lunes, 31 de agosto de 2009

Una novela inesperada, sorprendente

Hay algunos escritores muy incómodos, porque no sabe uno a qué atenerse con ellos; hay unos que son garantía de calidad, de entretenimiento; hay otros que uno sabe que hay que leerlos con desconfianza, y otros de los que hay que alejarse. Pero los autores noveles causan problemas, porque nada nos indica qué encontraremos en ellos. A veces se lleva uno sorpresas.
Por ejemplo, si uno pone atención a la cuarta de forros de Amar a Frank, de Nancy Horan (Alfaguara, 2009), espera un best-seller sentimental, una historia de amor feliz y emocionante con un toque de picardía, porque el amor feliz es clandestino, pero los protagonistas lo enfrentan con valentía. Además, el libro tiene dimensión de bes-seller: alrededor de 500 páginas.

La novela es todo menos un libro que siga la receta de los best-seller, y por el contrario, ahuyenta a los lectores que busquen otro placer que no sea el estético; tiene, sin embargo, muchos ingredientes cercanos a las historias sentimentales: una pareja que se sale de los cánones sociales y que, casi sin darse cuenta sienten atracción sexual, pero que no se termina cuando satisfacen los deseos, y se involucran de tal manera que no les queda más que emprender una relación más sólida, aunque todo actúa para que no se logre: el rechazo de la sociedad que les ha dado un lugar; la incertidumbre de ambas familias, y sobre todo la incertidumbre de un futuro común, porque ambos tienen ambiciones y trabajo personales, y no dependen, más que sentimentalmente, uno del otro.
Así, Amar a Frank más que una historia de amor es la historia del coraje personal y del desafío a las convenciones, a los ataques y a la comodidad y al conformismo. Todo se magnifica porque uno de los protagonistas es una celebridad incluso entre quienes estamos incapacitados para entender su labor, y para la cual sólo podemos tener opiniones, ningún juicio: Frank Lloyd Wright, uno de los grandes nombres de la arquitectura, se supone que uno de los artistas que más contribuyó al desarrollo y revolución estética del siglo XX.
Su compañera de aventuras es Mamah (se pronuncia Mema) Cheney, de quien se sabe muy poco, apenas unas cuantas líneas en las memorias de Frank Lloyd Wright; aparte de los valores literarios, a los que regresaré, hay que hablar de la búsqueda e investigación que realizó Horan, un trabajo no sólo exhaustivo, sino de mucha dignidad porque no inventa más que los huecos que no se encuentran registrados en los escasos testimonios, muchos de ellos orales, y unas cartas casi perdidas, unos cuantos ensayos y traducciones; pero la historia es verosímil, que finalmente es lo que le importa a los lectores, que aunque la trama sea ficticia, uno se la crea. Pero además resulta que es verdadera, que esa historia existió con todos sus momentos difíciles, finalmente trágicos y que evaden la cursilería en la que tan fácilmente podría haber caído la autora.
¿Quién es Horan? La cuarta de forros no habla de sus valores literarios, y por el contrario tiene recomendaciones del New York Times que se deja llevar por la impresión de una lectura superficial; la primera solapa sólo dice que es periodista y que ésta es su primera novela. El único aval es la publicación por Alfaguara. Por eso es de agradecer la sorpresa que uno se lleva con una novela que tiene muchos atractivos, el primero de ellos, y que no es de despreciar, es la agilidad narrativa, la habilidad para darle dimensión a los personajes que, cuando son tomados de la realidad, suelen ser caricaturescos; después, la precisión histórica, que recrea los primeros años del siglo XX con todos sus prejuicios, pero también con un impulso que permite no sólo el trabajo de Wright, también el de Cheney, y el desarrollo de su impulso amoroso. y un feminismo digno, no beligerante, adelantado casi un siglo.
¿Qué le permite a la pareja el desafío a las convenciones, a la crítica, al rechazo? El respeto mutuo de su individualidad: si Cheney se aventura a meterse en el trabajo de Wright es sólo en el plano moral: que no pase por encima de otros arquitectos, que no se aproveche de los demás, o que no pierda el sentido de la realidad; no pretende saber más que él, no desea guiarlo; la igualdad en los terrenos sentimental y sexual no la autoriza a tratar de igualarse en el profesional; Wright no es comprensivo con ella, no la anima a proseguir con sus traducciones y sus ensayos, no la empuja a que tenga actividades fuera del ámbito íntimo: simplemente observa su trabajo, opina, enjuicia, colabora, pero no la trata como la otra parte de la pareja, sino como a un individuo, como a un creador.

La novela está estructurada de una manera original; aunque aparentemente sigue una cronología, cada capítulo se enfoca a diferentes sentidos, y aunque hay una narración de principio a fin, algunos detalles permiten adelantarse a los acontecimientos, sin que signifique que sean respuestas anticipadas a preguntas que se realizarían con posterioridad a los sucesos; la mayoría de las veces, sin embargo, esos detalles (digamos, los acabados de una casa, si es que caemos en el lugar común de pensar que está hecha como se hace una casa innovadora y singular) ayudan a entender acontecimientos que en páginas anteriores se abordaron de una manera tangencial o como simple referencia (el destino de los hijos de Cheney, la vida sentimental de su exmarido, quien nunca termina de aceptar la vida sentimental de ella; o los chismes que se desatan en su ciudad natal, lo que da lugar a un capítulo que enjuicia a la prensa amarillista, la que persigue a la gente y cuestiona su vida privada, que como bien se dice debe ser privada); así, la novela no puede verse como un todo sino hasta que está por terminarse, aunque un capítulo, el más breve de todos pero el más intenso, concluye las historias no terminadas, ata los cabos sueltos, y permite prefigurar el destino de Wright, dado el final violento y conmovedor de la vida de Cheney.
Si la estructura podría semejar a la construcción de una casa (sin que sea tan radical como Los albañiles, la extraordinaria novela de Vicente Leñero), hay que resaltar el cuidado con el que trata a los demás personajes, que aunque secundarios son importantes y ayudan al equilibrio de Wright, Cheney, y del desarrollo de la historia; en una novela, aunque basada en hechos reales, que se trata de un adulterio, podría haber villanos, maldiciones, incomprensión; las reacciones que hay están justificadas, el lector entiende los sentimientos de despecho, de inseguridad, de incredulidad. Los únicos villanos, como en la vida real, son los periodistas que buscan el escándalo, y hacen de ésta la noticia más relevante.
Aunque Horan no intenta utilizar el lenguaje de la época (sería o sonaría falso), tampoco intenta que los giros actuales tengan cabida en una novela que sucede en las dos primeras décadas del siglo XX; aunque los sucesos estén por cumplir cien años, parece actual, pero no por el lenguaje, sino porque aunque en esos cien años se hayan vivido muchos cambios, la mentalidad sigue siendo la misma: egoísta, conservadora. Lo que es inusual, entonces y ahora, es la actitud de los protagonistas, libres de prejuicios y de sentimientos de sobreprotección y de manipulación.
Amar a Frank es una excelente novela que, por fortuna, me tomó desprevenido y la disdruté muchísimo.

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