lunes, 31 de enero de 2011

Más contradicciones de Pedro Infante

Después de su excelente actuación en La vida no vale nada, era ya notoria que había aumentado la popularidad de Pedro Infante en sectores socioeconómicos más favorecidos; sus cintas ya no estrenaban en los cines de la Merced, aunque alguno todavía se estrenaba en el céntrico pero no privilegiado Olimpia o, peor, el Mariscala, pero oscilaban entre el Orfeón, de Luis Moya; el México, en avenida Cuauhtémoc, o el más de lujo Chapultepec, que se mantuvo en buen nivel hasta mediados de los ochenta, en que lo especializaron en mexicanas casi pícaras, como Tres lancheros muy picudos.
La vida no vale nada se estrenó en el Metropólitan, uno de los pocos que siguen funcionando, aunque ya no como cine. Pueblo, canto y esperanza se estrenó en el Palacio Chino, más o menos de moda; integrada por tres cortos, Rogelio González dirigió el estelarizado por Infante; es el mejor de los tres, pero es oscuro, contradictorio e inconcluso; compartió estelar con Rita Macedo, pero le faltó tiempo a la historia para que formaran una buena pareja.
Un retroceso, o mejor, una interrupción en su carrera, es Los gavilanes, flojísima cinta de Vicente Oroná en donde Infante vuelve a hacer de bandido generoso, jefe de una banda de bandidos generosos, asediado de nuevo por Lilia Prado en competencia con Ana Bertha Lepe, en ese 1954 en plena gloria por haber obtenido el cuarto lugar en un certamen de Miss Universo, en el que ganó el galardón Christian Martell, después también estrella del cine mexicano.
Oroná era un director rutinario con cierto gusto, recuerda Emilio García Riera, por las aventuras, pero especializado en combates cuerpo a cuerpo, mejor si con florete que con revólveres; otros bandidos nobles lo fueron Piporro, Wolf Ruvinsky y Pascual García Peña; en cambio, Ángel Infante es a quien le toca cargar con el papel de villano; hay tres aspectos interesantes en la cinta; la aparición de la entonces ya famosa Angélica María, entonces de diez años pero que parecía menor y que ya había conmovido al público en su aparición en Pecado haciéndola de niño desfavorecido por el oficio de chantajista del padre Roberto Cañedo y el oficio de sufrida de Zully Moreno; otro aspecto, más atractivo, es por las buenas canciones que interpreta, sobre todo “Rosa María”, una de las raras colaboraciones entre José Alfredo Jiménez y Rubén Fuentes, y “Cuando sale la luna”, de las mejores de Jiménez, aunque hay que aguantar “Los Gavilanes” (“no es vergüenza ser bandido si se roba al que es ladrón”), cantada por la banda de criminales nobles; el tercer aspecto es la comparación entre los dos Infante: Pedro, natural y simpático (aunque ya especializado en una simpatía forzada, a priori, esperada por el público) y Ángel, forzado, tieso, y tratando de imitar a su hermano menor.

Después siguió una de las peores que hizo en esa época, Escuela de música, dirigida por un Miguel Zacarías que no estaba en su mejor momento; la combinación de actores es fallida: los estelares son Infante y Libertad Lamarque, pero no hacen pareja sentimental; ella se liga al ya envejecido Luis Aldás, muy lejano al galán improbable de México de mis recuerdos, pero peor actor aún; Infante en cambio se liga a Georgina Barragán, de una belleza discreta y un oficio de actriz mucho mejor que el de sus competidores, de las discípulas de Salvador Novo en el teatro de Bellas Artes, y desperdiciada por el cine pero no por la televisión; no he podido comprobarlo, pero creo recordar que fue motivo de un pequeño escándalo al protagonizar la primera aparición de una actriz en ropa íntima en la televisión, sin que haya sido involuntario: se despoja de la blusa en una escena culminante de Un tranvía llamado Deseo, de Tennesse Williams, al lado de Wolf Ruvinsky (ésa era la televisión mexicana de los años cincuenta). La trama es mínima e insulsa, con algunos detalles pícaros: la doble personalidad de Infante, tímido y taimado, que se desinhibe con cierta bebida; pero de tímido entra al camerino donde están coristas en ropa íntima que se escandalizan; hay sobre todo un torneo de canciones, algunas aceptables y otras bastante malas; Lamarque imita a Infante, o mejor dicho lo chotea (“si me muero quien mu mu mu las besa”); Infante tiene un acercamiento a lo moderno y canta un chachachá que le quedaba mejor al Trío Avileño; la mejor canción es “Nocturnal”, pero no coincide la voz con los movimientos de los labios de Infante; un dato más curioso aún es que la cinta es en glorioso blanco y negro, pero los números musicales son en horroroso color apastelado; la música supuestamente la interpreta una orquesta de puras mujeres dirigidas por Georgina Barragán, y de lo mejor son las piezas bailables “Brasil” y “Manicero”, en que las bailarinas son generosas mostrando las piernas. Desconcierta ver lo mal que se ve Infante con un smoking blanco que no porta ni con elegancia ni con naturalidad, y son muy notorias las entradas en el cráneo, sobre todo del lado izquierdo, debido a la placa de platino por el accidente aéreo sufrido en Michoacán (en El vizconde de Montecristo, con Tin Tan, unas bailarinas muy bellas cantan “Las manicuristas” y hacen referencia a la placa de platino de Infante). El papel más divertido lo interpreta Piporro, aunque todavía está muy lejos del cine malo pero muy gracioso que realizó en los años sesenta.

Los gavilanes fue la última cinta que filmó en 1954; Escuela de música es de 1955, al igual que La tercera palabra, una de las más prestigiadas de su filmografía; en su reencuentro con Marga López (Cartas marcadas, Los tres García, Vuelven los García, Un rincón cerca del cielo, Ahora soy rico) fue dirigido por Julián Soler, el menos célebre de los cuatro hermanos; con Andrés (don Andrés) tuvo excelentes duelos, en especial en No desearás la mujer de tu hijo; con don Fernando ni se diga, y con Domingo en La vida no vale nada; con ellos tres entabló torneos de actuación memorables y en los que se esforzó por estar a su altura. Julián, con menos prestigio que sus hermanos pero con más oficio de director, tuvo mejor suerte con comedias que con dramas y en ésta demostró mejor madera con las escenas ligeras que con las melodramáticas. Carlos Monsiváis solía citar una escena de La tercera palabra como uno de los mayores momentos del camp mexicano, cuando las tías de Infante en la trama, Sara García y Prudencia Griffel, cantan y se mueven con ritmo una canción con unos versos curiosos: “nosotras somos las ninfas del bosque de la virtud”; en otra escena divertida, Infante, mientras ordeñaba una vaca, canta “Yo soy quien soy y no me parezco a naiden” (hecha con definiciones imposibles: “a veces quisiera ser tortuga para correr, caballo para volar… chaparro para crecer, borracho pa’ no tomar, jumento pa’ no cargar…”, y culmina con una línea que ahora sería perseguida: “y fiel como la mujer”), que termina “mis compañeros son mis buenos animales… chivos y mulas, y uno que otro viejo buey”, estas últimas palabras no las canta, las grita dirigiéndose a Eduardo Alcaraz, quien se asoma a la ventana, molesto. Esta versión de la pieza no aparece en las obras completas de Infante, la colección que sacó Peerles en 16 discos compactos, pero sí en una colección, “A mi pueblo que tanto quiero…”, en el volumen tercero, Orfeón CD20094, que se vendió en kioscos; la compusieron Felipe Bermejo y Manuel Esperón. La trama narra la historia de un muchacho (aunque Infante ya tenía 38 años) educado lejos de la civilización por el padre desilusionado por la infidelidad de la esposa. Feliz e indocumentado es rescatado por las tías; el mayordomo Alcaraz intriga con un abogado para despojarlo de su herencia y de la maestra, Marga López, encargada de desasnarlo, pero que se topa con la resistencia de él a ser letrado, porque lo importante de la vida lo intuye: la existencia de Dios y la de la sexualidad; lo primero, mediante un curioso discernimiento filosófico; lo segundo, cuando ve a Marga López supuestamente bañándose desnuda en un arroyo; el espectador se pierde el desnudo, pero no las bonitas piernas de López, que tanto ocultó a lo largo de su carrera cinematográfica; sólo las mostró en ésta, y en dos cintas con Germán Valdés, El niño perdido, cuando se asoma por unas escaleras con la bata a medio cerrar (¡qué puerta!, digo ¡qué piernas!) y en Los fantasmas burlones, donde baila con Tin-Tan y el Loco Valdés un can-can a ritmo de “Azul pintado de azul”, y no sólo eso, sino que culmina dando la espalda a la cámara y levantándose la falda).
Las mejores actuaciones corren a cargo de Alcaraz, y de Rodolfo (Echeverría)Landa, a quien se le ve verosímil cuando observa con ojos de lascivia a Marga López. La cinta es inconsistente, a ratos inverosímil, y el momento cumbre de Infante es cuando, creyendo infiel a la ya embarazada López, la corre de la casa; ella pregunta si la pueden ayudar con las maletas, e Infante exclama un muy sincero: “llévalas tú”.
Aunque haya buenas escenas y buenas actuaciones, no basta para que sea una buena cinta; es una lástima, porque es cuando más sincero parece Infante en su papel de inocente, es decir, sin mancha y sin culpa original.
Después de ésta sólo realizó cuatro cintas más antes de su accidente final. De ellas hablaré en la próxima.

¿Quién es el académico mexicano de la lengua para el que el superlativo de fría es frígida?
Dice la Ortografía de Lengua Española, realizada por la Real Academia de la Lengua que la h es muda; chance, pero es como el bajo eléctrico de The Rolling Stones (cuando lo toca Billy Wyman); no se oye, pero se siente.

lunes, 24 de enero de 2011

Diccionarios divertidos

I
Una de las críticas más constantes que hizo Raúl Prieto a la Real Academia de la Lengua Española y a su Diccionario fue la actitud de sentirse el centro del universo, en cuanto a las acepciones que daba a algunas palabras, como las muy famosas “día” (tiempo que tarda el Sol en darle vuelta a la Tierra), “juicio” (cualidad del alma para distinguir entre el bien y el mal) y otras que consideraban al hombre como la creación suprema, a la religión católica como la única verdadera, y al socialismo como una doctrina que “suponía” beneficios para la colectividad, y al comunismo como una práctica que quería abolir el derecho a la propiedad privada.
Aunque se ha atenuado, no ha enmendado su posición etnocentrista, y a España como la poseedora de la pulcritud del idioma español, aunque su hablar cotidiano esté lleno de solecismos (“voy a por agua”, que incluso acata y recomienda Álex Grijelmo), y sea incapaz de pronunciar futbol, chofer y coctel (los pronuncia imitando el inglés y el francés), y de encontrar una palabra adecuada para lo que llaman “aparcar” (como estacionarse, pues) y al suéter, al que llaman jersey, con jota, o pijama, también con jota.
Pero hay que volver a la actitud pudibunda del idioma; se supone que contamos oficialmente con dos mil quinientos adjetivos más o menos divididos en cerca de 350 categorías; el adjetivo, dice la Gramática de la RAE, es una “clase de palabras [sic] que modifica al sustantivo aportándole muy variados significados”; con más sencillez, el adjetivo califica; si pensamos en los relatos de Borges, no hay muchos más de cien adjetivos, y todos son justos y adecuados; hay algunos ensayistas mexicanos que parecen usar todos en sus trabajos, por breves que sean (a cierto crítico le encontramos en uno solo, en que hablaba de una estatua de Pancho Villa cabalgando, 201 adjetivos, y eso que su artículo no pasaba de las dos cuartillas). Hasta hace poco era costumbre que los libros, las acciones e incluso las personas merecían, cuando se les mencionaba, tres adjetivos, que por lo regular eran sinónimos, o a veces hasta antónimos.
Cierto, es difícil usar el adjetivo; podría decirse que es arduo, porque muchas veces es inadecuado, y otras porque es anticuado; encontrar el certero es casi imposible, y entonces hay que hallar uno atractivo, o cuando menos novedoso, y que no sea inapropiado por ofensivo o por ambiguo. Para encontrarlo, lo menos apropiado es el Diccionario de la Real Academia, porque carece de una lista que nos ayude a localizarlo; es mejor el Ideológico de Casares, lástima que esté tan agotado, como tampoco puede hallarse el de Corripio, que tan buenos diccionarios tiene, aunque con frecuencia demuestre lo mal que usamos, no sólo el adjetivo, sino el idioma todo.
Por ello es de celebrar que exista Los adjetivos de la lengua española. Obra didáctica, de Honorato Colmenares, que en 106 páginas registra casi todos los adjetivos, y la manera de usarlos. Lo único malo es que, al contrario del Diccionario de Mexicanismos que acaba de acometer la Academia Mexicana de la Lengua, que se regodea, y parece que se excita, al enumerar las palabras soeces y los calificativos que denigran y las palabras que insinúan actos lascivos, Colmenares evita usar ciertas palabras, y sólo las registra para recomendar que no se utilicen (Corripio, por el contrario, registra 28 sinónimos para "puta", más otros que están bajo otras denominaciones aunque sean igualmente sinónimos).
Lo más notorio es la actitud llena de prejuicios, que a la larga revelan un pensamiento que se ha modificado totalmente; me permito transcribir algunos de ellos, con todo y las frases ejemplares, aunque no con el significado, que es obvio.
Gringo: me enamoré de una preciosa muchacha gringa; Innato: la facultad intelectual es innata en el hombre; Núbil: Aplícase a la joven que ya puede contraer matrimonio; Viejo o senil: por interés se casó con un hombre senil; Racional: sólo el hombre es animal racional, los demás son seres irracionales; Intelectual: para llegar a ser un hombre intelectual se requieren talento y cultura; Comprensivo: mi esposa es comprensiva; Incomprensivo: su madre es una mujer incomprensiva; Ignorante: marido ignorante de la infidelidad de su esposa; Galante: Galante no es aplicable a una dama honesta; Grosero: individuo grosero, mujerzuela grosera; Sinvergüenza (este adjetivo rechaza el plural y cuando califica a dos o más personas las palabras yuxtapuestas deben separarse y decir: abundan las mujeres sin vergüenza que exhiben sus cuerpos desnudos –o bien usar el sinónimo “desvergonzadas”); Verecundo: la verecunda mujer rompió la revista erótica; Pudendo: las bailarinas impúdicas muestran al público sus partes pudendas; Casto, púdico, pudoroso, pudibundo: casta mujer, púdica doncella, beata pudibunda; Impúdico: actriz impúdica; Libertino; es una mujer libertina; Concupiscible: mujer concupiscible; Lascivo, salaz, lujurioso, libidinoso, lúbrico: al verla desnuda se avivó más mi apetito libidinoso; Ardiente, cachondo, caliente: hombre cachondo, mujer ardiente; Copulador, fornicador: Sátiro, sinónimo de hombre lascivo no es adjetivo sino sustantivo; Fácil, galante, cortesana, liviana, casquivana: son adjetivos que se emplean eufemísticamente para no usar el más crudo de mujer pública ni los nombres sustantivos prostituta, ramera, piruja, etc.; heterosexual: las personas normales son heterosexuales; Lesbiana: existen mujeres lesbianas por anomalía innata y por depravación; Misógino: los hombres misóginos no son homosexuales; Desdeñoso: mujer desdeñosa; Desventurado: su matrimonio fue desventurado; Resignado: es una mujer paciente y resignada; Airado: que mueve a ira o es producido por la ira, pero en expresiones como “mujer de la vida airada” se relacionan con la prostitución; Malicioso: es una mujer maliciosa; Jactancioso, vanidoso: la mujer suele ser vanidosa; Encopetado (altivo y presumido): damas encopetadas; Codiciable, apetecible: mujer apetecible; Coqueta (aplícase a la mujer que busca agradar y atraer a los hombres): una esposa sólo debe ser coqueta con su marido; Antipático: suegra antipática; Desabrido (que carece de sabor o tiene poco o lo tiene malo): mujer desabrida; Excéntrico (que es fuera de lo común [como en otros casos, Colmenares se limita: excéntrico es quien no pertenece a un círculo o mafia]): persona excéntrica; Infiel: mujer infiel; Perjuro: mujer perjura.
Podría seguir, pero los ejemplos son repetitivos. Parece confirmar la queja de que el idioma es misógino, pues muchos adjetivos son elogiosos para el hombre y denigrantes para la mujer (hombre público, mujer pública, y muchos más); Colmenares es ejemplar al respecto: la mayoría de los adjetivos que destacan de manera positiva son para el hombre, y la mayoría de los que atacan, denigran y descalifican, son para la mujer. Y el diccionario no es tan antiguo: apareció en 1979.

II
Dicen los académicos que ya se extendió y popularizó la palabra “váteres”; no sabemos en dónde se popularizó, y por qué la Academia lo adopta si existen retrete, excusado o, más pudoroso, escusado, pero Tomás Barrio, en su Diccionario de barbarismos, neologismos y extranjerismos, lo reprueba: “wáter: anglicismo por escusado, retrete” (ni siquiera registra váter, acaso porque es característico de España pronunciar la w como u, y en América Latina como u, y como creen que 40 millones son más de 400). Barbarismo, dice el DRAE, es una incorrección que consiste en pronunciar o escribir mal las palabras, o en emplear vocablos impropios, o un extranjerismo no incorporado totalmente al idioma; un extranjerismo es una afición desmedida a costumbres extranjeras, y voz o frase o giro que un idioma toma de otro extranjero, y neologismo es el uso de vocablos o giros nuevos; sólo en el primer caso acepta que se trata de una incorrección, aunque antes condenaba el uso sobre todo de los extranjerismos y de los neologismos; aceptaba que se usaran siempre y cuando no hubiera en el corpus un vocablo que pudiera utilizarse en vez de esas voces. Por ejemplo, con qué jícamas se sustituye “chip” sin que suene ridículo. Ahora el DRAE es más permisivo, más tolerante, y más incorrecto, si hacemos caso a don Tomás; veamos unos cuantos casos: zacate sólo es admisible en Guatemala y México; en los demás países es “césped”; para el DRAE es hierba o pasto o estropajo para fregar; progresista es un barbarismo por progresivo, mientras que para el DRAE es “dicho de una persona, de una colectividad, etc.: con ideas avanzadas, y con la actitud que esto entraña”; propensión es “acción y efecto de propender”, pero Barrio lo condena por ser un barbarismo por predisposición; relajo es desorden, falta de seriedad, barullo. “Holganza, laxitud en el cumplimiento de las normas; degradación de las costumbres; broma pesada; dicho o gesto obsceno”. Barrio dice que es barbarismo por “relajación”, pero son las acepciones para el DRAE. Decir, como dije, América Latina o Latinoamérica es un barbarismo por Hispanoamérica; decir América vs Guadalajara es también un barbarismo y lo correcto es decir adversus; son barbarismos, extranjerismos o neologismos “adjudicación”, “acolchonado”, “actualidad” (por oportunidad), “alpinismo”, “apelativo”, “cachemir”, “boom” por auge y “auge” por apogeo; “coludirse”, “lupa”, y muchas otras que asombra que se hayan evitado; y eso que no vio don Tomás Barrio el uso de “desmarcar” por desligarse, “no se vale” por impropio o ilegal o inconveniente, “mensajear” y otras que están de moda y que posiblemente dejen de estarlo en unos cuantos meses.
Éstos son dos diccionarios harto divertidos, lástima que ya no circulen.

¿Cómo le hará don José María Blecua para combatir lo que defendió con ardor en su Gramática Española?

En la página de El Universal, en Edición Impresa y allí Hemeroteca, la Sección El Librero, con comentarios de libros. Gracias

sábado, 15 de enero de 2011

¿Hojas u ojos? Replica a Gabriel Zaid

Es frecuente que las antologías de poesía anglosajona contengan letras de algunas canciones, sobre todo de John Lennon, Lou Reed, Joni Mitchell, y desde luego de Bob Dylan, quien ya ha sido galardonado con el Príncipe de Asturias y ha sido considerado candidato al Nobel de Literatura, para patatús de los solemnes.
En México, en los años cincuenta hubo una antología en donde incluyeron, entre los poemas, algunas canciones de Agustín Lara, según me informó Miguel Capistrán; mucho más en serio, Gabriel Zaid incluyó una sección nada breve de canciones en su Ómnibus de poesía mexicana, además de que editó un Cancionero de Cri-Cri en el que hay análisis y el tratamiento serio que se merece ese extraordinario compositor; se sabe que también ha trabajado en cancioneros de Agustín Lara y de José Alfredo Jiménez.
De que le gusta la música, y que toma en serio las canciones como una de las muchas formas de poesía, no hay duda; en Leer poesía hace un análisis formal de “La casita”, y se suma a quienes la atribuyen a Manuel José Othón; arguye, con mucho sentido, que el narrador de la canción le echa los perros a una joven a la que pretende, y como prenda de amor le ofrece una casita, aunque en la versión más difundida de la canción, en voz de Pedro Infante, no se dirige a una mujer (“que de dónde, amiga, vengo”), sino a un hombre (“Que de dónde, amigo, vengo”; remito a los interesados a Leer poesía, págs. 132 a 137 –Debolsillo, 2009); parece más un descuido de los productores del disco, y no que Pedro Chávez cante a Luis Macías para que no le haga caso a Marianela –Rosita Arenas–, ni es respuesta al “Rancho Alegre” que se avienta Macías); no sólo especula sobre el origen de la canción, sino que la analiza con toda la formalidad y seriedad, como a un poema. (En “Intelectuales”, de De los libros al poder y en uno de sus poemas, Zaid cita a Lara, y en otro poema a Antonio Carlos Jobim-Vinicius de Moraes.)
Pero se ha confiado, y se deja llevar por su formación literaria, pues me parece que se equivoca en su artículo “Procrastinar” (diciembre de 2010, Letras Libres), en el que, de pronto, relaciona unos versos de Lope de Vega con “El son de la Negra”; reproduzco, con su autorización, un fragmento de ese artículo:

“Negrita de mis pesares,
hoja de papel volando,
a todos diles que sí,
pero no les digas cuándo.
Así me dijiste a mí,
por eso vivo penando.

“La ‘hoja de papel volando’ (que supongo) es una imagen del destino azaroso (‘cual hoja al viento’ dice la ‘Canción mixteca’ de José López Alavés, 1912). Que los mariachis canten: ‘ojos de papel volando’ no puede ser más que tradición defectuosa. Según parece, el son fue compuesto en 1926 en Tepic, por los hermanos Fidencio Lomelí Gutiérrez (letra) y Alberto (música), que no se tomaron el trabajo de escribirlo ni registrarlo. Se refiere a una novia del primero, que no se llamaba Juana (como la musa de Lope), sino Albina Luna; y no era negra, aunque así le dijeran por cariño, contradictoriamente con su nombre y apellido. ¿Habrá grabaciones de los hermanos Lomelí para verificar la letra original?”

En los registros de la Dirección de Derecho de Autor no existe “El son de la Negra”, como le consta a Ramón Córdoba, quien hizo una compilación (Gran cancionero mexicano, del que acaba de aparecer una edición actualizada, publicada por Sanborns) sin que pudiera incluirla, aunque es una de las canciones más representativas del folclor mexicano; es uno de los casos extraños, porque está registrada hasta “La bamba”, nada menos que por la autoría de Juanito Neri, quien aparece también como autor de “Las Mañanitas”, las que cantaba el rey David, “El jarabe loco” y otras muchas, que al pertenecer a la tradición popular, en vez de estar bajo el dominio público, como se le denomina a las canciones de las que se desconoce el autor o se vencieron los derechos, fueron registradas por algunos que se aprovecharon de una laguna en la legislación, y agregaron o modificaron un verso, y les bastó para cobrar unos derechos que no le pertenecían a nadie. Véase el caso de “La Martina”, que pertenece al romancero, y la tiene registrada Irma Serrano.
Gabriel Zaid da por buena una de las versiones sobre el origen del son; hay otra que no parece, a la luz de las revelaciones sobre los hermanos Lomelí Gutiérrez, tan verosímil: que fue escrito, sin letra, por alusión a las primeras locomotoras, totalmente negras, pues el inicio de la música semeja al del ferrocarril que comienza a caminar lentamente, hasta agarrar velocidad. No es inverosímil que le dijeran “La Negra” a una locomotora, si cuando iba la locomotora sola, con algún correo urgente, para agarrar más velocidad, le decían “La Mocha”: “va hecho la mocha”, lo que se sigue usando aunque cada vez haya menos ferrocarriles en México y se desconozca el origen de la frase, como de muchas otras.
(Eso de la velocidad en las canciones ha servido para remedar algunas acciones humanas; por ejemplo, “All together now”, de The Beatles, mantiene un ritmo y un compás constante durante la mayor parte de la pieza, y al final comienza a acelerarse, tanto la música como las voces, hasta terminar en un tono más alto, como una explosión abrupta con la que termina la pieza, y es de suponer, si se hace caso al título, que se trata de un orgasmo simultáneo; lo mismo hace John Lennon en una pieza posterior, “Come together”; lo mismo hicieron The Turtles en “Happy together”, y más gráficamente The Doors en “Take it as it comes”, y con un poco de más pudor pero mayor perversión, Simon & Garfunkel en “The 59th Street Bridge Song (Feelin’ Groovy)”; para que no se diga que sólo los rocanroleros son perversos, hay que recordar el Bolero, de Maurice Ravel, y que lo aprovecha Blake Edwards en 10; no el caso de “El son de la Negra”.)
No sólo al inicio: alrededor del segundo minuto y 25 segundos vuelve al ritmo descendente de las ruedas del ferrocarril que ruedan rápido cargadas de azúcar, y termina no tan abruptamente, pero cortan la narración musical para concluir con el tradicional “tan tan” de la música mexicana.

Como dice Gabriel Zaid, muchos mariachis la han incorporado a su repertorio; la mejor versión, obviamente, es la del Mariachi Vargas de Tecalitlán, de Silvestre Vargas, cuyo genio no es Silvestre Vargas sino Rubén Fuentes, uno de los mejores músicos mexicanos, que le dio categoría a los mariachis; como productor encontró la fórmula para aprovechar la voz poco disciplinada de Pedro Infante, y lo convirtió en un cantante más que regular; la mayoría de los éxitos de Infante son composiciones de Fuentes (“Pos cuícuiri”, “La verdolaga”, “Que murmuren” y la extraordinaria “Qué vulgares somos”, entre otras); también aprovechó la hermosa voz de Linda Ronstdadt, a la que convirtió en la mejor intérprete de música vernácula mexicana después de los primeros años de Lola Beltrán, y superior a la desperdiciada Aída Cuevas. Por cierto, las versiones de “El son de la Negra” interpretadas por Silvestre Vargas sí incluyen créditos, que no son los que apunta Zaid, sino de Fuentes y Vargas; en las ediciones de la Historia de la Música Popular Mexicana, las dos colecciones editadas en los años setenta y ochenta por Promexa, además del crédito a ellos dos, en el folleto que acompaña al disco compacto, y en las páginas internas del disco en vinil, le llaman sólo “La Negra”, y no ponen letra; anuncian que es una versión instrumental, aunque está cantada, con los versos que apunta Zaid, con la variante que él atribuye a una deformación, como sucedió con “La casita”. Hay una versión diferente en ritmo, en un álbum llamado Música tradicional nayarita, y aunque anuncia que “El son de la Negra” tiene letra y música “del Nayarita Baltazar Orozco”, ésta sí es una versión instrumental; el disco está interpretado a la manera tradicional de los primeros mariachis: tres guitarras, cuatro violines, dos vihuelas y voces, sin las trompetas que modernizaron y transformaron para siempre a los mariachis, porque no sólo suplieron a las voces femeninas que, de cada lado del conjunto, producían los sonidos que simulaban lamentos o júbilo, sino que los hicieron más sonoros. Ahora es tan difícil imaginarnos “El son de la Negra” sin las trompetas como el Concierto para violín y orquesta de Beethoven sin las percusiones, que es como lo interpreta Stephanie Chase.
En eso llevaría razón Zaid: cómo imaginar una locomotora que va acelerando el paso, sin el sonido que aportan las trompetas; sin ellas tampoco sería una de las piezas más populares en los ballets folclóricos, pues ese instrumento es el que marca los pasos.

Sin embargo, sigo discrepando de Gabriel Zaid. Dice que la letra dice “hoja de papel volando” que invoca la imagen de un destino azaroso; nunca cometí el desacato de oír “hojas” en vez de “ojos”, y al leer el razonamiento de Zaid no pensé en el destino azaroso sino en otra imagen memorable en la música: “La donna è mobile/ qual piuma al vento/ muta d'accento / E di pensier. /Sempre un amabile / leggiadro viso, / in pianto o in riso, / è mensognero./ La donna è mobile / qual piuma al vento, / muta d'accento / e di pensier… / E' sempre misero / chi a lei confida, / chi a le confida, / mal cauto il core! / Pur mai non sentesi / felice appieno / chi su quel seno, / non liba amore! / La donna è mobile / qual piuma al vento,/ muta d'accento / e di pensier…”; o sea que la mujer es voluble y cambiante como una pluma volando sin destino; alegre o triste, el narrador del aria de Verdi para Rigoletto dice que la mujer es cambiante o voluble, cambia de palabra y de pensamiento; su amable y hermoso rostro, con llanto o risa, es engañoso; es desdichado quien confía en ella, quien le entrega incauto el corazón (sintetizo la traducción, tomada de Wikipedia, pero muy popular).
Si hago caso de la versión propuesta de Zaid la lógica de la canción sería que el narrador quiere ver a una mujer, voluble y traicionera, que a todos engaña con promesas incumplidas; ésa no es la imagen de una voluble que cambia de parecer. Me gusta más la imagen de que “La Negra” no es voluble, sino coqueta, que hace pensar a todos que va a acceder y los deja con las ganas (“Juan Rubalcaba, el que no acaba” por culpa de una que lo provoca y no lo deja culminar el acto sexual; es un personaje de la primera novela de María Luisa La China Mendoza, Con él, conmigo, con nosotros tres; a propósito, o sin él, Mendoza tiene un cuento llamado "Ojos de papel volando"; y por cierto, la “hoja al viento” de la “Canción Mixteca” en lo personal me parece más bien una hoja de árbol, en otoño, no un papel aventado al aire); en vez de destino azaroso me hace pensar en una mujer que está platicando con uno y mira para todos lados, se fija en los que entran o salen del lugar, pone sus ojos, volátiles, en todos menos en uno, por coquetería deportiva o porque quiere darle picones al pretendiente (“novillo”, le dicen al novio, por los cuernos); la conquista tiene lugar cuando ya fija los ojos en uno, y deja de sonreírle, con los ojos, a los demás.
¿Por qué iba a decirle a una víctima del destino azaroso “a todos diles que sí pero no les digas cuándo”? ¿Por venganza, porque a él le dijo lo mismo y por eso vive penando? Entonces la víctima del destino azaroso es él, el narrador, no ella.
En cualquiera de los casos él es quien salió perdiendo, mientras ella sigue tan campante; las dos versiones, hoja u ojos, podría ser la verdadera, pero la segunda estrofa parece confirmar que no es víctima del destino: “¿Cuándo me traes a mi Negra, que la quiero ver aquí, con su rebozo de seda que le traje de Tepic?”. ¿A quién le pide que se la lleve: al que se la ganó? De cualquier manera es una imagen muy alegre, y “La Negra” una mujer plena, hermosa, quien además se da el lujo de portar una prenda que le regaló el otro en vez de deshacerse de ella para no provocar celos (¿“diamantes que fueron antes / de amantes de su mujer”?).
No es una imagen de una mujer que sufre, al contrario, hace sufrir a los pretendientes. Por eso no le doy la razón a Zaid en este caso, aunque la imagen de la hoja al viento sea literaria. “Ojos de papel volando” está representado en el cine en algunas escenas pícaras de Mapy Cortés, Lilia Michel, Lilia Prado, Pedro Infante (sobre todo en Dos tipos de cuidado), Bo Derek (precisamente durante el Bolero en 10, en donde intenta convertir a Dudley Moore en objeto sexual), y en especial Sofía Álvarez en Ahí está el detalle, haciendo sufrir a Joaquín Pardavé (“a quién estás mirando, quién está amenazando la paz de mi hogar”, exclama cuando ella mira a todos lados menos a él); sobre todo, las vampiresas del cine mudo, que exageraban el movimiento de los ojos de papel volando, en una época en que, nos informa Zaid, fue cuando se escribió la canción.

La canción mexicana con frecuencia se presta a equívocos: ¿“Borrachita me voy” o “Borrachita, me voy”? Neruda, en el Canto general, lo escribe sin coma, igual que la letra de Ignacio Fernández Esperón, Tata Nacho, sólo que la canción está escrita en femenino: la “Borrachita” se va a servir al patrón (Neruda dice: “pa pedirle al patrón”), y afirma que se quiso llevar al que “quere mucho” y que él también “la quere”, pero que él no quiso, que si había de llorar, pa’ qué volver; ¿resabios del derecho de pernada?
El “Cielito lindo”, contrario a como se canta (“De la sierra, morena, vienen bajando, unos ojitos negros cielito lindo de contrabando”), dice “Por la Sierra Morena vienen bajando, vienen bajando”; ¿De la "sierra, morena”, como decían los nacionalistas que negaban que fuera de la Sierra Morena, tan española, siendo la canción tan mexicana? ¿Por la Sierra Morena?
Pero son equívocos muy sabrosos. (La letra de "La donna é móbile" tenía dos erratas que me corrigió Marco Antonio Campos. Lo hubiera evitado si en vez de consultarla en la web,tan inexacta y mentirosa, se la hubiera consultado a él.)

Dicen los académicos que los cambios en la nueva ortografía son a prueba, a ver si los adopta la mayoría, y ponen como ejemplo “vagón” que es una adaptación de “wagon”, según ellos anglosajón, pero más bien del alemán, y se usa en español desde el siglo XVIII; y “váteres”, del W.C., que no se le ocurrió a Corominas recoger, ni a Corripio; es más, el DRAE lo recogió hasta la edición de 1992. ¿Quién jícamas dice “váteres” en vez de inodoro, mingitorio, baño, tocador, sanitario, a donde el rey va solo? Sólo los españoles, quienes creen que 40 millones son más que 400 millones; ¿si la w debe decirse “doble v”, se pronunciará Váshington? Qué pena que los editores mexicanos, argentinos, chilenos, publiquen libros pensando en España, cuando su mercado, y el de los libros españoles también, está en América Latina.

Desde que he estado ojeando el Diccionario de Mexicanismos me siento delincuente del idioma, porque allí afirman que los tacos al pastor llevan “cebolla, cilantro y un pequeño trozo de piña”; ¿y si uno los pide sin cebolla, como yo?; también sostienen que es comida ligera, pero más adelante hablan de “taquiza”, que ya no es tan ligera; se ve que no han ido a Los Pioneros (Excélsior esquina Escuela Industrial, colonia Industrial; no es comercial, ya no voy allí) o a El Grano de Oro; taco es, dicen, una “tortilla de maíz o de harina de trigo, caliente y enrollada con algún alimento dentro”; ¿y dónde dejan el tradicional tentempié mexicano que consiste en el taco de sal, que no es un alimento?, ¿y el taco solo, cuando ya se acabó la sal en la tortillería? Por cierto, ningún taco está hecho con tortillas recién hechas, según el DM, excepto el taco placero. Y para seguir con el tono sexista del DM, tanga es una prenda femenina; supongo que nunca han visto a un hombre en tanga, ya no tan frecuente pero tampoco tan inusual.

¿Quién es el escritor mexicano que se quita la edad para parecer un precoz procaz?