jueves, 30 de diciembre de 2010

Diccionario de ¿mexicanismos?

El 9 de enero de 2009 comenté, en este blog, la edición conmemorativa de La región más transparente, de Carlos Fuentes, hecha por la Real Academia Española, donde dije que ésta “añade un glosario inexacto para los mexicanos, y engañoso para los extranjeros, que si le hacen caso tendrán una imagen nuestra como la que divulgó el cine estadounidense, la del indio flojo recostado en una pared, o la divulgada por el cine mexicano, la del charro arrogante y sentimental, pero noble; según ellos […]rebozo es un ‘chal, mantilla o pañoleta que la mujer de clase media y pobre (sic) suele llevar echada sobre los hombros o cubriéndole la cabeza’; el suéter ‘un jersey (sic), prenda de vestir cerrada y con mangas que cubre el tronco’, y un ‘hijo de su pelona’ es un eufemismo por ‘hijo de la gran chingada’ Más ejemplos importantes de errores de interpretación: aguayón en México es nalga, no pechos; más guango que el aire a Juárez no es ‘venir muy grande’, sino algo inofensivo; apurarse es darse prisa, no estar preocupado; atarantado es atontado, no ‘impulsivo’ […]; una bodorria no es un matrimonio desigual, es una expresión de los barrios populares; un café de chinos, nos dice, es un lugar modesto en que se sirve café, alimentos y otras bebidas (¿o sea que los alimentos son bebidas?); los calzones no son sólo prendas interior femenina (tendrían que recordar que el calzón sobre todo es prenda masculina, la calza corta); cantón no es vecindario ni barrio, en la literatura árabe es un palacio lujoso que por choteo se le llama así a los hogares humildes; chinaco es ranchero, y eran los guerrilleros contra los invasores franceses, no persona de bajo estrato social y cultural; ‘ah qué la chingada’ (en el libro, que sin acento) no es exclamación enfática de afirmación, antes al contrario; chingón es el que alcanza sus metas o se impone, pero no necesariamente utilizando métodos poco ortodoxos, más bien es alguien superior a sus oponentes; codear, aparte de la acepción, es tratarse como igual con los ‘grandes’; a todo dar no es ‘al máximo posible’, más bien expresa que algo o alguien está muy bien; dejado no es abandonado, sino que lo mangonean; desbandar no es abandonar, sino correr en desbandada, sin unión; fajar es un acto propiciatorio para una relación sexual, no siempre consumada; gacho no es decaído, sino feo, lo contrario de ‘chicho’; gaucho veloz no es una persona muy rápida, lista y hábil, sino el protagonista de un chiste popular en esos años, de contenido sexual, y que es utilizado también por Ismael Rodríguez en voz de Amelia Wihelmi al referirse al marido chambista de la portera del edificio donde viven Pedro Chávez y Luis Macías en ¿Qué te ha dado esa mujer?; […] hacerse tarugo no es volverse tonto sino hacerse el disimulado, el que dice desconocer una situación peliaguda.”
Tal glosario fue dirigido y elaborado por la académica mexicana Concepción Company Company, con la colaboración de Georgina Barraza Carbajal, y participó un equipo del Instituto de Lexicografía de la Real Academia Española, coordinado por Carlos Domínguez, y del que formaban parte Abraham Madroñal, Laura Fernández-Salinero, Ángel Jiménez y José Vicente Salcido. Company Company y Barraza Carbajal son, respectivamente, la directora y la coordinadora técnica del muy codiciado Diccionario de Mexicanismos, de la Academia Mexicana de la Lengua, y publicado por Siglo XXI Editores, bajo el cuidado de Gabriela Parada Valdés; según las fuentes, estuvieron trabajando en él hasta julio del año que termina, y se imprimió con tanta velocidad que se agotaron los ejemplares que llegaron a la Feria de Guadalajara, menos de 600, que fueron los que oficialmente se vendieron de Puedo explicarlo todo, de Xavier Velasco; el chiste es que para mediados de la FIL ya estaban agotados aunque su costo era de 600 pesos; no se encontraba en librerías todavía a mediados de diciembre, aunque había 101 ejemplares en la librería Mauricio Achar, y ninguno en las demás sucursales de la Gandhi (que por cierto no se ha enterado de la Ley del Precio Único; de los 600 pesos los rebajan a 450; no es que me queje del descuento, pero ¿le darán el mismo trato a otras librerías?). Los pocos dueños de librerías que sí leen pedían aunque fuera un ejemplar, no para los clientes impacientes, si no para ellos mismos.
Hay muchas cosas que comentar del Diccionario; comencemos por las notas que resalté del Glosario de La región más transparente; el rebozo ya no es para las clases media y pobre, ni es un chal; ahora es una prenda de vestir, sigue cubriendo la espalda, además del pecho y la cabeza, y sirve para cargar a un niño pequeño; cubrirá la cabeza de María Candelaria, o de las adelitas que van tras de su Juan, pero no necesariamente en todas las de la clase media, y no todas cargan niños; también lo usan las de los ballets folclóricos; aguayón ya no es pecho, sino el “conjunto de los dos glúteos”, o sea lo que en el Diccionario de la Real Academia se define como nalgatorio; atarantado ya no es impulsivo sino mareado; bodorrio ya no es discriminatorio; un café de chinos ya no sirve otros alimentos sino que se le califica de modesto (aunque no dice que es de chinos, que lo atienden chinos, y que preparan unos bizcochos –no, mejor una repostería, vaya siendo-- chinos); el suéter cubre más, pero sigue siendo un jersey (sic); los calzones ya no son prendas sólo femeninas, pero el ejemplo que ponen se refiere a las mujeres (“siéntate bien, niña”); cantón ya no es barrio o vecindario, sino casa, barrio o región “donde alguien vive”; chinaco sigue siendo un conjunto de pobres (“pelados”, o sea “persona de bajo estrato social”; hasta la cuarta acepción aciertan: “grosero, descortés o falto de educación”), pero también una persona que tiene un trato propio de los liberales del siglo XIX (eso merecería una explicación más amplia, y no dudo que divertida además de anacrónica); chingón ya no es un transa; codear ya no es un gesto de complicidad, pero tampoco es tratar como iguales a los chingones, que es como se usa en México; dejado ya es mangoneado, pero no ha dejado de ser un abandonado (por ser muy probe, y por tener la desgracia de ser casado); (no registran “desbandada”); fajar ya es clinch, caldo, como acto propiciatorio; ninguna de las acepciones de gaucho veloz corresponde al chiste que fue famoso casi dos décadas hace casi cuatro décadas; hacerse tarugo ya es sinónimo de hacerse pendejo, o sea disimular.
Hay que reconocer que quienes elaboraron el Diccionario corrigieron muchas de sus fallas (no como otros que conocí y que sigo conociendo), pero contiene muchas definiciones inexactas; por ejemplo, aguayón sí es nalgatorio, pero no como lo usan en el DM (como ellos mismos se nombran); en las referencias citan La familia Burrón, muy posiblemente las recopilaciones caóticas y desordenadas que ha publicado Porrúa, y no la historieta original; allí se hubieran enterado de que la expresión común es “la zona del aguayón” (o las tepacuanas —que sí incluyen—, las tambochas —que ignoraron— o la zona de las inyecciones”) las frases que ponen son p. u. (poco usadas); creo que una de las grandes fallas del DM es que carece de fuentes confiables; si algo, además de la investigación exhaustiva del Diccionario Secreto de Camilo José Cela, es que cada frase que utiliza para ejemplificar los muchos nombres que reciben en español los genitales, sale de libros bien citados, o de un refranero conocido, algo que no viene en ninguna palabra incluida en este DM; no todas las referencias son inventadas, puede que ninguna lo sea, pero muchísimas son tan desconocidas que parecen inventadas para justificar; pero con tan mala puntería que caen incluso en incorrecciones; por ejemplo, en torta y en tepacuana (palabra que escuché por última vez en voz de Alejandra Guzmán, hará unos diez años), las definiciones conducen al menos incómodo “glúteo”, pero los ejemplos que ponen vienen en femenino, y glúteo es masculino; en tortear el ejemplo es equívoco: “Me choca subirme al metrobús porque ahí siempre te tortean”; ¿no habrá querido decirlo en primera persona, “me tortean”?, ¿se queja de que a la amiga la tortean y a ella no?; hay muchos ejemplos de una pudibundez que se justifica en cualquier persona honorable, pero no en quien se dedica a la filología o a la literatura; por ejemplo, ninguna de las acepciones de tortilla, tortillería ni sobre todo tortillera hace alusión a la homosexualidad femenina; puede parecer demasiado vulgar, pero tiene el concepto la categoría literaria que le dio Salvador Novo (“Termino pues por mi mal, / veremos a ver si puedes; / la marquesa de Paredes / quiere echarse un nixtamal”: “Redondillas a Ermilo Abreu Gómez”, Sátira, edit. Diana; Antología personal, Lecturas Mexicanas, Tercera Serie, núm. 37). No se trata de no quebrantar la actitud políticamente correcta de no referirse de manera burlona a las preferencias sexuales, porque la definición de perra es “Mujer atractiva y promiscua” (¿no es discriminación a las sosas?), pero no hay cabida a perrito, que en el lenguaje pop/obsc. se refiere a las mujeres que aprietan y distienden el sexo durante el coito, para mayor placer de su compañero; lo dice Alberto Rojas El Caballo en El Garañón 2 (“¿puedo pasar, tienes perrito?”), pero también lo usó Rocío Barrionuevo nada menos que en Sábado, suplemento de unomásuno, en su columna sobre sexo, al explicar la popularidad de una excompañera suya en la Facultad de Filosofía y Letras.
Una falla constante es que en algunas ocasiones aportan la definición normal de una alocución, seguida del uso pop., pero en muchas otras sólo se refieren al uso pop.: perjudicial, por ejemplo, no es algo que perjudica, sólo es “agente de policía del ramo penal que acata las órdenes del juez respectivo”, sin añadir que su comportamiento es de ojete (que no es traidor, sólo alguien que actúa de mala fe). Muchas de las acepciones carecen de explicación; por ejemplo, piocha, en su segunda acepción es pop/coloq, “bueno, bonito, de excelente calidad”, y complementan con la frase “esa fiesta está bien piocha”; piocha, expresión común en los años treinta a cincuenta, se refería más bien a una persona que a una fiesta, y se completaba con un ademán, que consistía en el puño cerrado bajo el mentón, con una leve agitación, como sobándose la piocha; tampoco dicen que es p. u.: “Yo recuerdo por ejemplo palabras del argot citadino de hace 20 años que ya no tienen ningún sentido. Y para precisar esto diría por ejemplo ‘piocha’, que quería decir ‘muy suave’, ‘muy bueno’ y que ahora no quiere decir nada” (entrevista con José Revueltas, Gustavo Sainz, revista Eclipse, enero de 1972). Y a propósito de suave, todas las acepciones incluidas en su entrada omiten la principal, y sólo quedan las coloq.; la siguiente entrada es suavena, pero omiten el complemento: suavena con su arroz.
Suave fue un término que popularizó en cine y radio Manolín, Manuel Palacios, cómico y cantante muy elogiado, con razón, por Emilio García Riera: fíjate qué suave era su muletilla, que se convirtió en título de una película, no incluida en la muy raquítica sección de Fuentes Filmográficas, una de ellas con Mario Moreno Cantinflas, que merecería más puesto que merece cinco entradas en el DM, aunque dos menos que en el DRAE; por desgracia, la cinta citada no es de las más representativas en cuanto al manejo del vocabulario, ni ha trascendido en el lenguaje popular como Ahí está el detalle, o el Chato, que prodigan él y Gloria Marín en El gendarme desconocido. Tampoco las otras cintas, una de la India María, dos de Mauricio Garcés, una de ellas sin incidencia en el uso de mexicanismos, y Nosotros los pobres, que se distingue por un lenguaje poco real, artificial; increíble que no citen Los Caifanes (que traslada al cine el lenguaje de La región más transparente y de otras narraciones de Carlos Fuentes), nada de Germán Valdés, elogiado por un más incluyente académico, Salvador Novo; nada de Rubén Olivares, buen boxeador, mal actor pero que maneja muy bien el lenguaje popular; nada de Gaspar Henaine, que popularizó una frase más allá de su vigencia como figura pública: me es inclusive, por me es igual, y que se sigue usando en mucho lados, y debería de estar puesto que aparecen catafixia y catafixiar, aportaciones de Javier López Chabelo, a quien no le dan el crédito por una palabra que le debe todo y que todos usan. No hay ni una cinta de Alejandro Galindo, con o sin David Silva, nada de Rogelio González, de Gilberto Martínez Solares, ni de Héctor Suárez que impuso el “no hay no hay”, que duró bastante, inclusive hoy, aunque menguado.
Es también increíble que en las Fuentes Bibliográficas haya sólo cinco novelas; la narrativa aporta mucho más que cualquier diccionario, y aquí no hay ejemplos de casi nada; está Gazapo, de Sainz, pero no La tumba ni De perfil, de José Agustín; está José Trigo de Fernando del Paso, pero nada de José Revueltas ni Vicente Leñero ni Parménides García Saldaña ni, increíble, Armando Ramírez ni muchos más que han contribuido a la fortaleza del español, se hable sólo en México o en cualquiera otra parte (Arreola y Rulfo, por ejemplo). No están Martín Luis Guzmán ni José Vasconcelos, ni Daniel Cosío Villegas, quien usaba el idioma popular con gran propiedad, agilidad y sentido del humor; no hay ningún historiador, ni ningún músico, por lo que en el cuerpo del DM no se incluye una palabra con mucha mayor vigencia que piocha: cuícuiri (pero sí pitufo y pitufa, que pertenecen más al caló de la delincuencia que al mexicanismo), pero sí pirrurris, que luego de la ausencia de Luis de Alba ya sólo la dice Andrés Manuel López Obrador. Bueno, ni siquiera citan a Chava Flores.
El DM recoge muchas expresiones de sabor popular, pero con una distancia nada saludable, lo que lleva a acometer varias situaciones curiosas; por ejemplo, pipí y pirinola, que en su expresión coloq/obsc/euf se refieren al pene, en especial al de los niños, y cabría recordar que las niñas no lo tienen (¿y para qué hablar de Freud, verdad?), y no están atentos a lo que se dice y escucha en la calle; por ejemplo, incluyen la expresión dos que tres, que ya en 1973 se había convertido en dos tres, pero que ahora se dice, con igual sabor, dos dos. A ese distanciamiento se deben algunas confusiones o definiciones erróneas; por ejemplo, canchanchán tiene una acepción mucho más difundida que la incluida: es un trabajador con más categoría que hueso o chícharo y que si tuviera un rango en la burocracia sería el de asistente (algo así como el IBM que sí incluyen), mucho más que una amante a la que no se le pone casa, aunque se le da cierta exclusividad (por cierto, tampoco incluyen tiquis miquis). También a ese elitismo se debe que rayársela esté sólo con la acepción de “mandarse”, y no con la más usual de mentarle la madre a alguien, en tono más agresivo que el cariñoso que creen los autores que se usa en México.
Algo de lo más grave es el concepto de popular que tienen los autores: “Significa una voz empleada por clases de escasa instrucción escolar”. Botellita de jerez y Botellita de vinagre (expresiones que, desde luego, no incluyen, pero igualmente se las recetamos). ¿De veras creen que Carlos Fuentes, Rubén Bonifaz Nuño, Andrés Henestrosa, Alí Chumacero, Gabriel Zaid, Gonzalo Celorio, Elías Trabulse –académicos mexicanos incluidos en la vigésima segunda edición del DRAE–, son unos mecapaleros de escasa instrucción escolar? No, desde luego, y manejan con mucho sabor el lenguaje popular; lo mismo nuevos miembros, como Felipe Garrido y Adolfo Castañón, y algunos que ya no están con nosotros pero sí sus libros, como Salvador Novo, Julio Torri, Agustín Yáñez, Antonio Acevedo Escobedo, Alfonso Reyes, también académicos. Los ejemplos de profesores, maestros, doctos, escritores buenos y regulares, políticos, investigadores, tienen como una de sus cualidades el manejo del español coloquial y popular, y no precisamente por su escasa instrucción escolar. Los autores de este DM han hecho, más que un diccionario de mexicanismos, uno de uso del español en México, pero sin acercarse ni a buenas fuentes bibliográficas, musicales, literarias, cinematográficas, televisivas, radiofónicas, periodísticas (¿cómo cabe en su definición de ojete, “traidor”, el definitivo que le dio Porfirio Remigio a sus contrincantes en un certamen de ciclismo: “Pa’ mí, Paquito [Malgesto, quien lo entrevistaba], que todos son ojetes”?); un filólogo no debe, no puede, trabajar en un cubículo (perdonando la expresión) sino en la calle; debe leer, que es lo que hizo Cela, y también Molinares y Seco, lo que hace confiables sus diccionarios.
Pero todavía no termino, me falta bastante más.

Huy, ¿cómo le harán los académicos para convencerse de que huí es monosílabo, y que al quitarle el acento no suene como huy? Un mundo sin acentos: Pablo Zulaica ha sido arrestado por poner acentos en palabras no acentuadas, en letreros de las calles del DF; pregunta sin malicia que, sin los acentos, qué quieren decir los letreros en los autos: ¿bebés a bordo o bebes a bordo? O ¿futuras mamás o futuras mamas?

¿Quién es el escritor que comenzó a leer cuando los otros escritores le preguntaron qué opinaba de sus libros?

martes, 21 de diciembre de 2010

Asombrosas coincidencias

Dicen los comentaristas deportivos, los columnistas políticos y los pronosticadores a posteriori que “el hubiera no existe”; el Diccionario de la Real Academia sitúa el “hubiera” como el copretérito del verbo haber, en el modo subjuntivo. Quién sabe de dónde habrán sacado que no existe.


En “La máscara y la transparencia”, prólogo de Octavio Paz a Cuerpos y ofrendas, antología de relatos y fragmentos de novelas de Carlos Fuentes (Alianza Editorial, 1972), se aborda uno de los puntos centrales de la obra de Fuentes: el cuerpo: “El frío, el calor, la urgencia sexual, la fatiga, las sensaciones más inmediatas y directas; y las más refinadas y complejas; las combinaciones del deseo y la imaginación, los desvaríos y alucinaciones de los sentidos, sus errores y adivinaciones. La pasión erótica es cardinal y, por lo tanto, lo es también la imaginación, su doble implacable […] Los cuerpos son jeroglíficos sensibles. Cada cuerpo es una metáfora erótica y el significado de todas estas metáforas es siempre el mismo: la muerte.” En una lectura inteligente de la obra, múltiple y variada y variable, de Carlos Fuentes, Paz (excelente lector de poesía) descubre los mundos paralelos que conviven en los diferentes planos: lo urgente de la actualidad y lo imperativo del mundo que hay detrás de los espejos, y sobre todo la compasión por los monstruos que no tienen siquiera el consuelo de la muerte. Pero también la otra muerte, la que está a la vuelta de la esquina, y a veces tras un faje de cantina, con todo y piquete de ombligo (escenas que están en casi cada escrito de Fuentes, incluidos los guiones de Un alma pura y Los Caifanes).
En Perspectivas mexicanas desde París (Corporación Editorial, 1973), James R. Forston pregunta a Fuentes que quién es más importante que él: “Octavio Paz y Juan Rulfo, to begin with. Lo reconozco plenamente… En cuanto a Paz… ¡Por Dios! Paz es un poeta, que es el rango más alto de la escritura.” En el prólogo a Los signos en rotación, la excelente antología de la prosa de Paz (Alianza Editorial, 1971), Fuentes (un extraordinario lector de poesía) hace una brillante disección de lo que era la obra de Paz hasta ese momento, con una claridad apabullante; es imposible resumir todo lo dicho, pero no puedo evitar entresacar una frase que define la poesía de Paz: “hemos sido esperados: el mundo existe para nosotros, pero el mundo nos preexiste”.
Tal vez el mejor homenaje de Fuentes a Paz está en La región más transparente, cuando uno de los personajes enfrenta la caída del mundo conocido, con El Laberinto de la Soledad bajo el brazo; en los momentos de la acción es una novedad en las librerías (Zaplana, en San Juan de Letrán, de donde parte a un café frente a Bellas Artes), pero ya es una obra definitiva; y muchas de las páginas de la novela de Fuentes parecen responder a las ideas, si no a las tesis, del libro de Paz (“ESTE LIBRO SE TERMINÓ DE IMPRIMIR EL DÍA 15 DE FEBRERO DE 1950 EN LOS TALLERES DE LA EDITORIAL CVULTURA, AV. REPÚBLICA DE GUATEMALA NÚM. 96 DE LA CIUDAD DE MÉXICO, D.F.”, perdonarán la ultraprecisión, en Cuadernos Americanos). En sus páginas encuentra la explicación de la conducta de los fufurufos y de los pelados; conducta que prosigue en la mayoría de sus libros.
La más reciente novela de Fuentes, Carolina Grau, formada por ocho relatos aparentemente distintos entre sí, tanto en las tramas como en los escenarios, pero no en el lenguaje, parece el más definitivo resumen de la visión de Paz sobre la literatura de Fuentes; éste, que hizo en La Silla del Águila una novela con las teorías de Maquiavelo; que hizo a Schopenhauer en novela en La voluntad y la fortuna, hace en ésta una novela de las ideas de Wittgenstein; una novela de palabras; pero no es una novela de puras palabras y nada de acción, como muchas de las novelas más recientes de la literatura mexicana, en que los personajes (o los autores) hacen largos viajes alrededor de su ombligo; Carolina Grau está hecha a base de palabras, pero que tienen sentido, significado, vigor y sensualidad; no importa que cambie de rostro, de edad, de profesión y hasta de ideas entre uno y otro relato; no importa que transite entre tres siglos y que sea cálida y frígida, o intensa o serena; es siempre la misma porque son las palabras las que la crean; como en pocos otros libros suyos, lo que hay tras las palabras es el mundo de la irrealidad, donde el horror consiste en no tener más miedo que a lo normal. Lo normal es lo sobrenatural, o viceversa. Tal ver sólo se manifieste con tal intensidad en Cambio de piel.
Uno de los relatos del libro se llama “Salamandra”; es un cuento, o pasaje, de amor excluyente, en el que Carolina Grau se esconde de su marido, al que transforma en ese animal que se transforma constantemente. El cuento más violento, aunque no pase nada violento, del libro, tiene el título de uno de los libros de poemas centrales de Octavio Paz.
Salamandra, el primer título de la colección Las Dos Orillas, de la editorial Joaquín Mortiz, en noviembre de 1962, tardó siete años en agotar los mil ejemplares de su primera edición; la segunda, corregida, fue ya de tres mil ejemplares. En la portada interior se apuntan los nombres de los libros que lo componen: Días hábiles, Homenaje y profanaciones, Salamandra y Solo a dos voces (que después sería título de otro libro de Paz, el de sus conversaciones con Julián Ríos, el más extremista de los experimentadores de la literatura española, casi al par con Luis Martín Santos, muerto prematuramente cuando preparaba Tiempo de destrucción, su segunda novela, por desgracia trunca y completada de cualquier manera, y una prolongación en tiempo y forma de Tiempo de silencio); se apuntan también las fechas que comprenden estos poemas: 1958-1961; es curioso: la segunda edición de Libertad bajo palabra, uno de los más buscados (y agotados) libros de Paz y que es el que compila la primera etapa de su gigantesca obra, está fechada en 1935-1958; la tercera, que excluye varios poemas de la segunda, está fechada en 1935-1957, lo mismo que la cuarta y las subsecuentes, y así está fechada en Poemas (1980, Seix-Barral), y en las Obras Completas, y en las antologías que él supervisó, en especial La Centena; su siguiente poemario, Ladera Este, de 1969, tiene las fechas clave 1962-1968.
Hay una distancia respecto a Libertad bajo palabra; hay mayor experimentación, búsqueda e innovación; no es un divorcio de su poesía anterior, pero sí un nuevo camino; el erotismo es sensorial, no ligado al romanticismo, e intenta más la explosión en vez de la pasión unida al sacrificio o al desafío; es ruptura, no culminación; es personal, no social; libera al individuo social, no al político; el libro tiende a la concentración, no a la explicación del mundo; no es mejor, ni peor, es distinto; a estas alturas parece poco apreciado en el conjunto de su obra, pues visto simplemente en el plano editorial, está en medio de dos momentos culminantes de la poesía de Paz: Piedra de sol y Blanco. Si se hace caso de las fechas (a las que no hay que hacer caso) comenzó a escribirlo al tiempo que aparecía la primera edición de La región más transparente (marzo de 1958). Y sí, hay muchas coincidencias en ambos libros; no intento compararlos, el libro de Fuentes es un mural que permite ver, de una ojeada, la sociedad mexicana a mediados de siglo; para darse una idea de su importancia hay que leer las palabras de José Emilio Pacheco en la edición de la novela preparada por la Real Academia de la Lengua, precisamente las mejores páginas de esa edición insólita. Paz no hace murales, ni siquiera cuadros de caballete: dibuja mundos etéreos, los construye con palabras, pero no torrentes como hace Fuentes, sino disparos verbales con mucha puntería.
Veamos algunos versos de Salamandra, salteados, sacados del contexto de algunos poemas, simplemente para observar las similitudes entre ambos escritores, dos de los más importantes del siglo XX mexicano (Fuentes sigue en activo, y con mucho vigor, en el XXI).

“Ciudad / Gatos en celo y pánico de monos”; “En tu cama de siglos fornican los relojes / En tu cráneo de humo pelean / las edades de humo / Memoria que se desmorona”; “La ciudad se extravía por sus callejas / Se echa a dormir en los lotes baldíos”; “Lo que dice no dice / Lo que dice: ¿cómo se dice / Lo que no dice?”; “De una palabra a la otra / Lo que digo se desvanece. / Yo sé que estoy vivo / Entre dos paréntesis.”; “En la casa de enfrente se enciende una ventana / ¡Qué extraño es saberse vivo! / Caminar entre la gente / Con el secreto a voces de estar vivo / Madrugadas sin nadie en el Zócalo / Sólo nuestro delirio / Y los tranvías / Tacuba Tacubaya Xochimilco San Ángel Coyoacán / En la plaza más grande que la noche”; “Yo no escribo para matar el tiempo / Ni para revivirlo / Escribo para que me viva”; “Hoy podríamos decirnos buenas tardes / Hasta los mexicanos somos felices / Y también los extraños”; “Hoy nadie lee los periódicos / En las oficinas con las piernas entreabiertas / Las muchachas toman café y platican […] La noche acecha tras los rascacielos / Es la hora de los abrazos caníbales / Noche de largas uñas”; “No comienza la vida sin la sangre / Sin la brasa del sacrificio / No se mueve la rueda de los días / Xólotl se niega a consumirse / Se escondió en el maíz pero lo hallaron / Se escondió en el maguey pero lo hallaron / Cayó en el agua y fue el pez axólotl / El dos-seres / Y “luego lo mataron” […] Xólotl el perro guía del infierno / El que desenterró los huesos de los padres / el que coció los huesos en la olla / el que encendió la lumbre de los años”; “En todas partes el grito que ciega / La oleada negra que cubre el pensamiento / La campana furiosa de sangre en mi pecho / La imagen que ríe en lo alto de la torre / La palabra que revienta las palabras / La imagen que incendia todos los puentes / La desaparecida en mitad del abrazo / La vagabunda que asesina a los niños / La idiota la mentirosa la incestuosa / La mendiga profética / La muchacha que en mitad de la vida / Me despierta y me dice acuérdate”; “Si estoy vivo camino todavía / Por esas mismas calles empedradas / Charcos lodos de junio a septiembre / Zaguanes tapias altas huertas dormidas”; “El entierro es barroco todavía / En México / Morir es todavía / Morirse de repente en cualquier parte […] Vivo me ves y muerto no has de verme”; “Entre la vida inmortal de la vida / Y la muerte inmortal de la historia / Hoy es cualquier día / En un cuarto cualquiera / Festín de dos cuerpos a solas”; “Los vivos están vivos / Andan vuelan maduran estallan / Los muertos están vivos / El viento los agita los dispersa”; “Yo estaba vivo y fui a buscar la muerte”
Carolina Grau es un libro que debe leerse varias veces para encontrar todo lo que se esconde en él y salta y asalta; es un libro muy divertido, pero también el que hace que sus personajes nos acechen y nos muestren los recovecos de lo sobrenatural, y nos invitan a entrar en esos pasajes, atractivos y tenebrosos. Salamandra, de Paz, es un libro que debemos releer, urgentemente, para encontrar todo lo que en su tiempo pasó inadvertido.

¿Quién es el escritor que no se ha dado cuenta de que escribió una obra maestra, e insiste en contar lo que ni a él le interesa: su ombligo?

martes, 7 de diciembre de 2010

Cursilerías de la Academia

Un cartel en el Metro pide que se reconozca a los adolescentes con problemas con la comunidad; así, hasta ganas dan de ser delincuente.
En una de sus maravillosas historias de los cronopios, Julio Cortázar habla de una tía cuyas caderas prominentes podían prestarse a que la apodaran “el ánfora” o algo parecido, pero preferían decirle con toda sencillez “la culona”; esa historia hay que recordarla cuando insisten en utilizar metáforas para hablar de las características de las personas, y del cuidado que ponen en los medios de información para referirse a ellos sin herir su sensibilidad; para evitar que nos ofendamos quienes sufrimos de alguna invalidez, prefieren decir que tenemos “discapacidad”, que significa que somos incapaces; pero lo prefieren a “inválido”, que significa, en buen español, que no nos valemos por nosotros mismos; y se le aplica a quienes necesitamos lentes para ver mejor, a quienes necesitamos plantillas para evitar malas posturas o, peor, dolor en pies, rodillas y columna vertebral a causa de los muy comunes pies planos, mal agravado cuando aumentamos de peso; hay diferentes grados de invalidez, pero en el idioma todos somos iguales, aunque en el cursi lenguaje oficial tenemos "capacidades diferentes", que es una característica de toda la gente, porque cada quien tiene una habilidad, o es mejor que otros en una actividad determinada; así, en el deporte, los jardineros (outfielders) tienen capacidades diferentes que los jugadores de cuadro (infielders), e incluso se necesitan capacidades diferentes para ser jardinero central que jardinero derecho (colocación, potencia en el brazo, velocidad), y en el cuadro no es lo mismo ser primera base que short stop (claro que jugadores como Pete Rose, Stan Musial, Mickey Mantle, Jimmie Foxx, y con más modestia pero eficacia asombrosa, Juan Gabriel Castro, han mostrado que son tan buenos en una posición como en otra; hasta en el pitcheo son diferentes los relevistas que los abridores); pero insisten en llamar “personas con capacidades diferentes” a quienes recurrimos, en menor o mayor medida, a aparatos correctivos para hacer lo que hacen los demás sin necesidad de lentes, plantillas, muletas o silla de ruedas. Y eso para no hablar de los "adultos mayores" que se les asesta a los ancianos, a los que no hay que confundir con los adultos menores.
El problema es que la Real Academia, que debería normar el idioma, acepta tanto “invalidez” como “discapacidad”, aunque es más específica la primera; pero es una actitud complaciente: en la edición de 1970 del Diccionario no existía “discapacidad”, y sólo hasta las ediciones más recientes es que la incorporaron, en beneficio de quienes se sienten ofendidos; lo grave es que la califican de “cualidad”, cuando quienes tan cursimente le dicen discapacitado a alguien que sufre de una invalidez, lo hacen pensando en que no vaya a ofenderse por un defecto; incluso, para que nos ofendamos menos, nos dicen disminuidos, o sea “minusválido”, que quiere decir que vale menos quien padece una invalidez.

Estos académicos se preocupan menos de las palabras que de lo mal que pueda sentirse alguien por el uso correcto de las palabras; en sus propuestas, que ahora han disminuido por la muina que han provocado, aducen que hay que evitar la tilde en “sólo” porque se pronuncia igual que “solo”, que significan cosas diferentes, y que se diferencian con el acento y no sólo con el contexto, y que nadie va a confundirse; hasta el 17 de diciembre, que pongan a la venta su nueva ortografía, que ya dijeron que no es definitiva porque hay quien sí se preocupa de diferenciar esas palabras (y otras), no sabremos si dejará de acentuarse “aún” cuando se use como “todavía”; se pronuncian igual que el “aun” que no significa “todavía” sino “aunque”, lo que podría ser argumento para suprimirlo y así evitarle problemas a quienes los tengan para saber si se usa o no el acento; más aún: el DRAE no registra el otro uso de “aún”, como adverbio de cantidad, como en “aún más” o "más aún". Véase la palabra en la edición de 2001, que es la actual; Manuel Seco lo usa así, pero no Moliner.
El Diccionario es confuso; en los buenos periódicos, cuando se elabora un manual de estilo, se acostumbra hacerlo de una manera difícil, pese a las protestas de quienes deben aplicarlo; piden que sea sencillo, pero un manual sencillo provoca que los lectores tengan dificultad para leerlo; un manual difícil hará que los redactores, los reporteros y los correctores (incluso los editores) piensen mucho, pero los lectores no tendrán problemas para leer de manera correcta.
Ése debería ser la norma para el Diccionario de la Academia: que se piense al escribir, para que el lector no tenga que pensar mucho cuando lea, y no se quede con dudas. Parece que pensar no es prioritario, y sí en cambio “pensar en”, lo que lleva a que quienes elaboran el DRAE piensan en que habrá quienes se ofendan cuando no encuentren lo que buscan. Así, la Academia admite que los hombres que se dedican a diseñar y elaborar ropa “de vestir” (¿para qué otra cosa es la ropa, que no sea para vestir y desvestir, según sea el caso?), se les llame “modisto”; en cambio, no dice que las personas (no los animales) que se dedican profesionalmente a cuidar la dentadura, reponer artificialmente sus faltas y curar sus enfermedades (supuestamente de los demás, porque si no, todos seríamos dentistas), si es que son hombres, se les llame dentistos, ni a quienes practican un deporte, si son hombres, se les califique de deportistos, más específicamente a los que entretienen de domingo a domingo con sus habilidades futboleras (en público; de manera privada, ahora son los que gozan los favores de las modelos y actrices que antes explotaban a los industriales y a los políticos) debería llamárseles futbolistos, si hacemos caso de esa diferenciación entre modista y modisto; la modista es una persona que se dedica al diseño, mientras que el modisto es un hombre; ¿Qué los hombres no son personas?

Parece que la Academia quiere ser complaciente: con los que nos atormentamos porque nos consideren inválidos, con los hombres a los que les choca que les llamen modista, aunque ningún beisbolista se enoja porque no le dicen beisbolisto (además de que las mujeres no juegan beisbol sino softbol, deporte que también practican algunos hombres, como lo hizo tan formidablemente mi amigo Tito Florencia; ese deporte no tiene nada de soft, excepto la pelota; y ahora que me acuerdo, una tarde luego de perder 3-2 con un equipo semiprofesional, cuyos integrantes nos felicitaron –¡bien, chavos!–, ya encarrilados aceptamos jugar contra unas mujeres, quienes se apiadaron de nosotros y detuvieron la paliza de 12-1 que nos estaban dando en la segunda entrada). Modisto, dice Luis Acevedo, sólo es admisible en la película de René Cardona Jr. con Mauricio Garcés, Modisto de señoras, y eso porque el guionista se apropia de chistes de los Hermanos Marx, cosa que los críticos de cine no advirtieron.
Desde 1984 decidieron no hacer caso a quienes protestábamos por el uso de “presupuestar” que pusieron de moda los economistas, y la Academia la aceptó muy precipitadamente; sin embargo, no en la acepción de hacer un cálculo previo, supuesto, de costos y gastos de una obra determinada, o de lo que las amas de casa consideraban debían consumir de lo que les daba el marido (“gasto”), sino como “formar el cómputo de los gastos o ingresos, o de ambas cosas que resultan de un negocio público o privado, e incluir una partida en el presupuesto del Estado o de una corporación”, que nada que ver con el cálculo previo, porque además ya estaba “presuponer”, y que además tampoco tenía nada con lo que decían los economistas; decían, porque ya sólo los emisarios del pasado dicen “presupuestar”.
Muchos escritores inteligentes han protestado contra lo que la Academia ha propuesto aunque antes había dicho que era definitivo; más que protestar, han dicho que no acatarán esas propuestas; muchos además son académicos; pocas veces la Academia ha promovido tantas posturas en su contra; en realidad, su labor debería de ser como la de los árbitros, jueces y umpires: tan discreta que apenas nos diéramos cuenta de su existencia.
Entre quienes han protestado con mayor contundencia está el excelente narrador Agustín Monsreal, con quien alguna vez compartí el privilegio de ser jurado de un concurso de cuento. Me envía el siguiente mensaje:
“Pues sí (o será si), es cierto, como diría el célebre (o celebre) testarudo, que no se puede confundir revólver con revolver, pero sí (otra vez sera si), sin ofender a dicho testarudo, la pérdida de su madre con la perdida de su etcétera, frase famosa para demostrar que con los acentos no se juega, como ocurre también con mendigo y méndigo. Y tampoco es lo mismo, por ejemplo:
sólo te mueres y ya
solo te mueres y ya;
ni tampoco:
voy a tomar sólo un vaso de vino
voy a tomar solo un vaso de vino,
ni tampoco:
sólo llegó a la casa
solo llegó a la casa;
ni tampoco:
discute sólo del acento
discute solo del acento,
¿cambia o no cambia el sentido de lo que se dice? Claro que suena igual, pero no quiere decir lo mismo, y para eso en la lengua escrita existe el acento ortográfico, lo que demuestra que el acento en solo es sólo cosa de sentido común. ¿Y qué (que) queda si le quitamos el acento a académicos?, pues acade-micos.”

¿Quién es el “escritor” que en sus dedicatorias melosas jura fidelidad a sus maestros –a quienes roba algunos de sus libros, además de las ideas– y en cuanto puede los traiciona?