Más frases de
futbolistas: Los primeros 90 minutos son los más importantes; Quiero que mi
hijo sea cristianizado, pero no sé todavía en qué religión; A veces en el
futbol tienes que hacer goles; Perdimos porque no ganamos; Voy a dar un
pronóstico: puede pasar cualquier cosa; Tengo uno (un pulmón), como toda la
gente; El futbol es lo más importante de las cosas menos importantes (ésta es
una variante menor de una de las mejores sentencias de Woody Allen: “el sexo
sin amor es una experiencia vacía, pero es la mejor de las experiencias
vacías”); No sé si vaya a Madrid o a Milán, pero en Italia; En qué país (lo
contratarían), no puedo decirlo, sólo puedo adelantar que se trata de un equipo
brasileño. En las páginas de la red de internet hay decenas, o centenares de frases
similares, y muchas son atribuidas a dos o tres de las más grandes glorias del
balompié, así que no hay por qué poner a los autores. Pero no puedo omitir uno más
de Franz Beckenbauer, repito, uno de los considerados jugadores más
inteligentes en los últimos dos siglos: “hubo un año en que jugué quince
meses”. Me sigo preguntando cómo es que estos futbolistas tienen tantos
admiradores mucho más inteligentes y cultos que ellos.
Luego de 20
temporadas se retira Derek Jeter; preguntan los cronistas en qué lugar lo
colocarían entre los short stop, y antes que los refuten, comienzan a hacer un
recuento: junto a Ozzie Smith, Carl Ripken, Ernie Banks; ninguno mencionó a
Eddie Brikman, ni a Joe Cronin, Luke Appling, Joe Tinker; los tres últimos
están en el Salón de la Fama; Cronin conectó 170 jonrones; Appling 45, Tinker,
31, y Brikman, 60: Jeter pegó un número mucho más aparatoso, 260, que bien
mirado, significan 13 por año, muy lejano de los muchos cuadrangulares de
Ripken. Ni qué decir que se trataba de otras épocas, con estadios con bardas
muy lejanas, y proliferaban los buenos lanzadores. Brikman, en los años
setenta, tuvo una temporada de ensueño, en la que cometió sólo siete errores en
toda la temporada; si se toma en cuenta que su compañero en la tercera base era
Aurelio Rodriguez, quien pifió sólo 17 veces en la posición más difícil, se
entiende que Tigres de Detroit haya ganado el campeonato de la Liga Americana.
Aunque haga mi mayor esfuerzo,
no lograré recordar el nombre del dentista, amigo de mi padre, que una vez por
semana nos inyectaba calcio en las encías a mi hermana y a mí; no sé si
reforzaron mi dentadura, sólo recuerdo que cuando me preguntó qué posición
jugaba cuando me elegían para integrar algún equipo en el recreo, me contestó
que con un soplido me harían a un lado los delanteros; que en cambio podía ser
short stop, porque para esa posición se necesita agilidad, buena vista, buenas
manos, y mucho coraje; en los escasos libros que aparecían en México, cuando
aconsejaban cómo armar un orden al bat, decían que el short stop debería ser el
primero en el orden, porque sabía manejar el bat para colocar la bola donde no
hubiera nadie; el segundo sería el segunda base, igual de chaparro pero más
malicioso, y haría avanzar al short que se embasaría por un sencillo que apenas
rebasaba el cuadro, o por una base por bolas gracias a su corta estatura; el
segundo bat lo adelantaría a la siguiente base con un sacrificio, con un hit al
jardín derecho, y ya vendrían tercero, cuarto y quinto bats, por lo regular el
jardinero central, el primera base y el jardinero izquierdo, que eran los que
empujaban las carreras; completaban el orden el tercera base, con poder pero
sin mucha consistencia, el jardinero
derecho, poderoso pero que se ponchaba mucho, y el catcher, al que no le pedían
más sacrificio que el de estar en cuclillas, levantándose en cada pitcheada, y
además dirigiendo el juego desde atrás de home; como no había bateador
designado, el noveno era el pitcher, aunque si era como Arturo Cacheux, Lino
Donoso, Martín Dihigo, Lázaro Salazar en México (que llegaban a ser, los dos
últimos, cuarto bat; los otros, séptimo u octavo), o Warren Spahn o Don
Drysdale o Walter Johnson en las Mayores, entonces el noveno escaño era para el
short stop. ¿Ejemplos? En los Diablos Rojos, Chero Mayer y Natas García; en
Tigres, Carlitos Ramírez y Beto Ávila; o años después, Fernando Remes y Kiko
Castro; en Puebla, Jorge Fitch y Moi Camacho; en los Yanquis de los sesenta,
Tony Kubek y Bobby Richardson, en Orioles, Luis Aparicio y Jerry Adair; en los
Dodgers, Maury Willis y Jim Gilliam; en Cardenales, Dick Groat y Julian Javier;
en Filis, Bobby Wine (o Rubén Amaro) y Tony Taylor.
El dentista tenía razón; los
delanteros me esquivaban sin esfuerzo; en el beisbol, en cambio, cumplí con una
de las sentencias: sólo pegué dos jonrones, uno de zurdo, un batazo muy fuerte
y lejano, por el center, y uno de diestro, y no por poder, sino porque me
enredé (expresión que sólo entienden quienes hayan jugado beisbol; la sensación
es indescriptible: uno pierde de vista la bola, el swing no es natural, sin
querer se contrae el codo izquierdo en el momento adecuado, y cuando uno se da
cuenta la bola va de línea, elevada, hasta pasar la barda). Tuve buenas manos,
pero no buen brazo, lo que me explico (o quiero explicarme) por el pie plano y varo, nunca atendido; era
tan lento corriendo que una vez vacié las bases con una línea por toda la raya
del derecho, hasta el fondo, y apenas pude llegar a primera, ante el azoro de
Víctor Tovar, quien me aseguraba que debería de haber sido triple.
A lo que iba: ¿en qué momento se
rompieron los esquemas y comenzaron a llegar los jugadores de 6’3 como short
stop? ¿Cuándo los segundas bases llegaron a ser más altos que los terceras
bases? ¿Mejoró el beisbol? ¿No se perdieron los grandes fildeadores, y sólo
quedaron los espectaculares? Finalmente, Ernie Banks fue convertido en primera
base, donde se desenvolvía muy bien; ganó dos veces el título de fildeo como
parador en corto y uno como primera base, pero de por vida, como inicialista
tuvo el lugar 55 de todos los tiempos, y como short, el 92. Su estatura, de
6’1, era más adecuada para la primera base. Jeter, con su 6’3, ganó dos títulos de fildeo, lo que no quiere decir
mucho; su trigésimo lugar de todos los tiempos está muy por debajo del
decimoséptimo del mexicano Juan Gabriel Castro, a quien apodaban Manos de Oro, rivales y compañeros.
Pocos jugadores
del pasado están entre los mejores fildeadores, en porcentaje; las condiciones
han cambiado: cubrían más terreno, eran un cuarto jardinero además de un quinto
jugador de cuadro; los guantes ahora son más grandes y cómodos, permiten más
seguridad; el porcentaje de fildeo no es un punto de comparación; Jeter, sin
duda, es uno de los mejores short stop que ha habido, tomando en cuenta el
bateo; fue de los más valiosos de los Yanquis en una época en que los Yanquis
no tenían tantos jugadores valiosos; fue más disciplinado que Álex Rodríguez,
más oportuno, y en la vida íntima, copuló con más y más guapas mujeres que su
rival Rodríguez, aunque tuvo la desgracia de que una de ellas, y de las más
famosas, lo contagió de herpes. En los años veinte y treinta, ¿se hubiera
comparado con Ruth, Gehrig, Tony Lazzeri? ¿Hubiera desbancado a Kouning? En los
cuarenta y cincuenta, ¿le hubiera bajado a DiMaggio a Marilyn Monroe, hubiera
competido en fiereza con Rizzuto? En los sesenta, ¿le hubieran hecho lugar
Mantle, Maris, Berra, Tresh, Howard, hubiera visto a la cara a Cletis Boyer, le
hubiera cargado el guante a Kubek, hubiera competido en popularidad con
Pepitone, le hubieran hecho caso Doris Day o Mammie van Doren? Hay que
agradecerle su entereza, su entrega, sus ganas de ganar. Pero como dijo Horacio
Rodríguez cuando escuchó muchos panegíricos en la muerte de Parménides García
Saldaña: “ahora resulta que se murió Joyce”.
No puedo recordar
la obra ni el autor, y los eruditos Víctor Díaz Arciniega y Héctor Perea tampoco,
pero en un drama un personaje exclama una frase que divirtió mucho a Alfonso
Reyes: “Nosotros, los hombres de la Edad Media”. Ni en la Prehistoria ni en la
Antigüedad ni en la Edad Media ni en el Renacimiento ni en la Edad Moderna la
gente sabía en qué período vivía, a qué etapa pertenecían; ahora sabemos que
pertenecemos a la Edad Contemporánea, que dentro de poco, parece, sufrirá un
cambio de nombre porque ya no seremos contemporáneos de los del futuro; pero al
tener conciencia de ese privilegio, saber en qué época histórica se vive, se
sobrevaloran los actos, las personalidades, las obras. Obra maestra, decía
Luis Guillermo Piazza, es el producto de alguien a quien podemos saludar; en las
redes sociales proliferan los elogios, los superlativos; hay quien publica uno
o dos libros al año, y de inmediato son calificados como magistrales.
Con tantos adjetivos se acaban,
se devalúan los que debemos de aplicar a los mejores. Repito, no trato de
restar méritos a Derek Jeter, ¿pero es mejor que Honus Wagner? Los números
apenas pueden compararse: en porcentaje de bateo, dobles, triple, producidas,
robos, Wagner es muy superior; en hits, ahi se van, y en campeonatos de fildeo,
con números menores, tuvo más Wagner; si se observa la evolución del fildeo a
lo largo de la historia, puede verse que ahora tienen más facilidad para buenos
números, lo que no refleja habilidad, brazo, colocación, alcance. Por las
diferencias en la época, los jugadores de hace cien años nos parecen mejores
que los de ahora, pero es difícil saber si en igualdad de condiciones se
desempeñarían igual: distintos parques, diferencias en el campo, más tolerancia
para los bateadores en contra de los pítchers. ¿Cómo compararlos? Sobre
todo, ¿qué necesidad? ¿Simplemente por
asentar que somos testigos de la historia? No se tenía conciencia de la historia: Willie Keeller se retiró cuando le faltaban 45 hits para llegar a los 3,000, y hubiera sido de los muy pocos con tantos batazos; en realidad, el segundo en alcanzarlos, sólo abajo de Cap Anson, y si hubiera pegado 68 más, hubiera sido el mayor hitero de la historia, hasta ese momento. Ahora pierden porcentaje, respeto, habilidad, con tal de alcanzar una cifra conmemorativa o significativa.
Me detuvo Claudia
Fernández: con una sonrisa amable me dijo que (olvidé el nombre) el presidente
de la Concanaco, o de la Coparmex, o del CCC, le había manifestado su admiración
por algunos de mis escritos en la sección de Deportes de El Financiero, en especial un par donde objetaba los méritos de
Hugo Sánchez en el futbol español; expliqué, en unas columnas que desataron
cierto escándalo, que los goles de Sánchez en el Real Madrid, y antes en el
Atlético de Madrid (excepto en el primer año) no le servían al equipo, sólo a
Sánchez; no es extraño: en sus mejores tiempos, los propios compañeros de Rod Carew
se quejaban de que su habilidad bateadora la usaba sólo para tener un mejor
porcentaje, aunque la mayoría de sus hits ayudaban poco a sus equipos; por esas
épocas, en cambio, Tony Oliva llamaba la atención sobre la actuación del
mexicano Jorge Orta, entre los primeros de su equipo en todos los aspectos
aunque aficionados y periodistas sólo se fijaban en Carew que, insistía Oliva,
hacía menos por el equipo que por sus récords.
Alegué, en aquellas columnas,
que los goles de Sánchez no daban puntos a su equipo, aunque a él le daban el
famoso trofeo con nombre estúpido; los goles de Sánchez eran el tercero y
cuarto de un 5-1; el tercero de un 3-1, nunca el primero de su equipo, que por
lo regular anotaban Sanchís o Butragueño o Valdano; Hugo, un cazagoles, se
aprovechaba de que el equipo contrario, urgido del empate, se iba al ataque
dejando sólo un defensa y el portero, cuando mucho, y los demás trataban de
acortar distancias o anularlas; mientas el campo del contrincante estaba
ocupado por medios y defensas, Sánchez no sobresalía; lo hizo, en cambio, sin
muchos defensas, o a veces ninguno.
En uno de los debuts del
mexicano Hernández consiguió dos goles, el séptimo y el octavo de un 8-0. Y
sonaron los claros clarines, y proclamaron que ahi la lleva, en el mismo camino
que Sánchez. Tienen razón: anotó sin defensas, contra un equipo al que le daba
lo mismo perder por 6-0 que por 8-0, lo que buscaban, amontonados, era anotar
para perder al menos por 6-1 o 6-2.
Ya llevan cuatro
jornadas en el futbol americano, del que decía Manuel Seyde que es un deporte
para brutos que los brutos no pueden jugar; tampoco lo pueden ver, porque creen
que sólo con chingadazos derrotan a los contrincantes; el Jefe Raúl Rodríguez preguntaba
con sensatez: ¿cómo detiene un hombre que pesa cien kilos a otro que pesa 120?
No es con fuerza, sino con maña, inteligencia. De pronto hubo demasiada
violencia: es el deporte con más contacto físico, y paradójico: la defensiva
ataca, la ofensiva defiende; algunos coaches ordenaban a sus jugadores que
lastimaran a los contrincantes, y hubo desmanes, golpes tardíos cuando el rival
no los esperaba y no podían defenderse; golpes directos a la cabeza que producían
conmociones que los asistentes no detectaban, y jugaban sin darse cuenta de su
estado físico y mental; las autoridades, incapaces de contener las rudezas
innecesarias, pues los castigos impuestos eran menores a las multas y
suspensiones en sus equipos, decidieron marcar todo exceso o que parezca
intencional; el resultado: ahora parece tochito; como el juego defensivo es mucho
más rudo que el ofensivo, ahora sancionan hasta las miradas frías; ahora todos
los resultados son apabullantes, y desmienten que se trata del deporte más
equilibrado. Ahora, en vez de que los juegos terminen con diferencia de tres o
siete puntos, hay cada vez más victorias donde anotan 40 o más puntos, y los defensivos
fueron despojados de sus armas, y ya no hay manera de defender un buen pase. Lo
peor: si continúan así, será un juego de nenitas, como dice El Doctor Netas.
Publican en
facebook la lista completa de los 430 libros que tenía Marilyn Monroe; no es la
primera vez que se habla de ellos, e incluso alguna redactora que se decía
feminista intentó burlarse: serán guiones, porque libros, seguramente no; tuve
el placer de contradecirla y afirmarle que era prejuicio suyo pensar que por
ser bella, por representar papeles de tonta (Cómo atrapar a un millonario, Monkey
bussines –que los españoles llaman Me
siento rejuvenecer—, Los caballeros
las prefieren rubias y algunas otras) era incapaz de leer, como la que
pretendía burlarse de MM. Ahora desglosan esa pequeña pero bien nutrida
biblioteca; cierto, hay biografías y ensayos sobre ella, algunas obras de
teatro que seguramente le dio Arthur Miller, películas noveladas, recetas de
cocina –porque aparentemente sabía cocinar, para completar el catálogo de sus
virtudes—, pero tenía completo En busca
del tiempo perdido, dos novelas, las más amargas, de Bernard Mallamud, uno
de mis novelistas favoritos (legado de Gustavo Sainz), una antología de James
Thurber, tres libros de Joyce, entre ellos el Ulises que leyó, como consta una fotografía muy famosa que fui de
los primeros en divulgar en México; el más intenso de los libros de Dylan
Thomas, a quien conoció; un par de novelas, y no de las más fáciles, de Norman
Mailer; una novela de Kazantsakis (la tercera mujer que sé que lo leyó), algunos
de F. Scott Fitzgerald, varios de Thomas Mann, de John Steinbeck, William
Styron, Hemingway, Ellis, Dreiser, Sherwood Anderson, James Agee (nada menos que
Una muerte en la familia, chance mi
novela favorita en los últimos años); James Purdy, ¡Max Weber!, Aristóteles,
Zola, los cuatro tomos de Ernst Jones sobre Freud (que me tardé como tres meses
en leer), Dostoievski, Tolstoi, Lawrence Durrell, Graham Greene, Faulkner (y no
los sencillos, más bien los más difíciles), Emily Dickinson, Schopenhauer
(entre otros, El amor, la muerte, las
mujeres), Alexander Pope, Ludwig, Somerset Maugham (Henry Hathaway, comentan
en la lista, quería filmar Servidumbre humana
con MM y James Dean), Rilke, Emerson, Einstein, Yeats, Frazer…
La pregunta de quien subió a la
red esta página no es si MM leyó esos libros, y no sólo los que le dedicaron
los autores (alguno, ella se lo obsequió a DiMaggio); la pregunta es al lector
de la página: ¿cuántos de estos libros has leído?
Asombra la diversidad de temas, autores,
géneros, épocas, estilos. Siempre se ha elogiado su inteligencia, de la que
fueron testigos muchos de sus contemporáneos, aunque también han hablado de su
informalidad, su inseguridad, sus caprichos (uno de los cuales, se dice,
provocó directa o indirectamente su muerte –¿o asesinato?) Se asegura que Jayne
Maynsfield era tanto o más inteligente que MM, pero que tuvo peor suerte como
actriz, con pocas cintas relevantes, y pocas oportunidades de mostrar sus
talentos, más que los físicos. ¿Qué otras actrices han mostrado tanta inteligencia
como ellas? ¿Katherine
Hepburn, Audrey Hepburn, Sharon Stone, Susan Sarandon, Emma Watson, Wynona Ryder,
Lisa Kudrow, Heddy LaMar, Natalie Portman, Katherine Turner, Diane Keaton, Emma
Thompson, Jodie Forster? ¿Podríamos agregar a algunas mexicanas? Por el
momento, no se me ocurren, espero para la próxima estar más inspirado. También
espero sugerencias.
Carlos Ramírez promueve castigos a quienes incurran en maltrato a los animales. Le respondo que a los cuatro, a los siete y a los 19 años me mordieron perros sin que los hubiera mordido antes; que duran te casi un año el Peluso no me dejaba entrar a la casa y tenían que salir los hijos de la portera a detenerlo; que las arañas me descubren y me persiguen, que en sueños recurrentes me topo con leones que me asedian como a Laurel y a Hardy, que la perra de una vecina fue educada y ya no le ladra a nadie, más que a mí. ¿Puedo promover una asociación para evitar la crueldad de ciertos animales? Sólo debo excluir a una llama que en el viejo Zoológico de Chapultepec me coqueteó, se me acercaba y demostraba disgusto cuando me alejaba de su jaula. Pero ha sido la única.
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