domingo, 20 de abril de 2014

Disputas femeninas; mis primeras ediciones de Revueltas

Una de las peores situaciones que puede vivir un hombre la describe Schopenhauer, en uno de sus libros más célebres: estar en medio de una disputa entre dos mujeres que se interesan por él; una situación que sólo le deseamos a nuestros peores enemigos; en el cine  vemos eso, narrado magistralmente en Johnny Guitar, pero hay otros: entre la Chula Prieto y Lilia Prado interesadas por Pedro Infante en Las mujeres de mi general; Virginia Serret contra Amanda del Llano, ambas interesadas por Pedro Infante en La oveja negra; Nelly Montiel y Sofía Álvarez interesadas por Pedro Infante en Si me han de matar mañana; Miroslava y Liliana Durán interesadas por Pedro Infante en Escuela de vagabundos; Crmelita González e Isabel del Puerto, ambas interesadas en Rafael Baledón, en Matrimonio y mortaja; Silvia Pinal y Lilia Michel interesadas en Rafael Baledón en Sí, mi vida; Vitola y Rebeca Iturbide, en disputa por Germán Valdés en Ay, amor, cómo me has puesto; Tere Velásquez y Marina Camacho peleando por los favores de Germán Valdés en Suicídate, mi amor;  Meche Barba e Irma Torres que hasta se dan de golpes (Torres mostrando las tarzaneras en ese trance) por culpa de David Silva, en La casa del ogro (donde Silva resuelve el dilema cuando dice, al enterarse de la pelea: “de güey me meto”); en Del rancho a la televisión María Victoria disputa el amor de Luis Aguilar con Chela Campos (la verdad, debió ganar María Victoria); en El violetero, en vano Marina Camacho defiende el amor de Germán Valdés, pretendido por Martha Elena Cervantes, en vano, porque la ganona es Renée Dumas.
            Pero la mejor escena entre dos damas en plena disputa por un hombre lo entablan Sara García y Emma Roldán, en una fiesta, tratando de ganar para sí a Domingo Soler, en La gallina clueca; duelos verbales, ironías, sarcasmos, burlas, referencias a la edad de la contrincante, palabras hirientes hacia su torpeza de su comportamiento en sociedad, una le dice arribista a la otra, y la otra recuerda su situación de solitaria; en tanto, Soler se deja querer, pero cuando le exigen que se decida, deja que ellas se despedacen entre sí.

Se dice que el descontón fue a la malagueña, que cuando extendió los brazos para saludarlo, aquél respondió con un golpe que lo sorprendió, y le lanzó una acusación que la gente interpretó como traición a la amistad. Nunca, hasta ahora, se me ocurrió preguntarle a los testigos presenciales, y la versión que me entrega una persona honesta, dado a la ironía pero no a la exageración, y extremadamente seria pero con mucho sentido del humor, lo relata de otra manera: al acercarse, con los brazos abiertos recibió un golpe en la cara, pero también una acusación más frecuente en el lenguaje de los mexicanos (cuyas novelas, en efecto, leía): “eres un hijo de la chingada”, que no quedó ahí, porque se lanzó contra el caído y le tiró una serie terrible de puntapiés, hasta que algunos comedidos lo detuvieron.
            Grande sorpresa me llevé al escuchar esto, que no trascendió a la prensa ni menos a los libros, que minimizaron no el golpe, pero disfrazaron las palabras y ocultaron las patadas y la actitud animal.

Las siguientes son fotografías de mis primeras, y de mis segundas ediciones de la obra literaria de José Revueltas; entre todos, me siguen fascinando Los muros de agua, y dos novelas gigantescas: Los días terrenales, una de las más grandes obras mexicanas y no sólo del siglo XX, y Los errores, que tenemos que volver a leer, aunque mucho me temo que en estos tiempos de corrección política, estas tres novelas serán mal entendidas y mal interpretadas. Y no es por dárselo a desear, una rarísima joya: la primera edición de Dormir en tierra, de la Universidad Veracruzana, con “La palabra sagrada”, tal vez el mejor relato breve de Revueltas, y una de las cumbres de nuestra narrativa.