jueves, 22 de mayo de 2008

El secreto de la fama, según Gabriel Zaid

El nuevo libro de Gabriel Zaid* es terrible: como en los casos de Kafka, Monterroso, los álbumes de zoología de Pacheco, el lector encuentra retratos de todos sus conocidos (de vista, de lectura, de audiencia) pero en la última página hay un espejo donde se refleja de manera cruel, porque no disimula las canas ni las arrugas, y menos los gestos de amargura.
La mayoría de los textos ya son conocidos por sus lectores fieles u ocasionales, pero al juntarlos forman un grupo que da miedo enfrentarlo así, inesperadamente, porque aislados pueden provocar una sonrisa, divertirnos, hacernos pensar y recordar, o todo eso junto; pero las 182 páginas (uno extraña el aparato que informa de origen y destino de los textos, que por primera vez no incluye como cortesía; tampoco hay un índice onomástico; Zaid es uno de los pocos lectores que los agota y los disfruta) y los 18 textos, de diferente extensión (otra rareza: suele ser muy constante en el número de cuartillas y a veces hasta de caracteres –puede el lector comprobarlo en sus Obras), no dejan escapatoria: allí se encuentran los escritores que no leen (faltó el crítico reputado que es reputado porque no termina de leer los libros que critica, excepto los suyos, que reseña de manera muy favorable; no faltó en cambio el investigador arrogante que se niega a reconocer sus errores y más bien los perpetúa), los editores que tampoco lo hacen (porque no tienen tiempo), la excitante vida social que encubre y deforma a la vida literaria; están las citas citables que borran la obra (por desgracia, no es aficionado al deporte, pues hubiera modificado su apreciación si conociera y disfrutara los yoguismos, y para darle la razón, comprobaría que las tres o cuatro páginas de Internet que los contienen no son tan disfrutables como el libro que sí recopila, y además explica, cada uno de ellos), los poemas que se dicen fuera de contexto (al grado de que por ello se ha encasillado y mal a Rosario Castellanos); el autor ingrato que borra la dedicatoria cariñosa de la primera edición en las subsiguientes, porque se considera que ha crecido al grado de superar al maestro; las notas al pie de página que estorban la lectura, en uno de los escritos más deliciosos del volumen, lleno de asteriscos y notas al pie, en el único texto de su carrera en que usa notas al pie (y sólo por contradecirlo: las notas del Pancho Villa de Friedrich Katz son tan necesarias como disfrutables, como también lo son las de Cristina y José Emilio Pacheco para Epístola: In Carcere et Vinculis [“De Profundis”], de Oscar Wilde, pero no son muchos los casos; o hay exagerados: México visto por el cine extranjero, de Emilio García Riera, consta de seis tomos, tres de ellos de notas, y no menciona que Bogart y Bargman bailan "Frenesí", del Chamaco Sandoval y Alberto Domínguez en Casablanca); los que citan y citan, pero sólo citan nombres célebres hasta descontextualizarlos; las lecturas impersonales.
También está otro mundo, el de los anónimos que intentan ser célebres y los célebres quienes desean regresar al anonimato (con todo y una errata preciosa de Rod Stewart –uno de los dos rocanroleros citados en el libro; el otro es George Harrison), el mundo de los famosos como figuras, pocas veces por su obra, o de cuando la fama opaca la obra de la gente.
Como todos sus libros de crítica, es demoledor, aunque no parece ser su intención; no hay un blanco contra el cual disparar, no hay un editor que se cuela en un diccionario con amplia ventaja sobre otros mejores; no hay biógrafos despistados, no hay colecciones oficiales y dispendiosas ni jurados sobornables; no es un ataque a las páginas culturales, aunque sí salen raspadas porque han sido las que sustituyeron la crítica y la reseña crítica con entrevistas a los autores, las que han convertido la cultura en un acto de páginas de sociales, las que acuden a los cocteles y presentaciones donde lo importante es la presentación, no el libro presentado.
Este libro está más cercano a Los demasiados libros que a Cómo leer en bicicleta, y aunque lo roza, no se emparenta con Leer poesía; hay alguna referencia lejana de La máquina de cantar; sin embargo, hay la misma carga cáustica que en los libros citados, no por otra cosa sino porque ese mundo está lejano del placer de la lectura. Si en Los demasiados libros hay tiros contra las bibliotecas huecas, de lujo, llenas de patas de elefante, aquí el blanco es más concreto: todos los escritores buscan ser estrellas (hay dos antecedentes: las canciones “So You Want To Be A Rock ‘N’ Roll Star”, de Roger McGuinn y Chris Hillman, y “[I Never Wanted] To Be a Star”, de Cat Stevens) en vez de ser escritores, se busca el glamour y no la eficacia, los autores, aun los mejores, los más legibles, los imprescindibles, son reconocidos por mucha gente que no los ha leído ni los leerá (Enrique Krauze, Octavio Paz, Carlos Montemayor); hay en cambio, en una de las páginas más memorables, autores de libros que no los escribieron y ni siquiera los leyeron (¿Vicente Fox, López Obrador? Zaid es piadoso: no se burla de los que juran haber leído a Sócrates, y no precisamente a través de Platón).
En un tono menos rudo, cuestiona el hecho de que ahora los autores sean los famosos y no las obras, y aboga por las épocas en que importaban éstas y no aquellos (cita, o da a conocer, que la muy repetida sentencia de que una golondrina no hace verano es de Aristóteles; si no se pasara de los 45 mencionados, podría haber referido que una, ya descontextualizada porque se usa lo mismo para política que para el deporte, “la unión hace la fuerza”, es de Esopo, de quien menos lo pensaría uno), y sugiere que estaríamos mejor si todas las obras, pasado algún tiempo, se volvieran anónimas (lo que ambicionaba Juan García Ponce; que sus libros se emparejaran a los de Dante).
En un cambio de tema, pero no de tono, habla de los efectos de los medios, que hacen famosos, y a algunos más de 15 minutos, a mucha gente; con el ejemplo terrible de los reality shows, que otorgan una fama efímera a quienes deberían vivir y disfrutar (eso recuerda algunas cintas espantosas: Te vi en TV, de Alejandro Galindo, con Adalberto Martínez Resortes y Yolanda Varela, sobre el estrellato no intencional, o También de dolor se canta, de René Cardona con Pedro Infante e Irma Dorantes, sobre la maldición de la fama), y del mal que les hacen cuando regresan a la cotidianeidad (otro ejemplo: Adolfo López Mateos, al contestarle a Luis Spota cuál era la sensación de dejar el poder, la definió como seguir pedaleando una bicicleta que ya le quitaron).
Zaid nunca le ha rehuido a la brevedad; los 18 ensayos ocupan, en promedio, nueve páginas cada uno, pero la caja es pequeña (19 por 33 y medio cuadratines, tipografía asombrosamente legible en 9 / 11, con lo contrario de cornisas –en versalitas, y folios incluidos, pero al pie de la página]; los textos están cargados a la izquierda, pero hay de pronto división silábica; el formato es muy elegante, está casi perfectamente corregido –una sola errata advertida, que hubo que buscar con mucho detenimiento; es de los pocos libros en que la camisa no se dobla ni se rompe, y la encuadernación es cómoda aunque lujosa); y la mayoría de las veces uno se queda con ganas de que el ensayo hubiera continuado un poco más, que eso es lo que diferencia los buenos textos de los malos.
La prosa de Gabriel Zaid es tan buena como su poesía; con un perfecto equilibrio rítmico pese a que busca la palabra exacta para cada situación, y está exento casi de adjetivos; los ensayos inteligentes además de bien escritos son excepcionales en la literatura mexicana, por eso éste tiene tantos elogios en una primera página, que no estorba aunque debiera ser de cortesía, pero la función de ésta la cumplen guardas rojas. Y se nota la belleza de la prosa de Zaid porque se transparenta, traducida con puntualidad por Natasha Wimmer, quien antes ya había traducido a Roberto Bolaño (mención aparte: alguna vez Teleguía lo confundió con Roberto Gómez Bolaños) y a Mario Vargas Llosa. Y es de apuntar que a Zaid siempre le han gustado los experimentos: que aparezca primero en inglés es uno de ellos, y obligará a que la edición mexicana sea tan pulcra y elegante como ésta.
Sólo queda preguntar a qué tomo de sus Obras deberá pertenecer este libro; ojalá que sea el primer capítulo de un nuevo volumen.

Zaid, Gabriel, The Secret of Fame, traducción de Natasha Wimmer, Paul Dry Books, 182 pp, 2008.

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