martes, 15 de abril de 2008

Jorge Fons y Katy Jurado

Cuando cada libro que publicaba Alianza Editorial nos apantallaba, hubo varios que nos apantallaron más: los guiones de Antonioni, la historia del cine mundial en tres tomos, y sobre todo la extensa y exhaustiva entrevista que sostuvieron François Truffautt y Alfred Hitchcock (El cine según Hitchcock, El libro de Bolsillo núm. 554); el primero, un excelente crítico de cine que devino en director muy destacado, examina cinta a cinta la obra del inglés, y le hace las preguntas más pertinentes, desde ambos puntos de vista: como experto en el cine y como espectador privilegiado; el diálogo es fluido, alegre, despierta la curiosidad, y es indispensable para ver, con el libro a la mano, cualquier cinta de Hitchcock; entre otras cosas, se cita casualmente la anécdota de Billy Wilder sobre la utilidad de tener una libreta y un lápiz en el buró, y anotar de inmediato cualquier sueño interesante; y Hitchcock relata la anécdota de una cinta que le hubiera gustado filmar; años después Truffaut la hizo: La noche americana.
Otro crítico al que no le quedó más remedio que devenir en director fue Peter Bogdanovich, autor de dos clásicos: John Ford y Fritz Lang en América [Estados Unidos] (Editorial Fundamentos), donde no es tan exhaustivo como su colega francés, pero entrevista a ambos cineastas, que cuentan cosas interesantes y a veces inéditas sobre sus cintas; Ford, más divertido que Lang, se extiende más plácidamente, pero no se detiene en muchos datos técnicos, aunque de cualquier manera obliga al espectador a fijarse en ciertos detalles, no técnicos, que enriquecen la visión de una película.
Con ese método, muchos años después aparecieron dos libros en México: Emilio García Riera entrevistó a Arturo Ripstein, y examinaron juntos, viendo cada una, todas las cintas (hasta ese momento) que éste había filmado; más cómplice que crítico, de cualquier manera García Riera saca buenos datos, lo hace confesar algunas cuestiones que aclaran momentos enigmáticos, y hasta revisa sus apariciones como actor, como patiño de Viruta y Capulina la más destacada (en todos los sentidos); a García Riera le gustaba el cine más que la vida, y tiene una manera más profesional de verlo que los demás mortales, pero no fue una plática entre colegas, y cedió ante muchas de las confesiones de Ripstein, quien tiene fama de no ser muy cordial.
También con ese método, José de la Colina y Tomás Pérez Turrent, dos críticos de cine con muchos años de trayectoria y una visión muy particular del cine (más De la Colina, teórico para quien ver cine es una exigencia estética pero también una experiencia vital), entrevistaron a Luis Buñuel sobre cada cinta suya, y lograron que no se enojara, aun cuando de pronto lo contradijeron, o mejor dicho, él los contradijo a ellos.
La reciente transmisión televisiva de un miniciclo Buñuel, donde lo más espectacular fue la no muy vista El ángel exterminador, permitió comprobar que es un libro útil, esclarecedor, pero incompleto (Buñuel no tuvo suerte: todos los libros que lo examinan terminan siendo monolíticos; el de De la Colina y Pérez Turrent es de los mejores; pero pudo ser superior).
En la Universidad de Guadalajara, refugio de Emilio García Riera los últimos años de su vida, se han dedicado a publicar libros de cine; suple en esa labor las magníficas colecciones que publicaron la UNAM (Cuadernos de Cine) y Ediciones Era (Cine Club Era) en los años sesenta y setenta, aunque con otra intención; en Cuadernos de Cine hacían examen de un cine en general, o de un director en particular, o en Cine Club Era sobre todo publicaban guiones clásicos (entre ellos, algunos del propio Buñuel); la UdeG más bien reeditó la Historia documental del cine mexicano, de García Riera y emprenden su continuación, más algunas monografías sobre cineastas (Emilio Fernández, Alberto Gout, Fernando de Fuentes; alguno incomprensible como el dedicado a Miguel Zacarías) o de actores (los hermanos Soler, Silvia Pinal, Ignacio López Tarso). Hubo una hace como 15 o 18 años, Grandes Cineastas, bastante buena (un tomo sobre Hitchcock, de Guillermo del Toro, es delicioso; por desgracia, no terminaron con el programa anunciado, pero los tomos que salieron valen la pena).
En la reciente feria del libro de Minería encontré dos libros que se veían muy interesantes: Conversaciones con Jorge Fons, por Eduardo de la Vega Alfaro, y Katy Jurado, con filmografía comentada de Emilio García Riera y un perfil de Javier González Rubio.
Es un tanto inesperado el tomo sobre Fons; parece más justificado que García Riera entrevistara a Ripstein, quien desde sus inicios llamó la atención con Tiempo de morir, y había hecho cosas interesantes, sobre todo Cadena perpetua; Fons se ha quedado con cintas interesantes, pero no ha terminado de cuajar, y sobre todo no ha trabajado tanto, apenas una decena de filmes interesantes.
Fons tiene fama de “malo”, de duro, de un hombre crítico tanto del sistema, como del cine, de sus compañeros y de sus actores; y en este libro parece lo contrario: es amable hasta con López Tarso y con Adalberto Martínez (a quienes sacó buenos trabajos para Los albañiles, pero que desentonan en el cuadro formidable de los demás actores y con el carácter de sus personajes); se sabe también que es un hombre que se saca provecho hasta de las debilidades de los guiones (El Quelite, Rojo amanecer, Los Cachorros, Los albañiles; estos dos últimos, sobre todo, con varios intentos no redondeados, hasta que se filmaron los menos literarios pero no los más cinematográficos).
El trabajo de De la Vega Alfaro no es el más adecuado; en primer lugar, no analiza los filmes mirándolos junto con Fons, sino en charla más de sobremesa que de trabajo; en segundo lugar, una buena cantidad de pláticas no fueron personales, sino por correo electrónico, lo que hace imposible la fluidez, los (cuasi)diálogos carecen de espontaneidad, no hay oportunidad de preguntas específicas ni de interrupciones ni menos aún de contradicciones; no hay cómo rastrear influencias, obsesiones, parentescos; no encontramos al iconoclasta que Fons insiste en ser en algunas películas y con algunas declaraciones; encontramos más bien a dos amigos a los que le gusta el cine y se ponen a platicar; Fons insiste en ser un cuate bonachón sin ganas de pelearse con el medio, alguien que admira lo que hacen los demás, y no una conciencia crítica, como pareció ser en algún momento; es más, se le ven ganas de recibir un reconocimiento que siempre pareció evadir, y resta méritos al equipo que hizo de Rojo amanecer una auténtica obra colectiva, y hasta le da más méritos a Valentín Trujillo, quien sólo entró a rescatar con la distribución, que por cierto a partir de entonces llegó más fácil y rápido al mercado negro; también parece que el único con méritos, aparte de Fons, fue Xavier Robles, y le da más importancia a una escena suprimida que a todo el contexto de la cinta; diera la impresión de que sigue pensando que la cinta es una historia que sucedió, y no una que puede suceder (sobre todo ahora).
También le resta importancia en Los albañiles a la cuestión religiosa (personal y colectiva) y a la metáfora de la vida, además de la complejísima estructura, y la reduce a una historia policial: no le interesa lo que resalta la novela (y la obra de teatro): que todos somos culpables (de algo).
Eduardo de la Vega Alfaro no es un novato; tiene publicados, entre otros títulos, una revisión de las filmografías de Raúl de Anda (bastante aceptable, y con una fotografía sorpresiva de María Elena Marqués), de Alberto Gout, de Fernando Méndez (que le debe haber costado mucho trabajo para justificar una fama de buen técnico con las cintas sobre el Vampiro Germán Robles como única referencia de culto) y de Juan Orol (donde se atreve a desafiar el mito de que Orol es tan malo que resulta bueno –siempre es malo); sin embargo, en este parece más un fanático que ganó una cena con su ídolo y le hace preguntas a modo, o se anticipa a Fons para explicar lo que le correspondería a éste, con las consecuencias de que casi siempre lo que obtiene es una refutación, y De la Vega no se atreve a sostener su dicho. Termina por ser un texto que no ayuda al espectador.
Por el mismo tono está Katy Jurado: González Rubio no pone reparos a la actriz, la compara con mucha ventaja sobre María Félix –en lo que tiene mucha razón— y resalta que Grace Kelly, no podía enfrentársele, que no le sostenía la mirada y por eso no podía hacer una escena; pero cae en el lugar comuún de exaltarla por sus nominaciones al Oscar, que es como decir que Hugo Sánchez fue buen futbolista porque ganó títulos de goleo en España. No hay una revisión de algunas escenas clave, como la seducción mutua entre una espléndida Jurado y un mejor Arturo Soto Rangel, o el duelo de sensualidades entre Jurado y Rosita Arenas, o lo que representa que Jurado fallara dos veces en seducir a Infante, o el danzón que se revienta con David Silva mientras se hace la remolona, o cómo se pone sus moños en Internado para señoritas, o cómo barre a Gina Lollobrigida en Trapecio. Hay muchos elogios, muchos adjetivos, pero no argumentos, ni se ponen en un contexto adecuado. La filmografía, tomada de notas de García Riera (uno lo deduce, porque no hay explicaciones en el libro, es seca, incompleta; si García Riera, a quien le gustaban las actrices por su belleza –no hay que olvidar que confesó públicamente su pasión por Paulette Godard y por Leticia Palma porque estaban bien buenas— hubiera rehecho sus críticas hubiera sido más explícito y la hubiera chuleado con más ganas y con más justificación; así, queda un homenaje trunco, muy por debajo de una de las actrices más cálidas y sensuales, sin que por ello fuera menos actriz, aunque la mayoría de las cintas donde actuó hayan sido regulares y malas, y que ella haya estado muy por encima de casi todos sus compañeros.
Conversaciones con Jorge Fons es más o menos reciente: está fechado apenas en 2005; Katy Jurado en cambio está por cumplir diez años de aparecido: 1999; es de lamentar la muy mala distribución de esta editorial y de esta colección, además de que no están ilustrados como se merecen (mejor el de Katy que el de Fons), y que tienen abundantes erratas y descuidos editoriales, injustificados en una institución que tuvo como maestros a Felipe Garrido y a Martí Soler.
Siempre que uno lee libros de cine, recuerda lo que dice Truffaut: el oficio de crítico de cine es el más difícil, porque todo espectador se siente crítico.

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