domingo, 5 de agosto de 2007

Ediciones Universitarias

Julio Cortázar dice que cuando triunfe la Revolución, eliminaremos todos los uniformes, menos el de bomberos, que habría que hacerlo más cómodo.
Un día habrá en que todos los panistas serán como Manuel Gómez Morin; que todos los comunistas (de cualquier partido) serán como Narciso Bassols, y todos los socialistas (hasta del PRI), como Jesús Silva Herzog (el padre). Todos los funcionarios gubernamentales, como Luis de la Rosa, Ignacio Ramírez y Melchor Ocampo, y los militares (exclusivamente para defendernos) como Jesús González Ortega; ese día los empresarios serán como Robert Owen (perdón por no encontrar un ejemplo nacional).
Entonces se sabrá que fue un mexicano el primero en hablar de la lucha de clases, seis años antes que lo hicieran Marx y Engels; que fue un mexicano quien diseñó el modelo ideal para las aulas desde preescolares hasta las universitarias, aunque no sea en México donde se usan; que fue un mexicano quien dio las bases para que naciones ahora poderosas diseñaran una estrategia que les permitiera la independencia con dignidad, y que ese hombre es conmemorado en muchos países, pero no en el nuestro; que es un mexicano quien está cambiando el concepto de la física y que permitirá una comprensión más exacta de nuestro universo; que fue un mexicano –por cierto un aficionado, aunque más profesional que los profesionistas— quien mostró que buscando en el cielo –y observó más de seis mil objetos celestes, muchos de ellos, la primera vez que los veían— encontraríamos una solución para los pobres de todo el mundo; que fue una generación de mexicanos la que demostró que la dignidad vale más que el dinero y el poder militar, y lo hizo con ideas, aunque quienes las exponían sabían usar la espada con tanta destreza como los militares.
¿Pero dónde los encontramos?, ¿dónde están esos mexicanos? En un 90 por ciento, en las páginas de las editoriales universitarias; por fortuna, no se restringen a México; por ejemplo, en la Universidad de Sinaloa podemos leer a Arthur Miller, a Jonathan Swift, los mejores cuentos de William Faulkner, pero también la historia del Partido Comunista Mexicano, que ha dado tantos tumbos pero también tantas muestras de dignidad.
En las páginas de la Universidad de Puebla encontramos a Victor Hugo, en una edición que provoca la envidia de muchas editoriales privadas, por la elegancia, el buen gusto, el decoro y la pulcritud; a Stevenson, sin olvidar a sus autores autóctonos ni a los clásicos del socialismo, de la economía, de la sociología.
Hay varios ejemplos, entre muchos, que hay que resaltar: en primer lugar, la UAM, que dentro de un desorden y un caos, ha publicado a los jóvenes valores y a los clásicos, con los mismos entusiasmo y profesionalismo; por ejemplo, Manuel José Othón, en una edición erudita aunque incómoda; rinde homenaje a los mejores escritores mexicanos y latinoamericanos, y publica, como debe de ser, a sus miembros cumplidos. No hay que olvidar su revista La Casa del Tiempo, que ha sido una de las mejores sobre todo en el ámbito de la cultura, aunque no en el de otros terrenos donde la Autónoma Metropolitana tiene más éxito, que son las investigaciones tanto sociales como científicas.
El Instituto Politécnico Nacional ha corrido con menor suerte, aunque ha intentado con algunas manos profesionales, como las de Andrés González Pagés, Emilio Carballido y hace poco Manuel Gutiérrez Oropeza, con resultados no muy halagüeños.
El Colegio de México, también con altibajos, edita las investigaciones de sus eruditos, y expone teorías literarias y lingüísticas asombrosas; sus estudios de demografía, de sociología, de política, ponen al alcance de los interesados, lo más moderno y destacado en sus ámbitos.
La Universidad Nacional Autónoma de México podría considerarse la mejor editorial de México, porque cumple con casi todos los requisitos para ello: limpieza y pulcritud (legado de Jesús Arellano, uno de los mejores correctores de nuestra historia, y posiblemente el mejor del siglo XX, a descargo de los nombres sagrados: Díez-Canedo, Giner de los Ríos, Vázquez, Monterroso, Ímaz, Ávila, Huerta, Bolívar, Chumacero, Pulido), y quien sentó las bases para la corrección correcta; también existe la variedad: desde las artes elitistas, como el teatro y la filología, hasta las populares, como el cine; la publicación de nuestros más antiguos clásicos, nacidos no en México sino en Atenas y en Roma, traducidos o actualizados por Bonifaz Nuño y Tarcisio Herrera Zapián, pasando por los que sí nacieron aquí e hicieron patria: Altamirano, Ramírez, Payno, Fernández de Lizardi, Justo Sierra.
Herederos de los clásicos de Vasconcelos en la primera mitad de los veinte, desde 1930 la Revista de la Universidad de México ha llevado al público lo mejor de nuestra cultura, y aunque se destaca la gestión de Jaime García Terrés, en realidad ha tenido muchas etapas célebres, y varias colecciones, como la Biblioteca del Estudiante Universitario, Nuestros Clásicos, El Ala del Tigre, la reciente Pequeños Grandes Ensayos, forman parte fundamental de nuestra cultura humanística, sin olvidar la benemérita Voz Viva, ya sea de México o de América Latina, que nos permitió escuchar nuestras mejores voces leer (aunque casi siempre mal) lo que ellos mismos consideraban lo más representativo de su obra.
Un ejemplo más: el Colegio Nacional, que dio cabida a los grandes ensayos de Alfonso Reyes sobre Grecia, y que forman parte de varios de sus tomos de obras completas; que en su Memoria cada año nos pone al alcance de lo más alto de nuestra cultura, desde las apantallantes historiografías de Cosío Villegas sobre lo indispensable para conocer nuestro México, hasta las autopsias imaginarias de Martínez Palomo acerca de Mozart y Rossini, o la condena de Mario Lavista por el desastre de los Tres Tenores, y sus elogios a los Rolling Stones, o la disección de nuestro ámbito literario por Gabriel Zaid, y por tantas aristas que desconocemos y que están allí, a nuestro alcance, como ha puesto al alcance de todos, en ediciones magníficas, la obra completa de casi todos sus miembros, a precios tan accesibles que parecen errores.

Entre todo esto, no hay que olvidar nunca, la labor de la Universidad Veracruzana, que en tiempos en que la industria editorial mexicana se componía de los consagrados, y comenzó a publicar a los jóvenes que apenas tenían una plaquette, un manojo de cuentos mal editados, o bien, pero por su propio bolsillo o con sello prestado; sus colecciones Ficción, Cuadernos de la Facultad de Filosofía y Letras, Biblioteca, y en las páginas de su revista La Palabra y el Hombre, se formaron cuando menos dos generaciones de la literatura mexicana, y se dieron a conocer otras tantas: no hay que olvidar que bajo la dirección de Sergio Galindo en México se publicó por primera vez a Álvaro Mutis, a Gabriel García Márquez, a Rosa Chacel; que dio el manual perfecto para el novelista en la pluma insuperable de EM Forster; que posteriormente, cuando parecía que las editoriales mexicanas estaban a la vanguardia del mundo de habla hispana (España saliendo apenas del marasmo de 40 años de oscuridad; Chile y Argentina viviendo los peores momentos de su historia; Colombia, Costa Rica, Panamá sin poder despegar), otra vez la Universidad Veracruzana reapareció con páginas dignas para escritores desarrollados o en vías de, en una sana competencia con las mejores de esos momentos: el Fondo de Cultura Económica, Joaquín Mortiz, Ediciones Era, Siglo XXI Editores, Premiá, un Grijalbo que se desprendía de su imagen mercantilista, un Océano que luego sería Cal y Arena; con intercambio de autores, con préstamos, con una actividad que no parecía prever el desastre en que se convertiría el país, y que terminaría por afectar a una industria en auge aunque ya se evidenciaba que su calidad no era correspondida por el público: ediciones de tres mil ejemplares que no se agotaban, pese a que la población universitaria ya rebasaba las decenas de miles de estudiantes y maestros; ediciones marginales que aún se encuentran intonsas en las librerías de viejo.
Una Universidad Veracruzana que ha sobrevivido a las expropiaciones culturales, a la cultura corporativa, a los autores prediseñados, a la literatura por encargo.

Queda una pregunta: ¿por qué si las ediciones universitarias son tan espléndidas, las desconocemos tanto? Después de la flor viene la maceta, como dice mi clásico favorito: no es nuestra culpa, sino de ellas. Comprar un libro de nuestras universidad, las citadas y otras muchas que desconozco, es una hazaña; hay que esperar a las ferias para encontrar lo que exponen, que es apenas una parte de lo que editan; se hablaba del crimen perfecto, que es publicar en la UNAM, porque nadie se enteraba; en un breve y contundente ensayo, Guillermo Scheridan denuncia la apatía y negligencia de los encargados de las librerías universitarias que dan por hecho que todos sus libros están agotados, aunque aún queden miles en sus plúteos o, peor, en sus bodegas, de las que a veces ni siquiera salen, o son editados para que se hundan en sus bibliotecas, y hay que reconocer que cada nueva administración pretende acabar con el problema, pero parece irresoluble. Ayer me acabé media quincena en el pequeño local de la UNAM en el pasaje Zócalo-Pino Suárez (a donde cada año íbamos Sergio Galindo y yo a acabarnos una quincena completa en la feria que instalaba Carlos Hérnández), porque lo encontré abierto y coincidió con que servía su terminal para tarjetas de crédito, y la encargada ya había terminado su labor de aseo, y completé una colección y me encontré con títulos que acababan de llegar, aunque sólo dos ejemplares.
¿Dónde encontramos libros de las universidades de Puebla, Sinaloa, del Estado de México, de la UAM, de la UNAM, del Colmex, de la Veracruzana? No en la Gandhi, no en lo que queda del Parnaso, no en Porrúa (sólo en una de ellas, los libros del Colegio Nacional), no en el Sótano ni en esta Rosario Castellanos que me gusta tanto, pero no por buena, si no precisamente por mala.

(Participación en una mesa redonda en la Librería Rosario Castellanos, que compartí con Olga Hermony, Celia del Palacio y Alinne Pettersone, mayo de 2007)

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