domingo, 9 de marzo de 2008

¿Ah síííí! (Homenaje a David Silva)

Hace unas pocas semanas apareció en las extrañas ínsulas de las librerías de la UNAM un grueso volumen, David Silva. Un campeón de mil rostros, de Rafael Viñas (agosto de 2007, pero no hay que creerle a los colofones), una muy completa revisión de la filmografía de uno de los actores emblemáticos del cine mexicano. Completa, sin embargo, no es un elogio sino una descripción.
Viñas –un cinéfilo empedernido que no se contenta con criticar sino que, según la solapa, pronto se filmará un guión suyo— se declara admirador de Silva, tanto que lo tutea y le dice David, confianzuda y campechanamente, pero tal vez por la confianza, se abstiene de criticarlo como se merece; no sólo no lo critica, tampoco lo elogia, y sólo se dedica a poner adjetivos a sus actuaciones; calificativos muy generosos, así sean para malas películas y malas actuaciones.
Pero no lo estudia a fondo; tan se queda en la superficie, que sólo resalta una de sus muchas frases (“La maaanga…”, que Silva exponía sustituyendo pero recalcando una mentada de madre); se limita a describir mínimente la trama, sin hacer una comparación entre Silva y los demás actores, y le da la misma importancia a los churros moralistas de los años sesenta que a las cintas más importantes, que son por las que Silva se ganó la inmortalidad.
David Silva no sólo es un actor: es un símbolo; hay que recordar una de sus frases más memorables: en Casa de vecindad dos de las inquilinas se pelean por él, y cuando la portera (creo recordar) le advierte que el pleito es por su culpa y pide que haga algo, exclama, con gran satisfacción: “¡De güey me meto!”. La frase, prodigiosa, es lo de menos; se completa con la expresión altanera, la mirada de superioridad, el gesto con el que vence a todas las mujeres; la cinta es muy inferior a la primera versión, La casa del ogro, pero la actuación de David Silva es muy superior a la de Arturo de Córdova; en lo único en que éste vence a Silva es cuando muestra miedo por el marido narcotizado.
Son varias, pero no todas, las cintas memorables de David Silva (como son algunas cuantas, no todas, ni siquiera muchas, las memorables de Infante; no se trata de rebajar a nadie ni de minimizarlo): Campeón sin corona, Humo en los ojos, Señora tentación, ¡Esquina bajan!, Hay lugar para… dos, Una familia de tantas, No me quieras tanto, Las puertas del presidio, Rayito de luna, Nosotras las taquígrafas, Manos de seda, Espaldas mojadas, Los Fernández de Peralvillo; las posteriores tienen rasgos, y sus intervenciones con Alexandro tienen otra significación.
En las mencionadas hay rasgos comunes, aunque haya comedias, dramas, melodramas; aunque unas sean buenas, otras regulares y otras malas; y el rasgo más común es la altanería, la bravuconería de David Silva, y sus desplantes de superioridad; ni siquiera en Anillo de compromiso, en donde está dominado por el amor a Martha Roth, pierde ese gesto en el que se define la actitud frente a las mujeres: él es el fuerte, el que domina, el que vence los remilgos de las coestrellas; el seguro de sí, el que mantiene fija la mirada y se sabe vencedor en el juego de voluntades; dominado por sus rivales que lo vencen hablándole en inglés, en Campeón sin corona Amanda del Llano se le rinde, aun cuando lo sabe vencido, humillado, derrotado para siempre.
En ¡Esquina bajan! es capaz de inventar cualquier pretexto para justificar que se salió de la ruta para elogiar a Olga Jiménez, y ni siquiera cuando le presentan las evidencias se excusa, y echa la culpa a los demás, y se mete en problemas con la policía con tal de fajársela, aunque sea con pudor, y es capaz también de aguantar un plantón, porque sabe que va a desquitarse después; este Gregorio del Prado impuso un modito de hablar extraordinario; siempre está retando, y su actitud es de bronquearse con cualquiera: ¡Ah sí!, exclama y se deja ir contra el que se deje, aunque carezca de argumentos, como cuando lo expulsan de la línea Zócalo-Xochicalco y Anexas; la bravuconería por delante, menos frente al patrón o frente al líder sindical (Miguel Manzano en el mejor papel de su vida); qué tanto tuvo que ver la dirección de Alejandro Galindo, no podemos saberlo, pero sí intuirlo: Galindo le sacó provecho hasta a Resortes, no en el patético papel de Los Fernández de Peralvillo, sino en Confidencias de un ruletero, sobre todo con el complemento erótico de Lilia Prado (inolvidable su gesto de picardía cuando le dice a Resortes que en el próximo baile llevará sus ligas, las que muestra con una generosidad que no tuvo para con nosotros en otras cintas, aunque no quiere decir que no haya sido tan sensual). Pero no en todas sus cintas Galindo muestra el mismo sabor popular ni el dominio del lenguaje supuestamente de barriada; con Galindo, Silva se muestra más suelto y natural, pero lo emplea también con otros directores, aun cuando sean tan rígidos como Crevenna y tan dispersos como Urueta.
Los líos de comisaría, que tan bien se la dieron a Galindo (incluido Ante el cadáver de un líder), hacen que ¡Esquina bajan! sea una película que se disfruta mucho: los diálogos, los albures, los picones, los apodos, todo suena como si fuera natural; hasta Ángel Infante está bien en ella; las asambleas presididas por Manzano, las puyas, las rechiflas que vencen a Don Gregorio, son muy sabrosas; menos lo son las escenas de amor entre Silva y Jiménez: no había mucha química entre ellos; en cambio las escenas entre Silva y Katty Jurado son excelentes: la manera en que bailan “Nereidas” sólo es igualada por Pedro Infante y Nelly Montiel en Ustedes los ricos; cómo se hace ella la remolona y el tono definitivamente autoritario con el que Silva le dice usté véngase p’acá; si pareciera que Hay lugar para… dos es monótona por las escenas de juzgado, un tanto planas, o la visita al hospital, se salva por ese danzón, por cómo evade Silva la mirada acusadora de Olga Jiménez (y eso que no había pasado nada), y por la credibilidad de Gregorio del Prado cuando se va dejando absorber por Jurado, una de las actrices mexicanas más cálidas (por cierto, el jonrón que pega Del Prado es imposible; lo sabem os todos los que jugamos beisbol en el 18 de Marzo, que es donde se filmó la escena; más de 900 pies de distancia hasta el home).
Pero estaba hablando de Viñas, quien pierde la oportunidad de hacer juicios, y sólo emite calificativos, mismo para Sonia Furió que para Martha Elena Cervantes que para Ofelia Montesco que para Gloria Mange, harto distintas entre sí. Sus escasos juicios por lo regular son equívocos; por ejemplo, al hablar del complejo de inferioridad de Kid Terranova, dice que Galindo se anticipa a Octavio Paz en El laberinto de la soledad; al que confunde con Samuel Ramos y su El perfil del hombre y la cultura en México; insinúa que La Manuela de El lugar sin límites, de Ripstein, pudiera ser llamado así en homenaje a un personaje de La casa del ogro, de Fernando de Fuentes, e ignora que así se llama el personaje de José Donoso en la novela en la que se basó Arturo Ripstein, y es de dudar que Donoso conociera cine mexicano, y sobre todo ése (todavía Vargas Llosa); en fin, Viñas intenta recrear diferentes épocas mediante un ejercicio de hemeroteca, reproduciendo las noticias de un solo día, pero la enumeración no garantiza exactitud; para eso se necesita una habilidad narrativa que Viñas no ha querido ejercitar, en beneficio de la cinematografía.
David Silva puede ser más emblemático que Jorge Negrete (arrogante pero ególatra) y que Infante (sentimental, en sus mejores momentos); es tan buen actor como Andrés Soler, pero menos versátil (con lo negativa que puede ser esta palabra); no se estereotipó, no es fácil imitar, no se encasilló, aunque uno siempre que piense en él lo identificará como un “peladito” bravero, que no se raja y que más bien anda retando a quien se deje, y que se acerca a las mujeres con una sensualidad de la que no son capaces Negrete e Infante, excepto unos pocos momentos.
Lástima de edición, aunque no carece de errores ni de erratas; David Silva se merecía un mucho mejor estudio. ¡O a ver, díganme que no!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado Lalo:

EL crítico que mencionas no es Rafael Viñas sino Rafael Aviña...No hay que dejarlo todo a la memoria...

Un saludo

Miguel Ángel Morales
miguelangelmoralex@blogspot.com

Anónimo dijo...

mm

Cathy Moon dijo...

Me ha gustado mucho tu artículo, la postearé en el mio, con añadido de los videos. Espero no te moleste.
saludos

Lalo dijo...

Con todo gusto, es un elogio más que nuna pñetición. A tus órdenes.
PD. ¿Las piernas que encabezan tu blog son tuyas?