miércoles, 20 de febrero de 2008

El silencio por Robbe-Grillet

El lunes 17 falleció, a los 85 años, el novelista francés Alain Robbe-Grillet; asombra el silencio que hubo en la prensa, que cuando mucho publicó, sin corregir, los cables escuetos que enviaron las agencias noticiosas. Asombra porque hace algún tiempo era uno de los escritores más leídos, y ahora, en una búsqueda en las páginas de las librerías mexicanas no se encuentran más que dos títulos suyos, y eso con dudas, por el precio en que lo ofrecen.
Una semana antes hubo un desborde de notas por el fallecimiento de Emilio Carballido, aunque también demostraron sus panegiristas que no lo habían leído, cuando menos su obra más famosa; no que Carballido no mereciera los elogios: uno de los dramaturgos clave en México, un narrador excelente, promotor de otros autores (a él se debió que se publicara a, entre muchos otros, Elena Garro, y hay un montón de escritores a los que impulsó y ayudó de muchas maneras, como Juan Tovar y Antonio Argudín), como recordó José de la Colina en el 50 aniversario de la fundación de la Editorial de la Universidad Veracruzana; sobre todo, varias de sus obras de teatro (Rosalba y los Llaveros, Silencio, pollos pelones, ya les van a echar su maiz; DF –colección de obras-viñetas que retratan la ciudad de México con exactitud—, Las estatuas de marfil, Felicidad, muchas otras) serán leídas para siempre.
Pero Robbe-Grillet fue un escritor para escritores, y es raro que no se hayan publicado notas sobre él; es cierto que no parecen tiempos para novelas como las suyas, que exigen del lector una dedicación y una participación absolutas.
Fue uno de los autores que más obligó a la renovación de la novela, y uno de los que más se aventuró en hacerla detonar para que tomara otros rumbos; hace pocos meses, a raíz del fallecimiento de Julieta Campos, se retomó un poco el tema de la antinovela, y se repitieron los tópicos sobre el género; pero ya antes, hace unos diez años, varios escritores tomaron una posición curiosa: les parecía el género, y en especial Robbe-Grillet, un autor malo porque les aburría, lo que quiere decir que no le entendían.
No me queda más que repetir lo que he dicho en otros lados: no parecen tiempos para la literatura experimental, y menos cuando la apuesta editorial va por los éxitos fáciles, rápidos y efímeros, y no sólo en la narrativa, sino en todo tipo de libros, al grado de que casi todos apuestan por títulos de autoayuda, aunque los autores no sepan conjugar, ya no digamos redactar con coherencia, y es tal su ineficacia que ni los mejores correctores de estilo logran hacerlos legibles.
Los autores identificados como integrantes de la antinovela son como los Contemporáneos: grupo sin grupo, totalmente distintos pero con un común denominador, y con resultados tan diferentes –no en calidad— que a veces parecen antípodas. Su búsqueda de un lenguaje distinto, su renuencia al relato tradicional, con estructuras diferentes, son distintas en cada integrante del “género”; vaya, ni siquiera hay un acuerdo sobre quiénes son los integrantes; algunos (J. Bloch-Michel, por ejemplo) incluyen a Samuel Beckett, pero los únicos nombres siempre mencionados son Butor, Simon, Sarraute y especialmente Robbe-Grillet.
Éste causa temor y desconcierto, e incluso Mario Vargas Llosa, un lector tan bueno como lo es como autor, es impreciso cuando intenta definirlo: además de calificarlo como “soberanamente aburrido”, dice que en sus novelas prescinde de la historia, cuando de lo que prescinde es de la anécdota; podría decirse que se escriben libros muy aburridos aunque no sea con el método de la antinovela, y que el exceso de técnica puede malograr incluso a los mejores narradores (El hablador, uno de los proyectos en los que más trabajó Vargas Llosa y uno de los que menos resultados le dio).
Mejores lectores del género lo han sido Carlos Fuentes y Rosario Castellanos, aunque ninguno pudo dejar de titubear ante lo audaz del experimento; y el resultado de sus lecturas fue que ambos se acercaron a la antinovela con buenos resultados. Otro gran lector de Robbe-Grillet, que por lo visto levanta pasiones, lo es, o fue, José de la Colina, tal vez el primero en México en asediarlo y fatigarlo, como también lo fue Vicente Leñero con resultados excelentes: de Los albañiles a Redil de ovejas puso a sufrir a los lectores con tramas complejas, estructuras y personajes que exigían la completa atención de los lectores; incluso La vida va regresa a las audacias y presenta diferentes opciones para una misma historia (Rosa Montero, totalmente ajena a la antinovela, hace lo mismo que Leñero en La loca de la casa); Salvador Elizondo también desafió a los lectores con sus novelas sin anécdota, sin desarrollo, en las que todo sucede en un solo instante y no hay ni antecedentes ni un posible futuro.
Es innegable que la antinovela tuvo antecedentes, pero los componentes del grupo de la llamada Nueva Novela (algunos agregaban Francesa) fueron estigmatizados; no fueron criticados sino atacados sin piedad, sin repensar, sin considerar su propuesta; si sus primeros libros comenzaron a publicarse a mediados de los años cincuenta, su profecía de que pronto desaparecería la novela tradicional y los siguientes libros exigirían la participación de los lectores, se vio cumplida muy pronto, si no en Francia, sí en Latinoamérica: Rayuela, Cambio de piel, Tres tristes tigres y Morirás lejos son ejemplos mayores de ello.
Carlos Fuentes auguraba que a partir de ese momento (mediados de los sesenta) el novelista tenía que ser una mezcla de Balzac y Butor; falló, pero no por culpa suya; Rayuela, Morirás lejos, Cambio de piel y Tres tristes tigres no tuvieron los seguidores que debían, aunque Cortázar siguió experimentando (El libro de Manuel, La casilla de los Morelli, Último round, La vuelta al día en ochenta mundos, y sus mismos cuentos), lo mismo que Pacheco (Las batallas en el desierto es tan audaz como Morirás lejos, aunque su aparente facilidad disimule su complejidad) y Fuentes (por ejemplo La frontera de cristal o El naranjo o Todas las familias felices, que no sabemos si leerlas como colecciones de relatos o como novelas fragmentadas que sólo pueden completarse con la participación del lector), o la novela interminable que siguió haciendo Cabrera Infante en libros indefinibles y aparentemente disímbolos.
Sigue asustando, sin embargo, la audacia que demostró Robbe-Grillet hace 50 años: si el manejo del tiempo en Proust es magistral, si lo hace transcurrir rápido o detenerlo a voluntad, Robbe-Grillet hace que se estanque, que no transcurra, o que se expanda y se distorsione; si eso es posible en la física y en la astrofísica, ¿por qué no puede serlo en la literatura? Si es cierto que sus libros carecen de anécdota, también lo es que en ellos, aunque no pase nada, pasa todo: la muerte, el amor, los celos, el miedo, sólo que le pasa a personajes que no son grandes personajes; no son Julien Sorel ni Emma Bovary, sino comunes y corrientes, como Bouvard y Pecuchet; son personajes comunes y corrientes no disfrazados de trascendentes; son mirones, son curiosos, son entrometidos como lo somos todos, pero sus actos sólo los afectan a ellos.
Es cierto, Robbe-Grillet nos hace sentir incómodos, su lectura no es placentera sino dolorosa, y se debe emprender como un trabajo, no como un descanso; su trastocamiento de la realidad nos hace ver que el mundo es imperfecto, peligroso, y que no es una metáfora.
Hay que agregar que Robbe-Grillet no sólo influyó en un montón de escritores en todo el mundo, sino en todos los ámbitos del arte, especialmente en el cine, y que su acercamiento a la fenomenología no es único, pero sí el más radical; así, logró despojar de psicología a sus personajes, que es lo que más se ha repetido en la hora de su muerte.
Queda recordar que en los años sesenta y setenta entre Barral y Seix-Barral publicaron un buen número de títulos suyos, que hace poco Anagrama retomó algunos, pero que sus Instantáneas no han sido reeeditadas por Tusquets, y que la Universidad de Guadalajara sacó algún título suyo que ha pasado inadvertido incluso en las ferias de libros, y que parece que el único libro suyo que circula es su muy divertida (en el estricto sentido de la palabra) autobiografía. Lamento que no haya un ensayo de García Ponce sobre él que pueda releer, y espero la semblanza que hará Vicente Leñero (quien compartió con él una mesa redonda en Bellas Artes), así como la nota aguda que seguramente también hará José de la Colina. Y releer Una casa de citas, Proyecto para una revolución en Nueva York, La celosía, aunque para eso necesito unas vacaciones.

1 comentario:

Unknown dijo...

Excelente artículo!!!!
No recuerdo que hablaramos de él en el taller.
Has despertado mi interés por su literatura.
Felicidades!!