domingo, 21 de septiembre de 2008

Una novela como enigmática de Soler Frost

Un buen número de cintas narran viajes sin destino, hacia donde caiga la suerte, todos como una metáfora de la vida, y con un esperado final inesperado que cambia para siempre la vida de sus protagonistas; algunas, de tono festivo como Por la libre, otras con un tono moralista, como Y tu mamá también, ésta basada, según dicen sus productores y directores, en Se está haciendo tarde (final en laguna); sin embargo, el parecido sólo es en lo anecdótico, pues mientras la novela de Agustín es una explosión intempestiva de todos los sentidos, la cinta es una alerta (levantarse a pelear, ponerse en guardia, dice el Corominas) sobre las amistades peligrosas.
A la mitad de las dos vertientes de esas escapadas se encuentra Yerba americana, la más reciente novela de Pablo Soler Frost (Ediciones Era, 2008), en la que tres personajes huyen de recientes fracasos, y se encuentran con un destino ineludible; sólo que tienen una búsqueda muy concreta, no requieren de la ayuda de la casualidad, y sobre todo quieren esquivarla.
Andrés evade su más reciente tropiezo sentimental; Pato, la ambigua negativa de Andrés a sus requerimientos, no tanto eróticos, aunque necesitan primero del acercamiento erótico, y Ecuador, del fortuito fracaso en una obra de teatro; aunque los encuentros sexuales son frecuentes (nunca narrados, sólo insinuados con gran eficacia narrativa), no hay un triángulo a la manera de la canción de Bobby Capó, sino como un reto, una alegre tentativa de hacer una red de éxitos amorosos sin alterar las amistades ni de lastimar a nadie: Andrés persigue el consuelo amistoso de una Ecuador enigmática, pero no perversa, y terminan aceptando que existía una atracción entre ambos que no habían descubierto; Pato, aunque se siente relegado, es incapaz de atacar a Ecuador fuera de unos cuantos reproches, más a la simplicidad intelectual de ella que a su eficacia amatoria, y Ecuador no se siente capaz de repudiar a Pato, ni le molesta su homosexualidad lastimera, ni se aprovecha de que Pato ceda a las tentaciones que lo asedian a lo largo de un viaje exhaustivo y no premeditado que comienza a Real de Catorce y termina en un punto indeterminado que no es California aunque ya dejó de ser Nueva York.
La eficacia narrativa de Soler Frost no se limita a trazar personajes sólidos, inconfundibles y alejados del maniqueísmo, ni a insinuar con silencios o escenas no descritas las pasiones que se desbordan, y que el lector sólo puede intuir, pero que percibe en los escarceos nerviosos, en roces no tan involuntarios que revelan las ansias; la prosa veloz, vertiginosa a ratos y contenida en otros, hace que sea verosímil la trama (pese a que no se habla de dónde salen los recursos para extender un viaje que se presume de unos pocos días a una larga travesía de sur a norte y Este a Oeste de la Unión Americana; de no rendirle cuentas a nadie aunque es evidente que ninguno es lo suficientemente rico como para vivir tanto tiempo sin trabajar) que se antojaría imposible: la convivencia entre una mujer sin titubeos, un homosexualid declarado, y un hombre objeto del deseo de ambos, con una clara superioridad intelectual, económica, emocional y física, pero que no rechaza ni el requerimiento quejumbroso desesperado de Pato, aparentemente por no lastimarlo, ni puede apartarse de la tentación que representa Ecuador, quien no es cachonda ni inteligente ni culta (no al menos como María, la mujer que lo deja para irse a la India, sin duda por otro más hombre que él), y su aparente seguridad se deshace casi sin motivo.
No es la ausencia de sentimentalismo en la narración, ni del maniqueísmo natural no forzado, ni la trama verosímil a pesar de la ausencia de explicaciones, de que la acción comienza con el libro y termina con ella, sin antecedentes ni evocaciones inútiles, lo que hace de éste un mejor libro que la mayoría de las obras de autores de la generación de Frost Soler (1965, exactamente la primera después de la llamada Generación de la Onda). Ayuda que no caiga en el chiste fácil, el humor epidérmico, la sociología en el lugar que debería ocupar la literatura, pero lo que más llama la atención es la estructura: aunque está escrita en aparentes fragmentos breves, de dos páginas los más extensos, y de manera lineal, hay muchos aspectos muy elaborados: en primer lugar, está escrita en segunda persona del singular, pero va contra la convención de que esta forma anticipa, prefigura (así como la primera persona hace pensar al lector que la trama está en presente y que la tercera persona es la ideal para la narración en pretérito); el riesgo que corre Soler Frost lo salva su eficacia, porque el lector nunca pierde la sensación de que se trata de una obra que está en pasado, y por lo tanto el narrador, no omnipresente pero sí omnisapiente, le hace cobrar conciencia a Pato de lo sucedido; pero el tono no es moralista, no le hace pensar que la muerte de Andrés, repentina pero tan bien contada que el lector piensa que hubo un brinco en la narración, sea el final del viaje; el narrador también supone que Pato no necesita que le cuenten lo que ya sabe, y por lo tanto está lleno de sobreentendidos, de puentes que el lector llena por su cuenta, y que ayudan a que la ambigüedad de los personajes, sobre todo de Ecuador (uno de los mejores personajes femeninos de la literatura mexicana actual), tenga peso y los haga reales. Como en los buenos libros, la esencia no está narrada, sólo insinuada, y la tiene que adivinar el lector.
Llama la atención, sin embargo, que en un libro de Era se usen sustantivos como éste, ésos, se escriban sin tilde, a la manera moderna según la Real Academia Española, pero muy a la antigua, antes de las reformas de 1956, se escriba obscuro; asombran algunas erratas también inusuales en Era, como vió, aunque insisten en rio, a la española.
Por lo demás, subsisten la elegancia y la comodidad editorial, y lo único reprochable en el lenguaje de Soler Frost es la frecuencia de un incómodo “como” en los diálogos, lo único no natural en una novela con lenguaje coloquial bien utilizado y fluido.
Yerba americana (referencia a drogas suaves un tanto forzada, porque no influye en la trama) es un libro muy disfrutable, que se antoja releer, pero sobre todo que provoca ideas subversivas y sensuales.

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