jueves, 27 de diciembre de 2007

60 años de Sartre y Jack Robinson

Hace diez años se conmemoró el medio siglo del arribo de Jack Robinson a las Ligas Mayores, con lo que se rompió, digamos, la barrera del color que impuso Cap Anson cuando amenazó con dejar la Liga Nacional si volvían a contratar a negros, y como era la máxima estrella de entonces (digamos, el Barry Bonds del siglo XIX), los dueños cedieron.
Jack Robinson no era el mejor jugador de las Ligas Negras; Joshua Gibson, el mejor bateador de la historia, seguía con sus altísimos porcentajes aunque la diabetes –que lo tuvo en coma casi un año— ya había acabado con su poder; Satchel Paige ya no era el pitcher que había sido (el mejor de la historia), pero aún imponía con su control, poder, velocidad; Mont Irving, Elston Howard, y varios más demostraban que eran mejores que muchos de los bigleaguer. Sin embargo, fue Jack Robinson el elegido por su carácter, su dignidad, su buen comportamiento (había derrotado a las cortes en un juicio lleno de racismo, en una acusación absurda e injusta), y porque no se prestaba con su carácter sobrio a la imagen de los negros de desinhibidos, dados al relajo y a las bufonerías (hot-dog, les dicen), y eso ayudaría a que los aficionados no se los tomaran a chunga.
Una de las ceremonias de hace diez años fue retirar el número de Robinson no sólo de los Dodgers, donde jugó toda su carrera brillante pero limitada, sino de todos los equipos, en homenaje al hombre que hizo que llegaran los negros (y dominaran las Ligas Mayores, sobre todo con Willie Mays, Hank Aaron, Ferguson Jenkins, Bob Gibson, Juan Marichal y varios otros, sin tener que contar a Samuel Sosa y a Barry Bonds) y fueran respetados.
Pero se nos pasó un aniversario igual de respetable, los 50 años de La prostituta respetuosa, el drama de Jean Paul Sartre que aborda el tema de los prejuicios raciales, aunque el resultado sea completamente distinto del que se vivió en el beisbol; con sus asegunes, porque durante mucho tiempo los negros eran humillados por sus coequiperos, dirigentes, entrenadores, cronistas; no los dejaban entrar a los mismos restaurantes y hoteles que a sus compañeros, y no sólo ese 1947, sino muchos años después; Medias Rojas de Boston y Yanquis de Nueva York tardaron casi diez temporadas en integrar a los negros a su nómina, y muchos debieron sufrir una discriminación que no sé cómo la toleraron.

La prostituta respetuosa es la más popular de las obras de Sastre, mejor conocido como pensador, por su postura combativa en política, por su participación en la resistencia durante la segunda Guerra Mundial, por su comunismo declarado (años después fue de quienes encabezaron su defensa de la libertad de Argel), por su novela La náusea, que fue uno de los iconos del movimiento conocido como beatnik, o sea de los que pretendían ser existencialistas (que en el cine fueron más bien protagonizados por James Dean, Sal Mineo, Marlon Brando, Paul Newman). Ahora es criticado fuera de contexto, aunque uno de sus críticos, Mario Vargas Llosa, ha comenzado a reconocer todo lo que le debió y le sigue debiendo (no la reciedumbre ni la congruencia, que se las debe a otros).
En la obra, un negro es acusado por un crimen cometido por un blanco; la única que lo puede ayudar es Lizzie, una prostituta que presenció el hecho, pero que se niega a declarar, y recibe presiones de un político que sólo se acuesta con ella y le paga de más para que declare a favor del asesino; y después, cede a las peticiones de los familiares del asesino, bajo la promesa de que la recibirán casi como en familia, y que le darán un trato que ella no merece, y que no le cumplen. La acción está situada en el sur estadounidense, en donde Hank Aaron, ya el bateador más importante de los Bravos de Atlanta, sufría una persecución inclusive de sus compañeros (no todos los beisbolistas eran como Pee Wee Reese, el short stop de los Dodgers que fue quien más apoyó a Robinson).
Esas promesas, económicas y sociales, pesan más que su conciencia, que su sentido del deber. Es una obra llena de contradicciones, y donde el espectador sabe desde el principio qué va a suceder, y nada podrá evitarlo.
Según el Diccionario de Literatura de Penguin, la obra es de 1946, aunque en la página legal de la edición de Alianza-Losada se afirma que la primera edición fue de 1947, en Gallimard, y apareció en español en 1948 en Losada, con la traducción de Aurora Bernárdez (traductor, le dicen en Alianza), la esposa de Julio Cortázar y cuyas traducciones son cuando menos tan buenas, e incluso mejores que las de su célebre marido; pese a eso, pusieron a Miguel Salabater a revisar (revisar la revisión, sic) y seguramente a actualizar el lenguaje y la ortografía. Cuando menos pusieron prostituta, no mujerzuela, como en la edición en 1948, aunque deberían haber puesto “puta”, que sería lo correcto.
Sastre, repetimos, ya era célebre por El muro y La náusea, novelas, y por otros dramas, como A puerta cerrada, Las moscas, Muertos sin sepultura, Las manos sucias; después dio a conocer El diablo y el buen Dios. Su teatro, caracterizado por su hermetismo, su radicalismo y su inteligencia, puede ser menor que su obra filosófica (El ser y la nada, El existencialismo es un humanismo, Crítica de la razón dialéctica), pero literariamente tiene la misma importancia, sólo que a diferencia de su pensamiento, que conduce a la razón, el teatro, y la novela, conducen a la pasión.
Ya no se lee a Sastre, o al menos como se le leía entre los años cuarenta, cincuenta y mediados de los sesenta; se le acusa de equivocaciones políticas (muchos de sus críticos se han equivocado varias veces sin reconocerlo, como sí lo admitió él); ya no admiran que viviera vida conyugal o casi con Simone de Beauvoir y que tuviera como amante a Juliette Greco, y que su rival fuera su mejor amigo, Albert Camus, un existencialista que se parecía a otro existencialista, Humphrey Bogart; ya no es ídolo de los que en esos años fueron conocidos como los angry young men (los últimos fueron la generación encarnada por Lennon, Jagger y Van Morrison; los punks no lo leyeron y además tenían más de postura que de verdad), sobre todo porque los que abordaron la política, de esa generación, fueron gente como Tony Blair, antítesis de los personajes y de los admiradores de Sastre.
Leerlo ahora ayudaría a entender que aunque ya no son las mismas condiciones que él retrató, que ya juzgan a blancos de los mismos delitos que a los negros (como a Roger Clemens, que ya decíamos que era mucho que tuviera más velocidad que cuando apenas era un jovencito), que aparentemente se ha acabado la discriminación, no sólo sigue la persecución (ahora ya no sólo contra los negros, sino contra cualquier indocumentado), siguen los prejuicios, y sobre todo siguen en venta las conciencias de las prostitutas respetuosas.
En el beisbol ya se ve que tenían razón quienes se oponían a la integración de todas las razas: los negros, los latinos, demostraron que son mejores que los blancos estadounidenses (no se niega la grandeza de Mantle, Ted Williams, Musial y, en la actualidad, de Gregg Maddux), y para alcanzarlos y competir necesitan hacer trampa y luego jurar que no sabían nada; también allí están a la venta las conciencias de prostitutas que no son respetables.

2 comentarios:

Johan Bush Walls dijo...

Oye, estos de los blogs es bastante raro, tus notas son muy buenas y por lo que dice tu perfil, disculpa mi ingnorancia al respecto, eres un tipo que se las sabe, si no todas, pues muchas. Pero tu blog casi no registra visitas. He encontrado muchos blogs con miles de visitas y lo que publican es verdaderamente malo, por eso digo que es raro. Encontré tu blog buscando alguna información de los recientes libros de Carlos Fuentes, buen comentario ese. Saludos

Lalo dijo...

Gracias, pero si parece que me las sé casi todas, en computación soy bastante rústico; hace apenas unos días mi hijo activó el contador de ingresos; pero está bien así,uno escribe para unos cuantos, selectos; estoy a tus órdenes