sábado, 15 de septiembre de 2007

Los errores de las Historias

Entre los lugares comunes de la cultura se encuentra la frase de George Santayana, que afirma, más o menos, que los pueblos que no conocen su historia están obligados a repetirla (otras versiones dicen que "aquellos", no los pueblos, y hasta alguien dice que los que "no estudian historia").
También la queja más frecuente entre quienes no leen historia es que los maestros (primaria, secundaria, preparatoria) eran aburridos y no despertaban la curiosidad de los alumnos, y hasta lo confuso que es entender las cronologías y saber que coexisten hechos dramáticos con la vida cotidiana (la guerra de secesión con el inicio del beisbol profesional, por ejemplo), además de la tendencia a explicarnos la vida de los héroes siempre posando y con frases célebres o arengas todo el tiempo.
Pero existe una gran curiosidad por la materia; un ejemplo es la proliferación de revistas españolas que abordan el tema, como La aventura de la historia, Historia, de National Geographic, e Historia y vida, que hace unos meses se exhibían en los estantes de los "locales cerrados", y ahora los colocan junto a las cajas, al lado de las revistas de chismorreo del espectáculo y las de moda, desplazando en el último mes a Letras Libres, que ya regresó a los estantes; incluso ya los exhiben en kioscos y expendios de periódicos.
Poco importa que nos lleguen con varios meses de retraso y que no podamos aprovechar las ofertas (exclusivas para España, que está ansiosa de recuperar su historia), bastante atractivas, con ediciones facsimilares de libros clásicos, de ediciones raras, y hasta de colecciones de moneda antiguas y muy antiguas, como la que pone al alcance del lector una colección de 12 monedas romanas de diferentes denominaciones, aparentemente auténticas, por sólo 14 mil pesos, más gastos de envío.
Es probable que parte de su popularidad se deba a su bajo precio, por debajo de los 40 pesos, aunque todas tienen más de 120 páginas, impresas en papel couché, con selección de color y en tamaño carta; los autores son investigadores y catedráticos universitarios, y los temas que tocan abarcan desde la más remota antigüedad hasta la más reciente, y aunque proliferan los temas europeos, no dejan de abordar, con lenguaje sencillo, el mundo árabe, el asiático y el americano.
Aunque los artículos (algunos podríamos llamarlos ensayos) son extensos, por la variedad de los temas abarcan a veces sólo algunos aspectos de un episodio o de la vida de un personaje, lo que los hace muy interesantes, pero no se rebajan al tono de chisme sobre la vida privada de los artistas con que denigran al periodismo actual, pero tampoco dejan de abordar la vida íntima de los protagonistas de sucesos históricos, siempre y cuando influya en su comportamiento (es imposible no hablar de la vida íntima de Cleopatra, o de María Antonieta, pero es inútil abordar la de Alejandro, porque no tuvo que ver en sus hazañas, aunque no dejan de ser curiosas).
Historia y vida tiene un directorio más o menos discreto, en el que abundan las mujeres: directora, redactora jefe (incoherencia gramatical), la mitad de la redacción, secretaria de redacción, la maquetación (formación, en español), y la corrección; sólo un hombre, aunque en el consejo de redacción ganan cinco a dos. En La aventura de la historia hay sólo dos mujeres en su directorio, pero nada menos que la redactora jefe y la secretaria de redacción; no informa del nombre de los encargados de la corrección.
¿Por qué abundamos en este aspecto? Los diarios contienen más erratas que las revistas, y éstas que los libros, por el tiempo que se le dedica a la corrección y por la especialidad de los encargados de este aspecto (tiene que ver también el salario); así, uno debería suponer que quienes hacen estas revistas tienen una mejor preparación académica o, mejor aún, son apasionados del tema y conocen lo suficiente como para no confiarse, y además tener más cuidado.
Pero tienen algunas erratas que demuestran que los especialistas tienen tan mal ojo como los no expertos, y que la prisa es muy mala consejera; abundan los acentos mal colocados ("uno sólo de ellos"), los cambios de letras ("Gibernador"), los solecismos ("fue a por"), las expresiones de moda ("acceder al poder", por "alcanzar o ascender").
Nada fuera de lo normal, sólo su cantidad, que rebasa lo tolerable, que serían diez o 12 por número, tratándose de publicaciones de esta naturaleza.
Pero en un número de reciente venta en México, el que conmemora los cien primeros números de La aventura de la historia, hay uno desconcertante.
En primer lugar, la selección es discutible; que Cristóbal Colón sea el más influyente de todos los tiempos parece exagerado, porque si bien fue el primero en llegar a América, no lo hizo por acierto sino por error; es decir, por casualidad, serendipia, diría Ruy Pérez Tamayo; el escaso espacio que tiene don Miguel León-Portilla para hablar de los méritos y logros de Colón apenas permite dilucidar algunos de ellos, y de insistir en la polémica del origen del navegante.
Pero León-Portilla sale mejor librado que los otros 99 especialistas, que poco hacen por explicar por qué algunos (y algunos tan detestables como Hitler y Franco) son influyentes (y no se explica si lo fueron o lo siguen siendo), y a algunos sólo les alcanza el tiempo para dar datos biográficos y enumerar hazañas bélicas.
El más curioso es el error cometido en la pequeña, bienintencionada pero inocente semblanza de Karl Marx, también más explícita en detalles domésticos e íntimos que en lo profundo de su pensamiento y en el enfoque que le dio a la filosofía, y cómo sigue influyendo aunque muchos crean que se trata de una moda. Al hablar de alguno de sus libros más importantes, mencionan El 18 brumario ¡de Napoleón Bonaparte!; no sabemos si fue un desliz del autor, de una pifia de los transcriptores, pero definitivamente es una errata de la correctora, de la secretaria de redacción y de la redactora jefe. Porque parece innecesario aclarar que se trata de El 18 brumario de Luis Bonaparte, lo que permitió a Marx hablar de lucha de clases, no del derrumbe de la monarquía.
En fin, pescar errores y erratas de la Historia (las revistas) es un entretenimiento más de los lectores curiosos.