martes, 30 de enero de 2007

Erratas traducidas

Erratas traducidas

Eduardo Mejía

Con cerca de dos años de retraso, en las librerías del Fondo de Cultura Económica se está repartiendo el número de febrero de 2005 de La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, de pasado tan ilustre; el número está dedicado a la traducción, y aunque hay artículos y ensayos muy buenos, en especial uno de Carlos Valdés, se repiten hasta el hartazgo los lugares comunes sobre traductores y traidores y sobre la inocuidad de las traducciones exactas y la belleza de las traducciones con inventiva.
En uno de los ensayos, “Crítica y traducción literaria”, Arturo Vázquez Barrón se queja de la poca atención que los reseñistas prestan a la traducción de los libros comentados, y de la ligereza con que se califica de “buena”, “fea”, a las traducciones, sin conocer el original; tiene razón, aunque es de presumir que en las ya muy escasas reseñas (ahora es más común que se dediquen a entrevistar a los autores de los libros recientes), se tenga tiempo o cuando menos acceso a los originales, y no sólo por el escaso número de sitios donde puedan adquirirse libros recientes (cada vez hay menos librerías de títulos en otros idiomas, y en las que hay tienen preferencia por los libros de computación, o por los textos escolares).
Sin embargo, se puede saber, aun cuando el único ejemplar original lo tenga el traductor –si es que no tuvo que devolverlo a la editorial que encargó la versión al español—, si la traducción es “legible”, obviamente porque se puede leer, o si tiene errores porque el traductor no tiene suficiente dominio de los idiomas originales y al que traduce, y porque su traducción se basa en los aspectos literarios, y desconoce otros muchos; a veces parecen traductores de programas televisivos más que literarios.
Quien quiera saber si los libros de Haruki Murakami, ahora de moda gracias a las ediciones de Tusquets, están bien traducidos, debe saber japonés; desconozco el número de quienes dominan este idioma (y si lo dominan, ¿para qué leerlo en español?; suponemos que en japonés Murakami escribe muy bien), pero para los hispanoparlantes es mucho más cómodo leerlo en español que en japonés.
(A propósito, si el japonés es un idioma ideográfico más que onomatopéyico, si los ideogramas representan palabras y no letras, ¿de cuántas teclas constan sus computadoras? ¿De treinta mil? ¿Cómo distinguen el énfasis si no pueden recargar un símbolo? ¿Habrá perdido sensibilidad su literatura?)
La encomiable labor de Lourdes Porta, quien ha traducido los cinco de los doce libros de narrativa que ha escritoMurakami, y que circulan desde hace un par de años en nuestras librerías (aunque dos de ellos asistida por Junichi Matsuura), se ve un poco empañada por su escaso conocimiento del rock; y no es que uno discrimine a los vetarros que consideran que el rock es música infernal, pero a Murakami le fascina el rock (como corresponde a la gente inteligente de su edad), para él es un dulce canto que lo hace soñar, y muchas de sus frases las salpica de referencias al rock; la penúltima de sus novelas vertidas al español lleva como subtítulo Norwegian Word, como la canción con la que John Lennon disfrazó un distinto amanecer, y además sus protagonistas hablan con citas de Dylan (a veces de otros no tan notables), y se la pasan cantando versos de Beatles y otros.
En una de sus páginas, mientras los protagonistas viven una más de sus típicas etapas de desamor y sobreviven al desastre de una separación, tienen una plática, y uno de ellos menciona la frase “Parsley, sage, rosemary and thyme”, que las interlocutora capta y contesta con ironía, pero la traductora, de la que no sabemos nada, ignora que es el título y uno de los versos de una canción (y de un álbum) de Simon y Garfunkel; en la escena, era vital que se comprendiera el sentido de la frase, pero Porta lo pasa por alto y lo traduce con más aroma gastronómico que musical, y el lector, que paga parte de sus honorarios por traducir, tiene que completar su labor, pero queda con la sensación de que algo falta, que el libro está incompleto, y no por la obra, sino por la traducción; hay que añadir que el editor tampoco hizo su labor, porque al revisar (cotejar, se dice en nuestro medio) no advirtió la referencia musical y dejó que perviviera la ignorancia. Igualmente se le pasó al corrector, si lo hubo.
Los lectores ya saben que al leer una traducción hecha en Madrid se topan con frecuencia con que los personajes van a encontrarse con “una tía”, y que a los traductores y a los editores no les importa que en Latinoamérica “una tía” siempre es referencia a un parentesco, no a la vulgaridad de una protagonista, no a una mujer de costumbres sexuales ligeras y de apariencia poco elegante, así que, aunque el lector de Murakami no sepa japonés, debe retraducir para gozar de sus muy disfrutables novelas.
Un ejemplo más: Paul Auster es un escritor muy complejo, heredero de la novela negra combinado con Fitzgerald y Faulkner y con la ironía de Malamud; sus tramas son cómicas pero angustiantes, lo que se hace aún más enfático por las pésimas traducciones a las que nos tiene acostumbrado Anagrama, de muchos otros méritos, pero no en ese terreno.
En La música del azar, un par de personajes mezcla de entre flauberescos y de Laurel & Hardy, en los ratos en que no están jugando poker (en una metáfora muy clara sobre la vida azarosa), se levantan a desayunar mientras leen en las páginas deportivas de un diario las “cajas de boxeo”; la primera imagen es tan desconcertante como un poema surrealista, y uno piensa en Dechamp explicado por Octavio Paz.
Pero no, los personajes no son cultos como su autor ni como sus lectores: lo que leen son los “box scores”, o sea el cuadro sinóptico y sintético con que se resume un juego de beisbol, y por el que, quien sabe leerlos, se entera cómo fue el juego, y contiene cuántos turnos fue al bat cada toletero, cuántas carreras anotó, cuántas produjo (aunque ahora el término producir se aplica a otro concepto; hoy se dice simplemente “empujó”), cuantos hits pegó, y en los más completos, su labor al campo (outs, asistencias y errores); por desgracia, al surrealismo de Auster se añade otro, involuntario, de su traductora Maribel De (sic) Juan.
No es culpa de los lectores que los españoles sean ignorantes del beisbol; así, en la antigua Plaza & Janés tradujeron la primera novela de Bernard Malamud, The Natural, y desde luego la titularon El mejor; “natural” en el deporte es exactamente igual que en español, un jugador natural, que hace excelentes jugadas sin gran esfuerzo, que tiene un don “natural” para batear, para fildear, para pitchear, y que además es elegante; “natural, digamos”, así que el cambio de título fue exactamente con el mismo criterio con que titularon Con faldas y a lo loco uno mucho más amable, como Algunos prefieren lo cálido (bueno, en México le pusieron Una Eva y dos Adanes).
Aunque la novela traducida pone en cursivas algunos términos como fielder y pitcher (si se trata de deportes, son absurdas las cursivas), el traductor J. Ferrer Aleu ignoraba (no sabemos si se puso al corriente después) los términos del beisbol, y en vez de decir que bateó la pelota hasta las gradas del center field, traduce como “la alcanzó con el palo y la lanzó hasta la vigésima fila de las gradas del centro del campo”.
Para acabarla, ni siquiera la tradujeron por la (comprobada) calidad de la novela de Malamud, sino por el éxito de la película protagonizada por Robert Redford y (bendito sea Dios), Gleen Close, Barbara Hershey y Kim Bassinger.
Tiene razón Vázquez Barrón, pero peca de puritano; lo peor es que en este número de La Gaceta no reconocen algunos pecados del FCE, como la traduction al francés d’Émile et Nicole Martel a la Antología de la poesía mexicana moderna, de Jorge Cuesta, donde cada poema es sistemáticamente despedazado, en un intento por denigrar a los Contemporáneos.
Esa traducción es equiparable a la que hacen los locutores de rock, que creen que “Every day with you, girl” significa “todo el día con tu chica” en vez de "todo el tiempo contigo"; que “I wish your love” quiere decir “te deseo amor” en vez de "deseo tu amor", o como los supuestos conocedores de Beatles, que traducen “I Will” como “lo haré” en vez de “quiero”, y “Every little thing” como “cada cosita” en vez de “los detalles que tienes conmigo”, que no es literal pero sí más exacto.

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