lunes, 29 de junio de 2009

Comienza el mito de Pedro Infante

Después de las cintas de los García vinieron dos fracasos cinematográficos de Pedro Infante, La barca de oro y Si me han de matar mañana, que no sirvieron para apuntalarlo como actor, aunque sí para reafirmar la imagen de sucesor de Jorge Negrete, al que seguía en su carrera con cierta modestia: Negrete era la máxima estrella masculina, se sabía que su voz estaba hecha para mejores metas que la interpretación de la canción vernácula, e incluso aspiraba a cantar en La Scala de Milán; Infante le iba a la zaga: mientras Negrete era el estrella de la XEW, Infante lo era de la XEB; Negrete filmaba para los mejores directores y las productoras estrella, e Infante lo hacía para el populachero Ismael Rodríguez; las cintas de Negrete se estrenaban en las salas de lujo, mientras que las de Infante se estrenaban en cines de barrios populares.
Pero en ese 1947 que empezó tan mal filmó la cinta que lo encumbró, que ayudó a que se le desencasillara de los papeles rurales, y siendo todo un sinaloense, creó el prototipo de capitalino de barriada, con el papel que le daría inmortalidad: Pepe el Toro.
La cinta fue Nosotros los pobres; el solo título evoca tragedia, desgracias y mala suerte (no sería ese papel el único con esa característica), pero en los momentos en que el personaje no está siendo aplastado por la mala fortuna, la cinta es muy divertida, con escenas deliciosas; comienza con una suerte de ballet moderno, en que ninguno de los personajes baila, pero todos se mueven con cadencia y sabor en una coreografía muy ágil, al ritmo de una canción de Pedro de Urdimalas que merecería mucho mejor suerte que “Amorcito corazón”: “Ni hablar, mujer”, que es una muletilla que repiten los personajes a lo largo de la cinta, y que la mayoría de las veces da la razón al contrincante; la canción sirve para presentar a los personajes, y casi todos dicen algún verso; allí se ve que las intenciones del director, Ismael Rodríguez en uno de sus mejores filmes, se vieron truncados por el destino; la canción, excelente, se vio derrotada por “Amorcito corazón”, aunque no fue, en ese momento, la más popular de Infante; fue beneficiada por la permanencia de la película, pero en aquellos años, y por varios más, su canción más conocida, y que estaba en todas las rocolas de la ciudad de México, era “Mañana”, de Catalina D’Erzell y Victoria Eugenia, según recuerda, con pavor, Marco Antonio Pulido. En el desfile de personajes se ve que el interpretado por Blanca Estela Pavón debería llamarse “La Romántica”, pero se impuso el menos elegante pero más afortunado de “La Chorreada”; no es el mejor de los apodos, y hasta hay desafortunados, como el de Evita Muñoz, que usó el mismo de “¡Ay, Jalisco, no te rajes!”: “Chachita”. Mucho mejores son el de Katy Jurado, “La Que Se Levanta Tarde”, que define muy bien al personaje interpretado: una prostituta; “Topillos”, “Planillas”, “La Guayaba” y “La Tostada” bastante buenos; en cambio, “La Tísica” y “La Paralítica” son obvios y vulgares.
Se decía que Infante crea el prototipo del capitalino de barriada; es un acierto, pero más de Ismael Rodríguez que de Infante: creó un prototipo, no lo retrató; se dice también que es el gran personaje de Infante, y que él y Pavón formaron la pareja ideal del cine mexicano; sin embargo, los personajes de Jurado, Carmen Montejo, Rafael Alcayde, Delia Magaña, Amelia Wilhelmy, Conchita Gentil Arcos (como una usurera urgida de placeres sexuales que se aprovecha de la ingenuidad de Pepe el Toro), Lidia Franco, tienen mucha más vida y verosimilitud que los protagonistas principales; tienen más autenticidad y están mejor interpretados; incluso la tendera que le coquetea a Pepe cuando le telefonea Montejo, pese a lo breve de su papel, muestra más vida que “La Chorreada”.
Lo mejor de todo es la actuación de los villanos; Jorge Arriaga está sensacional como el delincuente que fuerza a Infante a unirse a una banda, con el supuesto de que sólo debe dejar la puerta abierta, pero asesina a la usurera cachonda y hace que la culpa caiga sobre Torito (“yo no la mate, yo no la maté”, grita Infante tras las rejas, en una de las escenas máximas del cine mexicano); la maldad con la que realiza sus acciones, la arrogancia que muestra cuando cae a Lecumberri, y la trampa que le pone a Infante para encerrarlo en una celda, son bastante verosímiles; no importa que la cinta sea maniquea, que estén perfectamente definidos los personajes buenos y los malos: Arriaga hace que uno se crea su papel, y en cambio Infante parece tonto, más que ingenuo, al ser víctima siempre de la maldad de Arriaga. El otro villano es Miguel Inclán en una de sus dos mejores actuaciones (la otra es en María Candelaria), de las muchas que tuvo; la mirada de despiadado cuando roba el dinero que guarda Infante, ante la mirada desesperada de "La Paralítica", la saña con la que ordena que en vez de compasión hacia "Chachita" la convierta en su sirvienta, cuando Pepe va a la cárcel; el ataque de paranoia que sufre por falta de su “piloncillo”, y por el que agrede a "La Paralítica", lo hacen odioso; cada aparición suya añade tensión a la escena, ya sabe uno que va a hacer algo malo en contra del inocente Pepe el Toro. Otro villano, aunque no malvado, es Rafael Alcayde, quien también se muestra auténtico al mirar con lujuria a la, por una vez, atractiva Blanca Estela Pavón.
Infante no está mal: se le cree la ingenuidad, pero sobre todo cuando coquetea tiene mayor verosimilitud que cuando hace de mujeriego inofensivo en Los tres García; se le cree también la desesperación cuando debe acudir a la prestamista, y se le cree también la humillación de tener una hermana piruja, a la que trata con desprecio pero de quien tiene compasión; en cambio, no se le creen las escenas de hijo sacrificado. Lo menos bueno de la cinta es "Chachita", patética como hija, que no lo es; celosa de las que pretenden a Infante, y sus constantes lloriqueos le quitan vigor a la trama.
No tiene nada que ver con Infante, pero un elemento de gran picardía, y de gran eficacia narrativa son los letreros en los camiones, sobre todo, el último, que es uno de los albures clásicos y prácticamente incontestables; no viene la frase completa, pero la simple enunciación es magistral.
Nosotros los pobres, una de las cintas más exhibidas desde hace 60 años, se estrenó en el cine Colonial, muy cerca de la Merced.

Infante cerró 1947 con un comedia aceptable, dirigida por René Cardona, otra vez con Marga López: Cartas marcadas, aprovechando una excelente canción de Chucho Monge; la trama lo beneficia, porque todo ocurre alrededor de la pareja, aunque hay que destacar una excelente escena protagonizada por Infante y Armando Soto la Marina, el Chicote, cuando cantan juntos “La gallina ponedora”, con Infante haciendo gesto de arrogancia y Chicote de picardía; Marga López está en su acostumbrado papel de retobona, pero hay que destacar que la presencia de Alejandro Cianguerotti, en plan de pretendiente derrotado, añade alegría a la cinta; el mejor momento es cuando una sobreactuada López le lleva serenata a Infante, imitando, mal, las poses de Negrete en serenata; sin embargo, luce bella. René Cardona repite su papel de padre alcachofa.
La primera cinta de Infante en 1948, Los tres huastecos, es una de sus mejores, por las actuaciones excelentes, suya y de casi todos los actores secundarios; en primer lugar, María Eugenia Llamas, la Tucita, a quien casi siempre se le nota natural; Cianguerotti, de villano, está extraordinario, como casi siempre; se hace odioso cuando interrumpe una escena tensa de Infante, cuando pretende a Blanca Estela Pavón, cuando se muestra celoso, cuando está burlón en un velorio, cuando amenaza con matar a la Tucita, cuando se ve sin salida ante las autoridades; es una de las mejores actuaciones de Cianguerotti en el cine mexicano; Fernando Soto Mantequilla está maravilloso como el sacristán respondón que siempre tiene ocurrencias, que funciona como conciencia del sacerdote y del pueblo, aunque más bien destaca como pícaro entrometido; Guillermo Calles (¿el Indio?) también está muy bien como el nano de la Tucita, a la que no puede controlar; Roberto Corell, el cura que tiene hambre y una pachorrudez desesperante, y que suele decir tres veces cada frase; Conchita Gentil Arcos, quien en Nosotros los pobres aparece toda enjoyada y elegante cursi, aquí aparece como la viuda de un asesinado por el Coyote, y que de los lamentos pasa a quejarse del maltrato que le daba el muerto, en ujna excelente y divertida escena; Irma Dorantes de adolescente pícara se ve bastante atractiva, y Blanca Estela Pavón tiene tres escenas muy divertidas, como cuando descubre que se confesó ante el militar que la pretende, cuando dice una letanía para atraer enamorados, y cuando no puede hacer caminar a la burra que arrastra su carreta; doña Cándida (Paz Villegas), la santurrona metiche, está también divertida.
No es la mejor actuación de Infante porque interprete a tres personajes diferentes, sino porque hay un momento en que los tres están vestidos de la misma manera, y el espectador nunca se confunde, siempre sabe cuál es cuál, lo que habla de la eficacia que desplegó en esta muy buena cinta de Ismael Rodríguez; aquí el todo es mejor que las partes; tiene razón Emilio García Riera cuando dice que es mucho más auténtico el teniente Víctor que el sacerdote Juan de Dios, y el torvo Lorenzo, mucho más que los otros dos; aunque hay momentos flojos, hay otros muy divertidos; pero esta capacidad histriónica, esta excelente actuación de Infante, también fueron rebasadas, esta vez por la Tucita, que se roba la película, como dice García Riera.
Entre otras cosas (agilidad, gracia, naturalidad en la mayoría de las escenas –un par que no funcionan: cuando Lorenzo le dice a Juan de Dios “la Chabela, la Chabela”, que interrumpe el ritmo, y otra en la que la Tucita se vuelve para recibir instrucciones) hay algunas frases excelentes: “Pa’ qué me dejan sola si ya me conocen”; “que me den los santos olidos” de la Tucita, así como la escena que no por larga es fastidiosa en la que le pide a Infante que le lleve agua y que le rasque la espalda, y cómo juega con alimañas; o cuando Mantequilla habla de buscarle dos pies al gato sabiendo que tiene tres, o cuando dice que soliloquio le suena “a solo y loco”, y que “así me suena, así me suena, así me suena”, o el cura que pide un refrigerio “ligerito, ligerito, ligerito”.
Es una excelente película, y una de las mejores actuaciones de Infante, igualada por la mayoría del reparto y superado por María Eugenia Llamas, quien nunca repetiría su actuación, aunque trataron de obligarla en Dicen que soy mujeriego.
En la siguiente abordaremos otra de las mayores cintas de Infante, Ustedes los ricos, mejor que la película de la que es secuela. También hay que apuntar que 1948 es un excelente año no sólo para Infante, sino para casi todo el cine mexicano; además, es "ese año" en que sucede casi toda la trama de Las batallas en el desierto, la magnífica y no por legible y bella, menos complejísima novela de José Emilio Pacheco.

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