domingo, 20 de febrero de 2011

Gabriel Zaid tiene razón (hasta cierto punto)

En 200 años de la historia de la música mexicana, de Jesús Flores y Escalante y Pablo Dueñas (Sony Music), aparte de otras rarezas, se incluye en el primero de los cuatro discos compactos, una pieza, “Mi Negra”, que con toda claridad dice “Negrita de mis amores, hoja de papel volando; a todos diles que sí, pero no les digas cuando; así me dijiste a mí, y hasta ahora vivo penando”. Si se le escucha más veces parece que se arrastra una s tímida: “hojas de papel volando”.
Hace unas semanas disentí de Gabriel Zaid; aseguré que la letra dice, como lo cantan todos los mariachis, “ojos de papel volando”; Zaid en su artículo de Letras Libres de noviembre de 2010 asegura que la letra original decía “hoja de papel volando”; así lo asegura además un descendiente de uno de los dos autores de “El son de La Negra”, Fidencio y Alberto Lomelí Gutiérrez, quienes la compusieron en 1926.
Aunque la interpretación de los Trovadores Tamaulipecos (Ernesto Cortázar, José Agustín Ramírez –tío de José Agustín–, Lorenzo Barcelata y el menos conocido Carlos Peña) es de 1929, es, aseguran Flores y Escalante y Dueñas (son dos, no tres), la primera grabación, y por lo tanto seguramente la más fiel. Aunque me sigue pareciendo una imagen más sensual, más gráfica, la de los “ojos de papel volando”, porque retrata a la mujer que, delante de uno, mira con coquetería a otros, haciendo que uno se sienta traicionado y sin poder reclamar porque se vive una etapa de pretensión, y no se tienen derechos, admito que seguramente tiene razón en lo de “hojas de papel volando”, que no me remite a ninguna imagen.
Algunas páginas de internet intentan explicar que se trata de las hojas de papel que vuelan al paso veloz de la locomotora, es decir, que están tiradas cerca de las vías y que cuando pasa la locomotora vuelan sin destino. Pero resulta que la imagen de la locomotora no es tan gráfica en esta versión de los Trovadores Tamaulipecos, donde resalta un violín, interpretado por Ricardo Bell, hijo del cirquero del mismo nombre. En la versión de los mariachis sí semeja a la aceleración de la locomotora, pero eso es un efecto producido por las trompetas, que fueron incorporadas a los mariachis tan recientemente como 1941.
(Ricardo Bell era un payaso; la víctima de sus bromas era el animador del espectáculo, un señor Patiño; al menos, es lo que oí de tradición oral: no he encontrado ningún documento que lo avale o lo desmienta; antes de ellos los payasos no conversaban, sólo hablaban en verso; quién sabe qué tan conscientes hayan estado de su importancia, que durante mucho tiempo a la pareja seria de cualquier cómico se le llamaba “su patiño”: Marcelo, de Tin Tan; Schillinsky, de Manolín, Viruta, de Capulina, por mencionar algunos. Ricardo Bell tuvo su circo propio luego de haber actuado para otros; es quien inspiró el poema “Reír llorando”, de Juan de Dios Peza –a quien también se le escucha en el disco compilado por Flores y Escalante y Dueñas–; el señor Patiño tuvo también su propio circo; todos, antes que fueran desplazados en la fama por los hermanos Atayde.)
Pero fuera de las hojas, las versiones de Flores y Escalante y Dueñas difieren en todo de la versión apuntada por Zaid; ellos datan “La Negra”, que en la grabación se llama “Mi Negra”, en 1865, y la autoría se la adjudican a un Salvador Flores que no es el Chava Flores que conocemos; es más, se contradicen, o cuando menos son inconsistentes; dicen que fue grabada “durante” 1928 con un arreglo del folclorista Francisco Domínguez, “quien retomó las coplas originales del sonecito creado a mediados del siglo XIX por Salvador Flores, casi setenta años atrás” (quisieron decir “antes”, no atrás; y son 63, no casi 70 años); en esta versión dice que se conserva la copla con su sentido original, que dice “Negrita del alma mía, hojas de papel volando”. En la ficha del disco ponen la fecha “1929”, y la autoría a Domínguez; no sé qué tan confiables sean porque en la ficha de “El limoncito” apuntan que se grabó en 1910, y en el texto, que fue dos o tres meses antes del asesinato de Obregón, en 1928; ya sabemos que era de sus favoritas y que la estaba escuchando cuando lo asesinó José de León Toral (entre otros, según se sigue presumiendo).
Pero en otra página, la 164, dedicada expresamente a “El son de la negra” (quién sabe por qué en minúsculas, porque La Negra es un pronombre, es el apelativo de la casquivana), lo subtitulan “ojos de papel volando”, ponen una fotografía de los Trovadores Tamaulipecos (dos de ellos, de gran importancia en nuestra cinematografía, además de la que tienen en la música; Cortázar es casi siempre el letrista de Manuel Esperón –excepto en “Amorcito corazón”, con letra de Pedro de Urdimalas, seudónimo de Jesús Camacho–, y autor entre otras de “Yo soy mexicano” y de aquellos versos en que reniega de la música de trompeta y saxofón, y que prefiere los piropos en vez de los chifliditos tontos; escribió argumentos y guiones, y hasta dirigió; la más célebre de sus películas, Juan Charrasqueado, es bastante mala, pero por razones muy personales que no están para saber, es de mis favoritas, y no porque en ella cante, muy mal, por cierto, Pedro Armendáriz –otra cinta en la que canta es El charro y la dama, nada menos que “Ah, que la coneja”, que también canta Arturo Manrique, el Panzón Panseco, en alemán, en Juntos pero no revueltos–;Barcelata, además de ser autor de “María Elena”, una de las canciones mexicanas más populares en el extranjero, y de la alburera “Coconito” –“así le baja tu hermana al otro buey su maicito”–, es quien le contesta a Tito Guízar sus coplas de retache –“como uno que conocí y que sigo conociendo” y de la Cruz que “por un caballo Palomo no se la cambio al patrón” que provoca la respuesta airada de Guízar, la frase más célebre del cine mexicano: “eso que me dices en verso me lo vas a repetir en prosa”; Ramírez es autor de muchísimas canciones famosas: “Por los caminos del sur”, “Acapulqueña” y “San Marcos”, que es de las que más se han prestado a las versiones albureras), dicen que se grabó en 1929 por la Columbia (después, CBS), pero dicen que Flores la dedica a las “hojitas de papel volando que utilizaron todos los corrideros, cantores, decimistas y juglares de aquella época”. Flores y Escalante se refieren a lo que los cultos llaman “pliegos sueltos”, que era el medio de difusión de la cultura popular.
Pero surgen varias preguntas:
a) ¿Quién es el verdadero autor de la pieza: Salvador Flores, Baltazar Orozco –a quien se lo atribuyen en el disco Música tradicional nayarita–, los hermanos Lomelí Gutiérrez o Francisco Domínguez?
b) ¿Cuáles son los versos originales, “Negrita de mis amores” o “Negrita de mis pesares”? Tampoco el final es el mismo: “Por eso vivo penando” o “Hasta ahora vivo penando”. Hay que considerar que la versión incluida en el libro de Flores y Escalante y Dueñas consigna un orden diferente, porque comienza con “¿Cuándo me traes a mi negra…?” e incluye otras coplas que no están en las versiones conocidas.
c) ¿Qué tienen que ver los pliegos sueltos con la coquetería de La Negra? No es verosímil que se defina la belleza o el comportamiento de una mujer a la que se le echan los perros con un género literario, a menos que sea muy culta: “tus ojos son como un madrigal de Zetina”, más o menos, pero decirle, “¿Cómo estás, soneto alejandrino?”; no lo entendería ni siquiera una mujer que se llame Alejandra. Todavía si se le dice “hoja de papel volando” podría significar que es impredecible, pero ¿hojas? Y más si se considera que los pliegos sueltos difundían más noticias de crímenes o de asonadas militares; aunque esta última posibilidad significaría que la mujer es tormentosa, casquivana y que provoca bajas pasiones.
d) Si los autores fueran los hermanos Lomelí Gutiérrez y se acercaron a Silvestre Vargas, a cuyo mariachi se integraron, ¿cómo permitieron que Vargas cambiara la letra y su sentido? ¿Cómo es que los descendientes permitieron que Rubén Fuentes y Silvestre Vargas firmen como los autores, en algunos discos, y como arreglistas en otros, si es que fueron integrantes del Mariachi Vargas de Tecalitán? Es cierto que los propios compositores y los cantantes cambian la letra de sus canciones con cierta frecuencia; por ejemplo, en “La noche y tú”, la letra original dice “anoche soné contigo, soñé y soñaba, que te tenía aquí en mi pecho, que me arrojaba en tu pecho” (Gran cancionero mexicano, tomo I, recopilación de Ramón Córdoba), pero Miguel Aceves Mejía canta “que te tenía aquí en mi lecho, que me apretaba en tu pecho”; Aída Cuevas canta “que te tenía aquí en mi lecho, que me apretaba en mi pecho”; los Hermanos Silva: “que te abrazaba en mi pecho”. Más grave aún: en “La verdolaga”, la letra original dice “los amores más bonitos son como la verdolaga, nomás le pones tantito y crece como una plaga”; Pedro Infante canta “nomás les pones tantito y crecen como una plaga”. Aunque la letra de la primera es de Rafael Cárdenas y la segunda de Alberto Cervantes, la música de ambas es del muy cuidadoso Rubén Fuentes; y Fuentes fue quien produjo cuando menos las versiones de Aceves Mejía y de Infante; ¿por qué permitió que le cambiaran la letra? Sólo que porque oiría que la mejoraban. Si los hermanos Lomelí Gutiérrez oyeron a Silvestre Vargas que corregía las hojas de papel volando fue porque pensaron que sí, se oía y se entendía mejor.

Sí, Gabriel Zaid tiene razón. Hasta cierto punto.

“La Dulce Francia”, se llama el largo capítulo de la Historia Moderna de México, dedicado a la política exterior en el Porfiriato, donde Daniel Cosío Villegas relata el largo camino emprendido a tropezones, disidencias, malos entendidos, rectificaciones, acusaciones y contraacusaciones, dimes y diretes, entre México y Francia a finales del siglo XX, para reanudar relaciones; reclamaciones por daños en la guerra, que no eran válidos porque Francia fue la que invadió, que si inocentes pagaban males ajenos, y luego para ver cuál de las dos naciones pedía primero las relaciones, quién era el ofendido y quién el interesado. Los diplomáticos de los dos países harían bien en echarle un ojo a esas páginas nomás para sopesar lo que les espera si quieren limar asperezas.

Y sí, en 1862-1867 seguían existiendo las Margaritas, igual que ahora.

No olviden; en el portal de El Universal, en la edición dominical, puede leerse "El Librero".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ojos de papel volando
De Maria Luisa Mendoza


La gran mayoria de los mexicanos la cantamos así, creo que hemos valorado y relacionado mas en el sentido poético de los ojos a las hojas.