martes, 21 de diciembre de 2010

Asombrosas coincidencias

Dicen los comentaristas deportivos, los columnistas políticos y los pronosticadores a posteriori que “el hubiera no existe”; el Diccionario de la Real Academia sitúa el “hubiera” como el copretérito del verbo haber, en el modo subjuntivo. Quién sabe de dónde habrán sacado que no existe.


En “La máscara y la transparencia”, prólogo de Octavio Paz a Cuerpos y ofrendas, antología de relatos y fragmentos de novelas de Carlos Fuentes (Alianza Editorial, 1972), se aborda uno de los puntos centrales de la obra de Fuentes: el cuerpo: “El frío, el calor, la urgencia sexual, la fatiga, las sensaciones más inmediatas y directas; y las más refinadas y complejas; las combinaciones del deseo y la imaginación, los desvaríos y alucinaciones de los sentidos, sus errores y adivinaciones. La pasión erótica es cardinal y, por lo tanto, lo es también la imaginación, su doble implacable […] Los cuerpos son jeroglíficos sensibles. Cada cuerpo es una metáfora erótica y el significado de todas estas metáforas es siempre el mismo: la muerte.” En una lectura inteligente de la obra, múltiple y variada y variable, de Carlos Fuentes, Paz (excelente lector de poesía) descubre los mundos paralelos que conviven en los diferentes planos: lo urgente de la actualidad y lo imperativo del mundo que hay detrás de los espejos, y sobre todo la compasión por los monstruos que no tienen siquiera el consuelo de la muerte. Pero también la otra muerte, la que está a la vuelta de la esquina, y a veces tras un faje de cantina, con todo y piquete de ombligo (escenas que están en casi cada escrito de Fuentes, incluidos los guiones de Un alma pura y Los Caifanes).
En Perspectivas mexicanas desde París (Corporación Editorial, 1973), James R. Forston pregunta a Fuentes que quién es más importante que él: “Octavio Paz y Juan Rulfo, to begin with. Lo reconozco plenamente… En cuanto a Paz… ¡Por Dios! Paz es un poeta, que es el rango más alto de la escritura.” En el prólogo a Los signos en rotación, la excelente antología de la prosa de Paz (Alianza Editorial, 1971), Fuentes (un extraordinario lector de poesía) hace una brillante disección de lo que era la obra de Paz hasta ese momento, con una claridad apabullante; es imposible resumir todo lo dicho, pero no puedo evitar entresacar una frase que define la poesía de Paz: “hemos sido esperados: el mundo existe para nosotros, pero el mundo nos preexiste”.
Tal vez el mejor homenaje de Fuentes a Paz está en La región más transparente, cuando uno de los personajes enfrenta la caída del mundo conocido, con El Laberinto de la Soledad bajo el brazo; en los momentos de la acción es una novedad en las librerías (Zaplana, en San Juan de Letrán, de donde parte a un café frente a Bellas Artes), pero ya es una obra definitiva; y muchas de las páginas de la novela de Fuentes parecen responder a las ideas, si no a las tesis, del libro de Paz (“ESTE LIBRO SE TERMINÓ DE IMPRIMIR EL DÍA 15 DE FEBRERO DE 1950 EN LOS TALLERES DE LA EDITORIAL CVULTURA, AV. REPÚBLICA DE GUATEMALA NÚM. 96 DE LA CIUDAD DE MÉXICO, D.F.”, perdonarán la ultraprecisión, en Cuadernos Americanos). En sus páginas encuentra la explicación de la conducta de los fufurufos y de los pelados; conducta que prosigue en la mayoría de sus libros.
La más reciente novela de Fuentes, Carolina Grau, formada por ocho relatos aparentemente distintos entre sí, tanto en las tramas como en los escenarios, pero no en el lenguaje, parece el más definitivo resumen de la visión de Paz sobre la literatura de Fuentes; éste, que hizo en La Silla del Águila una novela con las teorías de Maquiavelo; que hizo a Schopenhauer en novela en La voluntad y la fortuna, hace en ésta una novela de las ideas de Wittgenstein; una novela de palabras; pero no es una novela de puras palabras y nada de acción, como muchas de las novelas más recientes de la literatura mexicana, en que los personajes (o los autores) hacen largos viajes alrededor de su ombligo; Carolina Grau está hecha a base de palabras, pero que tienen sentido, significado, vigor y sensualidad; no importa que cambie de rostro, de edad, de profesión y hasta de ideas entre uno y otro relato; no importa que transite entre tres siglos y que sea cálida y frígida, o intensa o serena; es siempre la misma porque son las palabras las que la crean; como en pocos otros libros suyos, lo que hay tras las palabras es el mundo de la irrealidad, donde el horror consiste en no tener más miedo que a lo normal. Lo normal es lo sobrenatural, o viceversa. Tal ver sólo se manifieste con tal intensidad en Cambio de piel.
Uno de los relatos del libro se llama “Salamandra”; es un cuento, o pasaje, de amor excluyente, en el que Carolina Grau se esconde de su marido, al que transforma en ese animal que se transforma constantemente. El cuento más violento, aunque no pase nada violento, del libro, tiene el título de uno de los libros de poemas centrales de Octavio Paz.
Salamandra, el primer título de la colección Las Dos Orillas, de la editorial Joaquín Mortiz, en noviembre de 1962, tardó siete años en agotar los mil ejemplares de su primera edición; la segunda, corregida, fue ya de tres mil ejemplares. En la portada interior se apuntan los nombres de los libros que lo componen: Días hábiles, Homenaje y profanaciones, Salamandra y Solo a dos voces (que después sería título de otro libro de Paz, el de sus conversaciones con Julián Ríos, el más extremista de los experimentadores de la literatura española, casi al par con Luis Martín Santos, muerto prematuramente cuando preparaba Tiempo de destrucción, su segunda novela, por desgracia trunca y completada de cualquier manera, y una prolongación en tiempo y forma de Tiempo de silencio); se apuntan también las fechas que comprenden estos poemas: 1958-1961; es curioso: la segunda edición de Libertad bajo palabra, uno de los más buscados (y agotados) libros de Paz y que es el que compila la primera etapa de su gigantesca obra, está fechada en 1935-1958; la tercera, que excluye varios poemas de la segunda, está fechada en 1935-1957, lo mismo que la cuarta y las subsecuentes, y así está fechada en Poemas (1980, Seix-Barral), y en las Obras Completas, y en las antologías que él supervisó, en especial La Centena; su siguiente poemario, Ladera Este, de 1969, tiene las fechas clave 1962-1968.
Hay una distancia respecto a Libertad bajo palabra; hay mayor experimentación, búsqueda e innovación; no es un divorcio de su poesía anterior, pero sí un nuevo camino; el erotismo es sensorial, no ligado al romanticismo, e intenta más la explosión en vez de la pasión unida al sacrificio o al desafío; es ruptura, no culminación; es personal, no social; libera al individuo social, no al político; el libro tiende a la concentración, no a la explicación del mundo; no es mejor, ni peor, es distinto; a estas alturas parece poco apreciado en el conjunto de su obra, pues visto simplemente en el plano editorial, está en medio de dos momentos culminantes de la poesía de Paz: Piedra de sol y Blanco. Si se hace caso de las fechas (a las que no hay que hacer caso) comenzó a escribirlo al tiempo que aparecía la primera edición de La región más transparente (marzo de 1958). Y sí, hay muchas coincidencias en ambos libros; no intento compararlos, el libro de Fuentes es un mural que permite ver, de una ojeada, la sociedad mexicana a mediados de siglo; para darse una idea de su importancia hay que leer las palabras de José Emilio Pacheco en la edición de la novela preparada por la Real Academia de la Lengua, precisamente las mejores páginas de esa edición insólita. Paz no hace murales, ni siquiera cuadros de caballete: dibuja mundos etéreos, los construye con palabras, pero no torrentes como hace Fuentes, sino disparos verbales con mucha puntería.
Veamos algunos versos de Salamandra, salteados, sacados del contexto de algunos poemas, simplemente para observar las similitudes entre ambos escritores, dos de los más importantes del siglo XX mexicano (Fuentes sigue en activo, y con mucho vigor, en el XXI).

“Ciudad / Gatos en celo y pánico de monos”; “En tu cama de siglos fornican los relojes / En tu cráneo de humo pelean / las edades de humo / Memoria que se desmorona”; “La ciudad se extravía por sus callejas / Se echa a dormir en los lotes baldíos”; “Lo que dice no dice / Lo que dice: ¿cómo se dice / Lo que no dice?”; “De una palabra a la otra / Lo que digo se desvanece. / Yo sé que estoy vivo / Entre dos paréntesis.”; “En la casa de enfrente se enciende una ventana / ¡Qué extraño es saberse vivo! / Caminar entre la gente / Con el secreto a voces de estar vivo / Madrugadas sin nadie en el Zócalo / Sólo nuestro delirio / Y los tranvías / Tacuba Tacubaya Xochimilco San Ángel Coyoacán / En la plaza más grande que la noche”; “Yo no escribo para matar el tiempo / Ni para revivirlo / Escribo para que me viva”; “Hoy podríamos decirnos buenas tardes / Hasta los mexicanos somos felices / Y también los extraños”; “Hoy nadie lee los periódicos / En las oficinas con las piernas entreabiertas / Las muchachas toman café y platican […] La noche acecha tras los rascacielos / Es la hora de los abrazos caníbales / Noche de largas uñas”; “No comienza la vida sin la sangre / Sin la brasa del sacrificio / No se mueve la rueda de los días / Xólotl se niega a consumirse / Se escondió en el maíz pero lo hallaron / Se escondió en el maguey pero lo hallaron / Cayó en el agua y fue el pez axólotl / El dos-seres / Y “luego lo mataron” […] Xólotl el perro guía del infierno / El que desenterró los huesos de los padres / el que coció los huesos en la olla / el que encendió la lumbre de los años”; “En todas partes el grito que ciega / La oleada negra que cubre el pensamiento / La campana furiosa de sangre en mi pecho / La imagen que ríe en lo alto de la torre / La palabra que revienta las palabras / La imagen que incendia todos los puentes / La desaparecida en mitad del abrazo / La vagabunda que asesina a los niños / La idiota la mentirosa la incestuosa / La mendiga profética / La muchacha que en mitad de la vida / Me despierta y me dice acuérdate”; “Si estoy vivo camino todavía / Por esas mismas calles empedradas / Charcos lodos de junio a septiembre / Zaguanes tapias altas huertas dormidas”; “El entierro es barroco todavía / En México / Morir es todavía / Morirse de repente en cualquier parte […] Vivo me ves y muerto no has de verme”; “Entre la vida inmortal de la vida / Y la muerte inmortal de la historia / Hoy es cualquier día / En un cuarto cualquiera / Festín de dos cuerpos a solas”; “Los vivos están vivos / Andan vuelan maduran estallan / Los muertos están vivos / El viento los agita los dispersa”; “Yo estaba vivo y fui a buscar la muerte”
Carolina Grau es un libro que debe leerse varias veces para encontrar todo lo que se esconde en él y salta y asalta; es un libro muy divertido, pero también el que hace que sus personajes nos acechen y nos muestren los recovecos de lo sobrenatural, y nos invitan a entrar en esos pasajes, atractivos y tenebrosos. Salamandra, de Paz, es un libro que debemos releer, urgentemente, para encontrar todo lo que en su tiempo pasó inadvertido.

¿Quién es el escritor que no se ha dado cuenta de que escribió una obra maestra, e insiste en contar lo que ni a él le interesa: su ombligo?

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