domingo, 16 de diciembre de 2007

Las buenas causas, las bicicletas ajenas y la buena música

Eric Clapton es catalogado por sus amigos como el amigo más generoso; en su autobiografía, Patty Boyd dice que pese a lo que vivieron él y George Harrison, nunca dejaron de ser grandes amigos y que se decían “husband in law”.
Lo cierto es que su biografía Survivor, the authorized biografy of Eric Clapton, de Ray Chapman (autor de varios libros clásicos de rocanroleros, incluso uno sobre Lennon para desautorizar a Albert Goldmann y que termina dándole la razón), se narra lo que lo atormentó haber vivido lo que cuenta la canción de los Sinners, “La novia de mi mejor amigo”, o la de Queta Garay, “Las caricaturas me hacen llorar”, o lo que sucede en muchos de los cuentos de José de la Colina, y que en buen español se llama pedalear la bicicleta del mejor cuate. Y Coleman, con la autorización de Clapton, dice que se atormentó tanto que cayó en la adicción de la cocaína, y al curarse, en la del alcohol.
(Lo que se cuenta es tan dramático que durante un año dejó de tocar, y él y Patty comenzaron a vivir bajo los efectos de la cocaína, apenas comían, y su desgano era tal que ni siquiera abrieron el correo, y llegaron a vender las muy valiosas guitarras para sobrevivir, hasta que llegaron los cuates –Pete Townshend, Steve Winwood, Ron Word— y los rescataron, con concierto para alentarlos y todo; y que en el correo no abierto había cheques por muchos miles de libras esterlinas y dólares, con los que recuperaron las guitarras, y ellos pagaron su desintoxicación, pero que cayeron en el alcohol, y que la caída y la recuperación fue peor. La nueva autobiografía de Clapton es más deprimente, dicen, y se la pasa justificándose; lo malo es que no ha llegado a nuestras librerías.)
En 2004 Clapton comenzó a organizar un festival donde se ve su poder de convocatoria; hay disco, DVD y de vez en cuando televisan el concierto, con muchos de los más talentosos guitarristas de rock, blues y ritmos aledaños; pero acaba de aparecer en DVD el correspondiente a 2007, celebrado el 28 de julio en Chicago, donde actuaron 25 invitados y que, resumidos y editados, se ve a todos en este doble disco con momentos altísimos.
Para los fanáticos rudos de Clapton fue decepcionante escuchar las más recientes versiones de “Cocaine”, la pieza de J.J. Cale, porque en el estribillo añade un verso desconcertante: “the dirty cocaine” (como quie no había necesidad); en este concierto varios se la pasan elogiando a Clapton, sobre todo porque el festival está dedicado a recolectar fondos para el Crossroad Centre de Antigua, que es un centro para curar adicciones de drogas o alcohol; B.B. King, quien no ha perdido nada de velocidad ni de contundencia ni en la voz ni en la guitarra, afirma que aunque ha conocido a muchos mandatarios de todo el mundo, ninguno tan generoso como Clapton, y que cuando muera tendrá el satisfacción de haber sido su amigo; Sheryl Crow (quien está lejos de tocar tan bien como los otros invitados pero que tiene el toque blusero como para compartir con ellos más de un festival, dice que Clapton es un hombre que ha cambiado la vida de mucha gente.
No se trata de que el rock esté peleado con las buenas causas, sino de que Clapton no puede cambiar el pasado: sus mejores épocas las vivió cuando estuvo atormentado por enamorarse de la esposa de su mejor amigo, y muchos de sus mejores discos los hizo con ese tormento, la de pedalearle la bicicleta a Harrison.
(Que no se haya afectado la amistad es falso: varias de las canciones de Layla and another assorted love, y el intercambio de habladas entre los dos amigos y que pueden escucharse en varios discos de Ringo y de Harrison es elocuente, además de divertido; fue hasta después de varios discos que volvieron a verse sin discordia y cierto recelo.)
Pero las buenas causas (aquellas de las que desconfiaba Faulkner) son pretexto para la buena música; entre el desfile de grandes guitarristas puede verse a John McLaughlin, quien transita entre la música de concierto y el blues, para dar una lección de precisión y elegancia; a Susan Tedeschi justificando la unión entre la sensualidad y la música; a Derek Truck tocando igual que Clapton pero con diferentes pisadas; a Johnny Winter, quien es más hábil mientras más viejo; a B.B. King, a un sorprendente Albert Lee con una velocidad pasmosa, realmente increíble; a un muy joven John Mayer, a Los Lobos (a quienes Bill Murray insulta diciendo que se trata de FM Lite), a Jeff Beck, tan rudo como cuando hizo aquella excelente versión del Bolero, pero en blues, acompañado de una tragaaños Tal Wilkenfeld, quien se ve mucho más joven de los 21 que tiene, y que toca el bajo eléctrico tan rápido y tan pesado como Beck la guitarra; un Robbie Robertson como en sus mejores años con The Band, a Buddy Guy, con una renovada idea del blues que hace palidecer a Paul McCartney con su acercamiento a la ópera, y un duelo entre Clapton y Steve Winwood, preludio de los conciertos que darán en Nueva York a finales de febrero, y en donde reviven su rivalidad célebre que ha sobrevivido a la amistad que llevan desde hace 40 años.
Por ejemplo, ¿para qué tenía que cantar Clapton todo un cuarteto de “Presence of the Lord”?; ¿sólo para mostrar que el que sabe cantar es Winwood?; ¿para qué agregar a Derek Truck en el duelo de guitarras entre Winwood y Clapton en “Can’t find my way home”?
La atmósfera es electrizante; la música, excelente; las voces no siempre buenas pero la mayoría frescas aunque en el blues casi siempre son rasposas; y en general se demuestra que en este género (el blues y el rock se rozan, se traspasan las fronteras todo el tiempo) es donde hay más virtuosos, y no sólo de guitarristas, porque entre los acompañantes sobresalen los buenos bajistas, los excelentes pianistas (aunque sólo recibe crédito Chris Stainton, quien conserva su melena aunque ya sea totalmente blanca –el rock ayuda a no envejecer; es más, casi todos son más jóvenes que cuando eran jóvenes), los tecladistas, los bateristas.
Tal vez el único defecto es que los DVD no contengan un archivo con los créditos de todos los músicos, sólo los de los guitarristas. Uno no conoce a todos.

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