viernes, 1 de febrero de 2008

Audacias femeninas

Una de las primeras imágenes de Gretta Garbo la muestra como bañista de Mack Sentett, durante la etapa del cine mudo. Apenas se le reconoce, entre otras desvestidas igual que ella, o sea con brazos y tobillos desnudos, y lo demás tapado apenas con una tela impermeable pero ligera. Servía no tanto para el baño en el mar sino para lucir la figura con una ropa que insinuara los detalles del cuerpo.
Apenas 30 años después el mundo se asombraba de ver a las mujeres ya no en traje de baño, sino en uno de dos piezas; la etimología imprecisa de bikini la atribuyen unos a la isla bombardeada a finales de los años cuarenta (aunque prácticamente desierta, y tierra de experimentos nucleares) o porque eran dos (bi) prendas (¿kini?).
Los símbolos de esa vestimenta lo fueron no Sophia Loren ni Gina Lollobrigida, sino la muy cálida y erótica Briggitte Bardot, pero también la insípida Annette Funicello.
La audacia del bikini consistía, cuando mucho, en dejar al descubierto el estómago, porque el brasier cubría más que los normales, y el calzón llegaba a la cintura y tapaba por completo los glúteos.
El cine mexicano se permitió una audacia muy chafa que las páginas de espectáculos (sobre todo de El Fígaro) no tardaron en bautizar como trikini, que eran dos pedazos de tela burda y ruda que cubrían los pechos, y el calzón normal, a la cintura. Para aumentar lo antiestético y lo cursi, esas prendas tenían olancitos por todas partes. La más famosa que posó con esa prenda fue Laila Buentello, elegante vedette que casó con Carlos, el de Neto y Titino.
Esa prenda deslució el cuerpo de Ana Bertha Lepe, quien en bikini normal se veía bastante bien, aunque no tanto como Yolanda Varela.
Otras actrices, como Lilia del Valle o Silvia Pinal, son más identificables con trajes de una sola pieza que con bikini.
En 1965 apareció otro traje, bastante feo, que se llamaba monokini; en lugar de que sencillamente se despojaran de la parte superior del bikini, que era lo que se decía que hacían en las playas europeas, le agregaron tirantes al calzón, y ya; no cubrían los pechos. Así apareció la casi quinceañera Meche Carreño en la portada de Cine Mundial, y se hizo famosa en menos de una semana.
El monikini se popularizó en algunas playas italianas, francesas e incluso alguna californiana.
Apenas tres años antes los diarios mexicanos habían colocado una tira en la famosa fotografía de Marylin Monroe cuando vino a México invitada por José Bolaños, y en la que demostraba la veracidad de su odio por la ropa interior.
Algunos diarios pusieron una mancha negra en los pechos de Meche Carreño, pero otros la reprodujeron tal cual, para asombro de los lectores.
En plena época de las primeras minifaldas, gracias a unas modelos de una cinta de James Bond, intentaron poner de moda unos trajes de baño de una pieza, pero en donde se exponía la cintura a merced de la vista de los curiosos, porque esa parte era transparente, o mejor dicho, era una malla tejida con puntadas muy grandes; las partes de pechos y caderas eran de tela gruesa y opaca.
En México, Julissa y Silvia Pinal se atrevieron a usar esa prenda en alguna cinta, pero tuvo poco éxito.
Otro traje de baño, más desafortunado, cubría por completo las partes delantera y trasera, pero descubría los lados. Los efectos eran peores, y tampoco duró.
Todas esas audacias se vieron rebasadas y púdicas cuando la moda hizo que los calzones llegaran sólo a la cadera, moda que hace unos diez años regresó con cierta fuerza; desde luego las tangas fueron más audaces, porque el soponcio que le dio a las personas mayores cuando vieron los primeros bikinis no fue tan fuerte como el que sufrieron los que vieron las primeras tangas.
Ya para entonces eran frecuentes los desnudos en las pantallas cinematográficas, que desde los de Blow Up, no por fugaces menos escandalizantes, ya mostraban vello púbico. Y en los setenta era rara la cinta donde no hubiera desnudos.
La tanga fue vista no como consecuencia de esos desnudos, sino como una excentricidad brasileña, y limitada a las locuras del carnaval, que no por nada se llama así (los que dicen que va a promover Ebrard serán tan audaces?)
Los bikinis habían ido mostrando cada vez más, y se convirtieron en el traje de baño de las solteras, porque siempre había la posibilidad de adquirirlos en tallas diferentes para las partes superior e inferior, mientras que el de una sola pieza exponía a las usuarias a que les entrara agua por alguna parte, si es que lo usaban para nadar y no sólo para presumir.
El bikini, en vez de a la cintura, como los primeros, ya en los setenta el calzón llegaba sólo a la cadera, lo que descubrió a las mujeres una comodidad antes no imaginada. Al poco tiempo la ropa interior debió adoptar ese tamaño y esa forma (“chikini”, bautizado por el espantado pero siempre al día Gabriel Vargas). Y como llegó también la moda de los pantalones a la cadera, los bikini fueron las pantaletas más adecuadas, aunque no faltó quien mostrara unos centímetros de resorte de las pantaletas normales, lo que era la forma menos elegante y menos erótica de enseñar.
Desde hace unos pocos años esto se generalizó; hay quienes le llaman “moda de superhéroes”, porque traen los calzones de fuera.
En los años ochenta se pusieron de moda trajes de baño y pantaletas con una reducción considerable en las partes laterales; “pierna francesa”, le pusieron, pero tenía la desventaja de la incomodidad, e hizo que reviviera aquel vulgar comercial: ¡Caramba doña Leonor!
Pero la tanga ganó la batalla, porque descubría las ingles y bastante los glúteos.
Esta moda, que parecía la más audaz de la historia (que es muy reciente: hace dos siglos no usaban nada bajo las faldas), fue desplazada por una prenda a la que se le dio el mismo nombre, pero en el habla popular fue bautizada como hilo dental.
Fue primero destinada sólo a las playas y monopolizada por adolescentes destrampadas. Al principio no se atrevieron a usarla más que en las escuelas de samba, y en las playas brasileñas, sobre todo por las nativas.
A largo plazo sirvió para que las vedetes no se sintieran incómodas ni les dijeran desnudistas (ombliguistas, les espetaron apenas hace 60 años a Tongolele, Su Mu Key y otras bailarinas). Hubo alguna que mostraba totalmente los glúteos y apenas se notaba el minúsculo elástico, pero declaraba que “jamás posaría desnuda”.
Primero en tianguis y después en tiendas departamentales se pusieron a la venta esas tangas hilo dental, pese a la incomodidad y a que los proctólogos advierten de los peligros que representan.
Ya hasta las prendas amarilla y roja que promueven hasta las tiendas elegantes para recibir el Año Nuevo son “hilo dental”; sin embargo, proliferan las exóticas, en forma de mariposa, o con alguna figura caprichosa que asoman cuando su portadora se inclina y las expone, con pasmo de la gente, porque no se ven sensuales ni deseables, sino fodongas y cuachalotas, además de que rfevelan que las llantitas son más comunes de lo esperado, o antes no se notaban.
(Esta nota condensa, corrige y actualiza “Audacias femeninas” y “Mujeres audaces”, que aparecieron los 3 y 10 de marzo de 1997 en El Financiero).

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