jueves, 30 de diciembre de 2010

Diccionario de ¿mexicanismos?

El 9 de enero de 2009 comenté, en este blog, la edición conmemorativa de La región más transparente, de Carlos Fuentes, hecha por la Real Academia Española, donde dije que ésta “añade un glosario inexacto para los mexicanos, y engañoso para los extranjeros, que si le hacen caso tendrán una imagen nuestra como la que divulgó el cine estadounidense, la del indio flojo recostado en una pared, o la divulgada por el cine mexicano, la del charro arrogante y sentimental, pero noble; según ellos […]rebozo es un ‘chal, mantilla o pañoleta que la mujer de clase media y pobre (sic) suele llevar echada sobre los hombros o cubriéndole la cabeza’; el suéter ‘un jersey (sic), prenda de vestir cerrada y con mangas que cubre el tronco’, y un ‘hijo de su pelona’ es un eufemismo por ‘hijo de la gran chingada’ Más ejemplos importantes de errores de interpretación: aguayón en México es nalga, no pechos; más guango que el aire a Juárez no es ‘venir muy grande’, sino algo inofensivo; apurarse es darse prisa, no estar preocupado; atarantado es atontado, no ‘impulsivo’ […]; una bodorria no es un matrimonio desigual, es una expresión de los barrios populares; un café de chinos, nos dice, es un lugar modesto en que se sirve café, alimentos y otras bebidas (¿o sea que los alimentos son bebidas?); los calzones no son sólo prendas interior femenina (tendrían que recordar que el calzón sobre todo es prenda masculina, la calza corta); cantón no es vecindario ni barrio, en la literatura árabe es un palacio lujoso que por choteo se le llama así a los hogares humildes; chinaco es ranchero, y eran los guerrilleros contra los invasores franceses, no persona de bajo estrato social y cultural; ‘ah qué la chingada’ (en el libro, que sin acento) no es exclamación enfática de afirmación, antes al contrario; chingón es el que alcanza sus metas o se impone, pero no necesariamente utilizando métodos poco ortodoxos, más bien es alguien superior a sus oponentes; codear, aparte de la acepción, es tratarse como igual con los ‘grandes’; a todo dar no es ‘al máximo posible’, más bien expresa que algo o alguien está muy bien; dejado no es abandonado, sino que lo mangonean; desbandar no es abandonar, sino correr en desbandada, sin unión; fajar es un acto propiciatorio para una relación sexual, no siempre consumada; gacho no es decaído, sino feo, lo contrario de ‘chicho’; gaucho veloz no es una persona muy rápida, lista y hábil, sino el protagonista de un chiste popular en esos años, de contenido sexual, y que es utilizado también por Ismael Rodríguez en voz de Amelia Wihelmi al referirse al marido chambista de la portera del edificio donde viven Pedro Chávez y Luis Macías en ¿Qué te ha dado esa mujer?; […] hacerse tarugo no es volverse tonto sino hacerse el disimulado, el que dice desconocer una situación peliaguda.”
Tal glosario fue dirigido y elaborado por la académica mexicana Concepción Company Company, con la colaboración de Georgina Barraza Carbajal, y participó un equipo del Instituto de Lexicografía de la Real Academia Española, coordinado por Carlos Domínguez, y del que formaban parte Abraham Madroñal, Laura Fernández-Salinero, Ángel Jiménez y José Vicente Salcido. Company Company y Barraza Carbajal son, respectivamente, la directora y la coordinadora técnica del muy codiciado Diccionario de Mexicanismos, de la Academia Mexicana de la Lengua, y publicado por Siglo XXI Editores, bajo el cuidado de Gabriela Parada Valdés; según las fuentes, estuvieron trabajando en él hasta julio del año que termina, y se imprimió con tanta velocidad que se agotaron los ejemplares que llegaron a la Feria de Guadalajara, menos de 600, que fueron los que oficialmente se vendieron de Puedo explicarlo todo, de Xavier Velasco; el chiste es que para mediados de la FIL ya estaban agotados aunque su costo era de 600 pesos; no se encontraba en librerías todavía a mediados de diciembre, aunque había 101 ejemplares en la librería Mauricio Achar, y ninguno en las demás sucursales de la Gandhi (que por cierto no se ha enterado de la Ley del Precio Único; de los 600 pesos los rebajan a 450; no es que me queje del descuento, pero ¿le darán el mismo trato a otras librerías?). Los pocos dueños de librerías que sí leen pedían aunque fuera un ejemplar, no para los clientes impacientes, si no para ellos mismos.
Hay muchas cosas que comentar del Diccionario; comencemos por las notas que resalté del Glosario de La región más transparente; el rebozo ya no es para las clases media y pobre, ni es un chal; ahora es una prenda de vestir, sigue cubriendo la espalda, además del pecho y la cabeza, y sirve para cargar a un niño pequeño; cubrirá la cabeza de María Candelaria, o de las adelitas que van tras de su Juan, pero no necesariamente en todas las de la clase media, y no todas cargan niños; también lo usan las de los ballets folclóricos; aguayón ya no es pecho, sino el “conjunto de los dos glúteos”, o sea lo que en el Diccionario de la Real Academia se define como nalgatorio; atarantado ya no es impulsivo sino mareado; bodorrio ya no es discriminatorio; un café de chinos ya no sirve otros alimentos sino que se le califica de modesto (aunque no dice que es de chinos, que lo atienden chinos, y que preparan unos bizcochos –no, mejor una repostería, vaya siendo-- chinos); el suéter cubre más, pero sigue siendo un jersey (sic); los calzones ya no son prendas sólo femeninas, pero el ejemplo que ponen se refiere a las mujeres (“siéntate bien, niña”); cantón ya no es barrio o vecindario, sino casa, barrio o región “donde alguien vive”; chinaco sigue siendo un conjunto de pobres (“pelados”, o sea “persona de bajo estrato social”; hasta la cuarta acepción aciertan: “grosero, descortés o falto de educación”), pero también una persona que tiene un trato propio de los liberales del siglo XIX (eso merecería una explicación más amplia, y no dudo que divertida además de anacrónica); chingón ya no es un transa; codear ya no es un gesto de complicidad, pero tampoco es tratar como iguales a los chingones, que es como se usa en México; dejado ya es mangoneado, pero no ha dejado de ser un abandonado (por ser muy probe, y por tener la desgracia de ser casado); (no registran “desbandada”); fajar ya es clinch, caldo, como acto propiciatorio; ninguna de las acepciones de gaucho veloz corresponde al chiste que fue famoso casi dos décadas hace casi cuatro décadas; hacerse tarugo ya es sinónimo de hacerse pendejo, o sea disimular.
Hay que reconocer que quienes elaboraron el Diccionario corrigieron muchas de sus fallas (no como otros que conocí y que sigo conociendo), pero contiene muchas definiciones inexactas; por ejemplo, aguayón sí es nalgatorio, pero no como lo usan en el DM (como ellos mismos se nombran); en las referencias citan La familia Burrón, muy posiblemente las recopilaciones caóticas y desordenadas que ha publicado Porrúa, y no la historieta original; allí se hubieran enterado de que la expresión común es “la zona del aguayón” (o las tepacuanas —que sí incluyen—, las tambochas —que ignoraron— o la zona de las inyecciones”) las frases que ponen son p. u. (poco usadas); creo que una de las grandes fallas del DM es que carece de fuentes confiables; si algo, además de la investigación exhaustiva del Diccionario Secreto de Camilo José Cela, es que cada frase que utiliza para ejemplificar los muchos nombres que reciben en español los genitales, sale de libros bien citados, o de un refranero conocido, algo que no viene en ninguna palabra incluida en este DM; no todas las referencias son inventadas, puede que ninguna lo sea, pero muchísimas son tan desconocidas que parecen inventadas para justificar; pero con tan mala puntería que caen incluso en incorrecciones; por ejemplo, en torta y en tepacuana (palabra que escuché por última vez en voz de Alejandra Guzmán, hará unos diez años), las definiciones conducen al menos incómodo “glúteo”, pero los ejemplos que ponen vienen en femenino, y glúteo es masculino; en tortear el ejemplo es equívoco: “Me choca subirme al metrobús porque ahí siempre te tortean”; ¿no habrá querido decirlo en primera persona, “me tortean”?, ¿se queja de que a la amiga la tortean y a ella no?; hay muchos ejemplos de una pudibundez que se justifica en cualquier persona honorable, pero no en quien se dedica a la filología o a la literatura; por ejemplo, ninguna de las acepciones de tortilla, tortillería ni sobre todo tortillera hace alusión a la homosexualidad femenina; puede parecer demasiado vulgar, pero tiene el concepto la categoría literaria que le dio Salvador Novo (“Termino pues por mi mal, / veremos a ver si puedes; / la marquesa de Paredes / quiere echarse un nixtamal”: “Redondillas a Ermilo Abreu Gómez”, Sátira, edit. Diana; Antología personal, Lecturas Mexicanas, Tercera Serie, núm. 37). No se trata de no quebrantar la actitud políticamente correcta de no referirse de manera burlona a las preferencias sexuales, porque la definición de perra es “Mujer atractiva y promiscua” (¿no es discriminación a las sosas?), pero no hay cabida a perrito, que en el lenguaje pop/obsc. se refiere a las mujeres que aprietan y distienden el sexo durante el coito, para mayor placer de su compañero; lo dice Alberto Rojas El Caballo en El Garañón 2 (“¿puedo pasar, tienes perrito?”), pero también lo usó Rocío Barrionuevo nada menos que en Sábado, suplemento de unomásuno, en su columna sobre sexo, al explicar la popularidad de una excompañera suya en la Facultad de Filosofía y Letras.
Una falla constante es que en algunas ocasiones aportan la definición normal de una alocución, seguida del uso pop., pero en muchas otras sólo se refieren al uso pop.: perjudicial, por ejemplo, no es algo que perjudica, sólo es “agente de policía del ramo penal que acata las órdenes del juez respectivo”, sin añadir que su comportamiento es de ojete (que no es traidor, sólo alguien que actúa de mala fe). Muchas de las acepciones carecen de explicación; por ejemplo, piocha, en su segunda acepción es pop/coloq, “bueno, bonito, de excelente calidad”, y complementan con la frase “esa fiesta está bien piocha”; piocha, expresión común en los años treinta a cincuenta, se refería más bien a una persona que a una fiesta, y se completaba con un ademán, que consistía en el puño cerrado bajo el mentón, con una leve agitación, como sobándose la piocha; tampoco dicen que es p. u.: “Yo recuerdo por ejemplo palabras del argot citadino de hace 20 años que ya no tienen ningún sentido. Y para precisar esto diría por ejemplo ‘piocha’, que quería decir ‘muy suave’, ‘muy bueno’ y que ahora no quiere decir nada” (entrevista con José Revueltas, Gustavo Sainz, revista Eclipse, enero de 1972). Y a propósito de suave, todas las acepciones incluidas en su entrada omiten la principal, y sólo quedan las coloq.; la siguiente entrada es suavena, pero omiten el complemento: suavena con su arroz.
Suave fue un término que popularizó en cine y radio Manolín, Manuel Palacios, cómico y cantante muy elogiado, con razón, por Emilio García Riera: fíjate qué suave era su muletilla, que se convirtió en título de una película, no incluida en la muy raquítica sección de Fuentes Filmográficas, una de ellas con Mario Moreno Cantinflas, que merecería más puesto que merece cinco entradas en el DM, aunque dos menos que en el DRAE; por desgracia, la cinta citada no es de las más representativas en cuanto al manejo del vocabulario, ni ha trascendido en el lenguaje popular como Ahí está el detalle, o el Chato, que prodigan él y Gloria Marín en El gendarme desconocido. Tampoco las otras cintas, una de la India María, dos de Mauricio Garcés, una de ellas sin incidencia en el uso de mexicanismos, y Nosotros los pobres, que se distingue por un lenguaje poco real, artificial; increíble que no citen Los Caifanes (que traslada al cine el lenguaje de La región más transparente y de otras narraciones de Carlos Fuentes), nada de Germán Valdés, elogiado por un más incluyente académico, Salvador Novo; nada de Rubén Olivares, buen boxeador, mal actor pero que maneja muy bien el lenguaje popular; nada de Gaspar Henaine, que popularizó una frase más allá de su vigencia como figura pública: me es inclusive, por me es igual, y que se sigue usando en mucho lados, y debería de estar puesto que aparecen catafixia y catafixiar, aportaciones de Javier López Chabelo, a quien no le dan el crédito por una palabra que le debe todo y que todos usan. No hay ni una cinta de Alejandro Galindo, con o sin David Silva, nada de Rogelio González, de Gilberto Martínez Solares, ni de Héctor Suárez que impuso el “no hay no hay”, que duró bastante, inclusive hoy, aunque menguado.
Es también increíble que en las Fuentes Bibliográficas haya sólo cinco novelas; la narrativa aporta mucho más que cualquier diccionario, y aquí no hay ejemplos de casi nada; está Gazapo, de Sainz, pero no La tumba ni De perfil, de José Agustín; está José Trigo de Fernando del Paso, pero nada de José Revueltas ni Vicente Leñero ni Parménides García Saldaña ni, increíble, Armando Ramírez ni muchos más que han contribuido a la fortaleza del español, se hable sólo en México o en cualquiera otra parte (Arreola y Rulfo, por ejemplo). No están Martín Luis Guzmán ni José Vasconcelos, ni Daniel Cosío Villegas, quien usaba el idioma popular con gran propiedad, agilidad y sentido del humor; no hay ningún historiador, ni ningún músico, por lo que en el cuerpo del DM no se incluye una palabra con mucha mayor vigencia que piocha: cuícuiri (pero sí pitufo y pitufa, que pertenecen más al caló de la delincuencia que al mexicanismo), pero sí pirrurris, que luego de la ausencia de Luis de Alba ya sólo la dice Andrés Manuel López Obrador. Bueno, ni siquiera citan a Chava Flores.
El DM recoge muchas expresiones de sabor popular, pero con una distancia nada saludable, lo que lleva a acometer varias situaciones curiosas; por ejemplo, pipí y pirinola, que en su expresión coloq/obsc/euf se refieren al pene, en especial al de los niños, y cabría recordar que las niñas no lo tienen (¿y para qué hablar de Freud, verdad?), y no están atentos a lo que se dice y escucha en la calle; por ejemplo, incluyen la expresión dos que tres, que ya en 1973 se había convertido en dos tres, pero que ahora se dice, con igual sabor, dos dos. A ese distanciamiento se deben algunas confusiones o definiciones erróneas; por ejemplo, canchanchán tiene una acepción mucho más difundida que la incluida: es un trabajador con más categoría que hueso o chícharo y que si tuviera un rango en la burocracia sería el de asistente (algo así como el IBM que sí incluyen), mucho más que una amante a la que no se le pone casa, aunque se le da cierta exclusividad (por cierto, tampoco incluyen tiquis miquis). También a ese elitismo se debe que rayársela esté sólo con la acepción de “mandarse”, y no con la más usual de mentarle la madre a alguien, en tono más agresivo que el cariñoso que creen los autores que se usa en México.
Algo de lo más grave es el concepto de popular que tienen los autores: “Significa una voz empleada por clases de escasa instrucción escolar”. Botellita de jerez y Botellita de vinagre (expresiones que, desde luego, no incluyen, pero igualmente se las recetamos). ¿De veras creen que Carlos Fuentes, Rubén Bonifaz Nuño, Andrés Henestrosa, Alí Chumacero, Gabriel Zaid, Gonzalo Celorio, Elías Trabulse –académicos mexicanos incluidos en la vigésima segunda edición del DRAE–, son unos mecapaleros de escasa instrucción escolar? No, desde luego, y manejan con mucho sabor el lenguaje popular; lo mismo nuevos miembros, como Felipe Garrido y Adolfo Castañón, y algunos que ya no están con nosotros pero sí sus libros, como Salvador Novo, Julio Torri, Agustín Yáñez, Antonio Acevedo Escobedo, Alfonso Reyes, también académicos. Los ejemplos de profesores, maestros, doctos, escritores buenos y regulares, políticos, investigadores, tienen como una de sus cualidades el manejo del español coloquial y popular, y no precisamente por su escasa instrucción escolar. Los autores de este DM han hecho, más que un diccionario de mexicanismos, uno de uso del español en México, pero sin acercarse ni a buenas fuentes bibliográficas, musicales, literarias, cinematográficas, televisivas, radiofónicas, periodísticas (¿cómo cabe en su definición de ojete, “traidor”, el definitivo que le dio Porfirio Remigio a sus contrincantes en un certamen de ciclismo: “Pa’ mí, Paquito [Malgesto, quien lo entrevistaba], que todos son ojetes”?); un filólogo no debe, no puede, trabajar en un cubículo (perdonando la expresión) sino en la calle; debe leer, que es lo que hizo Cela, y también Molinares y Seco, lo que hace confiables sus diccionarios.
Pero todavía no termino, me falta bastante más.

Huy, ¿cómo le harán los académicos para convencerse de que huí es monosílabo, y que al quitarle el acento no suene como huy? Un mundo sin acentos: Pablo Zulaica ha sido arrestado por poner acentos en palabras no acentuadas, en letreros de las calles del DF; pregunta sin malicia que, sin los acentos, qué quieren decir los letreros en los autos: ¿bebés a bordo o bebes a bordo? O ¿futuras mamás o futuras mamas?

¿Quién es el escritor que comenzó a leer cuando los otros escritores le preguntaron qué opinaba de sus libros?

1 comentario:

Unknown dijo...

No por justificar (porque me es imposible), pero el motivo por el cual no ponen la acepción de lesbiana en 'tortillera' es que también esta acepción existe en el español de España. Así, ya no 'califica' como mexicanismo. Lo mismo pasa con tiquis miquis.
Saludos.