lunes, 3 de agosto de 2009

Un éxito y tres regresiones de Pedro Infante

Después de Los tres huastecos, en la que Infante demuestra que era un actor, no un charro cantor, tuvo una regresión con Angelitos negros, de Joselito Rodríguez, que no tenía ni la habilidad ni la sensibilidad de su hermano Ismael; basada en un argumento del propio Joselito, a su vez inspirado en una canción de Manuel Álvarez y Andrés Eloy Blanco, cursi y chantajista, la cinta pone a la muy rubia Emilia Guiú como madre de la embadurnada Titina Romay haciéndola de niñita negra, insuperable en su papel de llorona y chantajista; Infante traía todavía el empuje de Los tres huastecos, y le sobra vitalidad, entusiasmo y alegría ante los lloriqueos de Romay y los pucheros de Guiú, una de las actrices más misteriosas del cine mexicano: en algunas películas aparecía bella y sensual, y en otras, como ésta, desabrida y sangrona. Un desperdicio de ambos actores en una cinta previsible y mal dirigida. Tiene una aparición menor María Victoria Llamas, hermana de La Tucita.
Sin embargo, después se desquitó con Ustedes los ricos, una de sus actuaciones más comentadas, porque es una de las cintas más melodramáticas, violentas y estremecedoras; aún ahora es difícil de ver, sobre todo por la escena del “¡Torito, Torito!”, rodeada de una leyenda: se dice que después de filmada, mientras todo el equipo de rodaje, actores, extras y técnicos estaban conmovidos hasta las lágrimas, después de una orden de que cortaran (“¡corten!”) que no se salía a Ismael Rodríguez porque tenía un nudo en la garganta, Infante soltó una de sus carcajadas estruendosas que desconcertó a todos: ¡qué buen actor, cómo no puso y mírenlo!; después surgió otra versión que afirma que Infante soltó la carcajada para liberar la tensión, porque durante el rodaje de la escena se acordó y sintió el fallecimiento reciente de su pequeña hija, o sobrina, o hija adoptiva, son muchas las versiones y poco confiables las fuentes. Lo cierto es que esta escena, reputada como la más dramática de nuestra historia fílmica, conmueve aún a los teleespectadores.
Pero tiene muchas otras características: más melodramática que su antecedente (¿de dónde habrán sacado la palabra "precuela" los nuevos columnistas de espectáculos?) Nosotros los pobres, tiene la misma agilidad, el mismo sentido del humor, está llena de referencias culturales, y desparrama un erotismo que no podía destaparse en la primera de la saga. No los momentos cursis en que el niño hace travesuras, sino en la aparición de personajes que merecerían una película para ellos mismos, como la de la rica rebelde Nelly Montiel, quien cansada de lo insípido que es su marido Miguel Manzano, coquetea con el inocente de Pepe el Toro, lo lleva a seducirlo ¡en el cumpleaños de la Romántica!, a la que ya todos, actores y público, le dicen La Chorreada. Infante la lleva a un cabaret, donde el anunciador Hernán Vera dedica “Nereidas” a Pepe el Toro "y dama que lo acompaña"; Infante, aunque explica que no sabe bailar, pero que están obligados a hacerlo, comienza el danzón con un caderazo muy marcado, que la cámara toma directamente, muchísimo antes de que se descararan las mujeres confirmando que veían las tambochas masculinas con la misma lascivia con que ellas son observadas (“como sopesando”); no sólo el baile, también un faje en un auto, y los besos que son muchos pero que no insinúan que haya habido algo más, son más torrentes que los que debería sostener con Blanca Estela Pavón, pero cada vez que lo intenta se entromete Chachita, “en medio de nosotros como un dios”, dice Jorge Ayala Blanco; la aparición de Freddy Fernández, cómica por las torpezas del personaje (“Atita”, por atarantado) aunque tan llorón como el Pinocho de la antecesora, y la de Fernando Soto Mantequilla como un bracero que regresa de Estados Unidos (hay que recordar que es 1948, el año en que comienza la repatriación de quienes se fueron a la pizca), y que refrescan el ambiente.
La cinta es ágil, bien actuada en lo general, marca muy bien los suspensos, la tragedia, las tensiones; tiene excelente ritmo, y vuelve a estar beneficiada por la actuación de la mayoría; en primer lugar, los villanos Jorge Arriaga y José Muñoz; Arriaga está excelente y se gana el odio del espectador, y cuando aparece en el cabaret advierte al público que “algo va a pasar”, como dice Juan García El Peralvillo en Mi querido capitán; Mimí Derba como ricachona altanera y arrogante se gana también la enemistad del público, aunque al final lo conmueve cuando busca refugio entre los pobres, dando pie a un albur de La Guayaba y La Tostada, que están muy bien sin ceder a la sobreactuación que propiciaban sus personajes; Miguel Manzano está convincente como marido cornudo que también busca la redención, y Juan Pulido atrae simpatía como el pintor que no se atreve a ser bohemio, y se queda a medias, como diletante; Ismael Rodríguez lo utiliza para contestar a Diego Rivera el mural del Hotel del Prado, cuando, espiando en la vecindad de Pepe el Toro, charla con Wilhelmy y Magaña, y cuando se va, una pregunta a la otra si no será “Diego de Rivera”, a lo que la otra contesta que “Diego de Rivera no existe”.
Infante es muy exigido en la trama, y sale bien librado: es convincente, gracioso, no se sobreactúa ni siquiera en los momentos más tensos, lo que no logra Pavón.
La cinta, una de las más populares y logradas de la historia del cine mexicano, fue estrenada en el Palacio Chino, lo cual representaba un avance respecto de otras que tenían su primera función en el cine Nacional.

Pero siguieron los altibajos; las dos siguientes cintas de Infante son de Roberto Rodríguez: Dicen que soy mujeriego, cinta menor aunque simpática, con Sara García repitiendo su papel de Luisa García, y El seminarista, también de Roberto Rodríguez. No son despreciables porque tienen detalles graciosos, algunos memorables; si Dicen que soy mujeriego repite el esquema de Los tres García (Infante conquistador, pero no le interesa conservarlas; como en Los tres García, al besarlas les quita un arete, símbolo bastante obvio de la entrega, aunque sea involuntaria de parte de ellas, tanto que alguna ni se da cuenta, lo que significa una derrota para el mujeriego; Sara García de abuela mandona pero orgullosa de su nieto, aunque le regañe por llegar tarde de parranda, le consiente sus desmanes); interviene un villano muy simpático, Rodolfo Landa, quien trama una trampa para hacer creer que La Tucita, que repite su papel de vivaracha de Los tres huastecos, vuelve a robarse la cinta desde que aparece; Silvia Derbez menos sensual que en Baile, mi rey, anticipa su papel de llorona de las telenovelas; una tremenda Amalia Aguilar le da picardía a la cinta, que pese a lo esquemática, tiene gracia; una escena en donde hay una especie de duelo en canciones entre Infante y Derbez en un establo, que añade sabor a la cinta, pero por desgracia no trasciende.
El seminarista quiere provocar, dice García Riera, un equívoco que alarme al público, al hacer creer que el seminarista, ya sacerdote, tiene amoríos con Silvia Derbez; al final se revela que sólo se vistió de sotana para rememorar con el sacerdote Mantequilla tiempos pasados, con una aventura harto sabrosa, no con la púdica Derbez, sino con la muy sensual Katy Jurado; la cinta se la lleva ella, junto con Arturo Soto Rangel, tío bastante relajiento y hasta blasfemo de un Infante que confunde lo religioso con lo delicadito; resiste a medias los embates de una Jurado muy atrevida e inquietante, y vuelven a utilizar a La Tucita, otra vez simpática y desenvuelta pero menos natural, como trampa contra Infante. Soto Rangel y Jurado están simpáticos, mucho más ligeros aunque su papel sea pecaminoso, que la pareja protagonista, aunque ninguno esté mal; lo malo de la cinta es la dirección plana, poco sutil y maniquea. Quién sabe cómo se liberó de ella Mantequilla, quien se luce aunque su personaje sea limitado y lamentable.
Estas dos cintas se estrenaron, la primera, en el cine Ópera, en Luis Moya, y la segunda en el cine Nacional, lo que demuestra que pese a las buenas actuaciones en Los tres huastecos y en Ustedes los ricos, Infante no acababa de conquistar al público de clase media, y sus simpatías iban dirigidas hacia el público popular, pero no precisamente porque se identificaran con él y sus personajes; faltaba mucho para que el espectador pudiente mostrara su preferencia por él; faltaban algunas de sus más sobresalientes interpretaciones, pero las películas que tenían éxito y le dieron popularidad no fueron las mejores, y sí las que lo desperdiciaban.

2 comentarios:

Jorge Vázquez Ángeles dijo...

Excelente reseña. Estoy elaborando un libro de crónicas y me intersa el pleito entre Diego Rivera e Ismael Rodríguez a raíz del cuadro de Rivera en el Hotel del Prado. Estoy de acurdo contigo: a pesar del tiempo trasncurrido la trilogía de Pepe El Toro sigue siendo un compendio original, fehaciente,vívido y vigente de México.

Lalo dijo...

Más que pleito, fue una escaramuza de don Ismael; en esas fechas se inauguró el mural "Un domingo en la Alameda", donde por cierto Rivera se burlaba de algunos intelectuales;: en el mural estaba parte de la famosa frase de Ignacio Ramírez de su discurso de ingreso en la Academia de Letras: "Dios no existe"; hubo mnucha molestia de algunos grupos. Ismael Rodríguez utiliza a sus excelentes personajes La Guayaba y La Tostada para expresar su opinión sobre Rivera. Gracias por el comentario.