jueves, 3 de abril de 2008
Murakami, ahora cuentista
Después de que en relativamente poco tiempo llegaron cinco novelas de Haruki Murakami a las libreríasa mexicanas, en las últimas semanas nos sorprendió con un tomo de cuentos que alberga algunos volúmenes breves y que son una muestra de las obsesiones del japonés.
Es difícil juzgar, porque un tomo de relatos acusa altas y bajas, no siempre tiene el mismo nivel de calidad, y menos si se reúne escritos de muy distintas épocas; éste es bastante disparejo, hay cuentos flojos pero hay otros excelentes, y no tiene nada que ver el orden cronológico; entre los primeros hay algunos muy buenos, y entre los más recientes, alguno que pudiera omitirse: Sauce ciego, mujer dormida (Tusquets Editores, colección Andanzas, 2008, edición simultánea en España y en México) a ratos provoca el deseo de abandonar su lectura, pero en el siguiente relato despierta el entusiasmo y el estímulo.
Pareciera que cuando Murakami sigue sus temas tradicionales es cuando consigue sus mejores cuentos; cuando se distancia de ellos, el tono es disparejo y carece de ritmo y de consistencia. Cuando aborda la soledad, el absurdo, la búsqueda incesante de una meta que los personajes no tienen claro cuál es, alcanza sus momentos culminantes.
Pero además de los temas, hay situaciones que se repiten en todos sus escritos: la compañía de la música, sobre todo si es rock; la insatisfacción sexual pese a una serie de encuentros casi siempre efímeros; la presencia de mujeres dispuestas a la entrega, aunque no a la pasión (atractivas, aunque el narrador aclara que no son bellas, pero sí interesantes; eso sucede también en todas sus novelas); la intangible pero presente cultura de los protagonistas; algunos animales fuera de lo común; la vida académica; la sensualidad a flor de piel.
Un prólogo da a entender que mientras más se avance en la lectura nos toparemos con un mejor narrador; sin embargo, hay relatos desde el inicio que atrapan por su buena factura, por la trama; y hay otros que exigen una complicidad que conlleva la absoluta credibilidad; al igual que en Kafka en la orilla, un animal soluciona un enigma; para terminar de leer el cuento debe suspenderse la lógica y eliminar raciocinio y decir que si lo pudo hacer Edgar Allan Poe por qué no lo puede hacer Murakami.
Pero hay varios textos que resultan conmovedores pese a que la irrupción del absurdo desbarata todas las soluciones que pueda ir imaginando el lector; y no sólo se habla de los cuentos en los que hay una atmósfera de terror, o de lo sobrenatural, como en los mejores de esta colección: “El espejo”, “Hanalei Bay” (en donde la protagonista es una mujer con gran fuerza, y que va revelando poco a poco el desamor y el desafecto en el que ha vivido siempre) y “Viajero por casualidad”, en donde el miedo (mejor, el terror) aparece inesperadamente, cuando uno cree estar leyendo una historia sentimental con un buen manejo de situaciones sexuales.
Hay desde luego varios Murakamis en este volumen, algunos que uno no imagina porque pese a la excelente labor de Tusquets por darnos a conocer al más occidental de los escritores japoneses (al menos entre los más reconocidos por el momento), hay varios tomos que aún no han sido traducidos, y por lo tanto toman por sorpresa al lector; son los relatos menos sólidos; casi la tercera parte de los cuentos son de magnífica factura, pero en ningún momento hacen pensar que el Murakami cuentista pueda ser mejor que el novelista; pocas veces (como en los tres relatos citados) uno se siente satisfecho, y casi siempre queda la sensación de que los cuentos pudieran ser, mejor trabajados, buenas novelas: parecen relatos truncos, situaciones extraídas de las novelas conocidas, ensayos inacabados.
Pero lo que es de llamar la atención es la vitalidad de Haruki Murakami: tiene 58 años entrados en 59, o 59 entrados en 60, y sigue escribiendo con gran naturalidad acerca de jóvenes e incluso de adolescentes: su juventud es incuestionable, y su acercamiento a la música es natural, no melancólico ni menos nostálgico; sus personajes no son juzgados ni su comportamiento visto como algo excéntrico y lejano en el tiempo; las relaciones sexuales no se dan por compasión ni por presiones sociales, sino como culminación de una relación natural, con una gran fuerza de las protagonistas, que son quienes deciden cuándo y dónde se entregan; lo efímero de los acostones no nos lleva a pensar en frivolidad, aunque casi siempre existe la advertencia de que no hay un compromiso, mucho menos una relación sentimental, pero no por eso son vacías.
Es envidiable esa juventud, ese vigor de un escritor casi sexagenario, que hace parecer caducos a los escritores mexicanos que a los cuarenta están dando el viejazo.
Es de hacer notar que por primera vez, al menos en los libros traducidos por Tusquets, se menciona el beisbol, aunque sea de pasada. Y eso de que están traducidos es una exageración, porque aunque la edición es impecable, sin erratas aunque con algunos detalles de la formación, la traductora Lourdes Porta abusa de solecismos, redundancias y fallas gramaticales, además de su acento madrileño cuando Murakami utiliza lenguaje coloquial; choca tanto “salir fuera”, hay cuando menos uno por cuento. Pero eso es lo de menos: lo peor es la frecuencia con que la traductora dice “de qué va”; éste es uno de los modismos más frecuentes, que por desgracia está infectando al periodismo mexicano, en vez de nuestro tradicional, muvho más natural “de qué se trata".
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