peleas), futbol, futbol americano; el beisbol, sólo hasta mi consolidación de la amistad con Cuauhtémoc Valdés y todos sus hermanos. Es una de mis maneras para envejecer más lentamente.

martes, 2 de octubre de 2012

Stone, Anthony, Marcie, Patty, Mamie, Eva

Según el registro de cndba, Sharon Stone ha protagonizado desnudos en 18 filmes, desde Diferencias irreconciliables (donde dicen que Shelley Long muestra más que en ninguna otra cinta, excepto Hello Again) hasta la segunda parte de Bajos instintos (o Instintos básicos); aunque muchos han sido muy audaces, ninguno más atrevido que el de Bajos instintos, hace ya 20 años, a los 34 de edad y en su esplendor; se sabe que hay por lo menos tres versiones de esa película, una de ellas exclusiva para Europa, donde la escena en que cruza y descruza las piernas y donde muestra que sólo usa Chanel#5, es más detallada y más lenta; de hecho, la fotografía de cndb está tomada de allí, y son muy visibles los labios vaginales de una muy atractiva Stone (aunque muchos prefieren la versión europea por la escena donde se muestran los labios vaginales de Jeanne Tripplehorn, violentada por Michael Douglas, a posteriori, como dirían Les Luthiers). ¿Por qué mencionar una cinta cuyos atractivos son los desnudos y no la previsible y sobrevalorada trama? ¿Por qué a Stone se le recuerda no por sus dotes de actriz mostradas cuando no se desnuda, y tampoco se le recuerda por su inteligencia, al parecer superior a su belleza, ni porque es una lectora voraz de poesía, entre ellas la de Octavio Paz? Porque entre sus 80 cintas filmadas ella ha dicho que la que recuerda con más agrado fue la primera que realizó, bajo las órdenes de Woody Allen. Ella la recuerda por el trato que él le dio, la amabilidad, aunque muchos actores se quejan de la frialdad de Allen al dirigir, de que a muchos sólo les da a leer su parte y desconocen de qué se trata la totalidad de la cinta (hay versiones encontradas de eso; lo curioso es que hay demasiados casos de actrices –y actores– que renuncian a los sueldos altísimos a los que tienen derecho por su fama y buena cotización, con tal de ser dirigidos por él, y hay que recordar también que muchas actrices han llegado a la cúspide de su carrera bajo su conducción). Lo curioso es que esa escena de Stone en una cinta de Allen dura unos cuantos segundos, se le ve apenas, de lejos, y no vuelve a aparecer, pero es inolvidable, por ella y por desesperante: en una cruel metáfora de la vida, el personaje de Stardust Memories ve con angustia que va en el tren equivocado, lúgubre, con pasajeros aburridos y tristes, mientras que en la otra vía está un tren luminoso, en plena fiesta, con una mujer esplendorosa, Stone, que va en una ruta opuesta. Impresiona lo que dura en la memoria una escena de apenas unos segundos. Allen utilizó también a otra mujer caracterizada por lo apasionado de sus personajes, lo tentadora que resulta su expresión de desvalida pero sensual, como Lyssette Anthony; aunque también ha hecho varios desnudos, algunos de ellos frontales, la imagen que viene a la mente cuando la recordamos son de escotes pronunciados pero no pasan de ser escotes; algunas de esas escenas son ingeniosas, como cuando Hugh Grant la admira desde arriba de un caballo, mientras ella se inclina ante su majestad, mostrando generosamente sus pechos, pero no completos. En Husbands and Wives Anthony hace el mejor papel de su vida, el de una rubia elemental, aficionada a los horóscopos o, mejor dicho, a la astrología; es una cultora de belleza que gracias a su belleza, su atractivo y su sexualidad omnipresentes y poderosos, seduce a un intelectual, y lo hace pasar vergüenzas cuando en una fiesta donde todos hablan de hombres ilustres, ella le pregunta a todos que de qué signo son. Hubo una época en que incluso los intelectuales buscaban afinidades entre signos zodiacales, y muchos leían sus horóscopos; un poeta no viajaba sin antes leer su horóscopo del día, hasta que alguien le advirtió que en vez de leer el suyo leyera el del piloto del avión; al ver las escenas de Anthony acechando a las otras invitadas, con los horóscopos y comentarios sobre peinados y vestidos es una delicia, y el de ella es un papel diferente al de otras heroínas de Allen, intelectuales atormentadas, o críticas hasta la exageración, como la Diane Keaton de Manhattan que se burla de la pronunciación de algunos nombres (Mahler, Beethoven), y que para coquetearle a Allen (quien ni siquiera es escritor sino guionista) le telefonea para preguntarle si ya leyó la sección de libros dominical del New York Times (y se lleva la respuesta adecuada: apenas voy en los anuncios de ropa íntima); las intensas protagonistas de Allen son complejas, atormentadas, sensibles, inteligentes, pero se complican la vida con mucha facilidad; resaltan la inocencia de Mariel Hemingway en Manhattan y esta Lyssette Anthony que encarna a una muy verosímil mujer lejana a las elites intelectuales pero que conquista a un hombre muchos más inteligente gracias a sus gracias físicas. Y hablando de horóscopos, no hay que olvidar a la inolvidable Mae West de I’m not an Angel, que rige su vida por ellos, y a quien adivinan su futuro (“conocerás a dos hombres…”); contra su lectura de horóscopos, opone un ingenio invencible y pícaro; no importa, porque se trata de otra cosa, su actuación no intenta convencer de que se trata de algo real; lo importante es que es una mujer contra los prejuicios, pero no como víctima sino como victimaria; la escena donde vence a cada uno de quienes intentan denigrarla en un juicio es divertidísima aunque sea previsible. Lo malo con Mae West es que, como en los cameos de Hitchckock, uno se distrae de la trama por estar pendiente de sus famosas frases; la más citada de las que dice en ésta es la “When I’m good, I’m very good, but when I’m bad, I’m better”, pero casi cada línea que pronuncia, excepto las de enlace, son memorables. Una diferencia más: Sharon Stone despliega su belleza con una estatura de 1.74 metros; la frágil y al parecer indefensa Lyssette Anthony no parece medir el 1.70 que dice su biografía que es donde caben sus atributos (no queda más que pensar en los versos de Vinicius de Moraes); Mae West, el primero y uno de los más duraderos símbolos sexuales del cine, apenas medía 1.55 (lo que hace pensar en otro verso de Vinicius de Moraes). *Hay amores eternos que dura lo que dura un triste invierno, dice más o menos Joaquín Sabina; uno se pone a pensar que si Charlie Brown no duró enamorado para siempre de la chiquilla pelirroja, ¿los mortales podrán durar toda su vida enamorados dce un ideal femenino? Durante 1983 y 1984, en los 731 cartones publicados esos dos años no se nombró una sola vez a ese personaje que nunca vimos pero siempre presentimos, fuimos testigos de la turbación de Charlie Brown al mirarla desde lejos, su enmudecimiento cuando pasaba cerca, la vez que se paralizó de nervios cuando ella se apareció en uno de los juegos de su espantoso equipo de beisbol, y por ello debieron sacarlo del juego –y la de malas: Linus lo suplió y consiguió uno de los escasísimos triunfos del equipo desde 1951 hasta 2000; y lanzó tan bien que la chiquilla pelirroja lo premió con un abrazo, que le tocaba a Charlie Brown, pero el destino los separó; en alguna de las historias aledañas, no las que aparecían en los diarios, seis a la semana y uno doble los domingos, fue su compañera en un baile escolar, y lo premió con un beso, pero esas historias (excepto quizá It was a dark and stormy night –los fanáticos saben de qué se trata) no cuentan; son como las cintas, que no logran recrear la atmósfera de la tira diaria. Durante los primeros años Charlie Brown fracasa en los deportes (la mayoría de las veces, por ineptitud de su equipo, aunque lo culpan a él), no recibe tarjetas el Día de San Valentín, no tiene las calificaciones que merece su inteligencia, mira la vida con mortal enojo, lo descalifican en los concursos de spelling (a causa de su desmedido amor por el beisbol) y sin embargo es el líder de la pandilla que congrega a niños de todas las características; algunos van diluyéndose al grado de que aparecen una o dos veces al año; otro cobran tanta importancia como el mismo Charlie Brown, como los hermanos Van Pelt, Linus y Lucy (el tercero sale pocas veces, aunque de manera decisiva), el pianista Schroeder, quien es el que más se le acerca y lo comprende, aunque es muy aislado. Su ídolo en el beisbol (aunque admira a los ahora inmortales) es tan malo que lo despiden incluso de los equipos de Ligas Menores. Se enamora de la chiquilla pelirroja; alguna vez está a punto de hablarle, para regresarle un lápiz mordisqueado que se le cayó, lo que lo hace comprender que es humana: el miedo lo detiene todas las veces; Linus sale al rescate, pero se convierte en héroe cuando hace huir a unos que la molestan: Charlie Brown es enemigo de la violencia, y de cualquier manera no puede enfrentarse a los villanos. Un día, a mediados de los años sesenta conoce a Patricia, una niña que vive al otro lado de la ciudad, y que es extraordinaria en los deportes; rompe el equilibrio que había en la no muy hermética pandilla, se hace amiga de todos, en especial de Snoopy, la mascota ingrata de Charlie Brown. Pasó algún tiempo, y también lo inevitable; ella, la Peppermint Patty (no tanto por las pecas sino por el salero con que vive la vida, fracasa en la escuela, y representa lo opuesto a todos los demás personajes), se da cuenta que se enamoró de Chuck Brown, como ella le dice (le cambia el nombre a todos), y lo lamenta: “¿Cómo pude enamorarme de alguien a quien poncho con tres rectas seguidas?”. Charlie ni se da cuenta, porque él sigue enamorado de la chiquilla pelirroja. De hecho, no deja de estarlo, o de creer que lo está; en 1986 se decide a hablarle en dos ocasiones; en la primera ella se limita a darle la hora, en la segunda una lluvia impide el acercamiento; por ello, ni caso hace del enamoramiento de Patty, o Patricia, como le dicen en la escuela; ella no sufre por ello, sólo se deprime un poco, y no llega a los grados de humillación de Lucy por Schroeder o de Sally por Linus(qué bueno que no aparecieron los puritanos que protestaban por estos temas en una tira con personajes infantiles, aunque representaban problemas de mayorcitos); pero aparece Marcie: se considera fea, no tiene habilidades deportivas, se desespera de la incapacidad de Patty en tareas escolares, y a veces se deja contagiar por ella; son opuestas en casi todo, excepto en que ninguna es bella, pero son muy amigas; y como suele suceder, Marcie se enamora de Charles (así le dice) Brown; cuando él sufre una lesión y es hospitalizado por varios días, ella lo vela en un parque, frente al sanatorio, y le grita que lo aman (Sally Brown no tanto: como en cada vez que él sale de viaje o se extravía, la hermana se muda a su recámara, suponemos más grande que la de ella); pocas series son tan conmovedoras como ésa, y donde el lector intuye que, de esa manera inesperada, ella se siente atraída por alguien que tiene, supuestamente, todos los defectos (aunque el lector común se identifica con él más que con cualquiera otro personaje). En 1983, cuando está de campamento como en cada periodo vacacional, Marcie le escribe, y le reclama que no le conteste; Patty se pone celosa y le escribe; ambas exigen respuesta, pero Charlie Brown no puede vencer la timidez, por más que Sally lo increpe: “kiss her, you blockhead!”. Aunque cada vez aparezca menos, aunque no sea continua su presencia, la chiquilla pelirroja sigue en los sueños de Charlie Brown. La tira comenzó a publicarse el 2 de octubre de 1950, hace 62 años, y nunca envejeció. Y es curioso cómo Charlie, enamorado de una, no advierte que dos se enamoran de él. *¿Son peligrosas las mujeres? Mark Gastineau había cumplido 30 años, y fue el primer jugador de la NFL en conseguir cien capturas y media de mariscal de campo; era imparable, ninguna línea ofensiva podía detenerlo, y los mariscales contrincantes se veían constantemente en el suelo, mientras su verdugo emprendía un baile bastante ridículo pero que pronto se hizo popular; era el mejor jugador a la defensiva no sólo de su equipo, sino de las dos conferencias. Como ahora es muy común, aunque antes no tanto (bueno, sólo Mamie van Doren irrumpió en la vida de Bo Belinsky, lanzador de los Ángeles de Los Ángeles –luego Serafines, luego de Anaheim—, y de ser el mejor pitcher de su equipo, fue decayendo hasta terminar con marca de 28-51 de por vida; de nada le valió ser el primer lanzador de aquel equipo en tirar un juego sin hit ni carrera; se dice que aparte de aquella voluptuosa y mala actriz fue seguida en la vida de Belinsky por Ann Magrett, Connie Stevens y Tina Louise. Pese a su efímera carrera, seguramente no se quejó; murió relativamente pronto; antes que él, Babe Ruth cortejó a varias actrices de teatro de Broadway, pero ninguna lesionó su carrera; Joe DiMaggio fue lo suficientemente inteligente como para entender que no podía combinar el beisbol con su romance con Marilyn Monroe, y prefirió retirarse aunque Yanquis le ofreció el salario más alto para aquella época: 105 mil dólares por la temporada de 1952; hace poco, Jessica Alba desestabilizó la carrera de Derek Jetter, pero cuando el contagio fue también orgánico –un herpes indiscreto–, Jetter se deshizo de ella y está por completar una carrera íntegra y lujosa, lo que no sucede con Álex Rodríguez, quien con sus romances, sobre todo con Cameron Diaz, ha perdido la categoría de superestrella), Gastinieau conoció a Brigitte Nielsen, y se enamoró de ella; Nielsen había tenido romances con Tony Scott, con Schwarzenegger y un matrimonio con Sylvester Stallone. Después, anduvo con muchos más, ya no era Nadia para nadie. Nielsen consiguió que Gastineau se retirara cuando le hizo creer que estaba enferma de cáncer. Cuando él se dio cuenta de la mentira, ya era tarde, no pudo regresar al juego, y en cambio ha caído en la cárcel por violencia doméstica, y tuvo que allegarse a un ritual religioso para corregirse. En el futbol americano, Jessica Simpson por poco echa a perder la carrera de Tony Romo, aunque éste sigue jugando como si estuviera celoso todo el tiempo de la muy coscolina y descuidada Simpson (abundan en youtube los videos donde ella muestra su intimidad azul celeste, como en un poema de Roberto Fernández Iglesias); y ahora Mark Sánchez puede peligrar, porque cayó en las garras de Eva Longoria, quien ya sufrió una infidelidad y no está dispuesta a que no le haga caso el mariscal de Nueva York. ¿Cuántos escritores mexicanos podrían aconsejarlo porque vivieron eso en carne propia, aunque conocían la historia de Pigmalión?