miércoles, 26 de marzo de 2008

El quinto beatle

El lunes 24 de marzo falleció, a los 66 años de edad, Neil Aspinall, conocido como el road manager de los Beatles, y quien estuvo con ellos desde que se iniciaron como conjunto y más allá, pues siguió manejando la Apple y participó en la grabación de la mayoría de los discos póstumos.
Los cables, que reprodujeron muchos medios, afirman que se le puede escuchar en "Yellow Submarine"; tal vez, aunque es difícil distinguirlo entre el cúmulo de voces que hacen coros, incluidos Mal Evans, George Martin, Geoff Emerick; no fue la única pieza en la que participó: tocó una de las armónicas en “Being for the Benefit of Mr. Kite” (con Mal Evans), y más sorprendentemente, la tamboura (instrumento hindú), con George Harrison, en “Within You, Without You”; obviamente, sin crédito, porque sólo se lo dieron a Billy Preston, a Anil Bhagwat y a Alan Civil; no a Eric Clapton, Brian Jones, Nickie Hopkins, Mick Jagger, Keith Moon, Keith Richard, Gary Broker o Marianne Faithfull.
Aspinall, quien nació un 13 de octubre (como Paul Simon y Charles M. Schulz; como, oh no, Margaret Thatcher y, oh no, Mary Osmond), ha sido llamado el Quinto Beatle, con suficientes méritos para ello: se le considera la persona más cercana al conjunto a lo largo de 45 años; fue quien los presentó con Pete Best, fue su chofer (quien conozca el mundo del rock sabe que un chofer es mucho más que eso: es cuidador, guarura, afina los instrumentos y los cuida más que los músicos, suple a los faltistas, capotea a las admiradoras --y se queda con alguna--, consigue contratos; nada más hay que pensar en lo importante que fue Ian Stewart para los Rolling Stones).
Neil Aspinall les consiguió la chamba en el Casbah Club, y renunció cuando Brian Epstein corrió a Pete Best, pero éste lo convenció de que no lo hiciera, pese a que cuando pidió explicaciones, Lennon, con la arrogancia tan suya, le espetó: “nada tienes que ver, sólo eres el chofer”.
Fue gente muy cercana al conjunto, aunque no tan ambicioso como Mal Evans ni tan indiscreto como Peter Brown (a quien Lennon saluda en “La balada de John y Yoko”), quien fue el que chismeó uno de los secretos más bien guardados durante mucho tiempo: que Harrison le pedaleó la bicicleta a Ringo, con lo que se desató el divorcio de Ringo y Maureen, el desconsuelo de Patty Boyd a quien Clapton consoló más de lo debido; ahora todos lo han manejado, incluida Boyd en su sabrosa autobiografía, pero cuando lo reveló Brown nadie lo sabía; eso le costó la chamba en el emporio beatle, uno de los más sólidos del mundo.
¿La cercanía con ellos es suficiente para ser nombrado el quinto beatle, o es el sentimentalismo por el fallecimiento? Las palabras de Ringo y Paul son significativas, y los pleitos que tuvieron ya se han desvanecido. Y sobre todo, que hay muchos quintos beatles en la historia.
Hace unos años, la revista Like a Rolling Stone hizo un recuento, que era muy cruel, porque ponía los méritos para ese nombramiento, pero también las causas por las que no deberían recibirlo; por desgracia, no tengo la revista, que además contenía la fotografía más erótica de Linda Rondstantd.
Algunos de los quintos beatles son:
Stu Sutcliffe, el amigo más cercano de Lennon, integrante del conjunto desde el primer momento, el primer bajista, y quien inyectó el aura intelectual que siempre los privilegió; considerado el inteligente del grupo, su influencia duró mucho tiempo; fue víctima de la violencia con la que se llevaban antes de ser famosos, y renunció porque nunca aprendió a tocar (lo hacía de espaldas para que no se dieran cuenta, y además fue uno de los misterios que los beneficiaron); se relacionó con Klauss Voorman, a quien le dio baje con Astrid Kirchherr, la fotógrafa que les dio la imagen que los hizo famosos desde sus primeros discos. Vivía con ella cuando lo atacaron los dolores de cabeza que fueron los síntomas del tumor que lo mató en 1962, a los 21 años de edad; algunos consideran que fue consecuencia de una pelea entre todos, en la que recibió puntapiés en la cabeza.
Klauss Voorman, músico e ilustrador que llegó a ser bajista de Manfred Mann, tocó con Ringo y con Lennon en discos solistas, hizo la portada de Revolver, ilustró el cuaderno que acompañó al disco Ringo, e hizo la portada de Wonderwall, de Harrison; un dato curioso; en Popeye, la cinta de Robert Altman, aparece Voorman como el picoro en una pelea de boxeo, y participa como músico de la película con, entre otros, Harry Nilsson, Ray Cooper, Doug Dillar, Van Dyke Parks (coautor de “Good Vibrations”) y The Misterious Karsten (al órgano; considerando la fecha de la filmación, se ve que coincide con “the lost weekeend” de Lennon, en la que alternó con Harry Nilsson, Keith Moon, Ringo y Klaus Voorman). Voorman fue otro de los que estuvieron siempre cerca de Beatles.
Brian Epstein, su manager, también fue considerado el quinto miembro del grupo; poco mayor que ellos, los uniformó, los “adecentó”, tramitó los contratos, los hizo millonarios (él, primero que ellos, desde luego), los hizo famosos mundialmente; se enamoró perdidamente de Lennon, quien se burló de él al cambiarle el título de su libro Un cuarto lleno de ruidos (noises) por el de Un cuarto lleno de muchachos (boys), en referencia a su homosexualidad; sin embargo, también se afirma que Lennon cedió a sus peticiones, y sostuvieron un breve encuentro más sexual que sentimental en España, cuando Lennon filmaba How I won the war. La muerte de Epstein, aparentemente por una sobredosis de drogas, fue el principio del rompimiento del conjunto, porque Paul quiso tomar las riendas, y ante el fracaso administrativo, vinieron las contrataciones de Allen Klein y la del suegro de Paul, Lee Eastman, las causas principales de la ruptura.
Desde luego, Pete Best, el baterista anterior a Ringo, de quien decían que era el mejor músico (se le escucha muy bien, aunque sin mucha imaginación, en el disco donde acompañan a Tony Sheridan), además de ser el más popular entre los jóvenes que iban a escucharlos al Cavern, propiedad de la señora madre de Best; nunca ha terminado de rumiar el rencor, ha grabado un par de discos que por desgracia sólo le interesan a los que quieren tener todo lo de la beatlemanía; escribió un libro con un excelente título, The Best of the Beatles, donde sigue afirmando que hubieran sido mejor con él que con Ringo.
George Martin, el productor de todos los discos del conjunto y de otros patrocinados por Epstein; los hizo excelentes músicos, dio rienda suelta a la imaginación, y les permitió desplegar todas sus habilidades: tocaban con excelencia varios instrumentos, algunos inusuales en el rock, como clavicordios, flautas, baúles, cencerros, lavaderos; puso cintas al revés, él mismo participó en muchas piezas tocando sobre todo piano (hay piezas donde sólo hay el bajo de Paul y el piano de Martin; en “Rock and Roll Music” se escuchan tres pianos; es uno solo, tocado simultáneamente por Paul, Lennon y Martin, lo que le da mucha energía); hizo cosas extrañas, como un diálogo entre pianos, eléctrico y acústico; sin embargo, el reciente Love, disco al que la revista Uncut califica como el Código Da Vinci del rock, muestra que o no era tan bueno y sólo encauzó a Beatles, o que ya está chocheando.
Richard Lester, por lo regular excelente director cinematográfico, hizo con ellos A Hard Day’s Night y Help! y con Lennon How I won the war; las dos primeras los glorificaron, son muestras de su talento histriónico pero también de que eran figuras no sólo de la música, y ayudaron a la imagen del grupo como esencia cultural, más allá de su condición de ídolos juveniles; la tercera es parte del derrumbe de la figura del angry young man, y también un alegato contra la guerra. Lester dirigió otras cintas excelentes, como El ratón en la luna, Petulia, El knack y cómo lograrlo, Robin y Marian y la saga de Los tres mosqueteros, El cuarto mosquetero y Veinte años después. Like a Rolling Stone lo descalificó recordándonos que también dirigió Superman III.
Billy Preston. Cuando estaba más fuerte el pleito entre los cuatro, Lennon pensó en correr a Paul y reintegrar el conjunto con Klauss Voorman como bajista y Billy Preston en los teclados; la formación sólo grabó una pieza: “I’m the Greatest”, incluida en Ringo, aunque hay una versión en la que Lennon es quien canta (y que muy pocos tenemos). A Preston le dieron crédito en Let it Be: Los Beatles con Billy Preston (no está en los compactos, pero sí en la primera edición en acetato. Se le puede ver y disfrutar en el concierto para Bangla Desh, y opacado en Let it Be, la cinta testimonio de lo mal que se llevaban y lo bien que tocaban.
Mal Evans, amigo cercano a Harrison, quien sugirió que lo contrataran como guarura en Cavern, debido a su estatura, descomunal para la época y para cualquier actividad no deportiva, siempre estuvo también junto a ellos manejando cuestiones de prensa y publicidad, publicó una revista mensual que contribuyó a la popularidad del grupo, viajó con ellos en todas sus giras, y se le puede escuchar en varias piezas: toca órgano en “You won’t see me”, armónica en “The Benefit of Mr. Kite”, piano en “A Day in the Life”, pandereta en “Dear Prudence”, trompeta en “Helter Skelter”, sonidos metálicos en “Maxwell’s Silver Hammer”, y hace coros en, entre otras, “Yellow Submarine” y “You know my name”; es el nadador que aparece en medio y al final de Help!; fue asesinado por la policía en Los Ángeles cuando, en un ataque de depresión, amenazó a los genízaros con una pistola de aire. Coescribió un libro, Living the Beatles Legend.
Tony Sheridan, muy buen cantante que pidió lo acompañaran en un disco en el que, sin él, grabaron sus dos primeras piezas: "Ain’t she sweet" y "Cry for a Shadow", la única firmada por Lennon-Harrison. Una de las canciones del disco, "My Bonnie", cobró gran popularidad, gracias a que un disc jockey,Bob Wooler, la tocó repetidamente, y Brian Epstein compró 200 ejemplares para su tienda, y vendió 144 en una semana; los buscó, los contrató, y de allí pa’l real. Sheridan, excelente cantante, fue opacado por la leyenda, no hizo la carrera que se merecía, y de vez en cuando hace giras en las que se anuncia como el primer cantante que tuvieron los Beatles.
Like a Rolling Stone también incluyó a Yoko Onno como un quinto beatle.

viernes, 21 de marzo de 2008

Pecados mexicanos

Dice Vicente Leñero en Redil de ovejas que los pecados del mexicano caben en un dedo: uña y carne; parece, por las últimas tendencias, que en realidad van de la gula a la lujuria: de la pierna horneada a las piernas torneadas.

jueves, 20 de marzo de 2008

Las ediciones totalizadoras de Paz (2)




Con la edición de 1958 de Libertad bajo palabra, Paz dio por cerrada una etapa de su obra poética; en 1962, con Salamandra, entró a una rica etapa de todo tipo de experimentación estructural, lingüística, llena también de silencios, de monólogos internos; poesía difícil de declamar, exige entrega del lector, sin embargo. La edición, de una Joaquín Mortiz recién nacida, estuvo corregida, como la mayoría de los libros de ese sello, por el propio Joaquín Díez-Canedo, director de la editorial, y por Bernardo Giner de los Ríos, y como todos los de la colección La Otra Orilla, es sobria: portada amarilla sin más detalles que el título, el nombre de Octavio Paz, y abajo el emblema de la editorial, calado en blanco; carece de solapa y de cuarta de forros. Era una edición para lectores de poesía.
Los mil ejemplares de Salamandra duraron más de siete años, pues la segunda edición, corregida, es de 1969, y tuvo tres mil ejemplares; ya más conocido por su renuencia a participar en las Olimpiadas Culturales de 1968, su renuncia a la embajada en la India, su regreso a México y el anuncio de la formación de un partido político de izquierda, junto a Carlos Fuentes y a Heberto Castillo, lo convirtieron en uno de los héroes culturales de un México que parecía estaba por cambiar. Así, los tres mil ejemplares duraron menos tiempo: en 1972 apareció la tercera edición. Hay que especificar que a raíz del Premio Nobel, todos los libros de Paz en esta colección han aparecido encuadernados en pasta dura.
Su siguiente título, Viento entero, es otra plaquette, editada en Delhi, por The Caxton Press, sin paginar, fechada en 1965, limitada a unos cuantos ejemplares y que no ha circulado en México más que en unas cuantas manos privilegiadas. Puede leerse en Ladera este.
También para unos cuantos fue Blanco, famosa edición diseño de Vicente Rojo y Bernardo Giner de los Ríos, de una sola página de 522 centímetros de largo, con tipografía roja y negra, y que puede leerse de tres maneras, cuando menos. Viene en un estuche de cartón, y es de las ediciones más bellas, no sólo de Paz sino de la industria editorial mexicana. Apareció en 1967.
La segunda edición, de 1972, tenía una ventaja sobre la primera; el estuche tenía cejas a los lados, para facilitar el manejo del libro. Las dos ediciones fueron de Joaquín Mortiz. Un raro y explícito colofón aclara que la primera edición es de 550 ejemplares, numerados del 001 al 550, más 29 ejemplares de la A a la Z, que no estaban destinados a la venta.
La tercera edición, coeditada por El Equilibrista y El Colegio Nacional, imita a la primera pero tiene una explicación adjunta que duplica el precio. Está firmada por Paz, también a mayor precio.
Los Discos Visuales, cuatro discos de cartón con aberturas en las que, al girar, se van leyendo un poema en cada uno; fueron publicados por Era en 1968, en edición limitada a 200 ejemplares, y que son envidia de los que no lo tienen, y que son capaces de cambiar su edición del libro-maleta El castillo de la pureza, con tal de verla y manipularla. Su manufactura carísima ha impedido su reimpresión.
En 1969, luego de la renuncia de Paz a la embajada en la India, por la matanza de Tlatelolco, aparecieron dos libros con marcado tono político: el primero fue La centena, antología de cien poemas publicada por Barral Editores; la selección, del propio Paz, da la apariencia de una militancia política muy radical de izquierda. El poema con el que Paz renunciaba a participar en la Olimpiada Cultural y que habla del 2 de octubre, mereció un público numeroso y ardiente y fanático, aunque no por ello menos buen lector, y que le dio a Paz una nueva generación de seguidores. Una segunda edición de 1972 muestra la popularidad de este libro, en el que están incluidos los Topoemas y, completo, Blanco. En algunas páginas de Internet este libro se ofrece a cerca de mil euros.
El segundo libro de ese año fue Ladera este, que recoge la poesía de Paz de 1962 a 1968; pese a su carácter experimental, es muy político, gracias a las “Intermitencias del Oeste”. Incluye Blanco, con un formato más tradicional; la primera edición apareció encuadernada, con tapas blancas con título y crédito, más un par de viñetas. en negro, calados; el colofón que trae fecha del 30 de mayo de 1969, da cuenta de 3,150 ejemplares, numerados. Una segunda edición, de julio de 1970, da cuenta de la creciente popularidad de Paz. Están incluidos en sus páginas los Discos Visuales, los Topoemas y Blanco.
Los Topoemas, que habían aparecido en la Revista de la Universidad de México, fueron editados por Era en 1971, otra edición limitada: seis poemas impresos en hojas sueltas guardadas en un gran sobre blanco. Los 200 ejemplares están numerados y firmados por Paz (el mío es el 154).
Ya metido de plano en la experimentación, también en 1971 apareció Vuelta (como habría de llamarse su revista, y otro libro, pocos años más tarde), en Ediciones El Mendrugo, donde la poetisa argentina Elena Jordana (Amores 109 era la dirección) hacía libros utilizando papel de estraza y cartón de desecho, con obras de Marco Antonio Montes de Oca, José Joaquín Blanco, Nicanor Parra y otros.
El Vuelta de Paz es un solo poema (dedicado a José Alvarado) en 16 páginas, incluidas en ocho cartoncillos, amarrados con un lazo azul. Tiene un dibujo de Kasuya Sakai; el poema está fechado el 2 de junio de 1971, pero en la edición no figuran datos, aunque se sabe que se editaron 75 ejemplares, firmados por el autor (“Cordiales saludos. Octavio Paz”) y tiene unas siglas (A/P), al menos en mi ejemplar.
Igualmente bello, aunque no tan raro, es Renga, poema escrito a cuatro manos, por Jacques Roubaud, Edoardo Sanguineti, Charles Tomlison y Paz, cada quien en su idioma. Viene precedido por una introducción de Claude Roy, un prólogo de Paz, y ensayos de Roubaud y Tomplison; están traducidos por Salvador Elizondo. La edición, de Joaquín Mortiz, es sobria y elegante. La portada amarilla disimula la extravagancia del formato horizontal; recuerda la de Salamandra.
Después aparecieron dos ediciones simultáneas de Pasado en claro, en 1975, cuando Paz volvió a publicar en el Fondo de Cultura Económica. Una, popular, de 44 páginas, con formato pequeño, con portada blanca y lomo rojo, y otra de lujo, en un estuche de cartón, diseñada por Vicente Rojo y corregida por Adolfo Castañón y Ana María Cama, de gran formato y escasa venta, pues sus 500 ejemplares numerados y firmados por el autor, se tardaron años en venderse (nota personal: mi ejemplar es el 111).
En 1976 apareció Vuelta, en Seix-Barral, cuando Paz comenzó a publicar, a veces simultáneamente, en España y en México; contiene algunos de los mejores poemas de la etapa posterior de Paz, pero también alguno de los menos memorables. Durante mucho tiempo carecí de esta edición, pues mi ejemplar se lo quedó el doctor Nájera y Felipe Garrido no pudo hacer nada por recuperarla.
Los Hijos del aire, de 1979, es una edición bilingüe, con Charles Tomlison: rara, con un extraño número de 391 ejemplares, 16 numerados con romanos; de los 375 sobrantes, 75 llevan una ilustración de Tomlison y están firmados por los autores. Los otros 300 sólo están numerados, y a pesar de eso costaban 200 pesos de aquella época. Tal vez porque están hechos a mano.
Después, en 1979, se habló de la candidatura de Paz al Premio Nobel; entonces apareció Poemas (1935-1977), que es otro intento de reunión de toda la poesía de Paz, ahora por las series Libertad bajo palabra, Salamandra, Ladera este, aunque con una nueva división, que agrega La hija de Rapaccini, obra de teatro descrita para Poesía en Voz Alta, que tiene su edición definitiva en Era (una menos bella, en Plaza y Valdés), aunque antes fue publicada en diversas antologías de teatro, y con un fragmento de ¿Águila o sol?, en Alianza Cien, en uno de los intentos, fallidos, de libros populares.
Están también incluidos Días hábiles y Homenaje y profanaciones, Sólo a dos voces, Hacia el comienzo y Blanco (que eranj partes de Salamandra y Ladera este), además de los Topoemas, Vuelta y Pasado en claro. Incluye El mono gramático, de Seix-Barral, que hasta entonces se había considerado de prosa y ensayo.
Hay una edición posterior, de 1988, con lo publicado después de éste: Kostas y Árbol adentro; Kostas, de 1984, incluye una traducción al francés de Claude Roy; Árbol adentro, de 1987, apareció en Seix-Barral, con cuatro secciones, y en una de ellas, Kostas. Cierra el volumen con una explicación de algunos de los poemas, que, como dice el propio Paz, es prescindible.
Con la edición de los Poemas, muy bella y también en un estuche azul muy incómoda, fue la quinta vez que Paz recopilaba su poesía; hay algunas antologías, nada memorables excepto una, pero por el espantoso título de Lo mejor de Octavio Paz. La edición de los tomos XI y XII de las Obras completas, que son los más elegantes y mejor editadas de la colección (imprime Blanco en páginas azules y tipografía a dos tintas), es el intento definitivo de reunir (con los poemas en el tomo XIII) toda la obra poética de Paz y pese a todas estas ediciones, siempre se lee como si fuera nueva.
(Esta segunda parte es una versión muy corregida del artículo “Las ediciones totalitarias de Paz/ II, aparecido en El Financiero el 23 de septiembre de 1997; no hablo de Vrindaban y otras ediciones que enumera Hugo J. Verani en la Bibliografía crítica de OP, porque no las conozco; son demasiadas ediciones de unos cuantos ejemplares, acompañadas de litografías, de muy limitada circulación, o nula. Admito mi envidia hacie quienes lo tienen, y mi incapacidad económica parea adquirirlos, y sobre todo para guardarlas. Estas notas no quieren ser críticas de la poesía de Paz, sólo un recuento de sus ediciones que están compuestas de tirajes raros, limitados, y casi todas, de gran gusto y belleza editoriales. Y pronto, un recuento de las rarezas bibliográficas de Paz de sus obras en prosa.)

viernes, 14 de marzo de 2008

Las ediciones totalizadoras de Paz (1)






La muy compleja bibliografía de Octavio Paz, sobre todo en lo que se refiere a sus libros de poesía, es como para enloquecer a cualquiera que intente tenerla completa.
Su primer título, Luna silvestre, bajo el régimen actual de lo que se considera libro, es apenas un folleto de 35 páginas (según la Bibliografía crítica del especialista –y buen amigo— Hugo J. Verani, publicada por El Colegio Nacional) que no aparece en ninguna de las recopilaciones posteriores, ni siquiera en Poemas 1935-1975, que es la suma de su obra en este género. Apareció finalmente para los lectores actuales hasta el tomo 13 de las Obras Completas (Fondo de Cultura Económica, basadas en la edición de Círculo de Lectores, que es casi imposible conseguir, completa, en México).
Editado bajo el sello de Fábula, es inencontrable ni siquiera en las mejores bibliotecas públicas mexicanas, lo mismo que el célebre ¡No pasarán!, cuya supresión o modificaciones han provocado muchas suspicacias y que Paz justificaba en bien de la estética. Esta plaquette, mítica, reapareció en el tomo 13 de las Obras, dedicado a escritos misceláneos, junto a las primeras ediciones que se describirán en estas líneas.
Pero ninguno de estos títulos se encuentran en los portales donde se ofrecen títulos agotados o raros, porque además, como apunta Verani, su tiraje fue mínimo, 30 ejemplares en el caso de Luna silvestre.
Su primer libro formal, aunque de apenas 62 páginas, es Raíz del hombre, conjunto de 16 poemas que en libros posteriores aparece a veces como uno solo, y a veces como poemas separados aunque de temática similar. Publicado en 1937 por Simbad, como ¡No pasarán!, no es una edición particularmente bella ni muy destacada, aunque se cuida de dejar falsas tras los títulos de los poemas, con tipos de 14/16, en bold, y grandes capitulares. El tiraje, que no consigna Verani, fue de 600 ejemplares y el colofón, fechado el 3 de enero, delega el cuidado de la edición a Ángel Chápero.
Su cuarto título, del mismo año, está fechado en Valencia, Bajo tu clara sombra y otros poemas sobre España, consta de 47 páginas, incluida la “Noticia” de Manuel Altolaguirre. Éste es el poemario más polémico, por el carácter político que tenía el Paz partidario de la República Española, y que muchos de sus lectores hubieran querido que usara en todo lo que ha escrito. Uno de los poemas, "Elegía a un compañero muerto en el frente de Aragón", es uno de los que ha sobrevivido desde el principio.
Otra plaquette, Entre la piedra y la flor, fue publicada en 1941; tan desconocida como la primera, una segunda edición en 1956 apareció en Ediciones Cívicas Yucatán; la de Nueva Voz, de 15 páginas; la yucateca, de 19. Como Pellicer con los “Esquemas para una oda tropical”, Paz reescribió este poema en varios intentos, sin que quedara nunca satisfecho.
En algunos tianguis y en algunas librerías de viejo es posible conseguir, no demasiado caro, el sexto título de poesía: A la orilla del mundo, pese a que sólo aparecieron mil ejemplares, 900 encuadernados a la rústica, y cien encuadernados en piel y firmados por el autor, al cuidado de Agustín Velázquez Chávez. En la portada se consigna que se trata del número 2 de Poesía Hispanoamericana; en la portadilla se repite el título, pero en la portada interior se amplía; se trata de la primera de las compilaciones de la poesía completa de Paz, pues tal como se especifica en esa página, se incluyen los títulos Primer día, Bajo tu clara sombra, Raíz del hombre y Noche de resurrecciones. Dos de esos títulos no aparecieron de manera individual.
En la página legal, bilingüe, se acredita la edición a la Compañía Editora y Librera ARS, en Washington, pero fue impresa en México “durante el mes de julio” de 1942, en la Cooperativa Talleres Gráficos de la Nación.
Siete años después, en 1949, apareció la primera edición de Libertad bajo palabra (al que Paz consideraba su primer libro --"Mi primer libro, mi verdadero primer libro..." [Advertencia, en Poemas, Seix-Barral, 1979--, bajo el sello de Tezontle, que era una especie de colección para becarios del Colegio de México, pero hecho en los talleres del Fondo de Cultura Económica. En la portada interior, al título general se agregan otros: A la orilla del mundo, Asueto, Vigilias, El girasol, Puerta condenada e Himno entre ruinas. Ninguno de éstos había aparecido antes, porque incluso el único título conocido, “A la orilla del mundo”, no tiene uno solo de los poemas incluidos en el libro de 1942, aunque en la página 3, en la noticia de otros libros del autor queda consignado, al igual que Entre la piedra y la flor.
Un curioso número de mil cien ejemplares, bajo el cuidado de las manos míticas y milagrosas de Francisco Giner de los Ríos y su cuñado Joaquín Díez-Canedo, de que consta la edición, aparecida el 18 de agosto, con tipos Bodoni de 10/12 y 8/10, en los talleres de la Gráfica Panamericana, entonces en Pánuco 63.
La viñeta de la portada la realizó Ricardo Martínez, quien añadió a la firma su segundo apellido: De Hoyos; hay que recordar que era hermano del igualmente excelente actor Jorge Martínez de Hoyos.
Este tomo, de poemas no incluidos en volúmenes anteriores, fue la base de su poesía posterior hasta la aparición de Salamandra. Aquí tampoco está incluida la “Elegía a un compañero muerto en el frente de Aragón”.
Su octavo título, ¿Águila o sol?, ha permanecido invariable, sólo ha cambiado de editorial: la primera fue en Tezontle, en 1951; la segunda, y las posteriores reimpresiones, en la Colección Popular del FCE, y se incluye en todas las variantes de obras completas sin añadidos ni supresiones; hay una edición conmemorativa muy bella y muy barata, que sustituye a la primera edición, a quienes no la tenemos; está ilustrada por una viñeta de Rufino Tamayo, uno de los iconos de Paz. Tampoco aparece en las ofertas de Internet.
También a Tezontle pertenece la bellísima edición de Semillas para un himno, una de las joyas elitistas de 275 ejemplares, todos firmados por Paz, y de los cuales 75, numerados, no se pusieron a la venta. Otros nombres célebres aparecen como responsables de su cuidado: Joaquín Gutiérrez Heras y Alí Chumacero. Las 59 páginas foliadas, excepto el índice, aparecen tal como en ediciones subsecuentes, aunque nunca ha merecido una reimpresión, que valdría la pena por su belleza tipográfica, pues a la elegancia del Bodoni se suma la sobriedad del diseño, en tipos de 12/16; se terminó de imprimir el 20 de noviembre de 1954, lo cual es de dudar pues fue día feriado.
Una rareza tipográfica fue Piedra de sol; a ella me referí en La edición conmemorativa…, que puede encontrarse en este mismo blog; sólo hay que añadir que aunque hay una edición facsimilar, no ha aparecido la edición de lujo, prometida para principios de enero; sólo hay que decir que el poema fue incluido en todas las obras completas y las antologías, y otras antologías, pero como edición sola reapareció hasta 1977, con el número 7 de Material de Lectura, a cargo de Humanidades de la UNAM, con Guillermo Sheridan como editor, aunque a cargo del departamento estaban Manuel Núñez Nava y (el Lic.) Hugo Gutiérrez Vega al frente de Difusión Cultural. En vez de la nota explicatorio tiene una introducción de Ramón Xirau. Otra edición, de Cultura de la Ciudad de México y Clío, fea, añade un par de erratas; la edición conmemorativa verifica que no hay erratas, pero sí un par de páginas mal impresas.
Piedra de sol fue incluido en La estación violenta, número 42 de Letras Mexicanas, del FCE, edición de dos mil ejemplares a cargo del propio Paz y de Alí Chumacero; la primera edición tiene fecha del 15 de agosto de 1958, y contiene íntegro “Himno entre ruinas”, que cierra Libertad bajo palabra, y agrega varios poemas sueltos, incluida Piedra de sol, que desde entonces cierra la primera etapa de la poesía de Paz.
Ha tenido cuando menos una reimpresión que reproduce la elegancia de la primera edición.
En 1960 aparece otra vez Libertad bajo palabra, una edición controvertida, que incluye Bajo tu clara sombra, Condición de nube, Puerta condenada, ¿Águila o sol? y A la orilla del mundo. Se trata de una reunión de lo publicado por Paz hasta entonces. Como hemos visto, no es la primera edición de este tipo, pero sí la más contundente y totalizadora. De ella se excluyen los poemas de adolescencia, pero contenía algunos de los poemas españoles y de tendencia política. Es una edición extremadamente rara, y que se cotiza carísima en el mercado de libros de lance.
La segunda edición es la que circula por todos lados desde 1968, en varias reimpresiones en el propio FCE (Letras Mexicanas); en la colección Lecturas Mexicanas del FCE y la SEP, y después en coedición con una editorial argentina y otra española. Se incluyen, muy modificados, Bajo tu clara sombra, Calamidades y milagros, y casi sin cambios, Semillas para un himno, ¿Águila o sol? y La estación violenta.
La exclusión de los poemas políticos, sobre todo de la “Elegía”, provocó todo tipo de suspicacias. Una tercera edición, reciente, contiene los mismos poemas, pero en las versiones que se incluyen en las Obras Completas.
Esta Libertad bajo palabra cierra una primera etapa de la obra poética de Octavio Paz, influida por la poesía española y por el surrealismo, llena de pasión, y que hace que el lector se encuentre frente a un mundo sin salida, desesperanzado, sitiado por la muerte, pero también por el amor y por un rayo de ilusión.
(Una primera versión de este escrito apareció el 22 de septiembre de 1997 en la sección Cultural de El Financiero; tuvo, y tendrá, una segunda parte.)
(Mi incapacidad me impide incluir imágenes de algunas de estas ediciones; en cuanto la subsane, lo completo)

domingo, 9 de marzo de 2008

¿Ah síííí! (Homenaje a David Silva)

Hace unas pocas semanas apareció en las extrañas ínsulas de las librerías de la UNAM un grueso volumen, David Silva. Un campeón de mil rostros, de Rafael Viñas (agosto de 2007, pero no hay que creerle a los colofones), una muy completa revisión de la filmografía de uno de los actores emblemáticos del cine mexicano. Completa, sin embargo, no es un elogio sino una descripción.
Viñas –un cinéfilo empedernido que no se contenta con criticar sino que, según la solapa, pronto se filmará un guión suyo— se declara admirador de Silva, tanto que lo tutea y le dice David, confianzuda y campechanamente, pero tal vez por la confianza, se abstiene de criticarlo como se merece; no sólo no lo critica, tampoco lo elogia, y sólo se dedica a poner adjetivos a sus actuaciones; calificativos muy generosos, así sean para malas películas y malas actuaciones.
Pero no lo estudia a fondo; tan se queda en la superficie, que sólo resalta una de sus muchas frases (“La maaanga…”, que Silva exponía sustituyendo pero recalcando una mentada de madre); se limita a describir mínimente la trama, sin hacer una comparación entre Silva y los demás actores, y le da la misma importancia a los churros moralistas de los años sesenta que a las cintas más importantes, que son por las que Silva se ganó la inmortalidad.
David Silva no sólo es un actor: es un símbolo; hay que recordar una de sus frases más memorables: en Casa de vecindad dos de las inquilinas se pelean por él, y cuando la portera (creo recordar) le advierte que el pleito es por su culpa y pide que haga algo, exclama, con gran satisfacción: “¡De güey me meto!”. La frase, prodigiosa, es lo de menos; se completa con la expresión altanera, la mirada de superioridad, el gesto con el que vence a todas las mujeres; la cinta es muy inferior a la primera versión, La casa del ogro, pero la actuación de David Silva es muy superior a la de Arturo de Córdova; en lo único en que éste vence a Silva es cuando muestra miedo por el marido narcotizado.
Son varias, pero no todas, las cintas memorables de David Silva (como son algunas cuantas, no todas, ni siquiera muchas, las memorables de Infante; no se trata de rebajar a nadie ni de minimizarlo): Campeón sin corona, Humo en los ojos, Señora tentación, ¡Esquina bajan!, Hay lugar para… dos, Una familia de tantas, No me quieras tanto, Las puertas del presidio, Rayito de luna, Nosotras las taquígrafas, Manos de seda, Espaldas mojadas, Los Fernández de Peralvillo; las posteriores tienen rasgos, y sus intervenciones con Alexandro tienen otra significación.
En las mencionadas hay rasgos comunes, aunque haya comedias, dramas, melodramas; aunque unas sean buenas, otras regulares y otras malas; y el rasgo más común es la altanería, la bravuconería de David Silva, y sus desplantes de superioridad; ni siquiera en Anillo de compromiso, en donde está dominado por el amor a Martha Roth, pierde ese gesto en el que se define la actitud frente a las mujeres: él es el fuerte, el que domina, el que vence los remilgos de las coestrellas; el seguro de sí, el que mantiene fija la mirada y se sabe vencedor en el juego de voluntades; dominado por sus rivales que lo vencen hablándole en inglés, en Campeón sin corona Amanda del Llano se le rinde, aun cuando lo sabe vencido, humillado, derrotado para siempre.
En ¡Esquina bajan! es capaz de inventar cualquier pretexto para justificar que se salió de la ruta para elogiar a Olga Jiménez, y ni siquiera cuando le presentan las evidencias se excusa, y echa la culpa a los demás, y se mete en problemas con la policía con tal de fajársela, aunque sea con pudor, y es capaz también de aguantar un plantón, porque sabe que va a desquitarse después; este Gregorio del Prado impuso un modito de hablar extraordinario; siempre está retando, y su actitud es de bronquearse con cualquiera: ¡Ah sí!, exclama y se deja ir contra el que se deje, aunque carezca de argumentos, como cuando lo expulsan de la línea Zócalo-Xochicalco y Anexas; la bravuconería por delante, menos frente al patrón o frente al líder sindical (Miguel Manzano en el mejor papel de su vida); qué tanto tuvo que ver la dirección de Alejandro Galindo, no podemos saberlo, pero sí intuirlo: Galindo le sacó provecho hasta a Resortes, no en el patético papel de Los Fernández de Peralvillo, sino en Confidencias de un ruletero, sobre todo con el complemento erótico de Lilia Prado (inolvidable su gesto de picardía cuando le dice a Resortes que en el próximo baile llevará sus ligas, las que muestra con una generosidad que no tuvo para con nosotros en otras cintas, aunque no quiere decir que no haya sido tan sensual). Pero no en todas sus cintas Galindo muestra el mismo sabor popular ni el dominio del lenguaje supuestamente de barriada; con Galindo, Silva se muestra más suelto y natural, pero lo emplea también con otros directores, aun cuando sean tan rígidos como Crevenna y tan dispersos como Urueta.
Los líos de comisaría, que tan bien se la dieron a Galindo (incluido Ante el cadáver de un líder), hacen que ¡Esquina bajan! sea una película que se disfruta mucho: los diálogos, los albures, los picones, los apodos, todo suena como si fuera natural; hasta Ángel Infante está bien en ella; las asambleas presididas por Manzano, las puyas, las rechiflas que vencen a Don Gregorio, son muy sabrosas; menos lo son las escenas de amor entre Silva y Jiménez: no había mucha química entre ellos; en cambio las escenas entre Silva y Katty Jurado son excelentes: la manera en que bailan “Nereidas” sólo es igualada por Pedro Infante y Nelly Montiel en Ustedes los ricos; cómo se hace ella la remolona y el tono definitivamente autoritario con el que Silva le dice usté véngase p’acá; si pareciera que Hay lugar para… dos es monótona por las escenas de juzgado, un tanto planas, o la visita al hospital, se salva por ese danzón, por cómo evade Silva la mirada acusadora de Olga Jiménez (y eso que no había pasado nada), y por la credibilidad de Gregorio del Prado cuando se va dejando absorber por Jurado, una de las actrices mexicanas más cálidas (por cierto, el jonrón que pega Del Prado es imposible; lo sabem os todos los que jugamos beisbol en el 18 de Marzo, que es donde se filmó la escena; más de 900 pies de distancia hasta el home).
Pero estaba hablando de Viñas, quien pierde la oportunidad de hacer juicios, y sólo emite calificativos, mismo para Sonia Furió que para Martha Elena Cervantes que para Ofelia Montesco que para Gloria Mange, harto distintas entre sí. Sus escasos juicios por lo regular son equívocos; por ejemplo, al hablar del complejo de inferioridad de Kid Terranova, dice que Galindo se anticipa a Octavio Paz en El laberinto de la soledad; al que confunde con Samuel Ramos y su El perfil del hombre y la cultura en México; insinúa que La Manuela de El lugar sin límites, de Ripstein, pudiera ser llamado así en homenaje a un personaje de La casa del ogro, de Fernando de Fuentes, e ignora que así se llama el personaje de José Donoso en la novela en la que se basó Arturo Ripstein, y es de dudar que Donoso conociera cine mexicano, y sobre todo ése (todavía Vargas Llosa); en fin, Viñas intenta recrear diferentes épocas mediante un ejercicio de hemeroteca, reproduciendo las noticias de un solo día, pero la enumeración no garantiza exactitud; para eso se necesita una habilidad narrativa que Viñas no ha querido ejercitar, en beneficio de la cinematografía.
David Silva puede ser más emblemático que Jorge Negrete (arrogante pero ególatra) y que Infante (sentimental, en sus mejores momentos); es tan buen actor como Andrés Soler, pero menos versátil (con lo negativa que puede ser esta palabra); no se estereotipó, no es fácil imitar, no se encasilló, aunque uno siempre que piense en él lo identificará como un “peladito” bravero, que no se raja y que más bien anda retando a quien se deje, y que se acerca a las mujeres con una sensualidad de la que no son capaces Negrete e Infante, excepto unos pocos momentos.
Lástima de edición, aunque no carece de errores ni de erratas; David Silva se merecía un mucho mejor estudio. ¡O a ver, díganme que no!

martes, 4 de marzo de 2008

Leñero por Leñero, vía De la Torre

Hace unos años, Vicente Leñero reconstruyó a medias la vida profesional (aunque fisgoneando un poco la intimidad) de Jorge Ibargüengoitia en Los pasos de Jorge, título que homenajea el de su última novela, Los pasos de López; en ese libro, Leñero, quien durante años abandonó o hizo a un lado la narrativa para dedicarse al teatro, apunta la tesis de que Ibargüengoitia es mejor dramaturgo que novelista, tesis avalada por Víctor Díaz Arciniega y Juan Villoro en la edición crítica de Los relámpagos de agosto-El atentado, a quienes apoyó Emilio Carballido, también dramaturgo.
Después de eso Leñero regresó a la narrativa con una de sus novelas más interesantes, aunque no redondeada, y sobre todo cobró fama como guionista de cine, con el triunfo de crítica y taquilla de El crimen del padre Amaro, adaptación de una obra de De Queiros y que ya también adaptó como novelización del guión.
Ahora Gerardo de la Torre hace lo mismo con la vida y obra de Vicente Leñero en Vicente Leñero: Vivir del cine (Universidad de Guadalajara, 2007): toma un fragmento de Vivir de teatro I, el primer capítulo, donde narra su afición por el teatro guiñol como principio de su interés por el teatro profesional, se basa en una larga entrevista que sostuvo Leñero con Alberto Paredes y Alejandro Toledo (el escritor), y sigue los pasos de Leñero para hacer un retrato cariñoso pero acrítico de su vida profesional.
Leñero, quien se acercó casi sin interés al cine ha cobrado tanta fama como guionista que su última cinta, El garabato, basada en una de sus novelas (que ahora menosprecia), tuvo una curiosa publicidad: “la última obra del autor de El crimen del padre Amaro”; la cinta, que duró casi nada en la corrida de estreno, basaba más su atractivo en desnudos de Mariana Ávila y otras actrices que en la trama; El garabato es una novela muy emocionante y un juego de voces entre varios personajes, en el que se conjugan espionaje, psicoanálisis –confesión disfrazada—, crisis de un novelista corroído por la autocrítica y la honestidad literaria; el escaso tiempo que duró en pantalla y que no haya salido a la renta o a la venta el DVD nos impide saber cómo se justifican los desnudos.
El caso es que Leñero, quien en 1967 fue calificado por Monsiváis y Piazza como uno de los inatacables (como Xirau) en La mafia, que fue el primer mexicano en obtener el premio Biblioteca Breve, y que tuvo fama de no tener una novela mala, ahora es más conocido como guionista que como novelista.
Cuentista, novelista, dramaturgo, guionista, biógrafo, habría que decir que Leñero es obviamente un escritor de tiempo completo, porque a esas profesiones hay que añadir el periodismo, que le ha consumido más tiempo que cualquiera otra, primero en Claudia, después en Revista de Revistas y durante 25 años en Proceso. Pero ni Leñero ni De la Torre lo ven así, e insinúan un conflicto de intereses entre esos géneros: al cuentista lo aplasta el novelista, a éste lo desplaza el dramaturgo y éste es vencido por el guionista que no intentaba competir, pero que es el que queda al final de la carrera, a pesar de que sus comienzos en el género fueron marginales, para la televisión comercial; y el más modesto de todos, el cuentista es el que reaparece al final con el argumento de que se necesita mucha más fuerza para la novela, y de que el teatro, al que tanto amó, está lleno de ególatras que lo usaron para hacer su proyecto dejando de lado el de Leñero.

Gerardo de la Torre, beisbolista y narrador, es también un apasionado del cine, y a él se debe uno de los proyectos editoriales más ambiciosos pero frustrados –no por su causa—: hacer la historia de los Estudios Churubusco; frustrado por la edición descuidada, llena de erratas y sin gusto editorial; también fue guionista de la primera temporada, la mejor, de Plaza Sésamo, experiencia que más o menos contó en Los muchachos locos de aquel verano, una excelente novela; hizo con Leñero Pisa y corre, antología de escritos sobre beisbol –género desafortunado: no hay en nuestras letras un Malamud que narre las desventuras del pelotero profesional enfrentado a la corrupción empresarial, ni tampoco nuestro beisbol llegó a las alturas a las que estaba destinado, por la subordinación al ambicioso Jorge Pasquel, además de que los escritores hemos desperdiciado el suceso de la Anabe, sus antecedentes y su trágico final; el mejor relato del libro es el posfacio, un cuento divertidísimo de José Agustín.
De la Torre, trataba de decir, es un excelente narrador, aun en su incipiente El otro diluvio; los cuentos de El vengador son tensos e intensos, exigen una postura, y obligan al indiferente a dejar la lectura; Ensayo general es una extraordinaria novela, lo mismo que Los muchachos locos; Morderán el polvo, aun cuando no resulta tan sorprendente, emociona con su acercamiento, y aun su incursión violenta, en el erotismo más obsesivo, y tiene pasajes de gran altura.
Es uno de los mejores escritores mexicanos, con una prosa de gran agilidad, pero también más honda y personal; es de quienes sí se puede decir que tiene un estilo propio, inconfundible; con el propio Leñero, es de los escritores más naturales, con oído para los diálogos, nada en su lenguaje es artificial, y su oficio está subordinado a la trama, no a los trucos literarios.
Por eso asombra que desaparezca en este libro, que su estilo se asemeje más al de Leñero que al suyo propio, incluso en los momentos en que no lo glosa, sino que lo describe, y eso hace que las páginas sean débiles, porque es un Leñero precolado y diluido; no existen ni el vigor de De la Torre ni la minuciosa exactitud de Leñero.
Además, la prisa hace que se olvide del Leñero novelista, en el que el libro sólo se detiene un tanto en Los albañiles, pero le da más importancia a La polvareda que a la extraordinaria Estudio Q y que a Redil de ovejas –dos de las mayores novelas mexicanas, aunque no le gusten ahora al propio Leñero—; se olvida por completo de revisar A fuerza de palabras, que es una reescritura de La voz adolorida, y no menciona la edición argentina de esta novela, como tampoco menciona La Zona Rosa y otros reportajes, ni Talacha periodística ni El atentado a Excélsior; es cierto que la bibliografía de Leñero se vuelve complicada y confusa en la dramaturgia, pero no hubo un intento por aclararla: falta por ejemplo Teatro completo, que no lo es tanto, y no están anotadas las ediciones de Nadie sabe nada, Señora, Las noches blancas, Pelearán diez rounds, y seguramente otras: es difícil seguirlo.
Lo peor es que De la Torre (quien también ha actuado, aunque en papeles pequeños) no es crítico con el guionista, y no separa al que hizo Cadena perpetua, uno de los mejores de nuestro cine y responsable de la que muchos consideran la mejor cinta mexicana de todos los tiempos, del que hizo El monasterio de los buitres (aunque con una escena muy cachonda con Macaria: los lectores no nos hemos detenido en las escenas eróticas de Leñero), ni diferencia al de Los albañiles del de Mariana, Mariana; no cuenta nada, ninguna anécdota, queja o algo que le dé personalidad, como hizo el propio Leñero en Vivir del teatro, mejor el I que el II. Son muy pocas páginas para tantas películas que no explican a uno de los guionistas más prolíficos mexicanos; ni siquiera es exhaustivo el recuento, porque el libro tardó dos años en publicarse y hace que parezca que De la Torre hizo un trabajo incompleto.
Dos de los mejores escritores mexicanos (que ya habían colaborado en una novela colectiva que tampoco está en la bibliografía) juntos auguraban un libro divertido y atractivo; el resultado fue impersonal, inconcluso.