lunes, 12 de noviembre de 2007

Coincidencias de dos genios

Hace no muchos meses falleció Margo, la autora de uno de los mejores cómics, La pequeña Lulú, a la que muchos han querido ver como una auténtica feminista, y que en realidad es una niña inteligente, traviesa, y con un sentido de la rectitud que era común en los personajes de ese género.
Era una de las mejores historietas, en una época en que había bastantes buenos cómics; algunas de sus aventuras son memorables, y también sus personajes: Tobi y su primo Chubi, Memo, Anita y su hermano Fito; el pedante de Pepe del Salto y su enamorada Gloria (de la que está encaprichado Tobi); Pico y Lalo, compinches del club que excluye a las niñas, y las inolvidables brujas Ágata y Alicia (la primera, citada por Gustavo Sainz en su autobiografía), y en prosa, Remolinillo; los adultos, ridículos y vejados, como el señor Mota, culpable de errores que le atribuyen a Lulú y que resuelve “La Araña”, genial detective, y el pobre inspector que nunca puede atrapar a los niños que se van de pinta o "pintan venado" (sic).
Hay dos aventuras inolvidables: una titulada “Lulú Van Winkle”, en la que la “niña pobre”, protagonista de los cuentos que le narra Lulú a Memo (un cuento dentro de un cuento, como hacen los grandes clásicos), y que se queda dormida a la orilla de un lago, y cuando despierta ha pasado mucho tiempo; está jorobada, canosa y con barba blanca; cuando se mira en el agua, exclama asustada: “Cielos, debo ser una anciana, debo tener veinte o treinta años”. Muy poco tiempo después, en la efervescencia de los movimientos estudiantiles en los años sesenta, muchos grafitis sentenciaban: “Desconfía de todo aquel mayor de treinta años”, que sigue vigente.
En la otra aventura, alguien le pregunta a Lulú qué haría si se encontrara tirado en la calle un millón de pesos, y su respuesta es sensata: “buscaría a quién se le había perdido, y si es una viejita pobre, se lo regresaría”.
Al revisar algunos de los “yoguismos”, la recopilación de frases de Yogi Berra, encontré una muy parecida: “averiguaría qué cuate lo perdió, y si es un hombre pobre, se lo devuelvo”.
Lulú es un personaje de ficción, que provocó placer en muchos lectores de un género que no es literario, pero que requiere de talento literario, plástico, inteligencia y destreza. Yogi Berra es uno de los mejores catchers que ha jugado en las Ligas Mayores de Beisbol, responsable del espléndido cuerpo de pitcheo de los Yanquis de Nueva York de mediados de los cuarenta a principios de los sesenta; excelente bateador y reconocido tres veces como el jugador más valioso de la Liga Americana, y uno de los peloteros más coloridos y respetados, y que como manager ganó títulos de liga (que son los buenos) y de Serie Mundial (que son para quienes ven beisbol una vez al año).
Hay un parecido lejano entre ellos: es difícil saber si otro personaje de cómic (y que llegó a la televisión con más fortuna que la Pequeña Lulú), el Oso Yogi (Yogi Bear) fue primero que el catcher o éste fue el modelo para el personaje ficticio, porque hay un evidente parecido físico entre ellos, y comparten picardía y necesidad de ser traviesos. Pero nada más.
También es difícil saber si Berra leyó el número donde Lulú hace su reflexión sobre un dinero encontrado en la calle (y hay una conducta ética que puede verse de varias maneras; una, que no hay que abusar de los pobres, y otra, que el dinero que no es producto del trabajo es despreciable), o si Margo leyó la declaración de Berra y lo incluyó en el cómic.
De cualquier manera, la frase pertenece a ambos.

Por desgracia, desde que Editorial Novaro cerró sus puertas, desapareció un gran número de comics respetables; después lo retomó otra editorial, pero Tobi aparecía ya de pantalones largos, en los “cuadritos” se atrevían a poner “güey”, lo que desvirtuaba el sentido de la historieta (sucedió con casi todos –hasta pusieron en ropa interior, no trajes de baño, a Luisa Lane, a Verónica y a Betty. Desde luego, murieron al poco tiempo). En nuestras hemerotecas no hay ejemplares de las historietas, no hay lugares donde puedan consultarse, y si uno llega a encontrarlos en algún puesto en la Lagunilla, o con algún coleccionista, están descontinuados, maltratados, y caros.
Pero seguramente hay muchas más frases igualmente conmovedoras.

Por fortuna, sí hay recopilación de los “yoguismos”, tanto en libro, que es como Dios manda (Yogi Berra. I really didn't say everything I said. Wprkman Publishing) como en Internet (en.wikiquote.org/wiki/Yogi_Berra, pero hay otras); y casi todas sus frases son memorables; a primera leída, parecen absurdas, pero puestas en el contexto en que las pronunció, son perfectamente lógicas. Veamos sólo algunas:
--Ya nadie va a ese restaurante porque siempre está lleno.
--En 16, porque tengo mucha hambre (cuando en una pizzería le preguntaron si rebanaban su pizza en ocho o 16 partes).
--Si uno no va al sepelio de los amigos, después ellos no van al de uno.
--La nostalgia ya no es como era.
--El futuro ya no es como era.
--Esto no se acaba hasta que se acaba (no es tan antigua: la pronunció en la Serie Mundial de 1969, y uno pensaría que es de los años cincuenta, por la contundencia con la que es repetida por los cronistas deportivos).
--La mayoría los pegó en pasto artificial (su explicación de por qué Johnny Bench conectó más jonrones que él).
--Daría mi brazo derecho por ser ambidextro.
--Es un dejà vu otra vez.

Es una lástima que los recopiladores de la página de Internet La Frase del Día no incluyan ni a la Pequeña Lulú ni a Yogi Berra. Esta página manda frases célebres, por fortuna no siempre solemnes; cito tres excelentes: “Se puede confiar en las malas personas: no cambian jamás”: William Faulkner; “Es difícil que el hombre cree nuevos valores; no puede crear ni siquiera un nuevo color primario”: Clive Staples Lewis; “Estaría dispuesta a sufrir una docena de decepciones amorosas con tal de bajar dos kilos”: Colette.