martes, 9 de agosto de 2011

mira mira mira ciudá a la vista...

Por algo que nunca debió haber pasado, llevamos siete semanas visitando los alrededores de Ciudad Satélite; hacía mucho que no nos acercábamos, y menos desde el texto de José Joaquín Blanco acerca de ese centro comercial, no sé si el primero o segundo de esa magnitud, y en donde uno se perdía y se aburría, excepto en las escaleras eléctricas.
De no ser por eso, no había a qué ir; alguna vez a la dentista, otra vez a buscar un libro de Juan Goytisolo que me aseguraron estaba en la pequeña sucursal de Salvat; una que otra vez hicimos una buena acción, y compramos un aparato de sonido que conservamos. Zona árida y hecha para quienes tienen auto y paciencia, y valor. Nada tiene que ver con aquel anuncio en que, en una taza montada en un platito, que tripulaban dos extraterrestres bastante amigables, que conducía uno de ellos, absorto, y el otro, asombrado, le daba coscorrones al tiempo que pronunciaba “mira mira mira ciudá a la vista ciudá a la vista”; daban paso a fotografías fijas de lotes y creo que dibujos de algo que no existía pero que iba a existir: lotes baratos, escuelas, comercios, y un gran centro comercial. Para llegar, además de en platillos voladores, había que ir en auto por todo Ejército Nacional que entonces parecía más carretera que el estacionamiento móvil que es ahora. Y no es lo que prometían; por ejemplo, para encontrar una farmacia cercana a Circuito Economistas hay que cruzar un puente endeble para cruzar el Periférico (¿Anillo Periférico no es un pleonasmo que sólo sirve para alburear?) y, del otro lado, caminar como seis calles áridas y peligrosas; viaje redondo en auto, 15 minutos, si no se pierde el conductor.
Era a finales de los años cincuenta; la televisión aún no cumplía diez años en México, pero la publicidad era ingeniosa y divertida; se sabe que las agencias de publicidad (que no pagaban bien pero que eran más generosas que las oficinas gubernamentales o las redacciones de periódicos y revistas, y más o menos como las editoriales, con el inconveniente que para que los escritores pudieran trabajar en editoriales deberían dominar la ortografía y la redacción, y no siempre se les daba) empleaban a escritores y pintores para hacerse cargo de anuncios ingeniosos y eficaces.
Entre otros escritores redactores de publicidad estaban Álvaro Mutis, Francisco Cervantes, Raúl Renán, Gabriel García Márquez; muchos ilustradores, pintores, diseñadores, de planta o de free lance, acabalaban el gasto en esas agencias; uno de los escritores que colaboraron en agencias con mucha fortuna fue Salvador Novo, quien hacía cuartetas, octavas o de cualquier otra extensión especialmente para los sorteos extraordinarios de la Lotería Nacional (“qué feo es Mateo; feo, feo, feo”), y colaboró mucho para compañías de aviación, para cervecerías, y algunas otras empresas; no es suyo, sin embargo, uno memorable que le hemos achacado erróneamente, “siga los tres movimientos de Fab…”, creación de uno de los genios del género, don José Hernández, a quien conocí, así haya sido brevemente, por la generosidad de Miguel Capistrán; don José, amigo de los escritores del grupo de Los Contemporáneos, los invitó a todos a colaborar, como free lance, con él poniendo el ingenio no en creaciones literarias, sino en creatividad publicitaria; Capistrán debería de entregar una compilación de lo que hizo cada uno; sólo sé que a invitación de don José, Xavier Villaurrutia hizo un juego de palabras realmente ingenioso y que ha perdurado por más de siete décadas, porque es insuperable: “Mejor mejora Mejoral”.
No es por quejarme de la actualidad, pero da la impresión de que los copy (como se les llama en el argot interno) tienen más interés en hacer chistes que en promover los productos; y lo malo de los chistes es que a la tercera vez ya no son graciosos; o a veces son tan graciosos que nos fijamos en los chistes y no en los productos; no estoy para comparar, lo que quiero es hacer un recuento de algunos “anuncios”, como se les decía en los cincuenta y sesenta, que recuerdo como si apenas hubieran pasado 50 o 60 años.
El más memorable de todos, porque lo recuerdan incluso los que nunca lo vieron, fue el de la Cerveza Don Quijote (la que nadie recuerda), en la que un muñequito (o dibujo animado) conminaba, a medios chiles, a que bajara un amigo, de un edificio alto, a medianoche: “baja, es algo importante”; estaba de moda en 1957 cuando el temblor que tiró al Ángel de la Independencia, y muchos dijeron que el angelito se había caído porque lo conminaron a que bajara porque era algo importante (también, porque le cantaron “rock del angelito, baja ya, baja ya”).
El Sedán o Vochito simplemente era Volkswagen, y cada año sus publicistas se lucían con publicidad moderna, sugestiva, ingeniosa y no pocas veces divertida; tuvieron un desatino a principios de los setenta, cuando lo anunciaron como “el Gran Chico” y los albureros que nada perdonan lo chotearon; después fueron decayendo, y se centraron en lo visual; el más recordado fue el del que se quejaba porque su novia lo había cambiado por el propietario de un VW nuevo, y se conformaba con gritarle a lo lejos “Adiós Malena”.
En los setenta, a causa de lo ceñido de las faldas que revelaban los bordes de las pantarraf, inventaron unas mallas con pantaletas pintadas, en vez de; para conminar a las mujeres para que dejaran de incitar, el locutor proclamaba “Caramba, doña Leonor, cómo se le notan”, con resultados nefastos en reuniones, restaurantes, a las transeúntes a las que comenzaron a decirles “doña Leonor”; mal anuncio, pero memorable y que duró mucho más que el producto que promovía. No igual, pero relacionado, un anuncio gráfico: al lado de una figura femenina en calzones, y un hombre de mirada torva: "un día alguien los va a ver; ese día puede ser hoy", y conminaban a que usaran panties transparentes (así eran los 8 1/2 de Peter Pan).
Más atractivo era el que modelaba Silvia Pinal, en baby doll pequeñísimo; recién levantada de la cama se agachaba, para recoger quién sabe qué del suelo, y mostraba las portentosas piernas que ostentó mucho tiempo; anunciaba Teatrical de Nívea, que la mala pronunciación convirtió en “Nivea” (tenían razón: el nombre era malo, difícil para pronunciar).
El agua de Seltz, que ayudaba a disminuir las molestias gástricas, también propiciaba menos malestares provocados por la cruda, o resaca por nombre correcto pero espantoso (“resacoso” llegaba Bogart a filmar, dice uno de sus biógrafos, o mejor, su traductor); un producto, que no medicamento, era más efectivo si se echaban en un vaso de agua dos de esas tabletas efervescentes (ahora sustituidas por los Melox, de nombre tan alburero); y en una ocasión decidieron los vendedores que en vez de vender dos sobres, mejor un sobre con las dos pastillas en él, y adheridas: “son dos, se toman juntas”; la gente siguió comprando dos sobrecitos en vez de uno, por lo que pronto cesó su venta, la publicidad, pero no la muletilla.
Duró poco el producto, y el comercial televisado, pero la frase publicitaria perduró casi una década: un beisbolista se barría en la tercera base, sin tirar la corona que adornaba su testa; el ampáyer le preguntaba “¿Por qué fuma SM Su Majestad?” “Porque sabe mejor”, respondía; mucho parecido tuvo una posterior: “¿Por qué fumas Marlboro?” “Porque me gusta”, decía el locutor con tono de suficiencia. Nada parecido a la humildad de “Con filtro o sin filtro, pero que sea Raleigh” con que León Michel abría y cerraba el Estudio Raleigh con Pedro Vargas: “Esta noche quiero amarte como nunca, y besarte como nunca te besé”, cantaba Vargas, sin segundas intenciones.
Causó malestar entre los puristas la afirmación de “Nova renova el placer de fumar”, que promovía unos cigarros tan malos que tronaban, pero sin sabor específico; más berrinches hicieron los puristas con “Alturízate con Canadá”, unos zapatos con chicos taconzotes dizque para que los chaparros no pareciéramos tan chaparros. Igual de incorrecta fue una frase no tan impugnada para ropa que, aunque se mojara, no encogía: “Sanforízate con Sanforizado”; “es que no estaba sanforizado”, era la leyenda de un dibujo ¿de Abel Quezada? “en que uno de los personajes traía ropa que le quedaba chica y apretada. De Abel Quezada era el anuncio de Glostora, una brillantina que pegaba y hacía lustroso y grasoso el cabello… Después fue Wildrot, que tuvo el atrevimiento de poner a un modelo en una gasolinera a pedir “póngame aceite por favor” y le ponían un embudo en la cabeza para vaciarle aceite.
Imitaban a los Panchos los que cantaban “Me voy al pueblo a tomarme un Vergel”, un ron que tuvo mucho pegue en los años cincuenta y sesenta; éste era de un poeta elitista y hermético pero con gusto por lo popular; en los ochenta, en vez de ese anuncio ponían a Anthony Queen que afirmaba que era una buena bebida, porque el viejo lo decía; lo curioso es que ese anuncio en México era desmentido por las campañas antialcohólicas en Estados Unidos de las que no hacía caso Ronald Reagan, cuyo embajador en México promovió, antes, otra bebida alcohólica con la prueba del añejo; nada tenía que ver con las bebidas alcohólicas el hombre que traía chicos cuerotes en bikini: El que tiene Castillo lo tiene todo, que lo repetían los forofos de los Tigres cuando entraba a relevar Enrique Castillo. Una variante era “Quiero un castillo: vamos a tomarlo”.
En dibujos animados, unos tomates cantaban “estaban los tomatitos, muy contentitos, cuando llegó el verdugo a hacerlos jugo; no me importa la muerte, dicen a coro, si muero con decoro en los productos Del Fuerte”; en poco tiempo en las calles se cantaba “astaban las tamatatas, may cantantatas… esteben les tematetes, mey quententetes”, igual al juego de Yo te daré, te daré niña hermosa, te daré una cosa, una cosa que yo sólo sé, café, que Cabrera Infante recobra con todo y juego (ye te deré…) en Tres Tristes Tigres.
O las gallinitas, vestidas de coquetas, bailando “vamos, vámonos con Campbells, para que nos hagan rico consomé la la la la la la la la”, con música del Can Can de Orfeo en los infiernos de Offenbach.
Una línea aérea, KLM, ponía a un ave aleteando cansadísima cuando veía pasar un avión, y sentado en las alas traseras a otra ave, rechoncha, bien peinada, fumando puro y con una copa en la mano; la última de las variantes es que le preguntaba el ave de a pie al ricachón: “Perdone, ¿dónde lo he visto?”. Respondía “Probablemente en televisión”. Otra ave, mucho más grande, menos presuntuosa y amable, respondía con sonrisa bonachona al que le preguntaba algo: “Sí, ¿qué pasa?”. Ese anuncio le dio más popularidad a Víctor Alcocer que cualquiera de sus muchas buenas actuaciones. “Señor Serfín, señor Serfín”, lo reconocían unas aves infantiles.
Y uno de los más populares, que sustituyó el clásico de Chano y Juana en la promoción de una sal de uvas, la Picot, y que llevaba muchos años, fue el de “Burbujita burbujita burbujita, de la sal de uvas Picot”, con el dibujo de una figura que se asemejaba a la Campanita del Peter Pan de Walt Disney.
Y otro célebre fue el de “Hasta que usé una Manchester me sentí a gusto”, del entonces de moda Mauricio Garcés, quien hizo muchos chistes, ninguno mejor que el que hace al comentar, cuando le avisan que llegó el fabricante de sus corbatas: “qué bueno, las que tengo ya me aprietan” (en otra película, donde la hace de modista para propasarse con sus clientas, afirma que sus diseños se los hace Cuevas y sus eslogans Monsiváis). (Los puristas clamaban: Desde que usé una Manchester".)
Desde luego, hay muchos más.

Chico sustote; en el dominó se afirma, cuando el compañero tapa la ruta claramente señalada por quien lleva la mano, que uno juega con dos enemigos y un traidor. Hagan de cuenta; la consecuencia fue una taquicardia que, acompañada de los resultados de cuatro días de comidas pesadas, hizo sonar la alarma; no fue nada, más que el chico sustote para todos.

¿Quién le echó la sal a Adrián González: Slim o Marco Antonio Pulido?; ambos estaban en el Fenway Park cuando lo dominaron los pitchers de los Yanquis.

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