sábado, 18 de agosto de 2007

Revisión de Edipo

Madres amantes / Tomad precauciones
Con las efusiones/ De hijos varones
(Epopeya de Edipo de Tebas, Mundstock y Núñez)

Un relato de Julio Cortázar retoma, sin decirlo, uno de los temas principales de Edipo rey, la más conocida de las tragedias de Sófocles, el más clásico de los clásicos, según dice Pablo Ingberg en el prólogo de esta nueva edición (Losada, 2003)
Muchos afirman que, a lo largo del maltrecho siglo XX, se hubiera perdido la actualidad de esta obra, de hace más de 2,500 años, si Freud no hubiera utilizado el nombre del protagonista para explicar el excesivo amor de los hijos por las madres y el deseo de superar, o destituir, al padre, al que se le tiene envidia y celos por la intimidad conyugal (lo sepa no el infante).
Ahora que está de moda atacar a Freud (y a otros que hicieron posible pensar en un mundo feliz), cuando menos tenemos la oportunidad de releer a los clásicos despojándolos de un contexto equívoco: Sófocles no sabía nada de psicoanálisis, y sí en cambio creía en el destino: es imposible escapar del designio de los dioses, quienes hacen y deshacen nuestro porvenir aun cuando ellos mismos son los que crean las circunstancias y nos colocan en ellas y deciden cómo actuamos, y además nos premian y nos castigan.
Sófocles no sabía nada de psicoanálisis y no trata de explicar, mediante Edipo, el amor exagerado por la madre, que inhibe el que se siente por otras mujeres, ni da la solución a tantas uniones insatisfechas porque éstas no hacen lo mismo, ni tan bien (por lo menos en la cocina) como las madres. Sófocles cuenta la historia de un hombre al que se le asignó como destino asesinar al padre y cohabitar con la madre, y así lo hizo, todo sin saberlo, y cuando puede ocultar la verdad (que él mismo desconoce), insiste en averiguarla aunque vaya contra su propia gloria y su propio destino (y el de los suyos).
Ya lo sabemos: desconocemos a los clásicos; los leemos a fuerzas, obligados por las tareas escolares o porque hay que leerlos para no quedar en ridículo, y no regresamos a ellos; además, las traducciones no suelen ser buenas, las fuerzan para unas rimas imposibles, las acomodan a cuestiones lingüísticas de moda, o se van por el camino fácil. Esta nueva versión de una obra de la que debe de haber disponibles unas 15 ediciones, y varias decenas a lo largo de la historia, despoja a la anécdota del contexto freudiano, le da un ritmo y un lenguaje contemporáneo (pese a la conjugación en segunda persona del singular), la arropa con un sentido y un idioma dramatúrgico, y al mismo ubica al lector en una escenografía imposible de imaginarse ahora, que es como la veían los griegos hace 2,500 años.
Sorprende el ritmo, el lector siente al mismo tiempo la naturalidad con que la oyeron y vieron los contemporáneos de Sófocles y sus sucesores inmediatos (bueno, los siguientes cuatro o cinco siglos), y en esta época recobra la agilidad y el misterio, pese a que todo mundo conoce la anécdota, aunque nunca haya leído la obra; por otro lado, se trata de una edición anotada, en que casi cada palabra es analizada para explicar por qué se utiliza en vez de otra expresión, tal vez más exacta etimológicamente pero menos adecuada para explicar lo que sucede en escena.
Sin embargo, el sentido de la obra es otro; aunque sea más importante el sentido literal o literario; las notas, además del excelente prólogo, insisten en darle un contexto histórico sin que por ello pierda la frescura y el dramatismo, y además sin hacerla cursi o patética.
Despojada del contexto freudiano, podemos verla ahora como la insistencia de un hombre que, en busca de la verdad, se enfrenta al peor de los enigmas, y sabiendo que eso puede costarle la fortuna (no hay que olvidar que es rey de un pueblo y hereda otro reinado), persiste en la búsqueda, lo que lo lleva a la deshonra y al desprestigio.
También vemos a otros personajes que, pese a las amenazas, a que pueden sufrir persecuciones, someterse a la burla y al ostracismo por desafiar a los poderosos, insisten en decir la verdad, una vez que fueron convocados a ello, y cómo Edipo, aunque no es culpable de los delitos que comete (mandado no es culpado, podríamos decir ahora), acepta su castigo; pero hay otra advertencia más seria, en que no insisten ni Sófocles ni el traductor y prologuista (y autor de las excelentes notas) Inberg: Tebas será víctima de pestes y otros azotes por las culpas y crímenes de sus dirigentes.
Mencionábamos a Cortázar; en algún relato narra cómo un hombre ve revertir su suerte, brillante en un momento, decadente, tristérrima al siguiente; ésa es la última advertencia de Edipo rey: de nadie se diga que es feliz hasta que termina su vida; y otra: nos tardamos mucho en reconocer la bueno, pero al malo se le identifica al instante.
Una edición casi pulcra, de no ser por una línea de más en la página 154.

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