lunes, 8 de junio de 2009

El mito de Pedro Infante / II

El encuentro entre Ismael Rodríguez y Pedro Infante es determinante para ambos, sobre todo para el actor; Héctor de Mauleón asegura que los papeles de enamorado, desmadroso, vacilador, tierno hasta la cursilería de los mejores papeles de Infante en realidad eran el rostro oculto de Rodríguez; Infante encontró quien lo dirigiera con soltura, le permitiera desbordarse pero que lo contuviera, y le diera preferencia en todas las situaciones. En Mexicanos al grito de guerra y en Escándalo de estrellas parece haber guiños, Infante actúa como si no creyera la trama, pero que era un juego en el que se divertía y salía ganando en presencia; así, su simpatía natural ocultaba algunos tics, o los exageraba, y así no se veían deficiencias en la interpretación de los personajes; sólo que hay un problema: sabemos que observamos a Infante, no al personaje que interpreta.
(Un paréntesis obligado; fue el extraordinario novelista español Otaola quien presentó a Infante con los hermanos Rodríguez; las historias lo han olvidado, injustamente, así como sus libros.)
Así, en Cuando lloran los valientes, aun cuando no era todavía el ídolo de la pantalla que llegó a ser pocos años, quizá meses después, Agapito Treviño no es el bandido generoso, rebelde por las injusticias que han sufrido él, su familia y su pueblo, sino Pedro Infante conquistando a una inverosímil Blanca Estela Pavón, quien para mostrar su ingenuidad, camina con pasitos cortos y rápidos, como los haría Infante en Tizoc y, peor aún, Titina y Pepito Romay en El tesoro del indito (sólo que Titina Romay, más cerca de la juventud que de la niñez, muestra piernas atractivas, que Pavón oculta); la escena más recordada de la película es una en que, en una gran comilona, regañan a Chicote porque siempre habla en diminutivo; amoscado, cuando le preguntan si no quiere comer más contesta un previsible “no don Agapo, es que ya no tengo apeto”; como siempre en sus duelos con Infante, Víctor Manuel Mendoza sale mejor parado, más verosímil en su papel de engreido y altanero, y que al final se muestra indigno y cobarde; el final, con Infante cargando el cadáver de Pavón, remeda el final de El peñón de las ánimas, con René Cardona cargando a María Félix. La cinta está sobreactuada, es maniquea, pero emotiva, y representa el franco ascenso de Infante, ya con primer crédito; entre los actores “de reparto” se cuentan algunos excelentes, como Manuel Dondé, Agustín Isunza, Mimí Derba; en los últimos créditos se encuentran algunos que poco antes habían sido estrellas, como Irma Torres y Ramón Peón.
Si me han de matar mañana, 1946, está dirigida por Miguel Zacarías, e Infante, aunque tiene el primer crédito, lo comparte con Sofía Álvarez, sobreactuada, René Cardona, repitiendo su papel de villano simpático, Nelly Montiel de villana sensual, el Chicote como escudero (por cierto, en Viva mi desgracia el escudero es Florencio Castelló, como me hizo notar José de la Colina), y una pareja de villanos extraordinaria, Miguel Inclán y Alfonso Bedolla, que dan un baño de actuación a los actores principales; no es de las mejores actuaciones de Infante, quien se ve incluso superado por Álvarez, muy exagerada en su papel de machorra, o de mujer mimada y llena de tics y mohínes; el peor momento de la cinta es cuando Infante y Álvarez entablan un duelo de coplas de retache.
La siguiente cinta de Infante es una de sus más celebradas: Los tres García; Ismael Rodríguez hizo un buen equipo con Carlos Orellana y Fernando Méndez como argumentistas, y la adapatación fue de Rodríguez, Rogelio González, Pedro de Urdimalas y Elvira de la Mora; por ahí se explica el buen sabor popular en el lenguaje, los giros idiomáticos, buenos juegos de palabra, y fluidez en los diálogos, más un montón de chistes semiprivados. Tiene muchas cualidades: los personajes están bien definidos, no tienen grandes caídas, Sara García está muy bien, aunque exagera cuando suplanta a Marga López en una serenata, y cuando llora al conseguir que los tres protagonistas peleen a puñetazos y no a balazos; Marga López está natural, como muy pocas veces; Clifford Carr está muy agradable, excepto cuando declara su admiración por los García; entre los tres primos, Abel Salazar es el menos natural porque le toca un personaje lloricón, lamentable, pero hace buenos chistes; por ejemplo, los libros que lee, ahora catalogados de misóginos, y cuyo autor es Raúl Rodríguez, seguramente miembro de la familia; su fantasía de cómo conquista a Marga López es la mejor; cantando es el menos bueno; Víctor Manuel Mendoza es quien mejor actúa de los tres primos, y está verosímil en su papel de rico engreido; su fantasía es mala, pero está muy natural cuando se declara autor del “Nocturno” de Manuel Acuña; Infante es simpático porque es el papel que le toca, pero se le cree cuando exclama “váaaaalgame Dios” cuando atisba las piernas de una mujer que se levanta la falda para acomodarse una media; su fantasía es la peor, pero hace el mejor chiste, cuando, al momento en que los tres le envían una carta a Marga López, él agrega una posdata: “perdona ma mala ortografía, pero es que tengo la mano lastimada”. Los actores de cuadro están sensacionales: Mantequilla, sobrio, simpático, robando cámara aunque siempre natural; Antonio R. Fraustro, excelente aunque aparezca poco; Carlos Orellana está más contenido que en otras ocasiones, pero quienes se llevan la cinta son los López: Luis Enrique Cubillan, José Muñoz y Manuel Roche, quienes declaran con convicción que ahora sí matarán a los García, “con el favor de Dios”; villanos religiosos y fanáticos, no infunden miedo y sí acarrean simpatía cuando roban un santo para llevarlo de una iglesia a otra, como manda; hay una enorme falla en el argumento, pues cuando declaran que deben dejar libres a los García porque hay incluso una recompensa por entregar vivos o muertos a los López, sin embargo entamban a Mantequilla y ni siquiera Infante, quien es su patrón, intercede por él; tal vez es desquite porque en la fiesta a la abuela ridiculiza a los tres héroes y le quita solemnidad y cursilería a la escena; el peor de los momentos es cuando simulan que torean: es totalmente increíble.
Como algunas de las cintas de Infante, ésta tuvo su secuela: Vuelven los García; el argumento ahora está acreditado sólo a Rogelio González, y la adaptación al director Ismael Rodríguez, Carlos Orellana, Pedro de Urdimalas y Carlos González; a cambio, Rogelio González se lleva la película como el heredero de los López: sobrio, verosímil, con buena dicción; se le cree cuando lamenta haber herido al cura Orellana; el argumento es fallido, la trama pierde la gracia de la cinta anterior, y todo es lloriqueo, y el más exagerado es Infante, quien aquí, más que en la anterior (“abuelita, cásate conmigo”) se muestra incestuoso, impotente ante otras mujeres a las que desprecia y se da el lujo de tirarlas al suelo; una escena estremecedora, no por los logros cinematográficos, sino por lo que representa, es al final, cuando salen de la iglesia, casados, Salazar y López, y Mendoza con Blanca Estela Pavón, y al frente salen los fallecidos Sara García y Pedro Infante, como pareja.
Estas dos cintas, entre las más exitosas de Infante, fueron estrenadas en el cine Colonial, por el rumbo de la Merced (cobraba 2.50 pesos el boleto), muy lejos del público que ahora lo reverencia, y característico del que lo hizo ídolo en esos años.
Empezó 1947 filmando una de las peores muestras de su filmografía: La barca de oro, en donde volvió a alternar con Sofía Álvarez, otra vez con René Cardona, con Nelly Montiel, y vuelve a tratarse de la doma de la bravía, o cómo domesticar a una retobona; la trama es mínima, y contiene una escena lamentable: Álvarez e Infante obligan al otro, a punta de pistola, a cantar unos versos de la canción de Esperón y Cortázar (éste, autor del argumento), “La barca de oro”, y la cantan temblando, mostrando miedo; no sólo es lamentable: da pena ajena. El director, Joaquín Pardavé, era muy capaz de pasar de lo sublime a lo ridículo sin mayor esfuerzo. Sólo hay que resaltar que el personaje de Sofía Álvarez se llama Chabela Vargas, como la cantante que unos años después se convertiría en ídolo de un sector elitista, que la idolatraron precisamente por no serlo.
Simultáneamente, el mismo equipo filmó Soy charro de Rancho Grande; la única diferencia es que en ésta aparece la estadounidense Joan Page; en ambas aparece en papeles mínimos Lilia Prado, que después haría buenas cintas con Infante. Lo mismo, Pardavé e Infante debieron esperar unos años para hacer mancuerna excelente en El mil amores.
Hasta lo que se ha revisado, nada hay que pueda confirmar que Infante sea el mejor actor del cine mexicano, aunque en la saga de los García haya mostrado cualidades.

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