miércoles, 8 de octubre de 2014

De futbolistas, de inteligentes, los libros de MM y de la conciencia de la historia

Más frases de futbolistas: Los primeros 90 minutos son los más importantes; Quiero que mi hijo sea cristianizado, pero no sé todavía en qué religión; A veces en el futbol tienes que hacer goles; Perdimos porque no ganamos; Voy a dar un pronóstico: puede pasar cualquier cosa; Tengo uno (un pulmón), como toda la gente; El futbol es lo más importante de las cosas menos importantes (ésta es una variante menor de una de las mejores sentencias de Woody Allen: “el sexo sin amor es una experiencia vacía, pero es la mejor de las experiencias vacías”); No sé si vaya a Madrid o a Milán, pero en Italia; En qué país (lo contratarían), no puedo decirlo, sólo puedo adelantar que se trata de un equipo brasileño. En las páginas de la red de internet hay decenas, o centenares de frases similares, y muchas son atribuidas a dos o tres de las más grandes glorias del balompié, así que no hay por qué poner a los autores. Pero no puedo omitir uno más de Franz Beckenbauer, repito, uno de los considerados jugadores más inteligentes en los últimos dos siglos: “hubo un año en que jugué quince meses”. Me sigo preguntando cómo es que estos futbolistas tienen tantos admiradores mucho más inteligentes y cultos que ellos.

Luego de 20 temporadas se retira Derek Jeter; preguntan los cronistas en qué lugar lo colocarían entre los short stop, y antes que los refuten, comienzan a hacer un recuento: junto a Ozzie Smith, Carl Ripken, Ernie Banks; ninguno mencionó a Eddie Brikman, ni a Joe Cronin, Luke Appling, Joe Tinker; los tres últimos están en el Salón de la Fama; Cronin conectó 170 jonrones; Appling 45, Tinker, 31, y Brikman, 60: Jeter pegó un número mucho más aparatoso, 260, que bien mirado, significan 13 por año, muy lejano de los muchos cuadrangulares de Ripken. Ni qué decir que se trataba de otras épocas, con estadios con bardas muy lejanas, y proliferaban los buenos lanzadores. Brikman, en los años setenta, tuvo una temporada de ensueño, en la que cometió sólo siete errores en toda la temporada; si se toma en cuenta que su compañero en la tercera base era Aurelio Rodriguez, quien pifió sólo 17 veces en la posición más difícil, se entiende que Tigres de Detroit haya ganado el campeonato de la Liga Americana.
                Aunque haga mi mayor esfuerzo, no lograré recordar el nombre del dentista, amigo de mi padre, que una vez por semana nos inyectaba calcio en las encías a mi hermana y a mí; no sé si reforzaron mi dentadura, sólo recuerdo que cuando me preguntó qué posición jugaba cuando me elegían para integrar algún equipo en el recreo, me contestó que con un soplido me harían a un lado los delanteros; que en cambio podía ser short stop, porque para esa posición se necesita agilidad, buena vista, buenas manos, y mucho coraje; en los escasos libros que aparecían en México, cuando aconsejaban cómo armar un orden al bat, decían que el short stop debería ser el primero en el orden, porque sabía manejar el bat para colocar la bola donde no hubiera nadie; el segundo sería el segunda base, igual de chaparro pero más malicioso, y haría avanzar al short que se embasaría por un sencillo que apenas rebasaba el cuadro, o por una base por bolas gracias a su corta estatura; el segundo bat lo adelantaría a la siguiente base con un sacrificio, con un hit al jardín derecho, y ya vendrían tercero, cuarto y quinto bats, por lo regular el jardinero central, el primera base y el jardinero izquierdo, que eran los que empujaban las carreras; completaban el orden el tercera base, con poder pero sin mucha consistencia,  el jardinero derecho, poderoso pero que se ponchaba mucho, y el catcher, al que no le pedían más sacrificio que el de estar en cuclillas, levantándose en cada pitcheada, y además dirigiendo el juego desde atrás de home; como no había bateador designado, el noveno era el pitcher, aunque si era como Arturo Cacheux, Lino Donoso, Martín Dihigo, Lázaro Salazar en México (que llegaban a ser, los dos últimos, cuarto bat; los otros, séptimo u octavo), o Warren Spahn o Don Drysdale o Walter Johnson en las Mayores, entonces el noveno escaño era para el short stop. ¿Ejemplos? En los Diablos Rojos, Chero Mayer y Natas García; en Tigres, Carlitos Ramírez y Beto Ávila; o años después, Fernando Remes y Kiko Castro; en Puebla, Jorge Fitch y Moi Camacho; en los Yanquis de los sesenta, Tony Kubek y Bobby Richardson, en Orioles, Luis Aparicio y Jerry Adair; en los Dodgers, Maury Willis y Jim Gilliam; en Cardenales, Dick Groat y Julian Javier; en Filis, Bobby Wine (o Rubén Amaro) y Tony Taylor.
                El dentista tenía razón; los delanteros me esquivaban sin esfuerzo; en el beisbol, en cambio, cumplí con una de las sentencias: sólo pegué dos jonrones, uno de zurdo, un batazo muy fuerte y lejano, por el center, y uno de diestro, y no por poder, sino porque me enredé (expresión que sólo entienden quienes hayan jugado beisbol; la sensación es indescriptible: uno pierde de vista la bola, el swing no es natural, sin querer se contrae el codo izquierdo en el momento adecuado, y cuando uno se da cuenta la bola va de línea, elevada, hasta pasar la barda). Tuve buenas manos, pero no buen brazo, lo que me explico (o quiero explicarme)  por el pie plano y varo, nunca atendido; era tan lento corriendo que una vez vacié las bases con una línea por toda la raya del derecho, hasta el fondo, y apenas pude llegar a primera, ante el azoro de Víctor Tovar, quien me aseguraba que debería de haber sido triple.
                A lo que iba: ¿en qué momento se rompieron los esquemas y comenzaron a llegar los jugadores de 6’3 como short stop? ¿Cuándo los segundas bases llegaron a ser más altos que los terceras bases? ¿Mejoró el beisbol? ¿No se perdieron los grandes fildeadores, y sólo quedaron los espectaculares? Finalmente, Ernie Banks fue convertido en primera base, donde se desenvolvía muy bien; ganó dos veces el título de fildeo como parador en corto y uno como primera base, pero de por vida, como inicialista tuvo el lugar 55 de todos los tiempos, y como short, el 92. Su estatura, de 6’1, era más adecuada para la primera base. Jeter, con su 6’3, ganó dos títulos de fildeo, lo que no quiere decir mucho; su trigésimo lugar de todos los tiempos está muy por debajo del decimoséptimo del mexicano Juan Gabriel Castro, a quien apodaban Manos de Oro, rivales y compañeros.

Pocos jugadores del pasado están entre los mejores fildeadores, en porcentaje; las condiciones han cambiado: cubrían más terreno, eran un cuarto jardinero además de un quinto jugador de cuadro; los guantes ahora son más grandes y cómodos, permiten más seguridad; el porcentaje de fildeo no es un punto de comparación; Jeter, sin duda, es uno de los mejores short stop que ha habido, tomando en cuenta el bateo; fue de los más valiosos de los Yanquis en una época en que los Yanquis no tenían tantos jugadores valiosos; fue más disciplinado que Álex Rodríguez, más oportuno, y en la vida íntima, copuló con más y más guapas mujeres que su rival Rodríguez, aunque tuvo la desgracia de que una de ellas, y de las más famosas, lo contagió de herpes. En los años veinte y treinta, ¿se hubiera comparado con Ruth, Gehrig, Tony Lazzeri? ¿Hubiera desbancado a Kouning? En los cuarenta y cincuenta, ¿le hubiera bajado a DiMaggio a Marilyn Monroe, hubiera competido en fiereza con Rizzuto? En los sesenta, ¿le hubieran hecho lugar Mantle, Maris, Berra, Tresh, Howard, hubiera visto a la cara a Cletis Boyer, le hubiera cargado el guante a Kubek, hubiera competido en popularidad con Pepitone, le hubieran hecho caso Doris Day o Mammie van Doren? Hay que agradecerle su entereza, su entrega, sus ganas de ganar. Pero como dijo Horacio Rodríguez cuando escuchó muchos panegíricos en la muerte de Parménides García Saldaña: “ahora resulta que se murió Joyce”.

No puedo recordar la obra ni el autor, y los eruditos Víctor Díaz Arciniega y Héctor Perea tampoco, pero en un drama un personaje exclama una frase que divirtió mucho a Alfonso Reyes: “Nosotros, los hombres de la Edad Media”. Ni en la Prehistoria ni en la Antigüedad ni en la Edad Media ni en el Renacimiento ni en la Edad Moderna la gente sabía en qué período vivía, a qué etapa pertenecían; ahora sabemos que pertenecemos a la Edad Contemporánea, que dentro de poco, parece, sufrirá un cambio de nombre porque ya no seremos contemporáneos de los del futuro; pero al tener conciencia de ese privilegio, saber en qué época histórica se vive, se sobrevaloran los actos, las personalidades, las obras. Obra maestra, decía Luis Guillermo Piazza, es el producto de alguien a quien podemos saludar; en las redes sociales proliferan los elogios, los superlativos; hay quien publica uno o dos libros al año, y de inmediato son calificados como magistrales.
                Con tantos adjetivos se acaban, se devalúan los que debemos de aplicar a los mejores. Repito, no trato de restar méritos a Derek Jeter, ¿pero es mejor que Honus Wagner? Los números apenas pueden compararse: en porcentaje de bateo, dobles, triple, producidas, robos, Wagner es muy superior; en hits, ahi se van, y en campeonatos de fildeo, con números menores, tuvo más Wagner; si se observa la evolución del fildeo a lo largo de la historia, puede verse que ahora tienen más facilidad para buenos números, lo que no refleja habilidad, brazo, colocación, alcance. Por las diferencias en la época, los jugadores de hace cien años nos parecen mejores que los de ahora, pero es difícil saber si en igualdad de condiciones se desempeñarían igual: distintos parques, diferencias en el campo, más tolerancia para los bateadores en contra de los pítchers. ¿Cómo compararlos? Sobre todo, ¿qué necesidad? ¿Simplemente por asentar que somos testigos de la historia? No se tenía conciencia de la historia: Willie Keeller se retiró cuando le faltaban 45 hits para llegar a los 3,000, y hubiera sido de los muy pocos con tantos batazos; en realidad, el segundo en alcanzarlos, sólo abajo de Cap Anson, y si hubiera pegado 68 más, hubiera sido el mayor hitero de la historia, hasta ese momento. Ahora pierden porcentaje, respeto, habilidad, con tal de alcanzar una cifra conmemorativa o significativa.
   
Me detuvo Claudia Fernández: con una sonrisa amable me dijo que (olvidé el nombre) el presidente de la Concanaco, o de la Coparmex, o del CCC, le había manifestado su admiración por algunos de mis escritos en la sección de Deportes de El Financiero, en especial un par donde objetaba los méritos de Hugo Sánchez en el futbol español; expliqué, en unas columnas que desataron cierto escándalo, que los goles de Sánchez en el Real Madrid, y antes en el Atlético de Madrid (excepto en el primer año) no le servían al equipo, sólo a Sánchez; no es extraño: en sus mejores tiempos, los propios compañeros de Rod Carew se quejaban de que su habilidad bateadora la usaba sólo para tener un mejor porcentaje, aunque la mayoría de sus hits ayudaban poco a sus equipos; por esas épocas, en cambio, Tony Oliva llamaba la atención sobre la actuación del mexicano Jorge Orta, entre los primeros de su equipo en todos los aspectos aunque aficionados y periodistas sólo se fijaban en Carew que, insistía Oliva, hacía menos por el equipo que por sus récords.
                Alegué, en aquellas columnas, que los goles de Sánchez no daban puntos a su equipo, aunque a él le daban el famoso trofeo con nombre estúpido; los goles de Sánchez eran el tercero y cuarto de un 5-1; el tercero de un 3-1, nunca el primero de su equipo, que por lo regular anotaban Sanchís o Butragueño o Valdano; Hugo, un cazagoles, se aprovechaba de que el equipo contrario, urgido del empate, se iba al ataque dejando sólo un defensa y el portero, cuando mucho, y los demás trataban de acortar distancias o anularlas; mientas el campo del contrincante estaba ocupado por medios y defensas, Sánchez no sobresalía; lo hizo, en cambio, sin muchos defensas, o a veces ninguno.
                En uno de los debuts del mexicano Hernández consiguió dos goles, el séptimo y el octavo de un 8-0. Y sonaron los claros clarines, y proclamaron que ahi la lleva, en el mismo camino que Sánchez. Tienen razón: anotó sin defensas, contra un equipo al que le daba lo mismo perder por 6-0 que por 8-0, lo que buscaban, amontonados, era anotar para perder al menos por 6-1 o 6-2.

Ya llevan cuatro jornadas en el futbol americano, del que decía Manuel Seyde que es un deporte para brutos que los brutos no pueden jugar; tampoco lo pueden ver, porque creen que sólo con chingadazos derrotan a los contrincantes; el Jefe Raúl Rodríguez preguntaba con sensatez: ¿cómo detiene un hombre que pesa cien kilos a otro que pesa 120? No es con fuerza, sino con maña, inteligencia. De pronto hubo demasiada violencia: es el deporte con más contacto físico, y paradójico: la defensiva ataca, la ofensiva defiende; algunos coaches ordenaban a sus jugadores que lastimaran a los contrincantes, y hubo desmanes, golpes tardíos cuando el rival no los esperaba y no podían defenderse; golpes directos a la cabeza que producían conmociones que los asistentes no detectaban, y jugaban sin darse cuenta de su estado físico y mental; las autoridades, incapaces de contener las rudezas innecesarias, pues los castigos impuestos eran menores a las multas y suspensiones en sus equipos, decidieron marcar todo exceso o que parezca intencional; el resultado: ahora parece tochito; como el juego defensivo es mucho más rudo que el ofensivo, ahora sancionan hasta las miradas frías; ahora todos los resultados son apabullantes, y desmienten que se trata del deporte más equilibrado. Ahora, en vez de que los juegos terminen con diferencia de tres o siete puntos, hay cada vez más victorias donde anotan 40 o más puntos, y los defensivos fueron despojados de sus armas, y ya no hay manera de defender un buen pase. Lo peor: si continúan así, será un juego de nenitas, como dice El Doctor Netas.

Publican en facebook la lista completa de los 430 libros que tenía Marilyn Monroe; no es la primera vez que se habla de ellos, e incluso alguna redactora que se decía feminista intentó burlarse: serán guiones, porque libros, seguramente no; tuve el placer de contradecirla y afirmarle que era prejuicio suyo pensar que por ser bella, por representar papeles de tonta (Cómo atrapar a un millonario,  Monkey bussines –que los españoles llaman Me siento rejuvenecer—, Los caballeros las prefieren rubias y algunas otras) era incapaz de leer, como la que pretendía burlarse de MM. Ahora desglosan esa pequeña pero bien nutrida biblioteca; cierto, hay biografías y ensayos sobre ella, algunas obras de teatro que seguramente le dio Arthur Miller, películas noveladas, recetas de cocina –porque aparentemente sabía cocinar, para completar el catálogo de sus virtudes—, pero tenía completo En busca del tiempo perdido, dos novelas, las más amargas, de Bernard Mallamud, uno de mis novelistas favoritos (legado de Gustavo Sainz), una antología de James Thurber, tres libros de Joyce, entre ellos el Ulises que leyó, como consta una fotografía muy famosa que fui de los primeros en divulgar en México; el más intenso de los libros de Dylan Thomas, a quien conoció; un par de novelas, y no de las más fáciles, de Norman Mailer; una novela de Kazantsakis (la tercera mujer que sé que lo leyó), algunos de F. Scott Fitzgerald, varios de Thomas Mann, de John Steinbeck, William Styron, Hemingway, Ellis, Dreiser, Sherwood Anderson, James Agee (nada menos que Una muerte en la familia, chance mi novela favorita en los últimos años); James Purdy, ¡Max Weber!, Aristóteles, Zola, los cuatro tomos de Ernst Jones sobre Freud (que me tardé como tres meses en leer), Dostoievski, Tolstoi, Lawrence Durrell, Graham Greene, Faulkner (y no los sencillos, más bien los más difíciles), Emily Dickinson, Schopenhauer (entre otros, El amor, la muerte, las mujeres), Alexander Pope, Ludwig, Somerset Maugham (Henry Hathaway, comentan en la lista, quería filmar Servidumbre humana con MM y James Dean), Rilke, Emerson, Einstein, Yeats, Frazer…
                La pregunta de quien subió a la red esta página no es si MM leyó esos libros, y no sólo los que le dedicaron los autores (alguno, ella se lo obsequió a DiMaggio); la pregunta es al lector de la página: ¿cuántos de estos libros has leído?

                Asombra la diversidad de temas, autores, géneros, épocas, estilos. Siempre se ha elogiado su inteligencia, de la que fueron testigos muchos de sus contemporáneos, aunque también han hablado de su informalidad, su inseguridad, sus caprichos (uno de los cuales, se dice, provocó directa o indirectamente su muerte –¿o asesinato?) Se asegura que Jayne Maynsfield era tanto o más inteligente que MM, pero que tuvo peor suerte como actriz, con pocas cintas relevantes, y pocas oportunidades de mostrar sus talentos, más que los físicos. ¿Qué otras actrices han mostrado tanta inteligencia como ellas? ¿Katherine Hepburn, Audrey Hepburn, Sharon Stone, Susan Sarandon, Emma Watson, Wynona Ryder, Lisa Kudrow, Heddy LaMar, Natalie Portman, Katherine Turner, Diane Keaton, Emma Thompson, Jodie Forster? ¿Podríamos agregar a algunas mexicanas? Por el momento, no se me ocurren, espero para la próxima estar más inspirado. También espero sugerencias.

Carlos Ramírez promueve castigos a quienes incurran en maltrato a los animales. Le respondo que a los cuatro, a los siete y a los 19 años me mordieron perros sin que los hubiera mordido antes; que duran te casi un año el Peluso no me dejaba entrar a la casa y tenían que salir los hijos de la portera a detenerlo; que las arañas me descubren y me persiguen, que en sueños recurrentes me topo con leones que me asedian como a Laurel y a Hardy, que la perra de una vecina fue educada y ya no le ladra a nadie, más que a mí. ¿Puedo promover una asociación para evitar la crueldad de ciertos animales? Sólo debo excluir a una llama que en el viejo Zoológico de Chapultepec me coqueteó, se me acercaba y demostraba disgusto cuando me alejaba de su jaula. Pero ha sido la única.

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