jueves, 18 de enero de 2007

Los mejores deportistas

Eduardo Mejía

Hace unos días el Salón de la Fama del beisbol realizó su votación anual, y eligieron a Tony Gwynn y a Cal Ripken Jr., como los nuevos miembros del recinto destinado a preservar a los mejores jugadores, coaches, managers, umpires y directivos de las Ligas Mayores, y a veces de otras, como las Ligas Negras, donde estaban jugadores extraordinarios que no podían jugar en las Mayores a causa del color de su piel, no de su calidad, pues eran tan buenos o más que los blancos (desde 1876 hasta mediados de los años cincuenta del siglo XX, el beisbol se jugaba en la costa este y unos cuantos estados del centro, y por puros blancos).
El método de elección es muy conocido: se esperan a que pasen cinco años del retiro de un jugador, y lo ponen en una larga terna; los que consigan el 75 por ciento de los votos (el número de electores varía; ahora andan en alrededor de 500) son admitidos en el Salón de la Fama.
Hay dos sucesos dignos de comentario: mientras que Gwynn ha sido uno de los mejores bateadores de toda la historia del beisbol organizado; nunca fue un jonronero ni robaba muchas bases, pero bateó más de tres mil hits, produjo carreras importantes, y era un jardinero decente aunque su físico no era el ideal.
Ripken llega por su consistencia; representa todo lo contrario del prototipo de short stop, que fue su puesto principal a lo largo de su trayectoria: bateador poderoso, jugador de gran estatura, rompió la marca de Lou Gehrigh de más juegos consecutivos; los conocedores dijeron en 1994 (cuando una huelga de jugadores interrumpió la temporada y canceló la Serie Mundial por primera vez desde 1905) que Ripken beneficiaba al deporte en la misma medida en que perjudicaba a su equipo: es cierto que tiene marca de sólo tres errores en una campaña, y que su porcentaje de fildeo es muy alto, porque atrapaba todo, pero lo que iba directo hacia él: carecía de colocación, de movilización, de alcance; no cometía pifias, pero no se arriesgaba. Era más del tipo de un tercera base, pero los años que jugó en esa posición lo debilitaron; si jugó dos mil 632 juegos consecutivos (muchos de ellos no completos, aunque tiene récord de más innings seguidos) fue por cambiar de posición.
A cinco años de su retiro aún hay mucho sentimentalismo alrededor de su figura; cuando se erigió el Salón de la Fama se exigió que pasaran cinco años para que su popularidad, o su falta de popularidad, no fuera un factor determinante para ser elegido; sólo se rompió la regla cuando se anunció la enfermedad mortal de Gehrigh y cuando el accidente aéreo de Roberto Clemente; incluso cuando murió también en un avionazo el popular catcher Thurman Munson, alguien pidió que entrara directo al Salón de la Fama; los directivos se opusieron; al llegar los cinco años de plazo sucedió lo que previeron: sus méritos como jugador no fueron suficientes como para estar entre los inmortales.
Los tiempos son otros en cuestión de comunicaciones; antes cinco años eran suficientes como para enfriar los ánimos; ahora son demasiado pocos; tal vez deberían esperar cuando menos diez, para dejar de recibir información sobre cualidades que no son estrictamente deportivas; en ese plazo Ripken seguramente hubiera ingresado al Salón de la Fama, pero no con tanta votación (98.52 por ciento), y ni siquiera en la primera oportunidad.

El otro aspecto es más local; en varios medios se quejaron de que, en su oportunidad, Fernando Valenzuela no haya recibido los votos necesarios, ya no para ser miembro del Salón de la Fama, sino tan siquiera para seguir como candidato; hablaron de sus meritos y concluyeron que se trató de una injusticia; sin embargo, si se revisan sus estadísticas y la historia de su carrera, puede verse que fue un pitcher mediano con dos o tres temporadas buenas, de las 16 campañas en que participó.
Quienes se quejaron se olvidan que una norma para catalogar a los jugadores es considerar que un buen juego no hace una buena campaña, ni una buena campaña hace una buena carrera; sus números son buenos, pero no extraordinarios.
Cuando resaltaron su campaña de novato no revisaron otros debuta, de jugadores que superaron por mucho lo conseguido por Valenzuela; finalmente, fue un buen lanzador con mucho carisma, y que ayudó mucho a la popularidad del beisbol en México (el efecto ya se diluyó: la televisión ya no transmite tantos juegos, ni hay más que dos o tres comentaristas en ella que saben del deporte).
Los especialistas, fanáticos de llevar récords, estadísticas y calificar a los jugadores, han hecho una lista de los cien mejores jugadores en cada posición, y agregan dos categorías: relevistas y bateadores designados, pero no cien, sino 50 en la primera y 25 en la segunda, por lo que se pueden ver quiénes son, según ellos, los 975 mejores de toda la historia (aunque concentrados en los últimos 107 años, con sus excepciones).
En esa lista hay tres mexicanos: Beto Ávila, Aurelio Rodríguez y Jorge Orta, y ninguno entre los primeros; Ávila está entre los primeros 75 segundas bases, y Orta está en el lugar 87; Aurelio Rodríguez es el 75 mejor colocado entre los antesalistas. No hay más mexicanos: ni los hermanos Romo ni el excelente relevista Aurelio López, ni Salomé Barojas ni Teodoro Higuera (los dos últimos, junto con Valenzuela y con Armando Reynoso, mencionados como novatos sobresalientes en su respectivo año de su debut en las Mayores) ni Vinicio Castilla ni Erubiel Durazo, ni Fernando Valenzuela.
No puede hablarse de discriminación; en su época, los tres incluidos fueron discriminados por su nacionalidad y por su color, en el caso de Orta, y también él, por su pensamiento político, mientras que Valenzuela fue beneficiado por su popularidad sobre todo entre los indocumentados, que atestaban el parque cuando él lanzaba. ¿Nos falta objetividad para juzgarlo? Sí, la misma que nos falta cuando calificamos a Hugo Sánchez entre los mejores del mundo, pese a que sus muchos goles sólo ensanchaban el marcador, pero no definían resultados.
Valenzuela, sin embargo, estará en el Salón de la Fama del beisbol mexicano, que sí le debe mucho, más por lo que dio al deporte que por lo que dio en el deporte.

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