lunes, 19 de septiembre de 2011

Otro enijma de López Velarde

En su precioso ensayo sobre las erratas fecundas, Alfonso Reyes cuenta que, ante la insistencia de Juan Ramón Jiménez por el uso de la jota cuando es sonido fuerte, contra la g cuando es sonido suave, los amigos de Juan Ramón afirmaban que una virjen, así con jota, dejaba de serlo.
Reyes llegó a sostener polémicas, en su tono amable, por defender la X de México frente a escritores que insistían en escribir Méjico; aunque aceptaba que la jota era más aceptable en términos fonéticos y etimológicos, se impuso el uso de la X por recalcar nuestro pasado mexica, frente al colonialismo de una España que se aferra a escribir Méjico aun en sus más recientes ediciones de sus diccionarios; por referirse a las palabras usadas u originarias en México, no dejan de escribir “mejicanismo”, aunque remitan a “mexicanismo”, y así seguirán, porque también insisten en que 25 son más que cien y que mil.
Y en fin, Reyes usaba “México”, y uno de sus libros, donde habla de México, se llama La X en la frente. Hay que recordar que fue la generación de la Reforma la que propuso esa X, para acentuar la nacionalidad mexicana. Si nos atenemos a la colección Clásicos de la Historia de México, publicada por el Fondo de Cultura Económica, todos los tomos, facsímiles, dicen “México”, excepto los escritos antes de las guerras de Reforma y contra la Intervención, o sea el conservador Lucas Alamán y el muy liberal José María Luis Mora, quienes escribieron “Méjico”.
Una de las quejas constantes de Raúl Prieto contra la Madre Academia era su tozudez en seguir escribiendo (y diciendo) “Méjico” (y lo recalcan), como si Madrid siguiera siendo la metrópoli (Nueva Madre Academia, pág. 654, edición de Grijalbo, 1981).

Pues López Velarde escribía “Méjico”.
Si nos atenemos a la Poesía moderna de México, la antología preparada por los Contemporáneos y firmada por Jorge Cuesta, López Velarde dice “mientras una mexicana en su tápalo lleve los dobleces...” (“La suave Patria”), y en “El sueño de los guantes negros”, dice “Oh, prisionera del Valle de México”; Manuel Maples Arce, en su antología homónima no incluye “El sueño de los guantes negros”, por lo que sólo escribe “mexicanas” en “La suave Patria”; en una antología casi contemporánea, Poemas escogidos de Ramón López Velarde, con un estudio de Xavier Villaurrutia, Nueva Cvltvra, 1940), se usa la X en “México” y “mexicana”, y desde luego se repite en la reedición de la Biblioteca del Estudiante Universitario, El león y la virgen, en la que ya se le atribuyen a Villaurrutia el prólogo y la selección (hay diferencias en el prólogo y en el estudio). Villaurrutia y Cuesta conocieron a López Velarde, lo trataron, aunque con respeto y distancia, según lo refiere Salvador Novo, y a ratos con un poco de irrespeto. Manuel Maples Arce fue su amigo y lector, y no se sabe por qué no le respetó a López Velarde su uso de la jota.
Desde luego, en toda antología que se respete se incluyen “El sueño de los guantes negros” y “La suave Patria”, y en todos lados se respeta la X, no la jota: lo hace José Emilio Pacheco en Antología del modernismo, aunque no lo incluye en Poesía modernista, una antología general; Carlos Monsiváis, en sus tres versiones de Poesía Mexicana del siglo XX, incluye “La suave Patria” y en las tres versiones está con X. Así están “El sueño…” y “La suave Patria” en Ómnibus de poesía mexicana, de Gabriel Zaid, y en La suave Patria y otros poemas, con el prodigioso prólogo de Octavio Paz tomado de Cuadrivio; así está en la cuidadosa antología de Juan Domingo Argüelles, Dos siglos de poesía mexicana.
Existen las X en el Calendario de Ramón López Velarde, pese a que todo el material lo prestaba Alí Chumacero de su selecta pero nutrida biblioteca.
En cambio, en las Obras de Ramón López Velarde, la edición de José Luis Martínez para el Fondo de Cultura Económica, se respeta la jota; en su momento se lo comenté a Felipe Garrido y me recomendó que me fuera a las fuentes originales; era lo obvio: tengo El son del corazón, y en él aparecen con X tanto “México” como “mexicana”; “Viste primeras ediciones, no primeras publicaciones”, me amonestó. Y sí, acudí a El Maestro, la revista vasconcelista que dirigían Enrique Monteverde y Agustín Loera y Chávez, y en su número de septiembre de 1921 se publica por vez primera “La suave Patria”, dos meses y medio después de la muerte de López Velarde, y en sus páginas se conserva la jota de “mejicana”; también Guillermo Sheridan deja la jota en “El sueño…”, en su biografía de López Velarde, Un corazón adicto. Pero con jota está en la antología mínima preparada por Hugo Gutiérrez Vega para Material de Lectura de la UNAM, con un prólogo insistente en el erotismo de López Velarde, y con jota en Poesía en movimiento.

Tenía razón Felipe Garrido: hay que acudir a las fuentes originales. Así, sólo José Luis Martínez respetó la curiosa caligrafía y ortografía de López Velarde, cuyas jotas no pueden deberse a una errata; en algunas de sus prosas salta la palabra “México”: no muchas veces, pero salta; por ejemplo, en “Semana mayor”, de El minutero, en el primer párrafo, dice “Méjico fingía una necrópolis”; así aparece en el número 5 de la portada de la revista Pegaso (en la que participaba López Velarde, al lado de Efrén Rebolledo y Enrique González Martínez), de abril de 1917, pero en Obras (pág. 300) está “México”. ¿Por qué José Luis Martínez dejó la jota en los poemas pero la cambió por una X en la prosa?
El “Méjico fingía” muy cuidadoso significa que no creía que la g fuerte debía escribirse con jota, como ordena Juan Ramón Jiménez; sus “enigmas” y sus “vírgenes” con ge las diferencia muy bien de la jota de México, como decía Alfonso Junco en sus disputas con su tocayo Alfonso Reyes; ¿por qué razón López Velarde, mexicano como pocos, escribía la palabra con la jota tan española (“En la mitad de la clase / me reprendió el profesor / cuando dije que la jota / era un bailable español”, dice Francisco Gabilondo Soler en su muy hermosa jota “Jota de la jota”). Otro dato curioso es que en su antología Novedad de la patria y otros prosas de Ramón López Velarde (edición del Día Nacional del Libro, 1987), Felipe Garrido incluye “Semana mayor” y escribe México con X.
¿Se debía a su formación religiosa (de López Velarde)? Su prosa política, encomiada por muchos pero abjurada por otros, lo muestra partidario de Madero, pero no de la Revolución; tras el golpe contra Madero, López Velarde no se sumó al grupo de intelectuales que apoyó a Victoriano Huerta, aunque como muchos de ellos, rechazó el “baño de sangre” que dejó al país con muchas heridas; para muchos, Huerta representaba la vuelta al orden luego de la anarquía desatada por Madero, o por su gobierno; así, colaboraron con Huerta, Enrique González Martínez, Salvador Díaz Mirón, José Juan Tablada, Nemesio García Naranjo, José María Lozano, Alberto García Granados, Querido Moheno (estos últimos, presos en el Porfiriato por atacar al régimen; uno pensaría que era natural su acercamiento a Madero, no a Huerta), Jorge Vera Estañol, Carlos Rincón Gallardo, y muchos diplomáticos que no renunciaron a sus puestos, y que fueron depuestos a la caída de Huerta cuando Carranza asumió la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista.
López Velarde colaboró, de manera mínima, apenas secundaria, con Venustiano Carranza, y al final de su vida, por gestiones de José Vasconcelos, en el gobierno de Obregón, pero sin tratar con él, sólo con Vasconcelos.

Vasconcelos es uno de los principales promotores del arte mexicano, promovió a músicos, pintores y escritores, a que exaltaron al país, a la Revolución, y a la nueva grandeza mexicana; protegió y promovió a López Velarde en más de una ocasión, y se dice que tuvo que ver con el origen de “La suave Patria”, y ésta se publica por primera vez en El Maestro, que era el órgano, la voz oficial del Ministro Vasconcelos. ¿Cómo es que Vasconcelos, tan mexicano, haya permitido la jota en el “mexicana” de “La suave Patria”? ¿Cómo es que tantos antologadores han cambiado la X por la jota, en prosas y poemas? ¿Es traicionarlo escribiendo “México” y “mexicana” cuando él escribió “Méjico” y “mejicana”?

Apenas se sabe algo de los familiares de Ramón López Velarde; algo de sus padres, de sus tíos y de sus hermanos; nada de otros parientes, como los Berumen, los que no cambiaron el apellido. Uno de ellos, llamado Juan, un militar sin mucha fama (de militar, pero sí de castigador), casó con Marcela Mejía, hija de Pedro Mejía y Feliciana Salazar; de ese matrimonio nació Ramón Berumen Mejía, conocido como “El Hermoso Berumen”, famoso réferi de boxeo, el primer mexicano (¿mejicano?) en arbitrar una pelea de campeonato mundial de boxeo en que no estuviera involucrado un mexicano, y el réferi que apareció en más cintas mexicanas (en Pepe el Toro es su amigo César Arroyo el que sólo amonesta a Wolf Ruvinsky por abrirle una ceja al Torito de un cabezazo); hasta cerca de los ochenta años daba clases de volibol en el Parque Alemán, donde jugaba la Liga Lindavista. Mi tío Pepe, que vive ahora en la angustiosa Saltillo, me envía una fotografía donde aparecen López Velarde y el señor José González, segundo esposo de Mamá Chana, por lo tanto mi bisabuelo; no es raro, la provincia era muy chica y todos se conocían ("Esas gentes de Jerez / miel y veneno a la vez; / todititos son parientes / y ni uno se puede ver", Eugenio del Hoyo); pero conociéndose todos, ¿por qué se sabe tan poco de la vida de López Velarde y por qué haya tantos enigmas? ¿No es curioso que José Luis Martínez, cuidadoso editor de la obra de López Velarde, no haya mencionado a Maples Arce, no sólo porque hayan compartido andanzas de chirriscos, sino por innegables lazos entre la poesía de ambos? ¿Cuántas cosas desconocemos de nuestros escritores? ¿Y esas cosas deben influir en nuestra lectura de su obra? En el caso de Renato Leduc, por ejemplo, han estorbado. Se sabe, porque él lo dijo, que se involucró en la Revolución porque en donde trabajaba como telegrafista, una hermosa joven villista hablaba en las manifestaciones, hacía arengas, y Leduc y algún amigo se acercaban para espiarle las piernas bajo las faldas (los famosos upskirts actuales), y la siguieron a otras poblaciones, para seguir espiándole las piernas; ese dato, y muchas anécdotas han influido para ver en sus poemas un candente lenguaje erótico, combinado con un sentido del humor desarmante, iconoclasta, subversivo (“no creí que un favor tan ruin se me negase. ¿Solicitar tu mano? No conozco esos vicios”; “Soez, majadero, que prendan la luz”); por perseguir esos poemas se pierde de vista su excelente manejo del ritmo, de la acentuación, de la rima; poemas inteligentes, aunque perdamos de vista la inteligencia opacada por el albur, la petición sexual, el piropo atrevido, la descripción de la belleza femenina. Por seguir al poeta ingenioso dejamos de ver al poeta inteligente.

Hay muchos enijmas en la vida y la obra de López Velarde.

Según Óscar Sarquiz, un joven guitarrista, pianista, cantante y compositor famoso era el vivo retrato de Dorian Gray, porque envejecía mientras sus colegas se mantenían juveniles; así, Dèjá Lu envejece muchísimo mientras los demás siguen como si apenas tuvieran 50 años.

Adrián González no puede con la presión; no era lo mismo ser el mejor bateador de un equipo colero, que cargar con el peso de un equipo contendiente. ¿Síndrome del deportista mexicano? ¿Seguirá el mal fario de cuando fueron a verlo Carlos Slim y Marco Pulido?

lunes, 12 de septiembre de 2011

¿Cantor de la provincia o de los encantos femeninos?

A Ramón López Velarde se le clasifica de muchas maneras, pero casi siempre omiten una categoría, la que se desprende del erotismo en su obra; excepto José Emilio Pacheco, no siempre sus lectores la han observado, la mayoría de las veces por atender otras características de su muy rica, sugerente poesía, una de las más enigmáticas de nuestra literatura, y que se presta a tantas interpretaciones.
Murió soltero, recalca Gabriel Zaid, y anota que lo más probable es que haya sido a causa de su pobreza, pobreza que a su vez deriva de su negativa a colaborar con un gobierno que derrocó al que él apoyaba; pero también apunta (en Tres poetas católicos) la muy extensa variedad de mujeres a las que pretendió; no describe las otras relaciones, las que a veces asoman en algunos de sus versos, pero de las que no hay detalles; hay, sin embargo, algunas confidencias, que se han colado, furtivas; algunas de ellas: Manuel Maples Arce, que es casi lo opuesto a López Velarde en la poesía, narra cómo se iban a las afueras de las iglesias no a cumplir con el rito de la misa, sino a observar a las muchachas (de diferente estrato socioeconómico, según los horarios) y ver si tenían suerte en una época bastante laxa, debido precisamente a lo inseguro de la vida en tiempos revolucionarios.
Dice Maples Arce: “Era el poeta hombre de buena presencia, de rostro bondadoso y melancólico; vestía siempre de oscuro; su persona y su trato reflejaban la mayor pulcritud. No pocos domingos lo acompañé en sus paseos a la Plaza Orizaba y a la iglesia vecina de la Sagrada Familia [donde David Silva casa con Martha Roth en Una familia de tantas], a esperar la salida de misa de las muchachas que, en fascinante procesión, descendían las escalinatas. Pasaban delante de nuestros ojos aquellas rubias y morenas que encendían anhelos recónditos de nuestra sensibilidad. Bajo las claras mañanas y el cielo azul, aquella visión que se alejaba por los follajes del jardín era como una promesa de amor. López Velarde sentía vivamente el encanto de la belleza sensual, asociada a la glorificación de un rito. En sus poemas se perciben cualidades intuitivas: ‘Brazos sacramentales’, ‘La delicia que es mitad friolenta, mitad cardenalicia’, ‘Las lascivas soledades’. Cada ocho días nos encontrábamos en ese paseo en el que disfrutaba de su fina conversación al par que se estrechaba nuestra amistad…” (Soberana juventud, Universidad Veracruzana).
Miguel Capistrán sospecha que la neumonía fatal la contrajo por andar en algunas de esas andanzas, sin abrigo, y que no se cuidó ni antes ni después.
Otra de las confidencias, que podría motivas otras suspicacias, es que urgido como estaba de favores femeninos, no siempre tenía la disponibilidad para atenderlos, cuando se presentaban; la, digámosle con lenguaje actual, disfunción inoportuna le hacían rehuir algunas citas, pero se presentaba una cura momentánea, que debía aprovechar o la perdía por días o semanas enteras (¿"mi amargura impotente"?), y que una de ésas lo pescó desabrigado.
Sus biógrafos han sido discretos y benévolos con esta situación, si es que es real; lo real es que hay tres nombres constantes en la vida de López Velarde: Josefa de los Ríos (Fuensanta, personaje de los poemas primeros, los de La sangre devota); María Nevares, con quien tuvo una relación intensa pero ambigua, y Margarita Quijano, con la que no se sabe qué pasó, por qué terminaron; Zaid agrega a la pianista Fe Hermosillo; si no fueran tan trágicas estas historias, uno podría recordar, a propósito de los embates de López Velarde, las palabras de Fernando Soler en Mi querido Capitán: eso me pasa por andar como mariposa de flor en flor.
En muchos de sus poemas hay referencias eróticas que aparecen de manera súbita, y así desaparecen; no por eso son menos inquietantes; nunca es directo, pero nunca es tan sutil como para ignorar de qué habla: en “Ser una casta pequeñez…”, dice “Yo, sintiéndome bien en la aromática / vecindad de tus hombros y en la limpia / fragancia de tus brazos, / te diría quererte más allá / de las torres gemelas. // Dejarías entonces en la bárbara / novedad de mi frente / el beso inaccesible / a mi experiencia licenciosa y fúnebre.” En “Mi prima Águeda” hay varias referencias eróticas: “Águeda aparecía, resonante / de almidón, y sus ojos / verdes y sus mejillas rubicundas / me protegían contra el pavoroso / luto… Yo era rapaz / y conocía la o por lo redondo, / y Águeda que tejía / mansa y perseverante en el sonoro / corredor, me causaba / calosfríos ignotos… / (Creo que hasta la debo la costumbre / heroicamente insana de hablar solo.") “Nuestras vidas son péndulos” (casi cada verso es una referencia sensual, una historia esbozada, deliciosamente descrita): “¿Dónde estará la niña / que en aquel lugarejo / una noche de baile / me habló de sus deseos / de viajar, y me dijo su tedio? // Gemía el vals por ella, / y ella era un boceto / lánguido: unos pendientes / de ámbar, y un jazmín / en el pelo. // Gemían los violines / en el torpe quinteto… / E ignoraba la niña / que al quejarse de tedio / conmigo, se quejaba / con un péndulo. // Niña que me dijiste / en aquel lugarejo / una noche de baile / confidencias de tedio: / donde quiera que exhales / tu suspiro discreto, / nuestras vidas son péndulos… // Dos péndulos distantes / que oscilan paralelos / en una misma brisa / de invierno.”; “La tónica tibieza”: “Yo no sé si está presa / mi devoción en la alta / locura del primer / teólogo que soñó con la primera infanta, / o si, atávicamente, soy árabe sin cuitas / que siempre está de vuelta de la cruel continencia / del desierto, y que en medio de un júbilo de huríes, / las halla a todas bellas y a todas favoritas.” “Y pensar que pudimos…” (otra confesión indiscreta): “Y pensar que extraviamos / la senda milagrosa / en que se hubiera abierto / nuestra ilusión, como perenne rosa… // Y pensar que pudimos / enlazar nuestras manos / y apurar en un beso / la comunión de fértiles veranos… // Y pensar que pudimos, / en una onda secreta / de embriaguez, deslizarnos, / valsando un vals sin fin, por el planeta… // Y pensar que pudimos, / al rendir la jornada, / desde la sosegada / sombra de tu portal y en una suave / conjunción de existencias / ver las cintilaciones del zodíaco / sombre la sombra de nuestras conciencias…” (esa “sombra de nuestras conciencias” ¿no es una referencia al “Idilio salvaje” de Manuel José Othón: “Y en mí, ¡qué hondo y tremendo cataclismo! / ¡qué sombra y qué pavor en la conciencia / y qué horrible disgusto de mí mismo!”; igualmente, “unas inmensas ganas de llorar” recuerdan al “…ven a lavar tu ciprio manto / en el mar amarguísimo y profundo de un triste amor, o de un inmenso llanto”).
Las referencias eróticas se hacen más sutiles en Zozobra: “El viejo pozo”: “Besarse, en un remedo bíblico, junto al pozo, / y que la boca amada trascienda a fresco gozo / de manantial, y que el amor se profundice / en la pareja que lo siente, / como el hondo venero providente…”; “Que sea para bien”: “Ya no puedo dudar… Diste muerte a mi cándida / niñez, toda olorosa a sacristía, y también / diste muerte al liviano chacal de mi cartuja. / Que sea para bien… // […] Me revelas la síntesis de mi propio zodíaco: / el León y la Virgen. Y mis ojos te ven / apretar en los dedos –como un haz de centellas— / éxtasis y placeres. Que sea para bien…”; “Despilfarras el tiempo” (éste es otro prodigio de sutil atrevimiento, lleno de sugerencias): “Prolóngase tu doncellez / como una vacua intriga de ajedrez. // Torneada como una reina / de cedro, ningún jaque te despeina. // Mis peones tantálicos / al rondarte a deshora, / fracasan en sus ímpetus vandálicos. // La lámpara sonroja tu balcón; / despilfarras el tiempo y la emoción. // Yo despilfarro, en una absurda espera, / fantasía y hoguera. // En la velada incompatible, / frustrase el yacimiento incompatible, / y de nuestras arterias el caudal. // Los pródigos al uso / que vengan a nosotros a prender / cómo se dilapida todo el ser. // […] Y frente al ínclito derroche / de los tesoros que atesora / el yacimiento de las almas, algo / muy hondo en mí se escandaliza y llora.”
Hay algunos versos célebres que me parece que se han leído sin un erotismo que cada vez suena más desesperado; la lucha que se desata en López Velarde se hace más angustiosa, y las referencias cada vez más discretas; en “El retorno maléfico” hay una imagen muy descriptiva: “el amor amoroso de las parejas pares”, que no sólo es muy afortunada, sino la mejor para narrar de manera sintética un encuentro sexual; esa imagen la repetirá, con menos sutileza en “La suave Patria”: “Trueno del temporal, oigo en tus quejas crujir los esqueletos en parejas”. Esa ansiedad aparece en una imagen muy atrevida en “El mendigo”: “Prosigue descubriendo mi pupila famélica / más panes y más lindas mujeres y más rosas / en el bando de cuervos que la jornada célica / sus picos atavían con las cargas preciosas, / y encima de mi sacro apetito no baja / sino un pétalo, un rizo profundo, una migaja.”; igualmente, en “Idolatría” hay una imagen muy viva: “La Vida mágica se vive entera / en la mano viril que gesticula / al evocar el seno o la cadera, […] Idolatremos todo padecer, / gozando en la mirífica mujer.”; “La lágrima” es muy elocuente: “Encima / de la azucena esquinada / que orna la cadavérica almohada; / encima / del soltero dolor empedernido / de yacer como imberbe congregante / mientras los gatos erizan el ruido / y forjan una patria espeluznante; / encima / del apetito nunca satisfecho / de la cal / que demacró las conciencias livianas, / y del desencanto profesional / con que saltan del lecho / las cortesanas; / encima de la ingenuidad casamentera / y del descalabro que nada espera; / encima de la huesa y del nido , / la lágrima salobre que he bebido…”
“Todo” es uno de sus poemas más complejos, pero lo desentrañó José Emilio Pacheco con maestría en la Antología del modernismo; no lo repito, remito al lector a esa espléndida edición; sólo acoto que el centro del poema habla de las andanzas callejeras, cuando cada muchacha entorna sus maderas, y del enigma de no ser ni carne ni pescado. Y evoco una escena semejante en un libro contemporáneo a la poesía de López Velarde: Ulises, de James Joyce.
No insistiré en otros muchos poemas donde se ocultan, y saltan de manera traviesa y subrepticia, las imágenes de mujeres castas (palabra que se repite con inquietante frecuencia en su poesía) que se quedan esperando, porque él fue tan maravillosamente casto; sólo añado que hemos leído mal, con demasiado pudor, “La suave Patria”, y algunos hasta insistieron en que debía de ser nuestro verdadero himno nacional, sin ver que habla más de las mujeres que del concepto patriótico, el cual fue sólo un pretexto, tal como lo dice en el “Proemio”, porque al poeta le gusta hablar de la “exquisita partitura del íntimo decoro”, pero le encargaron una tarea para la que no es apto (a la manera del tenor que imita la gutural modulación del bajo), y cumple con ella.
Pero las imágenes eróticas, aparte de la exquisita partitura del íntimo decoro, se multiplican: “¿Quién, en la noche que asusta a la rana, / no miró, antes de saber del vicio, / del brazo de su novia, la galana / pólvora de los fuegos de artificio?” (Esa imagen también aparece en el Ulises; ambos, "La suave Patria" y el Ulises son de 1921); “tú vales por el río / de las virtudes de tu mujerío”; “creeré en ti mientras una mejicana / en su tápalo lleve los dobleces de la tienda, a las seis de la mañana, y al estrenar su lujo, quede lleno el país, del aroma del estreno.” “quiero raptarte en la cuaresma opaca, sobre un garañón, y con matraca, y entre los tiros de la policía” (en las rancherías cercanas a Jerez se acostumbraba “lazar” a las muchachas, es decir, raptarlas, así que a la familia no le quedaba más que aceptar los hechos consumados); y qué imagen tan bella la de “las cantadoras que en las ferias, con el bravío pecho, empitonando la camisa, han hecho la lujuria y el ritmo de las horas.”
Una de las escenas más bellas, y que los críticos no han recalcado, es que López Velarde, más que cantar al heroísmo del joven abuelo Cuauhtémoc, se lamenta no de su derrota, sino que a ella, a todo lo que sufre (la piragua prisionera [cuando Cortés lo captura], el azoro de sus crías [el desconcierto de los mexicas al toparse con los hombres blancos y barbados, mitad bestias], el sollozar de sus mitologías [la religión desplazada por el cristianismo], los ídolos a nado [la ciudad derrumbada, flotando sobre las aguas, con las estatuas, las figuras de los dioses aztecas], hay que agregar que lo hayan separado de su mujer, en pleno acto amoroso (y por encima, haberte desatado del pecho curvo de la emperatriz).
Me quedan pendientes algunos enigmas más de López Velarde, que expondré en la próxima.

Dèjá Lu no se conforma con copiar a José Emilio Pacheco; ¿por qué tiene que copiarme a mí?

“Ni siquiera ahora voy a negar la cruz de mi parroquia.”

lunes, 5 de septiembre de 2011

Ateneístas "lúdicos", y grandes literatos

La generación del Ateneo es una de las más brillantes en la historia del país, y el número de sus integrantes es impresionante; los unió el deseo de progreso, de renovación de la cultura, la civilización mexicana, las ganas de experimentar; la inteligencia, los conocimientos, la voracidad de lecturas de clásicos y de contemporáneos; los separó el huertismo, la segunda etapa de la Revolución, y las mujeres, en más de un caso.
Se respetaban entre sí: Martín Luis Guzmán dijo de José Vasconcelos: “…era para nosotros el genio. En todo se traslucía así: en sus hechos, su pensamiento, los escritos que nos leía. Desde el punto de vista de dar forma literaria al pensamiento es uno de los grandes valores que ha producido México. Dicen –él mismo lo ha dicho– que es desaliñado; sin embargo, cuando uno lo lee no lo advierte, porque cabalga sobre las ideas. En las cenas… nos leía unas cuantas cuartillas. En ellas cuidaba minuciosamente el estilo. Quedábamos en suspenso, fulminados por su prosa magnífica… Su obra es como él mismo: grande en sus errores, grande en sus aciertos, inconmensurable en sus contradicciones, en sus injusticias. Si al pensamiento de Sócrates lo guiaba un demonio, al de Vasconcelos lo guía el demonio de la pasión… Si Vasconcelos hubiera sido consecuente con sus grandes facultades y con su genio creador, hubiera sido en las letras nacidas al calor de la Revolución lo que es Diego Rivera en la pintura.”
A su vez, Vasconcelos dijo: “En México existen dos personas que tienen el don del estilo: Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán. De los dos, prefiero a Martín, que tiene el mayor número de cosas qué decir y que, además, se compromete… Entre todos los libros suyos prefiero La sombra del Caudillo, porque allí no nos engaña mostrándonos la grandeza de seres inexistentes, sino que denuncia los corrompidos métodos electorales del obregonismo.”
(Ambas declaraciones están tomadas de 19 protagonistas de la literatura mexicana del siglo XX, de Emmanuel Carballo, Empresas Editoriales, 1965.)
Sin embargo, en La tormenta, Vasconcelos narra: “Desde Panamá había escrito a Rigoletto, anunciándole mi próxima llegada a Nueva York. En vista del trastorno sufrido en Jamaica, le avisé por telégrafo la nueva partida que hacía desde Santiago. Le pedía que informara a Villarreal y a los amigos. Y no sospechaba que estuviera en contacto con Adriana. La respuesta de mi último mensaje me llegó a bordo, la antevíspera de nuestro arribo a Nueva York. Y fue lacónica; decía más o menos: ‘Adriana y yo unidos, te esperamos desembarcadero’… Al principio no entendía. Lo último que me hubiera ocurrido era tenerlo de rival, y menos de sustituto. Absurdo como era el caso, no sé por qué no le creí en el acto, y lentamente me fui dirigiendo al camarote… era un golpe de tal maldad, de refinada venganza, que preví aun las excusas, el amor súbito, irresistible a lo Pelleas y Melisande, aunque sin dagas de por medio. El suplicio chino que así me tomaba el alma me doblegó; me dejé caer en la cama, y con las manos en la frente me puse a llorar… Lloraba por mí, pero también por ella, que tan bajo caía después de ser tan altiva… No estuvo en el muelle Adriana, pero sí, obsequioso y reservado, Rigoletto… [Vasconcelos lo increpa, y lo interroga; ¿por qué no había ido Adriana; Rigoletto le dice que lo espera en su casa y quiere que vayan para que hablen]…–¿Y qué es lo que hablaremos? –interroga Vasconcelos: –Pues te quiere decir que se ha enamorado de mí y te pedirá que la dejes en paz. Tus cartas la tienen muy ofendida. Me las ha mostrado. ¡Qué quieres que te diga! Es un caso terrible. Lo lamento yo el primero, pero nos queremos…” (Edición del FCE.)
Rigoletto, tan disminuido en las páginas de Vasconcelos, es Martín Luis Guzmán, quien le andaba pedaleando la bicicleta a su amigo: dice Guzmán en una carta de marzo de 1916 a Alfonso Reyes (Medias palabras. Correspondencia 1913-1959, UNAM, edición de Fernando Curiel, 1991): “Pepe Vasconcelos: tan bueno, inteligente y contradictorio como le conocimos. Come el pan con sus hijos y su esposa, y bebe la miel de la misma rosa. La rosa no se ha marchitado; el tono languidece, pero los pétalos son siempre frescos. Estas rosas encuentran fácilmente jugos alimenticios en la tierra neoyorquina. ¿Son verdaderamente inteligentes estas rosas?”. Curiel acota: ¿Quién es “la misma rosa”? Elena Arizmendi, sin duda. La Adriana que le despoja a Vasconcelos mientras éste se encuentra en Perú. En otra carta, que Curiel fecha en enero de ¿1917? Guzmán dice: “El helenismo –la tradición manda escribirlo con h– está aquí; cerca de la pluma que esto escribe, lo llevo en el corazón…”.
Elena Arizmendi se interpuso entre los amigos, y en ambos despertó pasiones.
Guzmán fue siempre un hombre discreto, pero también disfrutó del encanto que producía en las mujeres que, incluso las famosas, lo escuchaban, arrobadas. Vasconcelos, más entregado, vivió varios romances, que malamente disimuló en sus memorias, o al menos son de todos conocidos esos amores. En un pasaje de La sombra del ángel, de Katherine S. Blair describe a Vasconcelos, cuando le dicta una carta a Antonieta Rivas Mercado; a la mitad de un párrafo, interrumpe y exclama: “¡qué bonitas piernas tiene usted!”; Rivas Mercado, turbada, le pide que siga con la carta; Vasconcelos la asedia, la persigue, hasta que la consigue, lo que provoca un conflicto enorme en Rivas Mercado, enamorada del pintor Manuel Rodríguez Lozano, a quien considera lo ha engañado al acceder a las peticiones de Vasconcelos. Valeria y Adriana en sus libros, Rivas Mercado y Arizmendi en la vida real, llenan de pasión varias páginas de Vasconcelos; hay que recordar que esos romances los vivió con plenitud como aventuras extramaritales, y que en diversas ediciones posteriores a las primeras bajó el tono, en las llamadas ediciones expurgadas; por fortuna, nunca dejaron de circular las primeras, y el texto fue restaurado en la edición del Fondo de Cultura Económica. Julio Torri, su compañero ateneísta, opinaba: “Me gustan las primeras ediciones de sus memorias; las nuevas ediciones expurgadas no me interesan”.

La lista de los miembros del Ateneo es extensa e imprecisa; Juan Hernández Luna, en el prólogo a las Conferencias del Ateneo de la Juventud, menciona a Reyes, Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña, Julio Torri, Enrique González Martínez, Rafael López, Roberto Argüelles Bringas, Eduardo Colín, Eduardo Joaquín Méndez Rivas, Alfonso Cravioto, Antonio Mediz Bolio, Jesús Acevedo, Martín Luis Guzmán, Diego Rivera, Roberto Montenegro, Manuel Ponce, Julián Carrillo, Carlos González Peña, Isidro Fabela, Manuel de la Parra, Mariano Silva y Aceves y Federico Mariscal, pero omitió a Nemesio García Naranjo y a Efrén Rebolledo, a quien consideran miembro externo del grupo.
Uno de ellos, célebre, tuvo una muerte gloriosa; falleció, como Rock Hudson en una serie de televisión, en pleno acto sexual, pero en una casa que no era la suya.

El ateneísta menos sospechoso de furor es Enrique González Martínez; sus muchos libros, casi todos inconseguibles, han hecho que se le conozca por los poemas recogidos en casi todas las antologías, y en donde coinciden en la temática: reflexivo, cuasi religioso, pensativo; sin embargo, frente al tumulto de admiradoras jóvenes, él se define como “algo menos que amante y más que amigo”, parafraseando a Shakespeare en Hamlet.
No sólo tiene ese coqueteo, inquietante además; en algunos de sus poemas se acerca al erotismo de Efrén Rebolledo o al de, antes que ellos, Manuel M. Flores. Dice González Martínez: “Ya dejas el plumón. Las presurosas / manos desatan el discreto nudo, / y queda el cuerpo escultural desnudo, / volcán de nieve en explosión de rosas. // El baño espera. De estrecharte ansiosas / están las aguas, y en el mármol mudo, / un esculpido sátiro membrudo / te contempla con ansias amorosas. // Entras al fin y el agua se estremece. / En tanto, allá en el orto ya parece / el claro sol de refulgente rastro. // Y cuando ufana de la fuente sales, / de tu alcoba a los diáfanos cristales, / por mirarte salir, se asoma el astro.”; en otro: “Del arroyo en las límpidas aguas, / medio oculta del bosque en las frondas, / se bañaba desnuda y tranquila / luciendo sus bellas y clásicas formas. // Los cabellos, cual velo de oro, / le cubrían la espalda marmórea, / y del agua prendida en los rizos, / la luna en diamantes trocaba las gotas. // Asombrado quedé, con el alma / a la par conmovida y absorta; / mas la luna escondióse en el cielo / y entre ella y yo puso sus velos la sombra… // He querido olvidarla y no puedo. / Cual relieve esculpido en la roca, / ha quedado grabada en mis sueños / la bella desnuda de clásicas formas.”; “Fue un beso tan fugaz que rozó apenas / la frente virginal y escapó luego; / mas de allí al corazón cundió su fuego / y corrió por la sangre de las venas. // Las dichas del amor, antes serenas, / trocáronse en mortal desasosiego… / ¡Ay! ¿cómo pudo envenenar tan luego / si la cándida frente rozó apenas? // ¡Oh, beso engañador, oh, beso aleve! / ¿Cómo diste a beber en toque leve / el ponzoñoso filtro de tus penas? // ¿Cómo en las garras del dolor, cautivo / dejaste un corazón, beso furtivo / si la tez virginal rozaste apenas?”; “Canta, mi bien. Al peso del racimo / la vid inclina su follaje umbroso / y con abrazo estrecho y amoroso / busca en el tronco paternal, arrimo. // De la naturaleza el don opimo / bien merece tu canto melodioso; / canta, mientras el jugo delicioso / en la ancha copa de cristal exprimo. // Bebe… ¿Te sientes mal? Ya el vino asoma / a tus blancas mejillas, en rubores, / y en fulgores extraños, a tus ojos. // Ya tu frente en mi pecho se desploma… / Y yo me embriago de placer y amores / libando el néctar de tus labios rojos.”; “¡Y vi tu desnudez!… ¡Cuánta blancura / atesora tu cuerpo alabastrino! / En ti forjó la mano del destino / un templo de alabastro a la hermosura. // En ese fondo de inviolada albura / sólo forman contraste peregrino / de tus ojos lo azul –cielo divino– // y el oro de tus crenchas –onda pura. // ¡Y vi tu desnudez!... Nada más blanco / que el armiño sin mancha de tu flanco / de carne púber que al placer invita; // y vi tus senos, que en tus manos domas / como indócil pareja de palomas / que al beso del amor tiembla y palpita.”; “Amada, ven. Del campo la verdura / salpican ya las tempraneras flores, / y el enjambre de pájaros cantores / sus trinos lanza en la arboleda oscura. // Mira, desde el cenit el sol fulgura / en torrentes de luz abrasadores, / y es una alegre fiesta de colores / al ósculo del viento la llanura. // Entre las redes del amor opresos, / miraremos pasar en dulce halago / del río paternal las claras linfas, // y al estallar de mis amantes besos, / verás bañarse en el azul del lago / blancas, desnudas y en tropel las ninfas.”; “Ella se niega mientras él insiste; / fogoso el amador, tenaz la bella, / en jiras el jubón de la doncella / la lucha apenas del amor resiste. // Casta no cede; pero mira triste / de aquel retozo la patente huella, / y con falsos lamentos se querella / y de astucia y de bríos se resiste. // Por escapar de los robustos brazos, / de un empellón, cual víctima inmolada, / rueda el cántaro al fin hecho pedazos. // Queda atónito él, ella pasmada; / mas pasa el susto y vuelven los abrazos / tras una estrepitosa carcajada…”; “En tus sedas, frufrúes tentadores / hablan de amor con misterioso acento; / de tu corpiño azul, brota opulento / tu blanco busto como un haz de flores. // En tus ojos, eróticos fulgores // se agitan con extraño movimiento, / y en tu ventana el vagaroso viento / lascivo entona su canción de amores. // En el cristal bohemio se consume / sutil esencia y mezcla su perfume / con el perfume lánguido que exhalas, // y en propicio rincón de la arboleda /–vencido mármol—se desploma Leda / bajo un cisne de opresoras alas.”; “Como al polo el imán va mi deseo / en pos de ti con insistencia loca, / y sueño con las mieles de tu boca / y en todos tus encantos me recreo. // ¡Ah! pero sé que es humo y devaneo / toda ilusión cuando se alcanza y toca, / y aunque eres onda que a besar provoca, / al llegar a tus linfas titubeo. // Todo mi ser al tuyo se convierte; / mas tiemblo al sospechar que al poseerte / destruye la pasión que me avasalla… // ¡Ah, si pudiera eternizar la vida / de una frase de amor interrumpida, / y el espasmo de un beso que no estalla!”.
Y hay muchos ejemplos más de este erotismo inocente pero impetuoso del poeta que se quitaba piadoso las sandalias por no herir las piedras del camino.

En los diarios, sobre todo los literarios, se exponen aspectos demasiado personales; así, se entiende el entusiasmo de Alfonso Reyes al admirar piernas femeninas expuestas con tanto desenfado, como la girl del barco; pero unos días más tarde le escribe a Julio Torri: “Julio, las muchachas yanquis (tú ya lo sabes, profesor de cursos de verano) usan las medias enrolladas debajo de las rodillas, y en todos los deportes enseñan los muslos desnudos. Cuando, en Holiday, de Waldo Frank, Virginia Hade le ofrece al negro Cloud cambiar navajas, como lleva la suya en la media, se levanta las faldas y deja ver las rodillas blancas. Final: linchamiento del negro.” Jaime García Terrés, indiscreto, cuenta que Torri usaba su biblioteca privada para presumirla a sus arrobadas alumnas, a quienes se las mostraba en privado. Y no son ellos los más seducidos por el erotismo en la literatura.

Es un vicio detestable que cunde no sólo en las publicaciones periódicas, sino en muchos libros aparentemente serios, hablar de “planes para el futuro”; una redundancia que se cuela hasta en las mejores páginas de buenos escritores; en realidad, el único que hace planes para el pasado es Dèjá Lu.

lunes, 29 de agosto de 2011

Alta literatura y bajas pasiones

“La supuesta pasión elevada, desdeñosa de todo lo que no sea ella misma, que los futuros progenitores se profesan mutuamente no es en el fondo más que una locura muy singular, que hace que un hombre enamorado esté dispuesto a entregar todos los bienes de este mundo a cambio de poder acostarse con una mujer dada, la cual, en definitiva, no le dará nada que no hubiera podido darle cualquier otra”, dice Schopenhauer; ¿por qué suponemos que esa mujer dada es de hombros estrechos y caderas anchas, pechos exuberantes (de las que también llamaban la atención del filósofo), cara agraciada y por lo regular de gesto fiero, o pícaro, y de ojos de papel volando? ¿Será que la historia ha sido recurrente en casos como ésos?
¿La historia? La historia ha sido discreta, pero no sus actores.
Doña Guadalupe Monroy, quien estuvo a cargo de la investigación de la vida cotidiana durante la República Restaurada (Historia Moderna de México, tomo 3, Vida Social), dice que pocas ocasiones “ha contado México con un grupo de escritores de la calidad que entonces tuvo”, y hace un recuento breve pero significativo: Sierra, Mateos, Cuéllar, Altamirano, Prieto, Acuña; pudo haber citado varios más, como los asistentes a las tertulias de Rosario de la Peña, entre ellos Acuña y Prieto, pero también Barreda, Ignacio Ramírez, José Martí, Manuel M. Flores, Agustín F. Cuenca. Y andaban en esos años Manuel Payno, Juan de Dios Peza, Vicente Riva Palacio…
Es mucho repetir la historia de Acuña, Laura Méndez, Cuenca, Rosario, Flores: suicidio, enfermedades venéreas, adolescencia apresurada y soledad (Soledad) arrepentida, amores trágicos; no es el “Nocturno” de Acuña la mejor expresión literaria de esos conflictos, esos amores mal correspondidos y bien calabaceados, sino el soneto de El Nigromante, que a la avanzada edad de 55 años se considera viejo para alcanzar la gloria de la intimidad con De la Peña, y se declara derrotado: “hoy de mí mis rivales hacen juego / cobardes, atacando en gavilla / y libre yo mi presa al aire entrego”; los testimonios, subjetivos, dan sólo una idea de cuáles eran las cualidades que llamaba la atención de tanto hombre talentoso, culto, que dejaron obra sólida pese a los tiempos difíciles que les tocó vivir.
La pasión por De la Peña no es el único caso que habla de la debilidad por la carne; el adusto Ignacio Manuel Altamirano, quien había reaccionado, como casi todos, indignado por el can-can que causaba furor en los teatros de la ciudad de México, de pronto recapacitó: “Hace un año que nos desgañitamos algunos amigos y yo gritando contra el can-can. A pesar de las buenas y graves razones que entonces expusimos, el público corría desatado a ver Los dioses del Olimpo, el can-can del circo de Chiarini [el más popular de la época] y después a la Torreblanca y su séquito de sílfides pantorrilludas”.
Si de alguien tan serio y grave como Altamirano viene esa repentina admiración por las piernas femeninas, no son de extrañar entonces las expresiones de admiración de Alfonso Reyes ante la visión de otras hermosas piernas femeninas…
Pero no debo adelantarme: que la pasión se apoderó de los escritores mexicanos, hay muchos ejemplos, de los que mencionaré unos cuantos, circunscritos a la generación del Ateneo, aunque quedan ganas de citar al clérigo fray Manuel de Navarrete, otros versos candentes de Altamirano, del muy ardiente Manuel M. Flores, y, entre los poetas mayores del siglo XIX en que no estuvo ausente el erotismo, la pasión desenfrenada, la posesión, los amores clandestinos (Díaz Mirón, capaz de ternura y de violencia al mismo tiempo, describe: “la vi tendida de espaldas / entre púrpura revuelta… / Estaba toda desnuda / aspirando humo de esencias / en largo tubo escarchado / de diamantes y perlas. / / Sobre la siniestra mano / apoyada la cabeza, / y cual el ojo de un tigre / un ópalo daba en ella / vislumbres de sangre y fuego / al oro de su ancha trenza. / / Tenía un pie sobre el otro / y los dos como azucenas, / y cerca de los tobillos / argollas de finas piedras, / y en el vientre un denso triángulo / de rizada y rubia seda. / / En un brazo se torcía / como cinta de centella / un áspid de filigrana / salpicado de turquesas, / con dos carbunclos por ojos / y un dardo de oro en la lengua. / / Tibias estaban sus carnes, / y sus altos pechos eran / cual blanca leche vertida / dentro de dos copas griegas / convertida en alabastro, / sólida ya pero aún trémula. / / ¡Ah! Hubiera yo dado entonces / todos mis lauros de Atenas / por entrar en esa alcoba / coronado de violetas, / dejando con los eunucos / mis coturnos a la puerta.” Y los amores fugaces, prohibidos, culpables, descritos en “Música de Schubert” y en “Nox”, y la obsesión narrada en los dos sonetos de “La Giganta”; o Manuel José Othón, quien cedió a una pasión tardía, extramarital, se diría hoy; está por narrarse la historia completa, con nombres y fechas; lo importante es la descripción de ese amorío, que se lo achaca a su amigo Alfonso Toro, pero donde cuenta cómo se obsesionó por una mujer de rasgos indígenas, muy hermosa, de cuerpo arrebatador, a la que no pudo resistirse; en ocho sonetos relata ese amorío, que culmina con un encuentro sexual, tras el cual vino el arrepentimiento, las lamentaciones, el temor a ser descubierto, expuesto. Comienza con reclamos [“¡Por qué a mi helada soledad viniste…?”], le sigue la clandestinidad [“Mira el paisaje: inmensidad abajo, inmensidad, inmensidad arriba”] y la sordidez de lo prohibido [“Silencio, lobreguez, pavor tremendos que viene sólo a interrumpir apenas el galope triunfal de los berrendos”], el erotismo [“En la estepa maldita, bajo el peso de sibilante brisa que asesina, yergues tu talla escultural y fina, como un relieve en el confín impreso… y destacada contra el sol muriente, como un airón, flotando inmensamente, tu bruna cabellera de india brava… las lianas de tu cuerpo retorcidas en el torso viril que te subyuga con una gran palpitación de vidas”]; ante los hechos [“Flota en todo el paisaje tal pavura, como si fuera un campo de matanzas…”] viene la desolación [“Y allí estamos nosotros, oprimidos por la angustia de todas las pasiones, bajo el peso de todos los olvidos. En un cielo de plomo el sol ya muerto; y en nuestros desgarrados corazones el desierto, el desierto… y el desierto”]; el deseo persiste [“al verberar tu ardiente cabellera, como una maldición, sobre tu espalda”] pero vienen las justificaciones y el deseo de no volver a pecar [“En tus aras quemé mi último incienso y deshojé mis postrimeras rosas… Quise entrar en tu alma, y ¡qué descenso! ¡qué andar por entre ruinas y entre fosas…” ] Para ella fue una aventura [“…¡Qué resta ya de tanto y tanto deliquio? En ti ni la moral dolencia, ni el dejo impuro, ni el sabor del llanto”] pero para Othón, algo que cargará toda la vida [“qué sombra y qué pavor en la conciencia, y qué horrible disgusto de mí mismo!”]).
Pero como dijo Tito Guízar, eso que dijeron en verso tienen que repetirlo en prosa.
Más jubilosos, los ateneístas muestran un gusto y un placer ante la mujer: Alfonso Reyes, el 10 de octubre de 1924, observa a una gringuita en el barco donde se dirige a Europa: “La girl rubia que lleva las medias enrolladas debajo de las rodillas, y enseña los muslos desnudos al jugar con los discos, al desplantarse, juguetea con los stewards y es un ejemplo de la yanqui vulgar que los europeos tomarían por esposa...”; dos días después vuelve a mencionarla, luego de proclamar satisfecho sus coqueteos con otras turistas: “Me divierto mucho con los libros de puzzles… que traen Mrs. Jackson y algunas otras damitas yanquis. Acuden a mí para todas las palabras eruditas, de lenguaje general, parecidas en todas las lenguas, de raíces grecolatinas… Hoy, por la noche, en el salón, se han ido despidiendo de mí. Entre ellos se va la girl de las piernas, que no contenta con flirtear con los stewards, deja muy enamorado al doctorcillo holandés de a bordo”; el 29 de diciembre de 1931 habla de una cena en la embajada mexicana en Brasil: “La gente se puso alegre. No se querían ir. Madeleine [“Mme. Foujita”] cantaba y bailaba con las piernas al aire que era un primor”.
En los poemas que escribió en Brasil hay algunos que superan en calor a los de Efrén Rebolledo; en algunos hay picardía (“¡Armonía natural / que reina en mi gallinero: cada vez que canta un gallo, pone la gallina un huevo!”; “Yo quiero mirar al mundo por aquel agujerito: como estará más redondo parecerá más bonito”; "¡Ay del que, teniendo dos manos, es manco para el bis tal vez! Que, como dicen los peruanos, Arrugas y canas son ganas; arrastrar los pies y no poder otra vez es vejez”), pero en otros hay impaciencia por una mujer (“Brasil ¿me das a la moza que ha tiempo he dado en querer? Mira que si me la niegas enloquezco, y yo no sé… […] no se diga que me pierdo por culpa de una mujer”; “Ojos de azúcar quemada, no te quiero ver sufrir. Boca diminuta hecha de pellizco y de mohín, no te quiero ver sufrir. Como saltaba tu cuello en un ahogo sin fin, dos tórtolas asustadas se te querían salir. Ojos de azúcar quemada, no te quiero ver sufrir. Manos nerviosas, delgadas, pies que temblaban así, pequeños hombros redondos que me llegan hasta aquí, los taloncitos helados y el vientrecito febril. ¡No te quiero ver sufrir”! ¡No te quiero ver sufrir!” “…Dan las mulatas del Mangue, desnudas a la mitad, de ahuacate y zapotillo la cosecha natural. ¡Y yo, soñando que vero piraguas por el Canal, rebozos y trenzas negras en que va injerto el rosal! Entre luz de dos visiones refleja y libra el cristal; dos madejas enlazadas se tuercen en mi telar…”; “En el más cariñoso lecho me siento morir, cuando en la naturaleza toda mansa como jardín. Muelle, el ala del ángel blanco –¡qué piedad, qué ternura al fin!– primera vez rosa mis hombros como el arco roza el violín… ¡Y yo que viví tantos años, tantos años como perdí, sin dar oídos a la esfinge que susurraba junto a mí! Yo no sabía que la vida se reclina y tiene así en esa gula de la nada que es su diván, es su cojín”; o los poemas "Salambona", "Amor que aguantas…" o "Retrato".
En el tercer tomo de su diario se relata, como se relata en los poemas escritos en Río de Janeiro, una historia de amor clandestino, por el que no quiere abandonar Brasil; se insinúa la culpable, pero no se atina a decir su nombre; ya en México, más compuesto, escribe varias historias que rezuman erotismo al mismo tiempo que gracia; varias están en El licencioso, pero hay otras sueltas, como la cuñada de los Henríquez Ureña, como la mujer del fotógrafo por la que no se condenó Reyes, que hablan de su pasión por las mujeres, y sobre todo por el instinto sexual que despiertan en los hombres.
Muchas historias alrededor de Julio Torri se resumen en “Inicio de cursos”, de Guillermo Sheridan (en Cartas de Copilco y otras postales y en Lugar a dudas): “En la entrada a la facultad, Dante supervisa los tianguis de libros viejos, nuevos y robados. Gómez de la Serna muestra los mofletes; Torri aprovecha su sitio en el suelo para espiarle los calzones a las estudiantes…”; se sabe que su mítica biblioteca albergaba, además de numerosos incunables, primeras ediciones valiosísimas, muchos libros en donde se describía, o se dibujaba, los actos sexuales más audaces y arriesgados; en una carta enviada a Alfonso Reyes confiesa, él tan discreto, la relación con una girl: “Hubo unos cursos de verano que fueron un completo éxito. Vinieron unas norteamericanas encantadoras… Adquirí una amistad preciosa, Miss Brown… alta y grácil como un joven elefante… Me ha dicho que desearía permanecer en México un poco más de tiempo para hacerme metodista. Ya sabe canciones mexicanas, que yo le repaso en el Ford, cuando la restituyo a su hotel por las noches (una amistad perfecta en que la malicia no encuentra pantorrillas que morder). Está llena de datos falsos sobre México y sobre los mexicanos, pero como está predestinada a no entendernos nunca, yo dejo seguir el automóvil y caer la lluvia. Gómez Robelo está enamorado de ella. Cuando no está ninguno de nosotros dos con ella, Ricardo y yo nos abrazamos y suspiramos. Ella nos es vagamente infiel a cada uno con el otro… Yo he adelantado mucho en inglés con ella”. Texto que contrasta con uno de sus escritos magistrales, “Mujeres”, en que resume la frase de Schopenhauer con que comienzo ésta: “Las mujeres asnas son la perdición de los hombres superiores”.
No son los únicos ateneístas poseídos por la pasión carnal. En la siguiente me detendré en varios de ellos, incluso no sospechosos de tales debilidades.

Me estoy convirtiendo en un perfecto hipocondriaco.

Para que Ichiro Suzuki complete once temporadas con porcentaje superior a .300 y más de 200 hits, debe batear .925 en lo que resta de la temporada. Simplemente no es tan perfecto como parecía, y quedará muy lejos de las marcas de más campañas consecutivas arriba de .300;, al parecer, atrás de Cap Anson, Rod Carew, Ed Delahanty, Frank Frisch, Bill Hamilton, Harry Heilman, Roger Hornsby, Willie Keeler, Stan Musial, Ty Cobb, Al Simmons, Honus Wagner, Paul Waner y Ted Williams.

lunes, 22 de agosto de 2011

Placeres prohibidos

I

Era comida dominical, pero no exactamente barata; por lo regular se prefería comprar un pollo rostizado, al que en las panaderías donde los preparaban añadían rebanadas de papas, fritas en el jugo que soltaban los pollos, y añadían chiles serranos harto picosos.
Más bien las tortas eran lo que se llevaba al recreo, porque no era necesario que se comieran calientes; incluso las de frijoles refritos aguantaban las dos horas y media entre el ingreso a clases y el recreo; lo malo es que no había muchas posibilidades de variaciones: frijoles, cajeta, leche condensada, queso supremo; las madres sádicas ponían nata a las tortas de los hijos. Las más sabrosas, las de leche condensada, ni modo, se escurrían y manchaban, pero todo lo compensaba el sabor; lo mismo sucedía con las de cajeta, aunque tantito menos. Para los que comemos lento, la media hora del recreo era insuficiente. Y comerlas a diario hacía aburrida la rutina.
No fue sino hasta mediados de los años sesenta en que las redescubrí, gracias a la tortería que estaba fuera del entonces tranquilo paso de avenida Hidalgo a Balderas, donde ahora se encuentra una casa de la cultura dicen que apropiada pero no por agentes de la cultura, y muy cerca de la estación Hidalgo del Metro: Tortas Robles; no eran las más sanas, pero sí las más populares de los alumnos de las escuelas cercanas: la Vocacional 1, la Prepa 4, la Anexa, la Normal; extraordinariamente baratas, la variedad era poca, y con decir que las de queso de puerco eran las mejores se dice bastante más de lo que se debiera; costaban, en esa época, entre un peso y 1.50; lo mejor eran las fotografías de famosas y no famosas en lo que ahora se llama “upskirt”, o “descuido” en el español de Madrid: Liz Taylor bajando de un avión mientras el viento levantaba su vestido; una copia del negativo original de cuando Marilyn Monroe, en la ciudad de México, hizo patente que lo que mejor usaba en la intimidad era Chanel # 5; Brigitte Bardott al momento de cruzar la pierna; algunas actrices mexicanas traicionadas por los fotógrafos oportunistas; algunas que no sabían que el flash rojo servía para evidenciar las transparencias.
En Ayuntamiento había un establecimiento, York se llamaba, donde preparaban tacos de pollo rostizado, y unas hamburguesas de mole que no anulaban las tortas de pierna adobada que provocaban entusiasmo en la clientela; y ya en los setenta, cerca de Novedades, estaban unas renovadas Tortas Armando, herederas de las que consignaron Artemio de Valle-Arizpe y Salvador Novo cuando estaban en la calle del Espíritu Santo, ahora conocido como Filomeno Mata; en la planta baja se comían las tortas a pie, que es como se debe; en el piso superior, a unas mesas cuadradas y pequeñas, donde algunos réprobos pedían comida corrida que no igualaba (supongo; siempre seguí el consejo de Isaac Arriaga: comer lo más barato posible dentro de la dignidad; eso no incluye las comidas corridas) el sabor y la originalidad de las tortas Armando, cuya especialidad eran las de pierna adobada y las de milanesa, y que seguían, en la medida de lo posible, las recetas originales; a un par de calles estaban, y siguen estando, las tortas La Texcocana, pequeñas pero llenonas, y las más populares eran, en ciertas épocas, las de bacalao; un poco menos, las de queso de puerco (estigmatizadas por Germán Valdés y por Abel Quesada); las mejores eran y son las de carnitas; no menos de dos ni más de tres, y eso empujadas por Mundet roja, que ayudaba al desempance.
No hay muchas que las remplacen; la sucursal La Texcocanita, en las afueras de la Zona Rosa, siempre tiene gente pero no siempre se acaban las de carnitas, aunque no se deba a la competencia cercana; hubo unas que en los noventa hicieron cimbrar las cercanías de Polanco y Anzures: las que estaban fuera de una cantina frente al Deportivo Chapultepec, con una variedad que hacía dudar a los clientes, porque casi todas eran buenas; cerca de Lomas de Sotelo, donde íbamos a reclamar el mal funcionamiento de los teléfonos, había (¿hay?) unos puestos siempre llenos donde tenían gran variedad de tortas, con nombres exóticos; su auge duró unos pocos años.
Las teleras, dicho sea con propiedad, eran los panes adecuados para las tortas; los bolillos eran para acompañar la comida; apenas hace unos meses han reaparecido las teleras en las escasas panaderías y en los supermercados, pero tuvieron la ocurrencia de poner a la venta unas de tamaño muy pequeño, lo que sirvió para que en los merenderos hagan los molletes con las teleras pequeñas, y las cobran más caras.

II
Los descubrí con mi amiga Mónica, allá por 1969, en las afueras de la Zona Rosa, por Nazas o Lerma, cerca de Chapultepec; eran unos tacos de cecina adobada bastante sabrosos; casi todos los días había que hacer una fila más o menos larga porque tenían mucha clientela; no eran caros ni muy llenones, pero sí sabrosos; cuando Mónica se fue a Tijuana dejé de ir a comerlos, y cuando los busqué ya habían desaparecido; también con ella comí otros, aunque menos veces, en Lerma pero cerca de Sena; los recuerdo con agrado, pero no de qué eran; tiendo a creer que también eran de cecina; en las cercanías del Metro Insurgentes, unos tacos al pastor hacían que se abarrotara la gente para tratar de comerlos; también duraron poco, como poco duraron los que estaban afuerita del Metro Allende, donde también los comí con Mónica, y después con Patricia Proal; es injusto que no hayan durado porque eran sabrosos.
Los primeros tacos al pastor los comí, luego de salir de una cantina, con todos los Tlamatinis menos César Jurado Lima, quien no jalaba con nosotros ni a las cantinas ni a los tacos; estaban en 5 de Mayo o en 16 de Septiembre, y nos llevó Alejandro Rosales; estábamos hambrientos y nos acabamos los pocos que quedaban; saliendo de Los Tranvías o del Golfo de México había que ir a los tacos al pastor que estaban en Avenida Hidalgo, entre Libros Escogidos y el Teatro Hidalgo; los fanáticos de Jesús Luis Benítez deben envidiar las veces que fuimos él, Alejandro Aricieaga y yo, a rematar una tarde de discusiones menos literarias que relajientas; Aurelio González iba a la cantina, pero no a los tacos; en cambio, fuimos un par de veces a los tacos que estaban en Tacuba y Gante, donde ahora hay una taquería pomadosa, carísima y desabrida; se comía a pie pese a lo amplio del local.
Hay que ser muy aventurero para arriesgarse con tacos de carnitas; los de El Grano de Oro son, la mayoría de las veces, excelentes; la última conversación literario-beisbolística completa, al lado de Gerardo de la Torre, Juan José Utrilla y Marco Pulido, la tuvimos allí, casi hasta que cerraron; en la sucursal de la Anáhuac han mejorado muchísimo; lo malo es que ya no tienen en la Del Valle el consomé de carnero extraordinario que sólo ofrecían sábados y domingos; no sé dónde conseguían Rosa Emma y Angélica unas carnitas memorables, con las que me agasajaban los domingos, pero creo que sólo las superaban, y eso por el consomé, las de El Tecuilito, hace más o menos 50 años.
Con mi tío Enrique conocí unos tacos al pastor sobre Uruguay, cerca del Banco de Comercio, que era imposible dejar de comerlos.
Con Arturo Valdés desahogábamos las penas con unos tacos de lengua más que aceptables, cerca del cine Soto, y otros, en una cantina en Fortuna y la Calzada de Guadalupe, que fueron insuficientes para paliar el hambre una vez que infringimos las normas de buena conducta no inscritas en ningún código, ni hubo refrescos que mitigaran la sed.
También en Fortuna esquina con Unión íbamos a comer, primero, unos tacos al carbón, con las ganancias del dominó; duraron unos pocos años, y allí se pasó don Rafa, que antes estaba en un local mucho más pequeño, frente al cine Tepeyac, y sus tacos retaban a los de cualquiera otro sitio.
Más tradicionales, los tacos de Beatriz; nunca he podido con los especiales, ni con los semidorados, pero en mis tiempos mejores, eran tres de carnitas y dos de barbacoa, además de un tarro grande de tepache.

III
Allí donde los intelectuales iban a hablar de cine y de literatura, en el Kiko's, yo los veía desde fuera mientras engullía unas hamburguesas deliciosas, en el mismo Kiko's pero en los mostradores de fuera del local; desaparecieron cuando desapareció la Librería del Caballito y se transformó, cuadras más adelante, en la Librería Del Sótano (no la actual El Sótano, tan cursi, tan poco librería); casi se les emparejaban las que estaban en Cuauhtémoc y Chihuahua, en un local pequeño; las hamburguesas tanto en Kiko's como éstas eran pequeñas, pero deliciosas, y muy tradicionales; ambas desaparecieron, como desaparecieron, hace como una década, las Heaven-Cielo en la calle de Oaxaca, de las primeras que se instalaron en México a finales de los cuarenta: cerca, sobre Insurgentes, entre Querétaro y Aguascalientes, un pequeño local ofrecía unas hamburguesas de las de antes de que deformaran nuestro gusto las extranjerizantes; además, ofrecían cerveza de raíz que se encontraba en pocos lugares, como el puesto de esquimos que estaba en la calzada de Guadalupe y a donde iba con Jesús Desachy, Humberto Huerta y Alfonso, después de las clases, a tomarnos un agua de sabores y a hablar de futbol con el dueño del local.
En la tortería frente al Deportivo Chapultepec ofrecían unas hamburguesas muy comestibles, pero bajaron de categoría junto con las tortas.
Y en La Luz, la original, mi padre me compraba unos sándwiches de carne tártara inolvidables; se sabe que las señoras de alcurnia cuando no les era dado entrar a las cantinas, mandaban a su chofer a que les llevara estos sándwiches, que comían en sus autos, calientes aún; y las hamburguesas de esa cantina superaban casi las de cualquiera otra cantina.

IV
Marco Pulido aún recuerda cuando, en El Mortiro, primero me empaqué una fabada, luego una paella, unas costillas y luego un postre.

V
Hace un par de semanas me llevé un chico sustote; la causa: alteración de la realidad, encontrarse con dos enemigos y un traidor, o una combinación de: a) los herederos de tortas Armando; b) un lomo en Coca-Cola; c) un arroz con mole y tacos de barbacoa y de carnitas; d) a falta de apetito, unos tacos de chicharrón, y e) unas hamburguesas en cerveza. La consecuencia es que debe pasar un buen rato antes de que pueda volver a comer algo de eso; por eso las remembranzas.

Ayer domingo hubo cuatro blanqueadas; y frente al cada vez menos evidente dominio de Adrián González, muy buenas temporadas de Alfonso Salas, Jaime García, Giovanni Gallardo, Joakim Soria, esporádicas buenas salidas de Rodrigo López, y el resurgimiento de Alfredo Amézaga, no con el bat, sí con el guante.

Dèjá Lu cree que investigar es leer periódicos viejos; no lo es, pero tendría algún mérito que cuando menos eso hiciera; no, son sus negros los que le roban el placer de leerlos.

Si las mujeres de hombros estrechos y caderas anchas no garantizan mayores placeres, ¿por qué son las más asediadas incluso por hombres inteligentes, mucho más que ellas (ejemplos sobran, pero para qué hablar mal de los amigos)? Schopenhauer no se lo pudo explicar. Queda como tema pendiente qué y cómo lo han sufrido los intelectuales mexicanos.

martes, 9 de agosto de 2011

mira mira mira ciudá a la vista...

Por algo que nunca debió haber pasado, llevamos siete semanas visitando los alrededores de Ciudad Satélite; hacía mucho que no nos acercábamos, y menos desde el texto de José Joaquín Blanco acerca de ese centro comercial, no sé si el primero o segundo de esa magnitud, y en donde uno se perdía y se aburría, excepto en las escaleras eléctricas.
De no ser por eso, no había a qué ir; alguna vez a la dentista, otra vez a buscar un libro de Juan Goytisolo que me aseguraron estaba en la pequeña sucursal de Salvat; una que otra vez hicimos una buena acción, y compramos un aparato de sonido que conservamos. Zona árida y hecha para quienes tienen auto y paciencia, y valor. Nada tiene que ver con aquel anuncio en que, en una taza montada en un platito, que tripulaban dos extraterrestres bastante amigables, que conducía uno de ellos, absorto, y el otro, asombrado, le daba coscorrones al tiempo que pronunciaba “mira mira mira ciudá a la vista ciudá a la vista”; daban paso a fotografías fijas de lotes y creo que dibujos de algo que no existía pero que iba a existir: lotes baratos, escuelas, comercios, y un gran centro comercial. Para llegar, además de en platillos voladores, había que ir en auto por todo Ejército Nacional que entonces parecía más carretera que el estacionamiento móvil que es ahora. Y no es lo que prometían; por ejemplo, para encontrar una farmacia cercana a Circuito Economistas hay que cruzar un puente endeble para cruzar el Periférico (¿Anillo Periférico no es un pleonasmo que sólo sirve para alburear?) y, del otro lado, caminar como seis calles áridas y peligrosas; viaje redondo en auto, 15 minutos, si no se pierde el conductor.
Era a finales de los años cincuenta; la televisión aún no cumplía diez años en México, pero la publicidad era ingeniosa y divertida; se sabe que las agencias de publicidad (que no pagaban bien pero que eran más generosas que las oficinas gubernamentales o las redacciones de periódicos y revistas, y más o menos como las editoriales, con el inconveniente que para que los escritores pudieran trabajar en editoriales deberían dominar la ortografía y la redacción, y no siempre se les daba) empleaban a escritores y pintores para hacerse cargo de anuncios ingeniosos y eficaces.
Entre otros escritores redactores de publicidad estaban Álvaro Mutis, Francisco Cervantes, Raúl Renán, Gabriel García Márquez; muchos ilustradores, pintores, diseñadores, de planta o de free lance, acabalaban el gasto en esas agencias; uno de los escritores que colaboraron en agencias con mucha fortuna fue Salvador Novo, quien hacía cuartetas, octavas o de cualquier otra extensión especialmente para los sorteos extraordinarios de la Lotería Nacional (“qué feo es Mateo; feo, feo, feo”), y colaboró mucho para compañías de aviación, para cervecerías, y algunas otras empresas; no es suyo, sin embargo, uno memorable que le hemos achacado erróneamente, “siga los tres movimientos de Fab…”, creación de uno de los genios del género, don José Hernández, a quien conocí, así haya sido brevemente, por la generosidad de Miguel Capistrán; don José, amigo de los escritores del grupo de Los Contemporáneos, los invitó a todos a colaborar, como free lance, con él poniendo el ingenio no en creaciones literarias, sino en creatividad publicitaria; Capistrán debería de entregar una compilación de lo que hizo cada uno; sólo sé que a invitación de don José, Xavier Villaurrutia hizo un juego de palabras realmente ingenioso y que ha perdurado por más de siete décadas, porque es insuperable: “Mejor mejora Mejoral”.
No es por quejarme de la actualidad, pero da la impresión de que los copy (como se les llama en el argot interno) tienen más interés en hacer chistes que en promover los productos; y lo malo de los chistes es que a la tercera vez ya no son graciosos; o a veces son tan graciosos que nos fijamos en los chistes y no en los productos; no estoy para comparar, lo que quiero es hacer un recuento de algunos “anuncios”, como se les decía en los cincuenta y sesenta, que recuerdo como si apenas hubieran pasado 50 o 60 años.
El más memorable de todos, porque lo recuerdan incluso los que nunca lo vieron, fue el de la Cerveza Don Quijote (la que nadie recuerda), en la que un muñequito (o dibujo animado) conminaba, a medios chiles, a que bajara un amigo, de un edificio alto, a medianoche: “baja, es algo importante”; estaba de moda en 1957 cuando el temblor que tiró al Ángel de la Independencia, y muchos dijeron que el angelito se había caído porque lo conminaron a que bajara porque era algo importante (también, porque le cantaron “rock del angelito, baja ya, baja ya”).
El Sedán o Vochito simplemente era Volkswagen, y cada año sus publicistas se lucían con publicidad moderna, sugestiva, ingeniosa y no pocas veces divertida; tuvieron un desatino a principios de los setenta, cuando lo anunciaron como “el Gran Chico” y los albureros que nada perdonan lo chotearon; después fueron decayendo, y se centraron en lo visual; el más recordado fue el del que se quejaba porque su novia lo había cambiado por el propietario de un VW nuevo, y se conformaba con gritarle a lo lejos “Adiós Malena”.
En los setenta, a causa de lo ceñido de las faldas que revelaban los bordes de las pantarraf, inventaron unas mallas con pantaletas pintadas, en vez de; para conminar a las mujeres para que dejaran de incitar, el locutor proclamaba “Caramba, doña Leonor, cómo se le notan”, con resultados nefastos en reuniones, restaurantes, a las transeúntes a las que comenzaron a decirles “doña Leonor”; mal anuncio, pero memorable y que duró mucho más que el producto que promovía. No igual, pero relacionado, un anuncio gráfico: al lado de una figura femenina en calzones, y un hombre de mirada torva: "un día alguien los va a ver; ese día puede ser hoy", y conminaban a que usaran panties transparentes (así eran los 8 1/2 de Peter Pan).
Más atractivo era el que modelaba Silvia Pinal, en baby doll pequeñísimo; recién levantada de la cama se agachaba, para recoger quién sabe qué del suelo, y mostraba las portentosas piernas que ostentó mucho tiempo; anunciaba Teatrical de Nívea, que la mala pronunciación convirtió en “Nivea” (tenían razón: el nombre era malo, difícil para pronunciar).
El agua de Seltz, que ayudaba a disminuir las molestias gástricas, también propiciaba menos malestares provocados por la cruda, o resaca por nombre correcto pero espantoso (“resacoso” llegaba Bogart a filmar, dice uno de sus biógrafos, o mejor, su traductor); un producto, que no medicamento, era más efectivo si se echaban en un vaso de agua dos de esas tabletas efervescentes (ahora sustituidas por los Melox, de nombre tan alburero); y en una ocasión decidieron los vendedores que en vez de vender dos sobres, mejor un sobre con las dos pastillas en él, y adheridas: “son dos, se toman juntas”; la gente siguió comprando dos sobrecitos en vez de uno, por lo que pronto cesó su venta, la publicidad, pero no la muletilla.
Duró poco el producto, y el comercial televisado, pero la frase publicitaria perduró casi una década: un beisbolista se barría en la tercera base, sin tirar la corona que adornaba su testa; el ampáyer le preguntaba “¿Por qué fuma SM Su Majestad?” “Porque sabe mejor”, respondía; mucho parecido tuvo una posterior: “¿Por qué fumas Marlboro?” “Porque me gusta”, decía el locutor con tono de suficiencia. Nada parecido a la humildad de “Con filtro o sin filtro, pero que sea Raleigh” con que León Michel abría y cerraba el Estudio Raleigh con Pedro Vargas: “Esta noche quiero amarte como nunca, y besarte como nunca te besé”, cantaba Vargas, sin segundas intenciones.
Causó malestar entre los puristas la afirmación de “Nova renova el placer de fumar”, que promovía unos cigarros tan malos que tronaban, pero sin sabor específico; más berrinches hicieron los puristas con “Alturízate con Canadá”, unos zapatos con chicos taconzotes dizque para que los chaparros no pareciéramos tan chaparros. Igual de incorrecta fue una frase no tan impugnada para ropa que, aunque se mojara, no encogía: “Sanforízate con Sanforizado”; “es que no estaba sanforizado”, era la leyenda de un dibujo ¿de Abel Quezada? “en que uno de los personajes traía ropa que le quedaba chica y apretada. De Abel Quezada era el anuncio de Glostora, una brillantina que pegaba y hacía lustroso y grasoso el cabello… Después fue Wildrot, que tuvo el atrevimiento de poner a un modelo en una gasolinera a pedir “póngame aceite por favor” y le ponían un embudo en la cabeza para vaciarle aceite.
Imitaban a los Panchos los que cantaban “Me voy al pueblo a tomarme un Vergel”, un ron que tuvo mucho pegue en los años cincuenta y sesenta; éste era de un poeta elitista y hermético pero con gusto por lo popular; en los ochenta, en vez de ese anuncio ponían a Anthony Queen que afirmaba que era una buena bebida, porque el viejo lo decía; lo curioso es que ese anuncio en México era desmentido por las campañas antialcohólicas en Estados Unidos de las que no hacía caso Ronald Reagan, cuyo embajador en México promovió, antes, otra bebida alcohólica con la prueba del añejo; nada tenía que ver con las bebidas alcohólicas el hombre que traía chicos cuerotes en bikini: El que tiene Castillo lo tiene todo, que lo repetían los forofos de los Tigres cuando entraba a relevar Enrique Castillo. Una variante era “Quiero un castillo: vamos a tomarlo”.
En dibujos animados, unos tomates cantaban “estaban los tomatitos, muy contentitos, cuando llegó el verdugo a hacerlos jugo; no me importa la muerte, dicen a coro, si muero con decoro en los productos Del Fuerte”; en poco tiempo en las calles se cantaba “astaban las tamatatas, may cantantatas… esteben les tematetes, mey quententetes”, igual al juego de Yo te daré, te daré niña hermosa, te daré una cosa, una cosa que yo sólo sé, café, que Cabrera Infante recobra con todo y juego (ye te deré…) en Tres Tristes Tigres.
O las gallinitas, vestidas de coquetas, bailando “vamos, vámonos con Campbells, para que nos hagan rico consomé la la la la la la la la”, con música del Can Can de Orfeo en los infiernos de Offenbach.
Una línea aérea, KLM, ponía a un ave aleteando cansadísima cuando veía pasar un avión, y sentado en las alas traseras a otra ave, rechoncha, bien peinada, fumando puro y con una copa en la mano; la última de las variantes es que le preguntaba el ave de a pie al ricachón: “Perdone, ¿dónde lo he visto?”. Respondía “Probablemente en televisión”. Otra ave, mucho más grande, menos presuntuosa y amable, respondía con sonrisa bonachona al que le preguntaba algo: “Sí, ¿qué pasa?”. Ese anuncio le dio más popularidad a Víctor Alcocer que cualquiera de sus muchas buenas actuaciones. “Señor Serfín, señor Serfín”, lo reconocían unas aves infantiles.
Y uno de los más populares, que sustituyó el clásico de Chano y Juana en la promoción de una sal de uvas, la Picot, y que llevaba muchos años, fue el de “Burbujita burbujita burbujita, de la sal de uvas Picot”, con el dibujo de una figura que se asemejaba a la Campanita del Peter Pan de Walt Disney.
Y otro célebre fue el de “Hasta que usé una Manchester me sentí a gusto”, del entonces de moda Mauricio Garcés, quien hizo muchos chistes, ninguno mejor que el que hace al comentar, cuando le avisan que llegó el fabricante de sus corbatas: “qué bueno, las que tengo ya me aprietan” (en otra película, donde la hace de modista para propasarse con sus clientas, afirma que sus diseños se los hace Cuevas y sus eslogans Monsiváis). (Los puristas clamaban: Desde que usé una Manchester".)
Desde luego, hay muchos más.

Chico sustote; en el dominó se afirma, cuando el compañero tapa la ruta claramente señalada por quien lleva la mano, que uno juega con dos enemigos y un traidor. Hagan de cuenta; la consecuencia fue una taquicardia que, acompañada de los resultados de cuatro días de comidas pesadas, hizo sonar la alarma; no fue nada, más que el chico sustote para todos.

¿Quién le echó la sal a Adrián González: Slim o Marco Antonio Pulido?; ambos estaban en el Fenway Park cuando lo dominaron los pitchers de los Yanquis.

lunes, 1 de agosto de 2011

Mexicanas escupefuego

En sus ya muchas guías anuales de cine, Leonald Maltin hace una acotación curiosa que los exhibidores no han sabido aprovechar; cuando comenta Drácula, dice que la versión en español, dirigida por George Melford, es casi tan buena como la célebre de Tod Browning (la de Bela Lugosi), hechas al mismo tiempo (para los públicos “hispánicos”, que no tenían tiempo para leer los letreritos, o eran analfabetas), pero con el atractivo de que estaba filmada por la noche, con una atmósfera más adecuada para la trama, y con actrices mucho más sensuales que las gringas: es decir, Lupita Tovar y Carmen Guerrero eran más bellas y vestían más provocadoras que Helen Chanderfl y Frances Dade.
Poco después Guerrero y Tovar desquiciaban en los estudios a los gringos que, puestos a comparar, preferían a las mexicanas, a las que solían asestar el sobrenombre de “escupefuego”, hasta que se le quedó para siempre a Lupe Vélez. (Más recientemente también se lo adjudicaron a Linda Christian, mexicana agringada, y eso que no la hizo su hermana Ariadna Welter. Pero las mexicanas se ligaron a actores célebres y fueron “el amor de su vida” cuando menos unos buenos años.)
(Reginald Horsman, en La raza y el Destino Manifiesto –FCE—, comenta que en los años cuarenta del siglo XIX los expansionistas gringos no veían la hora de invadir México, extinguir a los mexicanos flojos, poco aptos intelectualmente, sumisos y nada dados a la rebeldía; a los sobrevivientes tenerlos por esclavos eficaces y obedientes; pero los observadores repararon en que las mexicanas eran bellas, coquetas, vestían menos tapadas que las cuáqueras, y con ojos de papel volando; “el viajero anglosajón queda no poco sorprendido ante la apariencia de Eva y los escasos ropajes de las mujeres mexicanas… las formas del bello sexo [tienen] una redondez, una plenitud que la severidad de los lazos apretados nunca permite a sus partidarias… son criaturas alegres, sociables, bondadosas casi universalmente, liberales hasta la exageración, fácil y naturalmente graciosas en sus modales… Las damas presentan un sorprendente contraste con sus paisanos en su carácter general aparte de la moral”.)
No pocas mexicanas han causado alboroto en Hollywood, no tanto por su habilidad histriónica sino por las bajas pasiones que despiertan en los espectadores, y en la vida real, ante la belleza fría, inalterable de las estadounidenses. Dolores del Río causó un impacto general, y tuvo el privilegio de bailar con Fred Astaire antes que Ginger Rogers, y se habla de las fiestas en donde los invitados literalmente enloquecían al verla bailar encima de una mesa, despojada de inhibiciones y dicen que de ropa; excepto Volando a Río, y luego ya muy madurita como mamá de Elvis Presley o como india (dirigida por John Ford en una de sus últimas cintas), no hay película que destaque más que por llevarla como protagonista. Bueno, Journey to Fear, donde alterna, es un decir, con Orson Welles, quien tuvo para ella un elogio muy poco repetible en público, pues opinaba que nadie usaba como Del Río la ropa íntima con tanta elegancia. Welles estuvo enamorado de ella, como de otras muchas mujeres bellas, como Rita Hayworth, mexicana, casi, nacida en Chihuahua y que también enloqueció a varias celebridades, sobre todo a Welles, con quien casó, tuvo una hija y se divorció, dejándolo turulato por algún tiempo; a ella le dedica una de las frases cumbres del cine, “Maybe I’ll live so long that I’ll forget her. Maybe I’ll die trying” (La dama de Shangai); en tiempos de la Segunda Guerra Mundial , dicen los memoriosos, su foto era la segunda favorita de los soldados en el frente (y ya sabemos para qué servían esos posters); fue en sus tiempos, y aun ahora, considerada una de las actrices más sensuales, al mismo tiempo que buena actriz; es de las pocas que tuvo el privilegio de bailar tanto con Fred Astaire como con Gene Kelly; fue la primera actriz que se convirtió en princesa, antes que Grace Kelly, y recuerdan que encabeza el reparto en cuando menos cinco de los filmes considerados clásicos de todos los tiempos. Castaña convertida en pelirroja gracias a los tintes para el cabello, consideraba que era una buena persona, pero con la de malas de que le gustaba a los malditillos, niños rebeldes, gandallas de Hollywood; durante mucho tiempo era un orgullo para los mexicanos saberse paisanos de Rita Hayworth, Margarita Cansino, y a quien Ava Gardner rindió homenaje público.
Begoña Palacios sabía bailar, y en los bailes enseñaba pierna cuidando de no exponer las pantarraf; debutó al lado de Pedro Infante en El mil amores sin que se notara lo bella que iba a ser; en la mayoría de sus primeras cintas aparecía como bailarina; en una, totalmente olvidable, le bajó el novio a Angélica María sin mostrar ni arrepentimiento ni nada, y a Enrique Guzmán lo dejó chiflando en la loma; pero al ver los bailes que enmarcaban las canciones que él “interpretaba”, uno entiende por qué pasó lo que pasó; no fue buena actriz; son memorables las escenas donde, interpretando a una sirvienta, camina con la elegancia de las modelos, cosa que no hacían las protagonistas principales; pero enloqueció a Sam Peckinpah, uno de los directores de culto del western de la tercera época; al verla en las cintas, donde no mostraba talento más que bailando, uno se pregunta qué le vio Peckinpah, y luego uno ve ciertas escenas y ve lo que le vio. Fue memorable un comercial que hizo en los años sesenta al promover V8, un jugo de frutas enlatado: “Guau, esto no sabe a jugo de tomate”, con tal cachondería (en el sentido mexicano de la palabra, no en el español, con significado insulso) que fue parodiado, imitado, y por fortuna no lo censuraron, pero seguramente porque los censores tenían jugo de tomate en vez de sangre en las venas. Se entiende que Peckinpah la haya preferido por sobre otras actrices con las que trabajó (Susan George, Stella Stevens, Ali McGraw, Senta Berger, Rita Coolidge).
Poco hay que agregar a lo que escribió Gabriel Ramírez sobre Lupe Vélez en su libro homenaje a si no la primera “escupefuego”, sí la más célebre, con una filmografía en la que nada sobresale, excepto su presencia, que alborotaba a actores y público con sus escenas candentes, llenos de una sexualidad primitiva que encendían el set; Johnny Weissmuller casó con ella, vivieron etapas intensas de amor y desesperación, se separaron, y no pudieron olvidarse mutuamente, por ambos motivos; dice Ramírez que Gary Cooper fue el amor de su vida, pero dicen que él no quiso casar con ella; a su suicidio, o muerte por vómito, estaba embarazada de un actor secundario; su muerte trágica empaña los escándalos que causaba donde se presentaba, desde sus apariciones en teatro rivalizando con Lupe Rivas Cacho y Celia Montalbán, sus peleas con ellas (se dice que Celestino Gorostiza fue de los primeros admiradores ardientes que tuvo Vélez), una escena picaresca con Oliver Hardy, una escena ambigua con Laurel y Hardy en una cinta donde los tres eran invitados, y la conmoción que causaba apenas aparecía en la pantalla; si bien su carrera fue decayendo, es célebre que era una dinamita que necesitaba pocas chispas para estallar.
Katy Jurado perturbó a Pedro Armendáriz en El Bruto, pero también a Gary Cooper en High Noon; si éste termina quedándose con Grace Kelly es a fuerza de voluntad, porque en realidad tenía más tendencia que una carreta jalada por bueyes, a ser jalado por Jurado, sensual, agresiva, mandona, y haciéndole recordar cuando retozaban. Jurado, espléndida como actriz, también había vencido a La Romántica, pero se la cede a Pepe, porque sabe que con ella no va a ser feliz; Jurado fue candidata a un Oscar como mejor actriz de reparto, y mucho me temo que no se lo hayan dado porque hubiera sido un premio a la sensualidad frente a la belleza fría de Kelly, políticamente correcta. Jurado iba y venía de Hollywood, y aunque el tipo de su belleza era ruda, primitiva, imponía su presencia de “india brava”; Ernest Borgnine, su primer marido, la apodaba Bullito, o sea un pequeño toro, y opinaba que era una belleza, pero también una tigresa; filmó al lado de Marlon Brando, John Wayne y otros; alguna vez (estos últimos datos los aportan los de IMdb) Frank Sinatra le hizo proposiciones poco menos que indecorosas y ella lo tranquilizó diciéndole “amigos, sólo amigos”, como Carmen Molina a Pedro Infante en No desearás la mujer de tu hijo.
Salma Hayek fue la segunda mexicana nominada para un Oscar, que merecidamente no se llevó; parece ser digna sucesora de Lupe Vélez, tanto por las pasiones que desata como por la carrera sin muchas películas dignas, ni por ser de estatura elevada (mide 1.57; Vélez medía 1.52; Hayworth, en sus mejores épocas, medía 36-25-36), pero será recordada por una escena de Wild Wild West, donde deja ver su “butt crack” y deja turbados y tartamudos a Kevin Kline y a Will Smith; Lupe Vélez no necesitó mostrar tanto para provocar la misma reacción. Igualmente atractiva resultó Salma para Penélope Cruz, quien le hizo una caricia atrevida en plena calle, fotografiada por muchos fotógrafos al acecho de cualquier travesura de alguna de las dos. Parece que después de eso Salma tomó distancia de Cruz. Es de las actrices favoritas de Tarantino, a saber por qué. Tiene algunos títulos no menospreciables, pero más por la trama (Mariachi, After the Sunset –ésta, por las escenas candentes con Pierce Brosnan).
Carmen Guerrero fue pareja, o compañera, de Charly Chase en varios cortos, y es memorable su aparición como la esposa de El compadre Mendoza.
Lupita Tovar, nuestra segunda Santa, tuvo una carrera discreta pero no menospreciable; para los anales del cine será recordada tanto por su belleza como por ser madre del productor Pancho Kohner, y de Susan Kohner, dirigida por John Huston en Freud, y por la nominación al Oscar por la segunda versión de Imitation of Life. Quienes eran fanáticos de Ruta 66 la habrán visto en cuando menos un capítulo de la serie.

Seguiremos informando (muchos de estos datos los obtuve de Roberto Sosa, quien me apabulla con sus conocimientos de cine, en respuesta de que siempre le gano en conocimientos de beisbol. Otros datos, igual de importantes, son de Marco Pulido. Las fotografías de Lupe Vélez con Oliver Hardy, y con Stan Laurel y Oliver Hardy, en complicidad con Marco Antonio Campos).

Que dice Schopenhauer que los hombres se la pasan buscando mujeres de hombros estrechos y caderas anchas, de facciones finas líneas y cuerpo exuberante, pensando que esos solos atributos le proporcionarán más placer que otras menos agraciadas. Y que eso no es cierto.

¿Ichiro Suzuki dio el viejazo? Hasta la noche del domingo 31 de julio llevaba 118 hits en la campaña, para un cálculo aproximado de 180 imparables para la temporada; de ser así, quedaría con menos de 200 hits por primera vez en su carrera de Ligas Mayores; tiene porcentaje de .267, muy por debajo de su promedio en Grandes Ligas de .327, y su slugging anda por los suelos; 38 años no son muchos, pero no son pocos para un pelotero; es la edad en que comienzan a endurecerse los huesos; lo mismo está pasando con Albert Pujols, supuestamente sucesor de Stan Musial, quien fue excelente bateador hasta los 44 años. Claro, puede que sean malas rachas; en los últimos diez juegos Suzuki ha bateado para .333, pero no ha sido suficiente para alcanzar sus números de siempre.

Ahi la llevamos, mucho mejor que antes; y en el otro aspecto aparte del médico, también ahi la llevamos gracias a Carlos Ramírez. Seguiremos informando