lunes, 10 de agosto de 2009

La imaginación de Leñero

Contra lo que él mismo opina, creo que Vicente Leñero es uno de los grandes novelistas mexicanos; aunque haya renunciado a los experimentos que caracterizaron su narrativa, el ciclo que va de Los albañiles a Redil de ovejas, incluida la reescritura de La voz adolorida –como A fuerza de palabras— es uno de los grandes momentos de la literatura mexicana, y siguen siendo válidas sus propuestas estructurales; creo que Estudio Q está a la altura de las mejores obras, digamos Cambio de piel, Obsesivos días circulares, Morirás lejos y, contemporánea pero publicada mucho después, Rito de iniciación.
Por ello, leo todo lo que puedo de él, aunque ya no incursione en los terrenos de la experimentación –lo hace, pero de manera menos radical—, y aunque haya anunciado su retiro de la novela y su incursión en un género curioso, que es mezclar realidad con ficción, o mejor, escribir relatos con nombres de personajes reales, y que muchas veces coinciden con la conducta del personaje del que llevan el nombre; así, quedan como relatos algunas leyendas sobre escritores amigos de Leñero, como la cleptomanía de superestrellas, la dipsomanía de otros, la coquetería de casi todos; escritos breves que parecen viñetas, retratos pícaros o anécdotas curiosas; con ese esquema editó recientemente Gente así, con muchos de esos escritos publicados en la Revista de la Universidad.
Pero Salvador González, siempre pendiente de las novedades bibliográficas, me muestra un libro que desconocía, del que no vi reseñas ni me lo topé en ninguna de las muy escuetas, indiferentes librerías capitalinas, ni mucho menos en las más vacías de provincia que casualmente haya visitado; me conduce hasta el mayor kiosko que haya visto nunca, y pone en mis manos, extremadamente barato, Sentimiento de culpa, con el subtítulo de Relatos de la imaginación y la realidad, además tan barato que me hizo sospechar, por fortuna sin fundamento, que se trataba de una edición pirata; publicado por el sello Plaza y Janés (antes Plaza & Janés), pero cuyo ® está adjudicado a Random House, y publicado en 2005.
Seguir la bibliografía de Leñero ha sido difícil; el mismo Gerardo de la Torre, en Vivir del cine, comete omisiones y errores, pese a su cercanía con Leñero; sobre todo en lo que respecta a sus obras de teatro, mucho me temo que me haya perdido alguna o varias de ellas; y en cuanto la recopilación de sus relatos, estoy seguro que me falta más de una; todo ello, más la advertencia de que en uno de los relatos aparecía mi amigo Bernardo Giner de los Ríos, devoré el primer cuento del libro en el viaje de Taxqueña a Nativitas, descuidando otra lectura urgente y también placentera, que más tarde me apresuré a terminar para clavarme en el “Sentimiento de culpa”.
El primer relato me desconcertó; no debería haberme pasado, porque en las viñetas para la Revista de la Universidad Leñero ha sido indiscreto y ha balconeado a conocidos y a amigos, pero en éste, que da título al volumen, señala conductas que me parecen inverosímiles; la protagonista, autora ya consagrada por crítica y lectores, recibe el encargo de Joaquín Mortiz de que redacte un dictamen desfavorable que le sirva a Joaquín Díez-Canedo para rechazar a un autor impertinente al que ya ha rechazado dos libros malos, y quiere que ése sea el definitivo; tras entregarlo, en una presentación de un libro de otra autora, el joven rechazado se le acerca, le da la falsa noticia de que lo van a editar en Mortiz, y le pide que lo ayude a localizar y resolver errores; ella, que no había leído el manuscrito completo, ahora sí lo hace, y aunque sigue estando de acuerdo con su dictamen, encuentra algo atractivo en la trama, pero al volver a ver al novel autor éste le confiesa que ya sabía que era la autora del rechazo y sólo quería hacerle una canallada.
La anécdota es verosímil; muchísimos autores han visto despedazadas sus ilusiones por un dictamen desfavorable; las editoriales tienen dictaminadores que no siempre son los adecuados para cierto tipo de obras; el mismo Leñero sufrió la negativa del Fondo de Cultura Económica para publicar Los albañiles; no sé de quién haya sido la indiscreción, pero se sabe que fue Emmanuel Carballo quien la rechazó, y confirmó su opinión cuando la novela ganó el premio Biblioteca Breve, y luego debió asumirlo en el prólogo a la autobiografía precoz, muy poco tiempo después. No sólo Los albañiles, muchos otros libros fueron rechazados y después encontraron un editor menos exigente, o más preparado y más adecuado. Las anécdotas sobran y pronto hablaré aquí de algunas de ellas; incluso, las editoriales solían tener hasta tres dictaminadores para ciertos libros, y si dos la aceptaban y otro la rechazaba, el libro se publicaba; si había unanimidad, el editor aceptaba la opinión de los tres.
Lo que me parece inverosímil no es eso, sino otros muchos detalles; no que Joaquín Mortiz tuviera dictaminadores; indiscreciones propias o de terceros nos han hecho saber que el propio Leñero, Gustavo Sainz, José Agustín, entre muchos otros, ejercieron ese oficio para Mortiz; han hecho saber incluso que a ellos se debe la publicación de alguna novela célebre. Pero también se sabe que los principales dictaminadores de Mortiz fueron el propio Díez-Canedo y Bernardo Giner de los Ríos; por la publicación de algunos títulos, es conocida la generosidad de ambos, y también que no necesitaron opiniones de terceros para rechazar de manera tajante muchos títulos; no me resisto a creer que Bernardo le haya coqueteado a la protagonista, quien tras entregar su dictamen va a saludarlo; lo que sucede es que fui testigo de que no necesitó coquetear: autoras, periodistas, simples visitantes iban a coquetearle a él, siempre entregado a la lectura de algún manuscrito, a la revisión de galeras o páginas, y a tranquilizar a autores impacientes por que se publicara su texto; Bernardo coqueteaba fuera de la editorial, no dentro; pero todo cabría en una ficción; lo que me parece inverosímil es que él fuera capaz de decirle a nadie quién era el autor del dictamen.
Otras inexactitudes: cuando Joaquín Mortiz estaba en Tabasco 106 no había tantas presentaciones de libros, ni mucho menos en la entonces inexistente Casa Lamm, ni los protagonistas podían citarse en El Péndulo de Nuevo León ni en ningún otro: no existían; Mónica Lavín, de quien la protagonista presenta un libro, no había publicado novela, sino dos libros de cuentos.
La ficción puede permitirse todas las libertades; sin embargo, para que el lector las crea tienen que parecer reales.
Más detalles; “Sentimiento de culpa” parte de la misma anécdota de El garabato: un lector profesional que es incapaz de entender la propuesta de un autor novel y lo rechaza sin más, sin entender, y posiblemente se pierda una obra maestra por exigir artificios en vez de la verdadera esencia de la literatura.
El resto de los relatos sigue el mismo camino del primero, con protagonistas célebres: Garibay, Rulfo, Arreola, Lizalde (Eduardo), Scherer, Carlos Salinas; hay otro, sin tanto personaje real, que hace recordar A fuerza de palabras; todos dejan con la duda de que sea una anécdota real o inventada, aunque más parezca lo segundo, porque la mayoría de los personajes habla igual a Leñero, que maneja de manera excelente el lenguaje, aunque aquí está más preocupado por retratar a un personaje que en hacerlo verosímil.
Pero el último relato llama la atención: “Toque de sacrificio” habla de beisbol, y vuelven a aparecer nombres reales: Fernando Valenzuela, Mike Brito, Tom Lasorda, y un buscador que más parece Corito Varona que cualquier otro; el buscador, a instancias de Valenzuela, se apersona en la Liga del Pacífico para ver lanzar a un pitcher que nunca ha pitcheado en la Liga Mexicana ni en ligas estadounidenses, lo cual es irreal; Leñero es un fanático del beisbol, el mejor cuento de su primer libro, La polvareda, se llama “El último out” y está ambientado en el beisbol; coordinó, con Gerardo de la Torre, también beisbolero, Pisa y corre, libro con cuentos de ambiente de beisbol (el mejor es uno de José Agustín, otro fanático del beis); por eso extrañan tantas inexactitudes: el buscador le reclama al pitcher que haya comenzado lanzando rectas de 60 millas por hora para llegar a la séptima con rectas de 90; una recta de 60 millas por hora es más lento que un cambio de velocidad; ni siquiera Randy Jones, pitcher estelar de los Padres de San Diego en los años setenta, tiraba tan lento (Pete Rose, primer bat de Cincinnati, le aceptó la primera pitcheada, pidió tiempo y se recargó a esperar; el umpire le preguntó para qué pedía tiempo, y Rose contestó: no es para mí sino para él, para que termine de calentar el brazo); si un buscador viera eso se retiraría del parque, porque además no tiene tanto control: da dos bases por bolas; cuando el buscador dice que tiene interés pero no premura en el pitcher, explica que Dodgers, el equipo para el que trabaja, tiene completo el staff de pitcheo, por lo que no lo necesitan por el momento: las Ligas Mayores no contratan directamente para el equipo grande, sino que mandan a los prospectos a sus sucursales, a sus varias sucursales, donde los tienen dos o tres temporadas antes de probarlos en el equipo grande; más aún, en septiembre se expande el roster y entonces suben a los más destacados de las sucursales y los alternan con los titulares; también dice el pitcher que su familia, sonorense, es amiga de la de Valenzuela y de la familia de la esposa de Valenzuela, sólo que Linda Valenzuela no es de Sonora, como los personajes del relato: es de Yucatán, donde la conoció Valenzuela cuando jugaba para Leones; afirma que Valenzuela ponchó a Reggie Jackson en el Juego de Estrellas de 1986, en donde Jackson no participó. Y peor: el buscador más bien quiere llevarse al hermano del pitcher como segunda base, porque no tienen bien cubierta esa posición (en eso Leñero tiene razón: tenían a Steve Sax; un chiste de esa época era que Sax y My Cool Jack Sun, el rey del pop, se parecían en que ambos usaban un solo guante y nadie sabía para qué servía); finalmente lo contratan y el primer año le dan el Cy Young; Leñero nos priva de lo mejor del cuento: la temporada tan extraordinaria que debe haber tenido ese segunda base, que hace que le den el premio que se otorga al mejor pitcher del año.
Leñero abusa de la imaginación.

No hay comentarios: