viernes, 5 de agosto de 2016

Contemporáneos y otros accidentes

A partir de la República Restaurada los escritores comenzaron a agruparse por tendencias estéticas, políticas, éticas, aunque entre ellos hubiera rivalidades y hasta enfrentamientos, y a veces hasta rencores.
                Podría pensarse que, ya fuera de las similitudes políticas (progresistas, conservadores), la generación que se juntó en la Escuela Nacional Preparatoria en las fechas cercanas a la conmemoración del Centenario de la Independencia es el primer grupo formal, con paralelismo y tendencias similares; se le conoce como la generación del Ateneo, y es bastante más numerosa que la que por lo regular nombran estudiosos y catedráticos; cierto, tal vez los principales son los discípulos de Pedro Henríquez Ureña, escritor dominicano homónimo del que dio su nombre a una calle en la delegación Coyoacán (Pedro Enríquez Ureña), pero tiene miembros poco renombrados o reconocidos como de ese grupo: Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Julio Torri, Martín Luis Guzmán, Enrique González Martínez, Rafael López, Roberto Argüelles Bringas, Eduardo Colín, Joaquín Méndez Rivas, Antonio Médiz Bolio, Alfonso Cravioto, Jesús Acevedo (¿el modelo de Don Chucho, el de México de mi recuerdos?), Diego Rivera, Roberto Montenegro, Manuel Ponce, Julián Carrillo, Carlos González Peña, Isidro Fabela, Manuel de la Parra, Mariano Silva y Aceves, Federico Mariscal, según el  recuento que hace Julián Hernández Luna en Conferencias del Ateneo de la Juventud. Hay que agregar la cercanía de los Caso, Antonio y Alfonso, aunque ellos son un poco posteriores.
                Claro que hay nombres que se repiten en otros grupos, porque tanto los Agoristas como los Estridentistas presumían de tener en sus filas a Diego Rivera y a Rafael López (éste no debe de haber estado contento: renegaba de ser recluido por cualquier grupo, y hasta se dio el lujo de rechazar el honor, entonces era un honor, de pertenecer a la Academia Mexicana de la Lengua).
                Un grupo apenas posterior, menos numeroso, el de los Siete Sabios, recluyó a políticos y funcionarios sobresalientes, y a un escritor que se dedicó a hacer encabronar a sus contemporáneos y a sus seguidores, y muchos investigadores actuales aún se indignan por sus comentarios, sus descalificaciones y aun por sus antologías (Antonio Castro Leal, a quien se deben, sin embargo, estimables ediciones de grandes poetas Modernistas); entre esos sabios estaban los hermanos Caso; contemporáneos de estos sabios brillaron en las letras y como funcionarios. Con una diferencia de edades mínima, la generación de 1915 completa las labores e intenciones de los Sabios.
                Pero la generación más renombrada es la de Contemporáneos, aunque no está bien definida, porque insisten en incluir en ella a Carlos Pellicer, poeta mayor, y que pertenece por edad al grupo, y tuvo afinidades y amistades con ellos, o con la mayoría, pero al que también le disgustaba ser catalogado; el grupo presumía de ser un “grupo sin grupo”, de soledades aisladas pero con muchas afinidades. El nombre lo recibieron, un poco a contracorriente de ellos, por la revista que fundaron, Contemporáneos, que era editada por un mecenas que no pertenecía ni al grupo ni a la generación, pero al que mucho le debe la cultura mexicana, Bernardo Gastélum, escritor apreciable aunque no a la altura de sus protegidos, y funcionario de varios gobiernos revolucionarios.
                El nombre de la revista se  debió a Jaime Torres Bodet, quien en publicaciones anteriores (Gladios, San-Ev-Ank) dio muestras de humor y gracia que poco se le reconocen; estuvo entre los editores, junto a Bernardo Ortiz de Montellano y Enrique González Rojo. Entre otros, además de ellos, incluyen en el grupo a Jorge Cuesta, Gilberto Owen, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza; miembros menores, como Elías Nandino, Celestino Gorostiza, Samuel Ramos, Manuel Rodríguez Lozano, Antonieta Rivas Mercado (otra mecenas), Agustín Lazo, y algunos más insisten en nombrar junto a ellos a Rubén Salazar Mallén, a Carlos Chávez y a Rufino Tamayo, en sus etapas iniciales (alguna mujer preguntó, indignada, que cuándo un homenaje a  las contemporáneas). La ausencia más notable: Rodolfo Usigli.
                La revista, que aún puede conseguirse en su edición facsimilar editada por el Fondo de Cultura Económica cuando era dirigido por José Luis Martínez, fue excelente, pero no única; la generación, hecha en revistas, participó en las mencionadas Gladios y San-Ev-Ank, El Maestro, El Hijo Pródigo, Ulises; no todos colaboraban de manera consuetudinaria en Contemporáneos; Salvador Novo, por ejemplo, participó apenas en sus páginas. Una obra cumbre fue la Antología de la poesía mexicana moderna, en la que están incluidos todos ellos, aunque comenzaban a publicar; en ella hicieron juicios sumarios contra escritores respetados como Salvador Díaz Mirón, Amado Nervo (alguno otro, como Manuel Gutiérrez Nájera, fue juzgado al no ser incluido), y excluyeron a otros que ya eran populares en esos días; incluyeron a  Manuel  Maples Arce, el más respetado de un grupo antagónico, los Estridentistas (éste se vengó pocos años después en una antología donde los minimizó, aunque hubieron de reconocer, lugar común, que Pellicer y Novo hacían mejores poemas estridentistas que ellos; tuvieron reconocimiento en el extranjero, donde Borges los mencionó con respeto, y fueron ídolos de las generaciones iconoclastas de los años setenta y ochenta en México).
                Una generación posterior, la de Taller, se hizo eco de sus propuestas y tendencias, y se consideró su heredera; Paz hizo trabajos resaltando la poesía de Villaurrutia, el pensamiento de Cuesta, y en general de la revista. Igual respeto guardaron la Generación de Medio Siglo, y tuvieron estudios más lúcidos que generosos en Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco. Contemporáneo de éstos, Miguel Capistrán trabajó rescatando obras de Novo, y participó en el rescate de las obras de Cuesta, de Villaurrutia y de Celestino Gorostiza; los sobrevivientes le tuvieron afecto y le concedieron entrevistas reveladoras, simpáticas.

En estos momentos el Instituto Nacional de Bellas Artes (que dirigió Carlos Chávez, afín a los Contemporáneos, cuyos cimientos los estableció Gorostiza, los solidificó Novo –el verdadero director, decían—, dirigió sus obras allí Villaurrutia, y expusieron los pintores afines) monta una exposición con el nombre de ellos. Consta de fotografías, ninguna muy desconocida, exhiben algunas ediciones que presumen que son primeras, números sueltos de algunas revistas, cuadros de sus amigos pintores o retratos de ellos, fragmentos de algunas pocas películas con argumentos de alguno de ellos, y se dijo, pero no las vi ni las oí, canciones en las que participaron, como “Usted”, y “La cuenta perdida”.
                Desde que leí la nota en la sección que dirige Víctor Manuel Torres con humor y puntería, me asombré: “Usted” es de Gabriel Ruiz, compositor fino de música popular que en efecto musicalizó algún poema, o  mejor, le pidió a sus amigos poetas que compusieran canciones para que él le pusiera música, pero ninguna es muy estimable (tanto, que no las rescataron); “Usted”, que le atribuyen a Elías Nandino, en realidad es de José Antonio Rodríguez, Monís, y “La cuenta perdida”, que se llama “Cuenta perdida”, no utiliza un verso de Novo, es una canción que escribió Novo, no es un poema musicalizado, con música de Ramón de Flórez, el de los Violines Mágicos de Villafontana.
                Ya Pável Granados echó a perder la oportunidad de una buena antología de fin de siglo (XIX) confundiendo fechas, autores, mezclando géneros; pensé que la cercanía que tuvo después con Miguel Capistrán, quien no tenía buena opinión de él, enmendaría errores, pero no fue así.
                La exposición parece, más que de Contemporáneos, de la estimable biblioteca de Arturo Saucedo… Prestó Reflejos, de Villaurrutia, que me consta que no la tenía ni Capistrán, pero ponen algunos títulos de Alfonso Reyes, al que ellos no consideraban su maestro (preferían a Ramón López Velarde y a González Martínez, al que rindieron homenaje con “calcas” de algunos de sus poemas más conocidos), y exhiben un capítulo de Los de abajo, que ni siquiera es contemporáneo de ellos, más bien es de cuando eran infantes; lo que exhiben es un capítulo de la sexta edición; tienen cuadros de Diego Rivera, quien fue enemigo de algunos de ellos, al menos en privado, y los ridiculizó en algunos murales renombrados, y en uno de ellos los bautizó como “los anales”.
                Algunas de las ediciones más preciadas son de Carlos Pellicer, que se autoexcluyó del grupo, que por otra parte se dispersó cuando fueron enjuiciados por la publicación de un fragmento de novela de Salazar Mallén en una revista dirigida por Jorge Cuesta, Examen, que aunque fueron exonerados le costó el puesto a varios de ellos en la Secretaría de Educación Pública.
                Novo explicó muy bien la diferencia entre algunos de los miembros del grupo que ellos no reconocieron como grupo: algunos fueron protegidos por José Vasconcelos, otros por Genaro Estrada, y otros por Manuel Puig Casauranc.
                Obviamente, Contemporáneos es importante porque hay coincidencias en la estética, en la tendencia a desnacionalizar la cultura, en buscar horizontes en otros idiomas (incluso intentaron traducir Ulysses de Joyce y hasta nombraron con ese título una de sus revistas y un grupo de teatro que montaba obras contemporáneas); fueron acusados de extranjerizantes (gracias a eso fue el resurgimiento de la popularidad de Azuela, puesto como ejemplo de virilidad y hasta de machismo —pecados actuales—frente a la literatura de Contemporáneos; la rivalidad persistió hasta 1964, cuando en una obra de teatro, Diálogo de ilustres en la Rotonda, Novo hace decir a Mariano Azuela que no sabe hablar, y lo increpa José Juan Tablada: “¿tampoco leer? ¿Qué no te enseñaron en… el Colegio?” —mención irónica hacia El Colegio Nacional); su propuesta renovó la literatura mexicana, y entre ellos se defendieron aunque también se atacaron: las opiniones de Novo acerca de sus compañeros son poco amables, y hasta célebres algunos comentarios sobre Jaime Torres Bodet, alguno de los cuales debe haberle provocado carcajadas, pero otro le dolió hasta el alma, al grado de que en uno de sus últimos poemas se pregunta si, en efecto, tuvo biografía en vez de vida.

No intento negar la importancia del grupo; creo que ha habido otros que la minimizan y no reconocen el valor que tiene su obra; en defensa de Novo surgió la voz de Julio Torri, que sabía harto de poesía, y dijo que “frente a Novo poeta hasta Pellicer es de segunda”; demasiado fuerte, pero necesaria porque le restan calidad a Novo, en sus opiniones; devalúan la gigantesca obra de Pellicer y la dejan en unos cuantos momentos; creo, como decía Capistrán, que no todos son parejos aunque todos sean buenos. Lo que me asombra es la calidad de la exposición: si tienen a la mano, aunque sea en calidad de préstamo, varias bibliotecas bien nutridas, por qué hay tan pocas ediciones de Novo (falta Nuevo amor, Florido Laude, En defensa de lo usado, tienen la edición rústica de la Historia de la fiebre amarilla y la segunda de El sexo, el amor y los burdeles; tienen la segunda edición de Nostalgia de la muerte de Villaurrutia, y no tienen la original de Poesía y teatro de Xavier Villaurrutia; sólo tienen algo de Pellicer, raro, eso sí; hay poco de Owen y apenas un ejemplar de González Rojo. Hay mucho de Torres Bodet, pero muy al alcance de Donceles y de La Torre de Lulio). Además, muy mal expuesto: un libro y arribita, una fotografía, nada desconocida (salvo González Rojo, el más menospreciado de todos); los libros, alguno de ellos encuadernado, lo que podría hacer sospechar a los malpensados que puede ser encuadernación falsa; fotografías de grupo pero, insisto, nada que desconozcan los conocedores.
                No hay imaginación en la exposición, no hay humor, no hay comodidad, nada que refleje la cultura innegable de los responsables, nada que invite a leer a ese grupo, el más renombrado de la literatura mexicana.

Además de la inseguridad en las calles por el mal funcionamiento del reglamento de tránsito y su nula aplicación, hay otros síntomas más graves: los trenecitos han chocado con alarmante frecuencia: en el parque del Espejo en Polanco, en Pabellón Polanco, en el mismo bosque de Chapultepec (aunque no es el que tripuló Germán Valdés en El rey del barrio), en Aragón; ya ni en ese transporte puede haber confianza; sólo falta que en el trayecto asalten a los niños para quitarle los dulces.