martes, 18 de diciembre de 2007

La edición conmemorativa de Piedra de sol

Los primeros libros que compré fueron Farabeuf y Las buenas conciencias; compartí su lectura con Paco Alvarado, lo mismo que de otros, ya fuera de préstamos en bibliotecas o los escasos ejemplares que podíamos comprar. Uno de ellos fue La centena, el primer libro que adquirí de Octavio Paz.
Soy lector de poesía, el género literario que más me gusta; y entre los mexicanos he fatigado, a veces sólo disfrutado, a Gutiérrez Nájera, algo de Díaz Mirón, algo de Carpio, algo de Rafael López, mucho de López Velarde (he logrado descifrar casi la mitad de “La Suave Patria” y de casi todos sus poemas, y he encontrado parentescos con nada menos que con Joyce); de Josefa Murillo; en un ejemplar de la segunda edición de la Antología de la poesía mexicana moderna, firmada por Jorge Cuesta y que le volé a Paco (quien a su vez se quedó con un ejemplar de Los duelistas, de Conrad, de Zig-Zag, y con mi primera edición — en español— de París era una fiesta), me topé con dos de mis poetas definitivos, Salvador Novo y Carlos Pellicer, además de casi todos los Contemporáneos.
Mis poetas favoritos son Rubén Bonifaz Nuño, José Emilio Pacheco y Gabriel Zaid (cito en orden alfabético); son mis favoritos porque me gusta todo lo que he leído de ellos; de otros me gusta o digiero casi todo; y hablo de gustos no sólo en el sentido de que me satisface su obra en lo personal, que en todo caso es lo de menos.
Pero el poema que más me conmueve es Piedra de sol.
Una tarde de 1969 (lo describo en Una ola que se estrella contra la rocas), después de una velada con un grupo de aspirantes a escritores, pintores, actores (alguno ahora es bastante conocido), desvelados, fatigados, comenzamos a leer en voz alta La centena, que acababa de comprar con mi segundo sueldo, y con Poesía, de José Gorostiza.
Nos topamos en las primeras páginas con “Elegía interrumpida”, “El prisionero”, “Himno entre ruinas”, y sobre todo Piedra de sol; no sé cómo tuvimos fuerzas para leer Muerte sin fin, después de la conmoción causada por Piedra de sol.

En 1974 me encontré con un libro poco citado: Aproximaciones a Octavio Paz; textos muy bellos de Carlos Fuentes, de Juan García Ponce y de Cortázar me fascinaron porque coincidía con lo que pensaba de Paz; uno de José Emilio Pacheco, “Descripción de Piedra de sol”, me causó la misma conmoción que el poema, y lo releo cada vez que releo Piedra de sol.

Mi ejemplar de La centena tiene partido el lomo, y eso coincide con las páginas donde está Piedra de sol; leo en las subastas de libros raros, descontinuados, agotados, que es uno de los mejores cotizados de Octavio Paz, en más de dos mil 300 euros, y en la Bibliografía crítica de Octavio Paz, de Hugo Verani, tanto la de la UNAM como la del Colegio Nacional, que hubo una segunda edición; éste fue mi primer libro de Octavio Paz; después he concurrido a prácticamente toda su obra, y casi toda la tengo en primera edición: Raíz del hombre (el encuadernador de Sergio Galindo se equivocó y le puso El son del corazón; y a la primera edición de éste le puso Raíz del hombre), A la orilla del mundo, Libertad bajo palabra, la de 1949, Semillas para un himno, La estación violenta, Salamandra (bueno, la segunda, la corregida), Blanco, Discos visuales, Topoemas, Ladera este –también tengo la segunda—, Renga, Pasado en claro (las dos primeras ediciones), Vuelta, la del morral que también se cotiza en tres mil 300 euros; Vuelta (la de Seix-Barral, y gracias a la generosidad de Gabriel Zaid, porque mi primera primer edición se perdió en Novaro, cuando se la presté a Felipe Garrido para ilustrar una nota en Construcción mexicana, y que se la hicieron perdidiza), Kostas, Hijos del aire, Árbol adentro.
Tengo la segunda de Libertad bajo palabra de 1968, dos volúmenes de Poemas, la de Seix-Barral, y los volúmenes de las Obras completas que contienen los poemas (en otra ocasión hablaré de mis primeras ediciones de los libros de prosa); tengo la primera reimpresión de ¿Águila o sol?, y una edición rara de Piedra de sol, con el sello de la ciudad de México en su división Cultura, pero con copyright de Clío, y con crédito de editores de Ricardo Cayuela y Fernando García Ramírez, la coordinación editorial de Antonieta Cruz; diseño de Alejandro Magallanes y Fernando Villazán, y producción de Lourdes Martínez Ocampo; el diseño imita el de Blanco, pero el terminado artesanal es muy defectuoso, con pliegues y arrugas; no tiene guardas, o mejor dicho, las guardas son la primera y la última páginas del poema, y tiene un par de erratas horribles y notables.
He releído Piedra de sol en cuanta antología la incluye, más varias veces en Libertad bajo palabra, en Poemas, en La estación violenta, en las Obras completas, en la edición de Clío.

En septiembre en Fondo de Cultura Económica publicó un desplegado conmemorando los 50 años de la aparición de Piedra de sol, en Tezontle, una colección que era y no era del Fondo, o que más bien era del Colegio de México que, como se sabe, eran instituciones realmente hermanas, con el cariño, envida, rencor, celos y admiración y rechazo que se tienen los hermanos. Pero El Colegio de México renunció a esa paternidad, y Tezontle pasó a ser del FCE, sin que éste se sintiera orgulloso; lo mantenía en el árbol genealógico como el pariente talentoso pero que físicamente no se parece a los demás miembros de la familia; tenían los mismos genes; es decir, usaban el mismo taller (la Gráfica Panamericana, la pariente lejana que siempre sacaba de apuros, y que algún ingrato dejó morir de inanición pensando que la tipografía computarizada le iba a ahorrar dinero, y sólo produce libros feos), los mismos correctores, los mismos editores, pero algo los diferenciaba.
El desplegado anunciaba que para más adelantito aparecería una edición conmemorativa del libro; la primera fue de 300 ejemplares, y desde el principio se convirtió en una rareza (tanto como lo es ahora el Libertad bajo palabra de 1960; es cierto que en las Obras completas Paz completó incluyendo los poemas excluidos de la segunda que es tercera, la de 1968, pero no es lo mismo). He perseguido esa primera edición desde que recuerdo, desde buscarla ingenuamente en librerías, hasta acosando a los marchantes famosos: el Capi, Polo Duarte, Enrique Fuentes, Álvaro, Rafael Porrúa, sin ningún éxito; algunos me dicen “ya caerá”, pero la única esperanza es que una viuda ignorante venda la biblioteca de su marido, y por allí aparezca, supongo que carísima.
Desde que apareció el anunció he pasado cuando menos dos veces a la semana a alguna librería del Fondo; en una, el encargado me mostró La piedra del sol, de Eduardo Matos Moctezuma.
—¡Piedra de sol!—, exclamé, ofendido, no por desestimar a Matos, a quien he visto una vez pero fue amable, simpático, y me dio la razón en unos términos editoriales que pensé podían molestarlo.
—¿Y qué dice allí?— me dijo más ofendido el librero.
La piedra del sol, y yo busco Piedra de sol—. Nos quedamos con ganas de seguir impugnando el uno al otro, además de que nos detuvieron otros sensatos.
A veces la respuesta era “quién sabe para cuándo, nomás la anunciaron y ya”. Hasta que ayer me la encontré, sin ningún anuncio ni nada; sólo que entré porque vi Las cárceles elegidas, de Doris Lessing, que sorprendió también al FCE con sólo dos ejemplares distribuidos, en la librería del IPN en Zacatenco, prácticamente inaccesible; pese a que los últimos tres meses y medio he aturdido al librero preguntándole por Piedra de sol, ayer no me la ofreció, pero de casualidad pregunté y me dijo que sí.
Por la tarde lo releí; tiene razón Pacheco cuando dice que aunque hay otras ediciones, él lo leía en su primera edición; aunque creía que me lo sabía de memoria, me sorprendieron cuando menos diez versos que no recordaba como están, y que enlazan el poema de una manera diferente. Se lee distinto en esta edición que es facsimilar, es decir, casi igual que la primera.
No voy a hacer una disección; como dice Pacheco, “mi admiración hacia el poema me veda hoy como nunca cualquier intento crítico y analítico” (aunque hace una lectura admirable); me siguen conmoviendo muchas escenas, sobre todo la pervivencia del amor en un Madrid destruido por las bombas, pese a los crímenes de la historia, la fragilidad de la vida y el milagro que significa; la claridad, la contundencia, la naturalidad para describir el amor y el erotismo a él ligado; el retorno al estado primitivo, la presencia de la mujer inevitable, la certeza de que el mejor amor es el prohibido, el que desafía, el amor a contracorriente, preferible a la rutina y a la seguridad; la importancia de un beso, instantáneo pero eterno;
En fin, como dijo Juan Villoro de mí cuando el concierto de Steve Winwood, “cumplí [una vez más] una cita con el destino”. Piedra de sol es el poema no que me cambió, que me sigue cambiando en cada lectura atenta, concentrada, que hago; lo he leído cientos de veces, y de ellas, tres o cuatro ocasiones a un auditorio que, pese a mi tos y mala vista, he logrado conmover y electrizar, al menos unos instantes. Y en la lectura de ayer sentí lo mismo que cuando lo leímos Paco Alvarado y yo, una tarde de finales de 1969, y nos quedamos sin habla.
Los lectores de poesía sabrán a qué me refiero.

Y los bibliómanos casi también; no entiendo cómo el librero, a quien los últimos tres meses y medio atosigué cuando menos una vez a la semana, no me dijo que hay dos ediciones, una de ellas en pasta dura, y se conformó con venderme la rústica; en el colofón leo que mi cuate Gerardo Cabello se encargó de la edición (una cosa más que le envidio; la primera fue compuesta con tipos baskerville hoy casi descontinuados, y que se encargó de ella Alí Chumacero [otra cosa más de las muchas que le envidió]), que se terminó de imprimir en noviembre, aunque salió en plena segunda quincena de diciembre, lo que habla de mala planeación, porque bien pudo haber entrado antes a imprenta para que saliera en septiembre; que los dos mil ejemplares, realmente baratos (por lo menos la rústica; ahora tengo que buscar la empastada cuando vuelva a tener dinero) serán insuficientes para los muchos lectores del poema, y una cosa más: aunque es muy de apreciar y agradecer esta publicación, seguiré esperando que una autoviuda remate su biblioteca y me encuentre una primera edición, porque hacen falta los golpes tipográficos, el papel especial, ligeramente rugoso al tacto, y no en uno tan común que puede conseguirse en cualquier papelería.

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