lunes, 31 de marzo de 2014

Poetas de 1956; primeras ediciones de Paz

En 1956 publicaron, en libros, periódicos, revistas, suplementos nacionales, 320 poetas, la mayoría mexicanos, unos cuantos españoles (León Felipe, Manuel Altolaguirre, por ejemplo), cubanos (Cinto Vitier), colombianos (Alfonso López Michelsen, luego presidente de su país); algunos datos curiosos: entre esos poetas se contaron Herminio Ahumada, el segundo diputado en increpar a un presidente en plena Cámara de Diputados (a Miguel Alemán; el primero había sido Aurelio Manrique, quien le gritó “¡farsante!” a Plutarco Elías Calles; Ahumada estaba un tanto protegido no sólo por su popularidad –atleta olímpico en 100 y 200 metros planos—, diputado antireeleccionista y yerno de José Vasconcelos; algo así como Everio, el poeta-deportista de De perfil); también, Hexiquio Aguilar, uno de los mayores especialistas en Derecho de Autor; otros: Juan José Arreola, con un soneto; Ricardo Garibay, con una canción; y Jorge Saldaña, con su nombre completo: Jorge Isaac; Enrique Soto Izquierdo, diputado después; Miguel Álvarez Acosta, director de Bellas Artes; Griselda Álvarez, mejor poetisa que gobernadora de Colima, aunque nació en Jalisco; las dos poetisas con la fama de haber sido las escritoras más bellas de la literatura mexicana: la costarricense Eunice Odio y la estridentista María del Mar (asmo, completaba Novo); Héctor Azar, mejor conocido como dramaturgo; Miguel Castro Ruiz, más famoso como periodista; Horacio Espinosa Altamirano, quien habitaba en los cafés de la ciudad.
            Entre todos ellos, quienes siguen en activo son Juan Bañuelos y Dolores Castro. Los mayores libros de ese año fueron Práctica de vuelo, de Carlos Pellicer; Las provincias del aire, de Jaime García Terrés; Tarumba, de Jaime Sabines, y Palabras en reposo, de Alí Chumacero.

Más o menos así comencé mi participación en la presentación del más reciente libro de Kyra Galván, quien nació en 1956; por cierto, ese año también publicó poemas Mercedes Durand, que escribió las palabras preliminares de Un pequeño moretón en la piel de nadie, el primer libro de Kyra, publicado por Raúl Guzmán en su pequeña pero célebre Contraste (Raúl fue el jefe de la Librería Universitaria, en Insurgentes, la que se cayó por el terremoto de 1985; tuvo la librería Contraste en Leibinz, donde luego estuvo por alguno meses una sucursal de la Librería Del Sótano; otra Contraste estuvo en Insurgentes Centro, que después fue la Librería Buñuel); lo más sobresaliente fue, para Durand, el nombre de la autora: “¡qué extraño nombre para una mujer!”
            Los verdaderos presentadores fueron Angelina Muñiz-Huberman y José María Espinasa; el editor del libro y pretenso moderador debió de haber sido Víctor Roura, quien no se presentó y no tuvo la decencia de dar explicaciones; tampoco estuvieron sus escuderos. La presentación se efectuó en la librería Elena Garro, bella pero incómoda. No hubo tampoco presencia alguna de los funcionarios de la librería, ni de la editorial; nadie quien recibiera, presentara, despidiera.

Habíamos quedado que la biblioteca que se construyó durante el periodo presidencial de Manuel Ávila Camacho, bajo el cuidado de Jaime Torres Bodet, se llama Biblioteca México, y la que está en Buenavista se llama Vasconcelos; así, confiados en el anuncio de que antier sábado se inauguraría la exposición Pasión bibliográfica, que exhibiría todas las primeras ediciones de los libros de Octavio Paz, fuimos Lourdes y yo; para llegar a tiempo, tomamos un taxi que nos cobró 85 pesos porque gracias al metrobús, que debe ahorrar tiempo, Insurgentes es un desmadre; pero resulta que no era allí, sino en la México que ya no se llama así; haciendo muina, nos fuimos de Buenavista a la Ciudadela; llegamos con 15 minutos de retraso; cuando entrábamos nos topamos de frente con Salvador González, a quien tuve que zarandear para que nos reconociera. “Vine a comparar mis ediciones”, dijo; nosotros también íbamos a palomear y, como en la época de los álbumes, decir “ya, ya, ya, ya, chin, ésta no”. Pero resulta que a pesar del anuncio en periódicos, murales y Letras Libres, siempre no, que se inaugura hasta las 16 horas de hoy lunes 31 de marzo; o fuimos muchos los que no supimos leer o unos cuantos que no saben escribir. Tampoco algún funcionario dio explicaciones, y nos remitían con los policías quienes tuvieron que aguantar imprecaciones y cuestionamientos, aunque no toletazos ni cocteles Molotov. Nomás de puro coraje, pongo en ocho fotografías mis primeras ediciones de los libros de Octavio Paz, algunos bastante raros; muy pocos se me escapan (Salamandra, por ejemplo, que tengo en segunda edición, lo mismo que Cuadrivio, que juraba que tenía en primera, pero no). El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes insiste en equivocarse sin importarle lo que sufran los lectores.

Dice Octavio Paz en su correspondencia con Arnaldo Orfila Reynal que la crítica debe ser “parcial, apasionada, polémica”. Ojalá todos pensaran así. Por cierto, en esas cartas temía que Poesía en movimiento fuera apabullada, borrada por la Poesía mexicana del siglo XX, de Carlos Monsiváis. Hoy, Poesía en movimiento sigue siendo un referente, y de la de Monsiváis sólo se acuerdan los coleccionistas.

Tres acotaciones: 1) Dèja Lu regresa con ánimos, confiando en su mala memoria, en la mala memoria de la gente, en mi mala memoria, y en el nulo juicio de sus mecenas; 2) ¿Qué tan lícito es que se condicione la publicación de una nota en una revista de prestigio, a que se hable mal de un escritor laureado? 3) ¿de quién nos acordamos al releer el epigrama que recoge Daniel Cosío Villegas al hablar de un político del siglo XIX que dice: “¡Qué personaje tan pobre, / qué personaje tan tonto; / y lo malo es que tan pronto / comenzó a enseñar el cobre!”?








Y Borges tenía razón en lo del futbol.



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