lunes, 15 de junio de 2009

"Es mejor contarlo que vivirlo"

Cuando se hacen recuentos de los mejores escritores, siempre se olvidan algunos nombres, de una manera injusta; se cae en la trampa de mencionar a los famosos, y quienes pecan de discretos son omitidos en esas listas, hasta que por algún azar, por algún resorte involuntario, saltan nombres, rostros, libros, y reconocemos nuestra imperdonable negligencia, por no hacer un esfuerzo y recordar lo que nos han legado.
Es lo que sucede con Isabel Fraire, de quien recordamos dos libros excelentes: Sólo esta luz y Poemas en el regazo de la muerte, más un pequeño poemario dedicado a Alaíde Foppa. Pero al recordar a las mejores poetisas hablamos de Rosario Castellanos, de Coral Bracho, de la también poco reconocida Kyra Galván, pero no se habla de Fraire.
Escondido por los rincones de la librería Rosario Castellanos, me topo con un libro que creí novedad, Kaleidoscopio insomne. Poesía reunida de Isabel Fraire, del Fondo de Cultura Económica. Resulta que es de marzo de 2004. ¿Negligencia mía, o producto del caótico orden que reina en esa librería? El desasosiego de haberme perdido este volumen durante cinco años sólo lo apaciguo leyéndolo sin pausa, hipnotizado, casi dos veces seguidas.
No está incluida más que en pocas antologías: en Poesía en movimiento, pero no en Poesía Mexicana del siglo XX, de Carlos Monsiváis, ni en la muy selectiva Ómnibus de poesía mexicana, de Gabriel Zaid, ni en Dos siglos de poesía mexicana, de Juan Domingo Argüelles; en cambio, Zaid le dedica tres páginas entusiastas en Leer poesía, al comentar Sólo esta luz. En el Diccionario de Escritores Mexicanos hay apenas unas cuantas referencias, casi todas reseñas informativas a la aparición de alguno de sus libros; en cambio, recoge un número alto de notas y ensayos breves que publicó en Sábado y en otros suplementos.
¿Injusticia del medio literario, o discreción de la escritora? Esa discreción produce ya un error en la edición del FCE: en la contraportada se afirma que nació en la ciudad de México, al igual que en Poesía en movimiento (pero hay que recordar las inexactitudes que señaló Zaid), mientras que en el Diccionario de Escritores la dan como nativa de Monterrey, lo que hace verosímil el hecho de sus constantes colaboraciones en Kátharsis, “ revista literaria independiente publicada en Monterrey, Nuevo León. Años 1-6, 22 números (1955-1960). Responsables: Hugo Padilla (octubre de 1955-marzó de 1956); Hugo Padilla y Homero Garza (abril-septiembre de 1956); Jorge Cantú de la Garza (octubre de 1956-enero de 1957; José Ángel Rendón (octubre de 1957-octubre de 1958); Salomón González Almazán (mayo de 1960).”
Esta revista publicó, en el número 18, de marzo de 1958, la Fábula de Narciso y Ariadna, de Zaid, y en el número 20, de octubre de ese mismo año, 15 poemas de Isabel Fraire; en números anteriores había publicado otros poemas, que forman parte de la sección Primeros Poemas, en Kaleidoscopio. También se le puede recordar en la nómina de colaboradores de la Revista Mexicana de Literatura; rescoldos de esa época son los muchos poemas dedicados a Juan García Ponce y a Juan Vicente Melo.
En el Prólogo de Poesía en movimiento, Paz dice que la poesía de Fraire “es un continuo volar de imágenes que se disipan, reaparecen y vuelven a desaparecer. No imágenes en el aire: imágenes de aire. Su claridad es la diafanidad de la atmósfera en la altura, no la ensimismada del Lago.” (Sin cambios, las repite en el tomo IV de sus Obras Completas, págs. 132-133.)
Como casi toda la poesía, la de Isabel Fraire es inclasificable, inencasillable, etérea; sin embargo, deja muy honda la impresión de los sentimientos expresados o, mejor, esbozados; si se lee a saltos, parece lógica su evolución, pero de principio a fin hay un camino doloroso, pesimista; si los primeros son sensaciones, intentos de atrapar momentos, definiciones del amor, después hay preguntas, respuestas, confusión ante el mundo convulso, anhelo de que sea derrotada la violencia y de que triunfe la esperanza, así sea mediante un trance violento; a ratos hay desolación, y finalmente el azoro ante el mundo cambiante, inasible.
Pero asombra la lucidez, que sirve no para responder sino para interrogar; las afirmaciones son desesperanzadoras, y en cambio las preguntas son optimistas, aun en los poemas en que se contempla un pasado elusivo o un presente sin consuelo.
Asombra también que una poesía hecha de sensaciones, las más de las veces fugaces, haga retratos tan perfectos de ciudades, de momentos, de hechos; pocas veces se hace tan presente el erotismo con tan pocas palabras, nunca concretas. Y asombra también la reacción del lector, quien se encuentra ante una obra que no habla de momentos felices (cuando más, una felicidad que se sabe momentánea) y a ratos dolorosa (como la confesión de que, al contrario de quien encuentra la felicidad con muchas mujeres, la narradora afirma que lo ha perdido con muchos hombres), uno cierre el libro con una sonrisa de satisfacción, aunque con la certeza de que está muy lejos de haberse encontrado con las respuestas a las preguntas hechas por Fraire.
Hay un ritmo fluido pese a que, como dice Zaid, parece una poesía sin ilación; como en pocos autores de verso libre, Fraire encuentra una acentuación perfecta, tanto, que uno intuye que las sensaciones son descritas, no narradas, pero eso sucede cuando ya se cayó en la trampa, y le ha dado la razón: así es el amor, así la esperanza, así la soledad.
Como la buena poesía del siglo XX, la de Fraire usa un lenguaje coloquial y los asuntos (no los temas) que trata son cotidianos, comunes a la gente, al menos la gente como Fraire: alerta, a la caza de algo intangible que hace que se perciban las cosas de manera diferente, pero que las sensaciones no son tales si no pueden expresarse con palabras, aunque sea poco expresivas, más que cuando eluden los hechos y sólo los insinúan. De pronto parece que uno encuentra la clave, cuando afirma que “a veces es mejor contarlo que vivirlo”, pero pocas páginas después parece que hay otra clave, cuando la narradora se imagina que si Dios existe es un ser irónico. ¿Así que todo se tata de ironía?, uno piensa, y se queda más desorientado aún, sobre todo cuando confiesa que ya no intenta descifrar ningún enigma, y concluye el libro con más y más preguntas. Y con confesiones a medias, porque parece también rehuir la poesía autobiográfica, y que sólo nos permite imaginar…
Como con todo gran poeta, la lectura de la obra de Isabel Fraire deja muchas satisfacciones literarias, y ahonda nuestra certeza de soledad, de que la vida, como la música, es intangible, pero necesaria. Sólo queda preguntar por qué no se incluyeron sus versiones de poesía inglesa; ¿será para no revelarnos sus fuentes? No es necesario: al terminar de leerla queda la sensación de que debemos atender su invitación de leer a William Carlos Williams, aunque no se parezcan mucho.

1 comentario:

Sonic Reducer dijo...

Hola, ojalá veas estas líneas hoy mismo. Esta noche de martes 16 de junio, a las 19 horas, Isabel Fraire ofrecerá una lectura de poesía en La Casa del Poeta, en la col. Roma. Saludos.
Me ha gustado mucho tu texto sobre una autora que merece más lectores.