domingo, 10 de octubre de 2010

Vargas Llosa, John Lennon

Un día después de que Víctor Manuel Torres y yo jugábamos a pronosticar el ganador del Nobel de Literatura se lo otorgaron a Mario Vargas Llosa. La verdad, le iba más a José Emilio Pacheco o a Juan Marsé, mis amigos.
Las agencias, que no tienen idea de la naturaleza del premio, aseguraron que se lo otorgan por la nueva novela, que aparecerá a fin de mes, en plena competencia con el nuevo libro de Gabriel García Márquez; el premio se otorga no por un libro, sino por la obra del autor; y aunque se supone que es un reconocimiento, es un aliciente; por eso se otorga a autores en plena creatividad, y por eso se suponía que antes de los 80 años de edad, aunque se rompió la regla con Doris Lessing, que de cualquier manera se mantiene en activo, para envidia de sus competidoras.

Hay muchas contradicciones en esto del Nobel de Literatura; las razones que esgrimió la Academia Sueca para otorgar el premio a Thomas Mann, en 1929, se basaban en la grandeza de Los Buddenbrook; poco antes, en 1925, había publicado La montaña mágica, ahora reputada como su mayor obra; y uno puede repetirse la pregunta y expresar el azoro de que la Academia no haya tomado en cuenta la grandeza de La montaña, una de las obras clave del siglo XX, hasta que, venciendo los prejuicios, entra al deslumbrante mundo de los Buddenbrook, la historia de cómo un hombre construye un imperio comercial, el hijo la afianza y el nieto la destruye (podría hacer alusión a casos muy conocidos, pero para qué).
El Nobel a Vargas Llosa no asombra, pero incomoda; él mismo declaró, casi 24 horas después que se dio a conocer el fallo, que esperaba que se lo hayan otorgado por sus méritos literarios y no por sus ideas políticas; horas antes, sin embargo, hacía extensivo el reconocimiento a todos los que comparten esas ideas; ya lo habían atacado los representantes (cada vez menos dados a las afirmaciones totalitarias) del gobierno cubano, pero ya también lo habían elogiado José María Aznar y Vicente Fox. ¿No podríamos quedarnos con lo literario? Aunque es difícil, porque Vargas Llosa tiene el peso de un jefe de Estado, y a veces más; por eso pudo calificar al gobierno mexicano de dictadura perfecta, y pronosticar y desear que no regrese el PRI al gobierno; por menos de eso el PRD calificó de entrometido a Aznar.

Desde hace muchos años celebro los días de guardar releyendo Conversación en la Catedral, aunque a últimas fechas lo hago cada dos años, porque creo que ya me la sé de memoria; en cada relectura encuentro algo nuevo algo, que no había advertido, se hace presente un personaje que estaba escondido en la maraña de las conversaciones, un gesto que no se me había revelado. Con menos frecuencia releo Los cachorros y vuelvo a encontrar vasos comunicantes, un personaje que aparece en otro relato, una cadena invisible que me aclara algo de La ciudad y los perros o de La Casa Verde; también reconozco que soy mal lector de otras obras posteriores, característica que comparto con casi todos, lo que me hace pensar que sus obras de juventud y madurez son las mejores y más destacadas, aunque el deslumbramiento que provocó con La fiesta del Chivo mostró que no se había apagado su potencial narrativo. Hay obras suyas a las que no pienso regresar, como El elogio de la madrastra o Los cuadernos de don Rigoberto, y no por lo que tengan de pederastas sus personajes, sino por las mismas razones por las que no repetiré la lectura de Las travesuras de la niña mala: el erotismo literario explícito no es la mayor cualidad de Vargas Llosa; cuando lo aborda como grotesca iniciación, como arma de corrupción política, como expresión de la virilidad, le sale muy bien, en cambio. Es un maestro cuando, en medio de convulsiones sociales, de tensión política, de resquebrajamiento de una comunidad, surge el amor, dichoso o desdichado, en alguno de sus personajes; entre sus momentos más verosímiles están la rivalidad inicua entre El Esclavo, El Poeta o, sin saberlo, El Jaguar, por la misma joven, inocente e ignorante de las pasiones que desata; o cuando Santiago Zavala, comprometido con una huelga universitaria, en pleno rompimiento familiar, enferma de celos porque Aída anda con otro, y en plena crisis política, descubre que mantienen relaciones sexuales; pocos como Vargas Llosa para describir los primeros enamoramientos.

Vargas Llosa ha venido a México muchas veces; en 1973 fue parte del jurado que le dio a Juan Marsé el premio de novela México por Si te dicen que caí; acababa de aparecer Pantaleón y las visitadoras, divertida novela que, aparte del erotismo, devela corrupción en el ejército peruano, aunque la anécdota no sea sacada de la realidad; Fernando Valdés lo paseó por varios lados; en un mismo día lo llevaron a la Capilla Alfonsina con motivo del premio Alfonso Reyes (allí lo acosamos Lourdes y yo, le sacamos algunas declaraciones bien intencionadas a preguntas con jiribilla; aparte de la marca de pasta de dientes que usaba, declaró que tenía una sola corbata –ahora tiene muchas, es evidente); por la tarde lo llevaron a la entonces novedosa Casa del Libro, pionera de los supermercados literarios, librería sin personalidad a la que le copiaron el estilo tantas, que ahora es difícil encontrar una librería donde sepan de libros.
Todo el día anduvimos cargando algunos de sus libros; aunque ya tenía Pantaleón y las visitadoras, y había publicado una breve reseña en La Onda de Novedades, no lo podía sacar en La Casa del Libro porque Vargas Llosa iba a firmar ejemplares que se vendieran allí; llevaba libros que no estaban a la venta: una edición de Los Cachorros ya agotada para entonces, y una edición de La Casa Verde de José Godard, hecha en Lima, pero que Vargas Llosa se negó a firmármela porque dijo que era pirata, aunque yo la había comprado años antes en la Librería del Sótano.
En La Casa del Libro me acerqué a saludar a José Emilio Pacheco; ¿ya te identificaste con Vargas Llosa?, me preguntó; lo he perseguido todo el día, le dije; dile que tú eres Lalito Mejía (como había firmado la reseña), le gustó lo que dijiste del libro; volví a abrirme paso entre la multitud que lo rodeaba para obtener su dedicatoria, y me identifiqué; dame el libro, me dijo, y me lo dedicó a pesar de que era pirata. “Para Lalito, mi valedor, y su futura esposa”; en otro nos llamó “Los Incansables”.
No fueron los únicos libros que nos dedicó, pero sí con las dedicatorias más personales y singulares.

De sus cualidades literarias han hablado muchos; por lo regular, con muchos lugares comunes y que revelan lecturas superficiales o distorsionadas; lo que puedo decir, distinto de lo que se haya dicho, es que es de los pocos escritores que saben escribir no sólo literatura, sino de literatura; su amigo-enemigo García Márquez ha hecho unos reportajes envidiables, superiores a los pocos reportajes de Vargas Llosa, quien se ha dejado contaminar de política (lo que es inevitable, y deseable, además) de tal manera que ha considerado a Frida Kahlo superior al "estalinista" Diego Rivera, lo que lo desacredita como crítico de arte y hace que se le pierda confianza. En cambio cuando habla de escritores hay que tomarlo muy en cuenta; hay algunos volúmenes de su ya muy extensa bibliografía donde incluye apuntes de lectura inteligentes, reveladores; es casi tan buen crítico literario como Carlos Fuentes y José Emilio Pacheco.
Es una lástima que donde mejor haya mostrado su inteligencia crítica esté fuera de circulación: Gabriel García Márquez, historia de un deicidio (hace un par de años circuló el rumor de que se reeditaría, pero resultó falso; es así que el libro más cotizado sea ese título; se dejan pedir de 300 a 600 euros por un ejemplar de ese título; en cambio, piden 50 euros por una primera edición de La ciudad y los perros y 150 por una primera de Conversación…); en él, aparte de una deliciosa crónica de su amistad, hace una disección impresionante de Cien años de soledad, de los lazos entre todos los libros (hasta ese momento, principios de los setenta) del colombiano. Gracias a ese libro pudimos leer Cien años de soledad, Los funerales de la Mamá Grande, e incluso ver Tiempo de morir, con otros ojos; su lectura, inteligente, minuciosa, no deja resquicios; permite el libre criterio del lector, pero antes desbroza el camino, instala las señales de por dónde hay que dirigirse, qué debemos recordar, en qué debemos fijarnos, para leer mejor.
Una recomendación: aunque sólo abarque los primeros libros de Vargas Llosa, las mejores guías para leerlo son la presentación que hizo José Emilio Pacheco para el disco del peruano en Voz Viva de México, y la magistral reseña que hizo el mismo Pacheco de Conversación en la Catedral, en La Cultura en México, suplemento de Siempre!

Aunque fue el sábado 9 cuando se conmemoró el septuagésimo aniversario del nacimiento de John Lennon, el martes 4 salieron a la venta nuevas versiones de sus discos; una antología en disco compacto; la misma, pero en DVD, una antología de 72 piezas en cuatro discos, una colección de obras completas en 11 discos, con memorabilia, y una versión restaurada de cada uno de sus discos sin incluir los tres de vanguardia, con temas fuera de programa.
Ya no saben qué inventar; desde hace tiempo salieron a la venta versiones remasterizadas; a las nuevas versiones le quitaron o le aumentaron instrumentación para dar más relevancia a su voz, pusieron otras fotos y más notas acompañando el texto.
Sin embargo, las revistas especializadas, que no hacen caso de la idolatría ni de los clubes de admiradores, se han portado crueles; a los discos vanguardistas los califican de aburridos, y si bien le dan calificación de extraordinario a John Lennon, Plastic Ono Band y de magnífico a Imagine, a los posteriores le dan calificación bajísima; de Sometimes in New York dicen que es el peor disco grabado por cualquier superestrella del rock, y cuando mucho aprueban de panzazo A double fantasy y Mind games. ¿Se trata de una actitud iconoclasta, o lo habíamos sobrevalorado? ¿Carecemos de objetividad para escucharlo sin arrobos? ¿Es cierto que, desintegrado el conjunto, la obra de cada uno fue perdiendo calidad, y que pocos trabajos individuales tienen la misma fuerza de cuando trabajaron, compusieron e interpretaron juntos? ¿Será por eso que en cada concierto de McCartney y de Ringo más de la mitad de su repertorio está integrado por obras de Beatles? ¿El hecho desmiente que el todo es la suma de las partes, o significa que, separados, ellos valen la cuarta parte de lo que valía el conjunto?

Para completar lo que hasta en las secciones deportivas llaman "el año del pitcher", Ray Halladay lanzó el segundo sin hit en postemporada, y su segundo del año. ¿Permitirán los directivos que continúe el predominio de los lanzadores en 2011? Ojalá, así son más divertidos los juegos en lugar de tanto batazo.
PD. Ahi la lleva la columna "El Librero", de Kiosko, que ya la están incluyendo en el portal de El Universal, en Edición Impresa, los domingos, y puede consultarse después, en Hemeroteca.

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