jueves, 11 de octubre de 2007

Doris Lessin, sorprendente Premio Nobel

Aunque ha sido muy traducida al español, Doris Lessing no es demasiado conocida; cuando en los años sesenta y setenta la benemérita Seix-Barral publicaba todos sus libros, no se vendía nada bien, y su nombre circulaba sólo entre fanáticos suyos.
Sus novelas, sus relatos, tenían una tendencia muy política: su pentalogía Los hijos de la violencia habla del mundo desde un punto de vista femenino, pero no compasivo ni su voz es de víctima, sino de una luchadora.
Esa tendencia es muy clara desde su primera novela, Canta la hierba (que ahora se vende en un paquete junto con otras cuatro novelas, si no desechables, muy por debajo de ésa, bajo el sello de Ediciones B); pronto comenzó con experimentos no sólo difíciles sino muy radicales, como Instrucciones para un viaje al infierno, alucinante alegoría sobre la mente humana.
Menos densos eran sus relatos que hablan sobre las relaciones amorosas, como Un hombre y dos mujeres o La costumbre de amar, que han sido bien leídos y asimilados por una novelista española muy conocida, Rosa Montero.
De su primera época hay que destacar una de las novelas más emotivas, radicales, del siglo XX, El cuaderno dorado, una de las obras cumbres, a la altura de las más renombradas; en varios cuadernos de distintos colores, una mujer va llevando sus diarios en diferentes aspectos de la vida: la sexual, la intelectual, la doméstica; la política; la conjunción de todos lleva a un cuaderno diferente, el dorado, donde se mezclan todos: es uno de los libros más radicales que se hayan escrito, y contiene una visión feminista muy lejana de la maniquea versión de hombre contra mujer, o de una mujer masculinizada, o revolucionariamente correcta; se trata de uno de los mayores retos, tanto de la comprensión de un ser diferente, lejano de toda visión complaciente, que obliga a pensar en un mundo distinto, sin concesiones.
Ésa es una de sus mayores características: Doris Lessing es una escritora nada complaciente, ni siquiera con ella misma; mujer de izquierda pero distante de todo dogma, en sus novelas recientes ha llevado más lejos aún su visión política; sus personajes son aspirantes a revolucionarios que, 30 años después de sus aspiraciones de cambiar al mundo, siguen chantajeando a sus congéneres, a sus padres; su visión es desalentadora porque retrata a una generación que creyó en los cambios y no hizo nada para conseguirlos, sólo se disfrazó y se creyó iconoclasta, pero esperó que todo lo hicieran los demás.
En otra de sus facetas ha abordado la ciencia ficción, pero no como divertimento ni menos como divertimiento, sino como un espejo de lo que será el mundo (aunque lo llame con otro nombre y lo ponga en un lugar distinto y en una época muy lejana (no necesariamente el futuro), con todas las amenazas actuales convertidas en realidad: el cambio climático, el calentamiento global, pero también el deterioro político que parece que nos llevará hacia el desastre.
También ha abordado el tema de la vejez vista desde la juventud, y al revés, en una visión muy conmovedora acerca de la incomprensión entre dos edades muy distintas, y que es más radical aún que la llamada ruptura generacional entre los adolescentes y sus padres, más violenta, más irremediable.
Cabría apuntar que su sentido del humor no causa risa, sino espanto, como en los grandes humoristas, y se debe añadir su libro sobre sus gatos, que sólo entenderán los amantes de los gatos.
Es una sorpresa que la Academia Sueca le haya otorgado el Premio Nobel de Literatura 2007; en primer lugar, sobrepasa la edad que se había dicho era el límite de 80 años; su pensamiento político resulta incómodo para la izquierda y para la derecha en el poder, y para la izquierda y la derecha que aspiran al poder; sus libros no son para los lectores sentimentales que quieran leer historias conmovedoras de amores logrados o insatisfechos; su visión del mundo es muy amarga, y ha resultado crítica para muchos gobiernos e incluso para escritores que escriben para agradar. No se ha corrompido, no ha cedido a la tentación de la consagración, y sigue siendo tan joven como cuando publicó sus primeros libros, hace más de 50 años. Sigue siendo una inglesa opositora que comprende el difícil mundo del Medio Oriente como pocos occidentales, y no lo condena a priori. Nada en ella es a priori.
Autora de más de 40 libros (alguno con seudónimo, por ser sentimentales), se han traducido poco más de 30 de ellos, aunque no todos circulan y muchos se han agotado sin que se reediten, y otros ni siquiera llegan a nuestras librerías; hay que conseguirlos de las librerías españolas a precios altos porque sus distribuidoras mexicanas no consideran necesario traer más de cinco ejemplares que ni siquiera ponen a la venta, sino para promoción y publicidad. Hay críticos que la leen y confiesan que no saben de quién trata.
Entre los lectores mexicanos pocos han hablado de ella; quien le dedicó varias páginas inteligentes (y poseía toda su obra) fue Rosario Castellanos, quien siguió su pensamiento político y su idea de la literatura, sin copiarla pero asimilándola; Helena Fabián también escribió ensayos luminosos; Sergio Galindo comenzó a leerla y a admirarla; Cristina Pacheco la devoraba, al igual que José Emilio Pacheco, y no muchos más, entre los renombrados.
Hace poco en España se reeditó El cuaderno dorado, que circuló en México a finales de los años setenta en Noguer; a pesar de que su reedición fue hace unos tres o cuatro años, no se le encuentra en las librerías mexicanas; esperemos que, como sucede con otros autores laureados (en el caso del Nobel hay que decir que se trata más bien de un reconocimiento que de un galardón), comiencen a circular sus libros en México.

domingo, 7 de octubre de 2007

El efecto de los supermercados

A finales de los años cuarenta llegaron a la ciudad de México los primeros supermercados, una cadena que hasta hace poco tiempo aún tenía unas pocas sucursales, y subsisten una o dos, Cemerca; a principios de los sesenta llegó Aurrerá, que Salvador Novo (La vida en México en el periodo presidencial de Adolfo López Mateos) registra con sus ventajas (hacer las compras en un solo lugar, no andar recorriendo un mercado durante casi una hora buscando carnicerías, cremerías, verdulerías, mercerías, fruterías, y en cambio con la posibilidad de encontrar zapatería, ropa, y pagar todo en una sola caja) y sus desventajas (imposibilidad de escoger entre varias marcas, de comprar a granel, de una calidad estándar en todos sus productos).
Después han proliferado, y están por llegar más; han desaparecido, casi, las tiendas, grandes y pequeñas, los comercios especializados (mercerías, papelerías pequeñas, tlapalerías); abundan en cambio los minisúper que se especializan en fast food, en platillos preparados (sándwiches, tortas, sopas instantáneas), la llamada comida chatarra, y refrescos.
En dos obras, la novela El dependiente (The Assistant, 1957) y en el relato corto “El costo de la vida”, incluido en el libro de cuentos Idiot First, 1963), el escritor estadounidense Bernard Malamud (1914-1986; autor, entre otras, de la novela The Natural, que fue llevada al cine en los años ochenta, con Robert Redford en el papel de un beisbolista triunfador en su madurez) describe cómo la apertura de un gran almacén (los actuales supermercados) afecta negativamente la vida de los barrios.
En primer lugar, en ambos relatos causa la ruina de una tienda pequeña, en la que los vecinos adquieren lo necesario para la vida cotidiana (hilos, azúcar, pastas, dulces, lápices, mantequilla), y los dependientes ganan lo suficiente para vivir y para seguir comprando mercancía; lentamente, pero sin remedio, en poco tiempo los ingresos han mermado de tal manera que no pueden resurtir, ni pagar el alquiler, ni siquiera subsistir; sus antiguos clientes ni siquiera se atreven a pasar a saludarlos, los esquivan, avergonzados, pero no vuelven a comprarles nada, atraídos por las supuestas ofertas.
En ellos también hay efectos negativos: carecen de identidad, han perdido a un amigo en su antiguo tendero, quien los conocía, sabía de sus problemas, les fiaba, les hacía rebajas, conocía sus gustos y sus necesidades, y le despachaba conforme a ellas.
El tono de ambos relatos es angustioso, porque el lector presiente el final: la ruina de una familia, la despersonalización de todo un barrio.
(aparecido en El Financiero el 28 de septiembre de 2007, en Informe Especial)

A propósito de la FILU 2007

A principios de los años cincuenta, aunque la literatura mexicana entraba de lleno en un periodo de auge bastante espectacular, la industria editorial no ofrecía tantas opciones como para satisfacer ni la oferta ni la demanda.
Las editoriales que se ocupaban de publicar a los escritores mexicanos eran Stylo, cuya producción era excelente, pero limitada; Porrúa Hermanos, que sobre todo se abastecía de los que ya tenían un renombre; el Fondo de Cultura Económica, cuyas colecciones que se nutrían de los mexicanos eran Tezontle, que más bien estaba enfocada a los investigadores y becarios del Colegio de México, y Letras Mexicanas, en donde todos querían publicar (allí editaron Juan Rulfo, Juan José Arreola, Carlos Fuentes, Salvador Novo, Edmundo Valadés), Compañía General de Ediciones (casi limitada, en lo mexicano, a Carlo Coccioli y a Martín Luis Guzmán).
Las otras opciones eran Costa-Amic, que más bien coeditaba y en la que los autores debían financiar cuando menos parte de la edición (por ejemplo, algunas de las novelas de Luis Spota); Los Presentes, pequeña editorial artesanal de Juan José Arreola (donde debutaron, entre otros, Elena Poniatowska, Carlos Fuentes, Ricardo Garibay, y se editaron libros de Julio Cortázar, Otaola, Alfonso Reyes), en donde también los autores ayudaban económicamente al editor, y no muchas otras, entre las que deben considerarse los sobretiros de algunas revistas (América, que publicó los primeros libros de Rosario Castellanos), o debían conformarse con ediciones de autor, subsidiadas por ellos mismos y sus familiares, y obviamente eran libros que no llegaban más que a algunas librerías.
Ya había pasado la época de gloria de Cvltvra, y la UNAM aún no se aventuraba a reeditar las obras de los clásicos noveles, mucho menos de los nuevos valores, y faltaban algunos años para el nacimiento de Joaquín Mortiz, ERA, Siglo XXI, Empresas Editoriales, Diógenes, la mexicanización de Grijalbo.
Por eso fue bienvendida la Editorial de la Universidad Veracruzana, ideada por Gonzalo Aguirre Beltrán, dirigida por Fernando Salmerón, y en su colección Ficción, por Sergio Galindo, quien comenzó a publicar a sus contemporáneos (Emilio Carballido, Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Carlo Antonio Castro, Jorge Ibargüengoitia, Luisa Josefina Hernández, Elena Garro) y a los jóvenes de entonces (Juan García Ponce, Sergio Pitol, José de la Colina, Elena Poniatowska, Juan Tovar); ofreció un panorama diferente al traducir a los clásicos (El rey Lear, de Shakespeare, en versión de Luisa Josefina Hernández), Andrejewsky; a traer a los consagrados (Luis Cernuda, Rosa Chacel). En otras colecciones se publicaron libros que ahora son clásicos de la sociología y la política (Enrique González Pedrero, Enrique Florescano) o de la filosofía (José Gaos) o de la literatura (Salvador Novo).
Desde 1957 hasta 1965, más o menos, la colección Ficción alimentó los catálogos de otras editoriales, dio a conocer o a consagrar a muchos de los mejores escritores mexicanos; pero la Editorial dependía de la Universidad Veracruzana, y ésta de la SEP, y todos de los gustos y aficiones de los políticos; hubo gobernadores a los que la cultura le interesaba menos que otras actividades, y se redujo el número de títulos y de autores, y entró en un aletargamiento que hizo que se perdiera prácticamente.
En 1978 la editorial recuperó a Sergio Galindo, quien se había dedicado a otras actividades (fue incluso director de Bellas Artes), y entró en un nuevo periodo fértil, en donde volvió a editar a los jóvenes autores (Ricardo Elizondo Elizondo, José Rafael Calva, Luis Arturo Ramos, Felipe Garrido); reeditó muchos de los títulos que se habían agotado y, aunque su presupuesto era limitado, volvió a estar en las librerías, sobre todo de Xalapa y de la ciudad de México.
Sergio Galindo cedió la dirección de la editorial a Luis Arturo Ramos; la historia desde entonces fue otra.
La Feria Internacional del Libro Universitario, en su versión 2007, con sede en Xalapa, rinde homenaje a sus fundadores, en especial a Sergio Galindo, con una serie de conferencias, mesas redondas y presentaciones de libros, para recordar a quien comenzó a renovar el panorama editorial mexicano, y con ello ayudó al periodo de auge de la literatura mexicana en los años sesenta, y su breve renacimiento en los ochenta.
(Aparecido en El Financiero, el 28 de septiembre de 2007)