martes, 2 de octubre de 2012

Stone, Anthony, Marcie, Patty, Mamie, Eva

Según el registro de cndba, Sharon Stone ha protagonizado desnudos en 18 filmes, desde Diferencias irreconciliables (donde dicen que Shelley Long muestra más que en ninguna otra cinta, excepto Hello Again) hasta la segunda parte de Bajos instintos (o Instintos básicos); aunque muchos han sido muy audaces, ninguno más atrevido que el de Bajos instintos, hace ya 20 años, a los 34 de edad y en su esplendor; se sabe que hay por lo menos tres versiones de esa película, una de ellas exclusiva para Europa, donde la escena en que cruza y descruza las piernas y donde muestra que sólo usa Chanel#5, es más detallada y más lenta; de hecho, la fotografía de cndb está tomada de allí, y son muy visibles los labios vaginales de una muy atractiva Stone (aunque muchos prefieren la versión europea por la escena donde se muestran los labios vaginales de Jeanne Tripplehorn, violentada por Michael Douglas, a posteriori, como dirían Les Luthiers). ¿Por qué mencionar una cinta cuyos atractivos son los desnudos y no la previsible y sobrevalorada trama? ¿Por qué a Stone se le recuerda no por sus dotes de actriz mostradas cuando no se desnuda, y tampoco se le recuerda por su inteligencia, al parecer superior a su belleza, ni porque es una lectora voraz de poesía, entre ellas la de Octavio Paz? Porque entre sus 80 cintas filmadas ella ha dicho que la que recuerda con más agrado fue la primera que realizó, bajo las órdenes de Woody Allen. Ella la recuerda por el trato que él le dio, la amabilidad, aunque muchos actores se quejan de la frialdad de Allen al dirigir, de que a muchos sólo les da a leer su parte y desconocen de qué se trata la totalidad de la cinta (hay versiones encontradas de eso; lo curioso es que hay demasiados casos de actrices –y actores– que renuncian a los sueldos altísimos a los que tienen derecho por su fama y buena cotización, con tal de ser dirigidos por él, y hay que recordar también que muchas actrices han llegado a la cúspide de su carrera bajo su conducción). Lo curioso es que esa escena de Stone en una cinta de Allen dura unos cuantos segundos, se le ve apenas, de lejos, y no vuelve a aparecer, pero es inolvidable, por ella y por desesperante: en una cruel metáfora de la vida, el personaje de Stardust Memories ve con angustia que va en el tren equivocado, lúgubre, con pasajeros aburridos y tristes, mientras que en la otra vía está un tren luminoso, en plena fiesta, con una mujer esplendorosa, Stone, que va en una ruta opuesta. Impresiona lo que dura en la memoria una escena de apenas unos segundos. Allen utilizó también a otra mujer caracterizada por lo apasionado de sus personajes, lo tentadora que resulta su expresión de desvalida pero sensual, como Lyssette Anthony; aunque también ha hecho varios desnudos, algunos de ellos frontales, la imagen que viene a la mente cuando la recordamos son de escotes pronunciados pero no pasan de ser escotes; algunas de esas escenas son ingeniosas, como cuando Hugh Grant la admira desde arriba de un caballo, mientras ella se inclina ante su majestad, mostrando generosamente sus pechos, pero no completos. En Husbands and Wives Anthony hace el mejor papel de su vida, el de una rubia elemental, aficionada a los horóscopos o, mejor dicho, a la astrología; es una cultora de belleza que gracias a su belleza, su atractivo y su sexualidad omnipresentes y poderosos, seduce a un intelectual, y lo hace pasar vergüenzas cuando en una fiesta donde todos hablan de hombres ilustres, ella le pregunta a todos que de qué signo son. Hubo una época en que incluso los intelectuales buscaban afinidades entre signos zodiacales, y muchos leían sus horóscopos; un poeta no viajaba sin antes leer su horóscopo del día, hasta que alguien le advirtió que en vez de leer el suyo leyera el del piloto del avión; al ver las escenas de Anthony acechando a las otras invitadas, con los horóscopos y comentarios sobre peinados y vestidos es una delicia, y el de ella es un papel diferente al de otras heroínas de Allen, intelectuales atormentadas, o críticas hasta la exageración, como la Diane Keaton de Manhattan que se burla de la pronunciación de algunos nombres (Mahler, Beethoven), y que para coquetearle a Allen (quien ni siquiera es escritor sino guionista) le telefonea para preguntarle si ya leyó la sección de libros dominical del New York Times (y se lleva la respuesta adecuada: apenas voy en los anuncios de ropa íntima); las intensas protagonistas de Allen son complejas, atormentadas, sensibles, inteligentes, pero se complican la vida con mucha facilidad; resaltan la inocencia de Mariel Hemingway en Manhattan y esta Lyssette Anthony que encarna a una muy verosímil mujer lejana a las elites intelectuales pero que conquista a un hombre muchos más inteligente gracias a sus gracias físicas. Y hablando de horóscopos, no hay que olvidar a la inolvidable Mae West de I’m not an Angel, que rige su vida por ellos, y a quien adivinan su futuro (“conocerás a dos hombres…”); contra su lectura de horóscopos, opone un ingenio invencible y pícaro; no importa, porque se trata de otra cosa, su actuación no intenta convencer de que se trata de algo real; lo importante es que es una mujer contra los prejuicios, pero no como víctima sino como victimaria; la escena donde vence a cada uno de quienes intentan denigrarla en un juicio es divertidísima aunque sea previsible. Lo malo con Mae West es que, como en los cameos de Hitchckock, uno se distrae de la trama por estar pendiente de sus famosas frases; la más citada de las que dice en ésta es la “When I’m good, I’m very good, but when I’m bad, I’m better”, pero casi cada línea que pronuncia, excepto las de enlace, son memorables. Una diferencia más: Sharon Stone despliega su belleza con una estatura de 1.74 metros; la frágil y al parecer indefensa Lyssette Anthony no parece medir el 1.70 que dice su biografía que es donde caben sus atributos (no queda más que pensar en los versos de Vinicius de Moraes); Mae West, el primero y uno de los más duraderos símbolos sexuales del cine, apenas medía 1.55 (lo que hace pensar en otro verso de Vinicius de Moraes). *Hay amores eternos que dura lo que dura un triste invierno, dice más o menos Joaquín Sabina; uno se pone a pensar que si Charlie Brown no duró enamorado para siempre de la chiquilla pelirroja, ¿los mortales podrán durar toda su vida enamorados dce un ideal femenino? Durante 1983 y 1984, en los 731 cartones publicados esos dos años no se nombró una sola vez a ese personaje que nunca vimos pero siempre presentimos, fuimos testigos de la turbación de Charlie Brown al mirarla desde lejos, su enmudecimiento cuando pasaba cerca, la vez que se paralizó de nervios cuando ella se apareció en uno de los juegos de su espantoso equipo de beisbol, y por ello debieron sacarlo del juego –y la de malas: Linus lo suplió y consiguió uno de los escasísimos triunfos del equipo desde 1951 hasta 2000; y lanzó tan bien que la chiquilla pelirroja lo premió con un abrazo, que le tocaba a Charlie Brown, pero el destino los separó; en alguna de las historias aledañas, no las que aparecían en los diarios, seis a la semana y uno doble los domingos, fue su compañera en un baile escolar, y lo premió con un beso, pero esas historias (excepto quizá It was a dark and stormy night –los fanáticos saben de qué se trata) no cuentan; son como las cintas, que no logran recrear la atmósfera de la tira diaria. Durante los primeros años Charlie Brown fracasa en los deportes (la mayoría de las veces, por ineptitud de su equipo, aunque lo culpan a él), no recibe tarjetas el Día de San Valentín, no tiene las calificaciones que merece su inteligencia, mira la vida con mortal enojo, lo descalifican en los concursos de spelling (a causa de su desmedido amor por el beisbol) y sin embargo es el líder de la pandilla que congrega a niños de todas las características; algunos van diluyéndose al grado de que aparecen una o dos veces al año; otro cobran tanta importancia como el mismo Charlie Brown, como los hermanos Van Pelt, Linus y Lucy (el tercero sale pocas veces, aunque de manera decisiva), el pianista Schroeder, quien es el que más se le acerca y lo comprende, aunque es muy aislado. Su ídolo en el beisbol (aunque admira a los ahora inmortales) es tan malo que lo despiden incluso de los equipos de Ligas Menores. Se enamora de la chiquilla pelirroja; alguna vez está a punto de hablarle, para regresarle un lápiz mordisqueado que se le cayó, lo que lo hace comprender que es humana: el miedo lo detiene todas las veces; Linus sale al rescate, pero se convierte en héroe cuando hace huir a unos que la molestan: Charlie Brown es enemigo de la violencia, y de cualquier manera no puede enfrentarse a los villanos. Un día, a mediados de los años sesenta conoce a Patricia, una niña que vive al otro lado de la ciudad, y que es extraordinaria en los deportes; rompe el equilibrio que había en la no muy hermética pandilla, se hace amiga de todos, en especial de Snoopy, la mascota ingrata de Charlie Brown. Pasó algún tiempo, y también lo inevitable; ella, la Peppermint Patty (no tanto por las pecas sino por el salero con que vive la vida, fracasa en la escuela, y representa lo opuesto a todos los demás personajes), se da cuenta que se enamoró de Chuck Brown, como ella le dice (le cambia el nombre a todos), y lo lamenta: “¿Cómo pude enamorarme de alguien a quien poncho con tres rectas seguidas?”. Charlie ni se da cuenta, porque él sigue enamorado de la chiquilla pelirroja. De hecho, no deja de estarlo, o de creer que lo está; en 1986 se decide a hablarle en dos ocasiones; en la primera ella se limita a darle la hora, en la segunda una lluvia impide el acercamiento; por ello, ni caso hace del enamoramiento de Patty, o Patricia, como le dicen en la escuela; ella no sufre por ello, sólo se deprime un poco, y no llega a los grados de humillación de Lucy por Schroeder o de Sally por Linus(qué bueno que no aparecieron los puritanos que protestaban por estos temas en una tira con personajes infantiles, aunque representaban problemas de mayorcitos); pero aparece Marcie: se considera fea, no tiene habilidades deportivas, se desespera de la incapacidad de Patty en tareas escolares, y a veces se deja contagiar por ella; son opuestas en casi todo, excepto en que ninguna es bella, pero son muy amigas; y como suele suceder, Marcie se enamora de Charles (así le dice) Brown; cuando él sufre una lesión y es hospitalizado por varios días, ella lo vela en un parque, frente al sanatorio, y le grita que lo aman (Sally Brown no tanto: como en cada vez que él sale de viaje o se extravía, la hermana se muda a su recámara, suponemos más grande que la de ella); pocas series son tan conmovedoras como ésa, y donde el lector intuye que, de esa manera inesperada, ella se siente atraída por alguien que tiene, supuestamente, todos los defectos (aunque el lector común se identifica con él más que con cualquiera otro personaje). En 1983, cuando está de campamento como en cada periodo vacacional, Marcie le escribe, y le reclama que no le conteste; Patty se pone celosa y le escribe; ambas exigen respuesta, pero Charlie Brown no puede vencer la timidez, por más que Sally lo increpe: “kiss her, you blockhead!”. Aunque cada vez aparezca menos, aunque no sea continua su presencia, la chiquilla pelirroja sigue en los sueños de Charlie Brown. La tira comenzó a publicarse el 2 de octubre de 1950, hace 62 años, y nunca envejeció. Y es curioso cómo Charlie, enamorado de una, no advierte que dos se enamoran de él. *¿Son peligrosas las mujeres? Mark Gastineau había cumplido 30 años, y fue el primer jugador de la NFL en conseguir cien capturas y media de mariscal de campo; era imparable, ninguna línea ofensiva podía detenerlo, y los mariscales contrincantes se veían constantemente en el suelo, mientras su verdugo emprendía un baile bastante ridículo pero que pronto se hizo popular; era el mejor jugador a la defensiva no sólo de su equipo, sino de las dos conferencias. Como ahora es muy común, aunque antes no tanto (bueno, sólo Mamie van Doren irrumpió en la vida de Bo Belinsky, lanzador de los Ángeles de Los Ángeles –luego Serafines, luego de Anaheim—, y de ser el mejor pitcher de su equipo, fue decayendo hasta terminar con marca de 28-51 de por vida; de nada le valió ser el primer lanzador de aquel equipo en tirar un juego sin hit ni carrera; se dice que aparte de aquella voluptuosa y mala actriz fue seguida en la vida de Belinsky por Ann Magrett, Connie Stevens y Tina Louise. Pese a su efímera carrera, seguramente no se quejó; murió relativamente pronto; antes que él, Babe Ruth cortejó a varias actrices de teatro de Broadway, pero ninguna lesionó su carrera; Joe DiMaggio fue lo suficientemente inteligente como para entender que no podía combinar el beisbol con su romance con Marilyn Monroe, y prefirió retirarse aunque Yanquis le ofreció el salario más alto para aquella época: 105 mil dólares por la temporada de 1952; hace poco, Jessica Alba desestabilizó la carrera de Derek Jetter, pero cuando el contagio fue también orgánico –un herpes indiscreto–, Jetter se deshizo de ella y está por completar una carrera íntegra y lujosa, lo que no sucede con Álex Rodríguez, quien con sus romances, sobre todo con Cameron Diaz, ha perdido la categoría de superestrella), Gastinieau conoció a Brigitte Nielsen, y se enamoró de ella; Nielsen había tenido romances con Tony Scott, con Schwarzenegger y un matrimonio con Sylvester Stallone. Después, anduvo con muchos más, ya no era Nadia para nadie. Nielsen consiguió que Gastineau se retirara cuando le hizo creer que estaba enferma de cáncer. Cuando él se dio cuenta de la mentira, ya era tarde, no pudo regresar al juego, y en cambio ha caído en la cárcel por violencia doméstica, y tuvo que allegarse a un ritual religioso para corregirse. En el futbol americano, Jessica Simpson por poco echa a perder la carrera de Tony Romo, aunque éste sigue jugando como si estuviera celoso todo el tiempo de la muy coscolina y descuidada Simpson (abundan en youtube los videos donde ella muestra su intimidad azul celeste, como en un poema de Roberto Fernández Iglesias); y ahora Mark Sánchez puede peligrar, porque cayó en las garras de Eva Longoria, quien ya sufrió una infidelidad y no está dispuesta a que no le haga caso el mariscal de Nueva York. ¿Cuántos escritores mexicanos podrían aconsejarlo porque vivieron eso en carne propia, aunque conocían la historia de Pigmalión?

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