Una de las peores situaciones que puede vivir un hombre
la describe Schopenhauer, en uno de sus libros más célebres: estar en medio de
una disputa entre dos mujeres que se interesan por él; una situación que sólo le deseamos a nuestros peores enemigos; en el cine vemos eso, narrado magistralmente en Johnny
Guitar, pero hay otros: entre la Chula Prieto y Lilia Prado interesadas por
Pedro Infante en Las mujeres de mi
general; Virginia Serret contra Amanda del Llano, ambas interesadas por
Pedro Infante en La oveja negra;
Nelly Montiel y Sofía Álvarez interesadas por Pedro Infante en Si me han de matar mañana; Miroslava y
Liliana Durán interesadas por Pedro Infante en Escuela de vagabundos; Crmelita González e Isabel del Puerto, ambas
interesadas en Rafael Baledón, en Matrimonio
y mortaja; Silvia Pinal y Lilia Michel interesadas en Rafael Baledón en Sí, mi vida; Vitola y Rebeca Iturbide,
en disputa por Germán Valdés en Ay, amor,
cómo me has puesto; Tere Velásquez y Marina Camacho peleando por los
favores de Germán Valdés en Suicídate, mi
amor; Meche Barba e Irma Torres que
hasta se dan de golpes (Torres mostrando las tarzaneras en ese trance) por
culpa de David Silva, en La casa del ogro
(donde Silva resuelve el dilema cuando dice, al enterarse de la pelea: “de güey
me meto”); en Del rancho a la televisión
María Victoria disputa el amor de Luis Aguilar con Chela Campos (la verdad,
debió ganar María Victoria); en El
violetero, en vano Marina Camacho defiende el amor de Germán Valdés, pretendido
por Martha Elena Cervantes, en vano, porque la ganona es Renée Dumas.
Pero la
mejor escena entre dos damas en plena disputa por un hombre lo entablan Sara
García y Emma Roldán, en una fiesta, tratando de ganar para sí a Domingo Soler,
en La gallina clueca; duelos
verbales, ironías, sarcasmos, burlas, referencias a la edad de la contrincante, palabras hirientes hacia su torpeza de su comportamiento en sociedad, una le dice arribista
a la otra, y la otra recuerda su situación de solitaria; en tanto, Soler se
deja querer, pero cuando le exigen que se decida, deja que ellas se despedacen
entre sí.
Se dice que el descontón fue a la malagueña, que cuando
extendió los brazos para saludarlo, aquél respondió con un golpe que lo
sorprendió, y le lanzó una acusación que la gente interpretó como traición a la
amistad. Nunca, hasta ahora, se me ocurrió preguntarle a los testigos
presenciales, y la versión que me entrega una persona honesta, dado a la ironía
pero no a la exageración, y extremadamente seria pero con mucho sentido del
humor, lo relata de otra manera: al acercarse, con los brazos abiertos recibió
un golpe en la cara, pero también una acusación más frecuente en el lenguaje de
los mexicanos (cuyas novelas, en efecto, leía): “eres un hijo de la chingada”,
que no quedó ahí, porque se lanzó contra el caído y le tiró una serie terrible
de puntapiés, hasta que algunos comedidos lo detuvieron.
Grande
sorpresa me llevé al escuchar esto, que no trascendió a la prensa ni menos a
los libros, que minimizaron no el golpe, pero disfrazaron las palabras y
ocultaron las patadas y la actitud animal.
Las siguientes son fotografías de mis primeras, y de mis
segundas ediciones de la obra literaria de José Revueltas; entre todos, me
siguen fascinando Los muros de agua,
y dos novelas gigantescas: Los días
terrenales, una de las más grandes obras mexicanas y no sólo del siglo XX,
y Los errores, que tenemos que volver
a leer, aunque mucho me temo que en estos tiempos de corrección política, estas
tres novelas serán mal entendidas y mal interpretadas. Y no es por dárselo a
desear, una rarísima joya: la primera edición de Dormir en tierra, de la Universidad Veracruzana, con “La palabra sagrada”, tal vez el mejor relato
breve de Revueltas, y una de las cumbres de nuestra narrativa.
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