lunes, 8 de diciembre de 2014

Vino el remolino y nos alevantó

¿Qué político mexicano perdió en dos ocasiones las elecciones presidenciales y, ante su fracaso, intentó una revolución para hacerse de la presidencia?

Cuatro muertes en una semana estremecen, de una u otra forma, a la opinión pública, en diferentes ámbitos: Silvio Zavala, uno de los grandes historiadores del periodo colonial mexicano (y centroamericano) con énfasis en la explotación laboral, pero también en la majestuosidad artística; Luis Herrera de la Fuente, director de la Orquesta Sinfónica Nacional en varias ocasiones, director del Departamento de Música del Instituto Nacional de Bellas Artes otras tantas, y autor de uno de los discos más célebres de la música mexicana, en donde reunió varias de las piezas más populares (Huapango de Moncayo, los Sones de mariachi de Blas Galindo, el Homenaje a García Lorca de Revueltas, y el Concertino de Bernal Jiménez); fue mejor como maestro y funcionario; como director, lo superaron cuando menos Carlos Chávez y Eduardo Mata.
                Más notorios, para el espectador medio, Vicente Leñero y Roberto Gómez Bolaños; este último actuó primordialmente en programas cómicos; al principio, con expresión inmóvil, quería imitar a Chaplin, a Buster Keaton pero más al genial Stan Laurel; tuvo la oportunidad de crear varios personajes, sobre todo a los que él protagonizó; como quería inmortalizar el sonido del díptico ch, así comenzaban los nombre de casi todos sus personajes: Chavo, Chapulín, Chapatín (algún bromista, por su proliferación con guiones, le dijo que era Shakespeare en miniatura); hizo populares frases que se volvieron lugares comunes, aunque no tenían nada de ingeniosas y menos de originales; una, en voz de su compañera Florinda Meza, fue copiada de una pareja de cómicos populares en Siempre en domingo, pero Gómez Bolaños se negó a reconocerlo. Se negó a tratar con más dignidad a sus compañeros, mejores actores que él (Ramón Valdés, con los genes de Tin Tan y El Loco, sus hermanos; Carlos Villagrán, multifacético; Édgar Vivar, de extracción universitaria, y María Antonieta de las Nieves, infaltable en cualquier doblaje en los años sesenta y setenta), y cuando los fue corriendo, sus programas se desplomaron; pero si como actor era malo, era ingenioso como guionista; quieren hacer creer que escribía poemas y componía canciones, pero la versificación no es poesía; sus obras en nada pueden compararse a la poesía mexicana contemporánea de lo que él intentó; sin embargo, insisto, como guionista era mejor.
Cuando Emilio García Riera publicó su primera versión de la Historia documental del  cine mexicano (Ediciones Era),  omitió comentar las películas de Viruta y Capulina; para él, todo eran pastelazos y bromas tontas, pueriles; cuando comenté el noveno y final tomo de esa colección, se me ocurrió decir que si era un esfuerzo enciclopédico, debería de incluir todas las cintas, no sólo las que le gustaban o que le parecían interesantes; sé que le molestó, me lo dijo nuestra amiga mutua Alba Rojo; cuando apareció la segunda edición (Universidad de Guadalajara) aceptó el golpe: en la primera versión de esta historia, alguien (nunca mencionó mi nombre, ni en este ni en otros casos en que llamé su atención) me reclamó que no comentara estas cosas (gloso, no cito); al principio, todos los comentarios eran del mismo tono: ñoños, desgraciados (es decir, sin gracia), repetitivos, limitados, sin originalidad; de pronto fue más benévolo, algunas de esas cintas le parecieron graciosas, o menos ñoñas; algún chiste le causó risa, encontró que las historias eran cuando menos coherentes y los pastelazos, justificados; él mismo encontró la razón: eran cintas con guiones de Roberto Gómez Bolaños.
El otro fallecido fue Vicente Leñero; cuando Antonio Sandoval me notificó la gravedad de su mal quise llamarle, pero me pareció que sabría el motivo de mi llamada; pocas veces le telefoneé: para que contestara una encuesta, para agradecerle el envío de algún libro, para invitarlo a que asistiera a la última cátedra del curso que dicté sobre sus novelas (apareció e impresionó a los asistentes), para comentarle que en el Taller de Lectura en El Financiero habían leído con placer Los albañiles, y le pareció conmovedor que muchos de los comentarios se refirieran a escenas conmovedoras de la novela; le emocionó que a 40 años de publicada le siguiera gustando a la gente, y le impresionó que los asistentes hayan leído 40 libros en el año que duró el Taller: “como profesionales”, exclamó; la última vez, para invitarlo a una mesa redonda que se titularía “Cuando los clásicos eran jóvenes”, en la Feria del Libro de Xalapa, donde participaría con Emilio Carballido, José de la Colina, Eraclio Zepeda y no me acuerdo quién más; por desgracia, coincidiría con un viaje suyo a España. Ah, y cuando se presentó Rito de iniciación, la novela de Rosario Castellanos que me tocó en suerte descubrir y editar (su esposa es una de las mejores lectoras de Castellanos). Ah, y en una feria de clavos en el Auditorio Nacional, porque al saludarme descubrió que me había topado con un libro desconocido de Dashiell Hamett; no me atreví a decirle que yo había tomado el único ejemplar.
Tuve con él muchas comunicaciones; cuando Arturo Trejo me pidió un artículo sobre los 25 años de Cien años de soledad, y me mostró la lista de los participantes, le dije que faltaba un artículo-cuento excelente de Leñero, del hombre que no había podido leer la novela de García Márquez; le proporcioné una copia, que había aparecido en un libro poco mencionado, Cajón de sastre; le llamó para pedirle autorización, y le dijo que yo lo había puesto en la pista; Leñero comentó: Mejía conoce muy bien mi obra (gloso, no cito).
Escribí bastante sobre él; me siguen gustando mucho La voz adolorida más que la segunda versión, A fuerza de palabras; me gusta mucho también Los albañiles (que alguien dice que retrata la vida de los desposeídos), aunque me salta el detalle que me hizo ver el mejor lector que conozco: ¿a poco la policía se va a detener tanto tiempo en investigar el asesinato de un velador? Estudio Q me sigue pareciendo una de las mejores novelas mexicanas de todos los tiempos, aunque en la cuarta relectura me atoré (¿efectos de la edad? Mía, no del libro), El garabato, luego de la sorpresa inicial me habla más de aspectos técnicos que de literatura, y sólo la releo si veo en ella un retrato cruel de Emmanuel Carballo; Redil de ovejas es, creo, su mejor novela, y también una de las mejores de los tres últimos siglos; poco leída, muy enredada, con toda la lección y la influencia no sólo de la Nueva Novela Francesa, sino también con la visión de Greene (Graham y Julien). Menos me gustaron sus novelas posteriores; releída, Los periodistas, tiene una escena excelente: Regino a punto de confesar sus pecados; en cambio, la última escena, la farsa de los “Inos”, de lo más fallido de su obra; La gota de agua me aburrió, excepto el capítulo autobiográfico de sus torpes intentos de ser ingeniero; la primera vez que lo leí estaba en un restaurante ahora famoso, China Girl cuando se situaba en un sótano; en otra mesa, Héctor Aguilar Camín y Ángeles Mastretta veían, atestiguaban, curiosos e intrigados, mis carcajadas. La vida que va me hizo concebir esperanzas de su retorno a la experimentación, pero quedó trunco el intento. Reacio al teatro, y ante su proliferación, me quedé con las primeras obras y nunca me entusiasmó su dramaturgia; y lo que surgió, las confesiones de su relación con la gente del teatro, y las secuelas, donde habla mal de amigos y conocidos, me parecieron, el primer tomo, muy divertido, pero los otros no, y supongo que a los que balconeó, de broma o de mala leche, muy desafortunados.
Como periodista fue muy bueno, pero cayó en un error muy común en el actual periodismo: la sentencia contundente, frases cortas, punto y aparte, sin lugar a la interpretación y menos a la duda y a la respuesta o a la crítica; un reportaje suyo en Proceso, cuando se molesta porque a la mitad de una gira electoral el candidato priista Carlos Salinas de Gortari le retiró la invitación para la segunda etapa de la gira, me dañó mucho en mi estimación sobre su oficio; en La mafia, en una plática, Luis Guillermo Piazza y Carlos Monsiváis colocaban a Leñero en la categoría de “Los inatacables”, junto a Ramón Xirau y Vicente Rojo, entre otros. Con ese artículo, me pareció que ya no era inatacable, como él mismo lo confirmó al ser atacado con virulencia por Jorge Ibargüengoitia, por aquel pasaje en que debe aguantarse las ganas de ir a orinar, porque no se atreve a decirle a Scherer que ese viaje es urgente. Y en alguna parte se queja de que en Uno más le den, de vez en cuando, un coscorrón.
Sigo admirando, repito, algunas de sus novelas, y le agradezco profundamente las atenciones que tuvo conmigo, nuestras discusiones amigables sobre su obra, y sobre todo, le envidio que haya bateado en el Parque del  Seguro Social: fue un fanático del beisbol, aunque otras ocupaciones le hicieron olvidarse de ese deporte y de cómo se juega.

Fui a la FIL de Guadalajara; el motivo: la presentación de Lenguaje en libertad, compilado por María José y por mí, y editado con generosidad por El Colegio Nacional; los presentadores, de lujo, y generosísimos: Juan Villoro, Enrique Krauze y Eduardo Matos Moctezuma; el acto, muy lucido y los asistentes, realmente interesados; aunque Krauze había dicho que no nos retirarían sino por la fuerza de las bayonetas, debimos dejar el auditorio a Elena Poniatowska; de nuevo, la saludé muy de lejecitos: no quiero incomodarla.
                La Feria, aturdidora, con demasiada gente haciendo relaciones casi a las carreras, porque cuando entra el público y comienzan las conferencias y mesas redondas, se acaba el tiempo; algunas personas (Sandra Licona, Azucena Rodríguez, Grisel Marroquín, Roberto Rébora, Tomás Granados, Lluïsa Matarrodona, Martín Solares, afables aunque le quitaba el tiempo); Juan José Rodríguez me cuenta un rumor, que me convierte en autor de algunas de las novelas más inteligentes de los últimos tiempos; y se ha multiplicado tanto el rumor, que estoy por creérmelo; algunos encuentros, aterradores: el pasado llega como si no hubiera quedado atrás; alguna estúpida ignora la importancia de El Universal y no me ha leído una sola vez en estos últimos 40 años; los hoteles de lujo, ineficientes, ineficaces, con restaurantes caros, lentos, y aunque no son malos, sí banales; busqué birria, y en todos lados parece hecha para turistas; no se compara con la de La Polar ni menos con la de Birrias Jalisco, con lo único malo de que ésta desapareció hace años; las tortas ahogadas, también para turistas, aunque por fin entendí a Agustín Isunza cuando dice que viaja a México si le preparan unos lonches y le compran unos tíquetes; nada que ver con las loncherías, que ahora son más bien cafeses de chinos. La vida en Jalisco, lenta y aturdidora; un detalle curioso: la cantidad de mujeres que usa minifalda, dentro y fuera de la FIL.
                El libro Lenguaje en libertad, uno de los mejores en que he trabajado, y por el que nos han llovido felicitaciones, algunas inesperadas, todas generosas; si no tuviera temor del dolor, algunos me los haría tatuar. Ya platicaré cómo nació, cómo lo trabajamos, cómo lo terminamos. Acoto uno: Enrique Krauze me califica como uno de los mejores editores mexicanos, y pidió una ovación para María José.

“Vino el remolino y nos alevantó”, decía la canción y es el título de una desgarradora película de Juan Bustillo Oro con argumento de Mauricio Magdaleno, en la que una familia se separa, y cada quien pelea por una facción revolucionaria distinta; la hermana se vuelve hija de la mala vida pero no por voluntad, sino por las circunstancias.
                A ratos, leyendo las cada vez más contaminadas redes sociales, tengo la impresión de que es imposible hablar con algunos de mis mejores amigos; incapaces de sostener diálogos, sostienen frases, acusaciones, no permiten juicios ni menos si son adversos; han retomado una frase dramática de las madres, hijas, esposas, hermanas de las víctimas de las dictaduras y los golpes militares de Argentina y Chile, principalmente; aquéllos fueron desaparecidos por defender los gobiernos legales, por oponerse a la represión, exponiendo su vida por la vida y la libertad de los ciudadanos; no eran víctimas de luchas entre narcotraficantes ni cayeron enredados en enfrentamientos de bandas rivales, algunas de ellas propiciadas y protegidas por quienes se dicen militantes de un partido de izquierda que nunca fue de izquierda, que eran de centro derecha cuando sus gobiernos prohibieron que llegaran los Beatles, que había conciertos en provincia pero no en el DF, cuando andar con el cabello largo era delito, cuando entrar a las cafeterías era peligroso porque agentes policiales llevaban a los comensales a las delegaciones por el hecho de tomar café (léase De perfil, de José Agustín, y véase, si se soporta, Los juniors, de Fernando Cortés [el Papy de Mapy], cuando los supuestos jóvenes rebeldes Andrés García, Pedro Armendáriz y El Puma son apresados sólo por cafetear [y eso que para entonces ya no era regente Uruchurtu]); cuando un hombre y una mujer no podían tomarse de las manos en público, y en el Metro remitían a las delegaciones si sorprendían a una pareja besándose, aunque fueran hombre y mujer; muchos de ellos o sus herederos ahora están en la supuesta oposición pero gritan, cuando aprehenden a los que dañan edificios y asaltan comercios, que es represión. ¿Alguien entiende algo?
                No voté por ningún candidato; mucho menos por el más ignorante, que no sabe pensar, que sólo repite clichés que fueron reales cuando en Europa los gobiernos perseguían con crueldad a los guerrilleros, y se convirtió la fórmula de que quien delinquía por hambre debía de ser considerado preso político; fórmula rebasada casi desde entonces; ahora ese politiquillo plantea que si fuera gobierno crearía empleos y con eso se acabaría la iniquidad social y económica, pero no dice cómo los crearía: ¿con puestos burocráticos, aumentando la circulación de dinero, o sea con inflación? ¿Y cuántos aceptarían puestos en los que cobrarían tres o cuatro salarios mínimos si ahora, en el ambulantaje, en la informalidad, en el Metro vendiendo piratería, supuestamente prohibida, ganan en unas horas lo que ganarían en una quincena en uno de esos puestos? Curioso caso de un populista que desprecia a las masas.
                Se burlaron de un candidato que no tiene costumbre de leer, y un reportero se puso a las órdenes del politiquillo: ¿y a usted, qué libros le cambiaron la vida? La Constitución, dijo, aunque no es libro y es obvio que si la leyó, no la entendió; la Historia Moderna de México, de Cosío Villegas, y Poemas, de Carlos Pellicer. Nadie refutó que ningún libro de Pellicer se llama Poemas, aunque cuando dirigía la campaña del poeta para senador por Tabasco, publicó, si eso fue publicar, un folletito con poemas de Pellicer; tampoco aclaró que leyó a Cosío Villegas como parte de su trabajo para terminar sus estudios. Allí debo aceptar que lo leyó, porque sigue los pasos de Porfirio Díaz, quien dos veces fue derrotado en elecciones presidenciales, pero llegó a la presidencia, y se sostuvo más de 30 años, por la fuerza de las bayonetas.
                En lo demás, no le entendió: Cosío lo hubiera corrido de su cátedra, o de sus oficinas, si hubiera dicho delante suyo: “él empezó primero”.

Sí, he perdido si no familiares, a muchos amigos entrañables, pero no voy a tratar de convencerlos ni voy a dejar que traten de convencerme; prefiero que se calmen los ánimos; y si no, podré lamentarme: vino el remolino y nos alevantó.

PD. ¿Estarán saladas las ferias de libros? Hace un par de años, cuando estábamos en Los Ángeles, llegó la noticia del fallecimiento de Fuentes; ahora, en lo más emocionante de la FIL, se van Leñero, Zavala y Herrera de la Fuente.