lunes, 11 de mayo de 2009

Para entender a Vargas Llosa, a Cortázar, a Cayuela y a Nettle

Una de las editoriales que retoman la tradición del libro mexicano sobrio, elegante, bien hecho, cuidado con pasión y esmero, tiene una colección pequeña de textos pequeños en que lectores escrupulosos intentan descifrar la obra de autores complejos, entre ellos a casi todo el Boom. Uno está escrito por Ricardo Cayuela Gally.
Desde luego, es meritorio que se aborde la obra de Mario Vargas Llosa; lo difícil es que se consiga un resultado completo y satisfactorio en tan sólo 64 páginas foliadas, y que de ellas casi la cuarta parte sea una explicación de por qué Vargas Llosa y por qué la necesidad de estudiarlo.
Cayuela demuestra su pasión por la lectura, aunque comete el atrevimiento de criticar al peruano al juzgarlo desde una perspectiva muy personal, le da demasiada importancia a su actitud, militancia y actuación políticas (la tiene, pero en Vargas Llosa predomina la actitud literaria y sobre todo la ética), y deja de lado aspectos imprescindibles en la obra literaria que ha dado prestigio al autor de Conversación en la Catedral.
Aunque se tengan muchas discrepancias con Cayuela, sería erróneo juzgar su pensamiento y objetar las observaciones que le hace a Vargas Llosa; en todo caso, es más meritorio su entusiasmo por su obra; lo que habría que reprocharle es lo que dejó fuera, lo que no anotó o lo que vio de una manera incompleta; claro, a veces el tiempo y la época no son cómplices ni de los autores estudiados ni de quienes los estudian; por ejemplo, es demasiado benévolo con la posición del peruano en cuanto a cuestiones políticas y económicas (los expertos opinan que la más reciente crisis económica no sería mundial si no fuera por la globalización, que naciones inocentes están pagando los errores y los excesos del llamado “liberalismo”, y que la gripe “humana” no sería global si no fuera por la globalización); en cambio, omite otros aspectos muy encomiables: Vargas Llosa, quien es un polemista feroz, jamás ha faltado el respeto a sus contrincantes, aunque sea implacable combatiendo posturas y opiniones; Vargas Llosa es anticomunista radical, pero Cayuela se olvida que cuando vino el peruano a promover El pez en el agua, una de las quejas más fuertes que presentó fue por la persecución que había desatado Fujimori contra socialistas y comunistas en Perú, y dejó al último, casi sin mencionar, los ataques que le dirigían sus adversarios.
Cayuela también omite una frase, al decir que Vargas Llosa tenía sólo simpatía por el marxismo y que era compañero de viaje (esta calificación la usa sin la fuerza que esta postura tuvo en los años cincuenta), pero no una militancia: la carta con la que presenta su renuncia a la Casa de las Américas es, sin embargo, muy diferente a lo que dice Cayuela: “ése no es el socialismo que quiero para mi país”; también tendría Cayuela que matizar lo que él llama “ruptura” de los intelectuales con el régimen cubano (un régimen mucho más complejo que como se plantea en este libro): hay que recordar los puyazos de Guillermo Cabrera Infante contra Sontag y Sastre en la entrevista con Rita Guibert; y no puede equipararse más que de manera maniquea las posturas de Carlos Fuentes y de Cortázar en el caso Padilla, aunque ambas hayan sido críticas. Y aunque hayan tenido la misma intensidad, la actitud de Vargas Llosa es muy diferente de la de Cabrera Infante.

Ricardo Cayuela da más importancia a la actuación política que a la actividad literaria de Vargas Llosa; toda actitud es sexual y política, dicen los clásicos modernos; aun en las obras en que el peruano no habla de política, tiene una actitud política, como por ejemplo Los cachorros; pero si fuera así, ¿cómo clasificar la actitud política del autor de La fiesta del Chivo? No es la de un partidario del libre comercio ni la de un anticomunista radical, ni tiene la neutralidad de quien se opone “a todo totalitarismo, del signo que sea”, ni la de quien disminuye los crímenes de Pinochet elogiando su invento o puesta en práctica de las Afore, que ya hemos visto el daño que han hecho para la jubilación de los trabajadores. Vargas Llosa es mucho más complejo, porque en la mayoría de sus novelas contradice sus palabras como crítico político.
Pero Cayuela no se detiene en las novelas, las ve por encima: no encuentra los lazos que unen La ciudad y los perros con Los cachorros, ni a ésta con Conversación en la Catedral (por poner sólo un ejemplo, Pichula Cuéllar es primo de Santiago Zavala), ni observa cómo se tuerce el destino de Anita y Santiago Zavala en Kathie y el hipopótamo; ni ve el capítulo de La Chunga desprendido de La Casa Verde; apenas ve al mismo personaje en La Casa Verde con Lituma en los Andes, y no todas las coincidencias ni los paralelismos; para él, no hay diferencias de calidad entre sus novelas, todas tienen el mismo peso, cuando son evidentes las que hay entre algunas de sus novelas magistrales y otras como Las travesuras de la niña mala, o El paraíso en la otra esquina, fallidas, o cuando menos no redondas; no entra en las estructuras, casi todas complejas, ni en la búsqueda del lenguaje; se detiene más en la encrucijada de si son reales o no, cuando lo que importa es que la mayoría son verosímiles. Podría también ayudarnos a entender el cambio radical en la redacción, que provoca tropezones en la lectura (por ejemplo, una puntuación errática, ajena a la fluidez del español, y sobre todo del español de Vargas Llosa).
Algunos otros apuntes: de Elogio de la madrastra y de Los cuadernos de don Rigoberto, Cayuela dice que son divertimentos; ¿habrá querido decir que son divertimientos? ¿O son divertimentos a la manera de las novelas “policiales” de Graham Greene? Se detiene muy poco en las influencias en Vargas Llosa, y en los lazos que lo unen con otros escritores, como García Márquez, Cortázar y Carlos Fuentes, que van más allá de los amistosos.
En cuanto a la edición, es notorio el esfuerzo por el cuidado editorial, pero por eso mismo sobresalen las erratas que se colaron: por ejemplo, La Casa Verde siempre es citada así, con mayúsculas, pero en la página 52 se fue La casa verde; el título original de Los cachorros incluía el subtítulo (“Pichula” Cuellar); y en la bibliografía faltan Literatura en la revolución y revolución en la literatura; García Márquez: la problemática de la novela, y Literatura y política (los dos primeros, en coautoría con Óscar Collazos y Julio Cortázar —“nada”, diría Enrique Guzmán—, y el segundo con Ángel Rama); y los libros de entrevistas Entre el buitre y el Ave Fénix y …Sobre la vida y la política; otras discrepancias: el título es Conversación en la Catedral, aunque Cayuela tenga razón en poner La Catedral; y aparte de algunas erratas menores, es imperdonable el “periodo de tiempo” que se cuela por allí.

Otro de los títulos de la colección se refiere a Julio Cortázar, y está preparado por Guadalupe Nettel; aunque es menos comprometido que el de Cayuela, tiene algunas características, que no por necesidad son defectos, ni mis objeciones tienen que ser reparos al libro, que tiene muchas virtudes, entre ellas la claridad y, como Cayuela, la pasión.
Mi objeción consiste en que entre los narradores latinoamericanos, Cortázar fue quien llevó más lejos la experimentación en estructura, lenguaje, concepto; pero al margen de eso, lo mejor de su obra, que son los cuentos, marcan una manera de narrar, prácticamente fijan las reglas de la narrativa contemporánea breve, y muestran una imaginación como casi ninguno otro; y aunque se salgan de una realidad tangible, siempre fueron una opinión sobre la cotidianidad tanto en lo que se refiere a la vida bonaerense como, en general, a todo el mundo de habla hispana; su lenguaje fue otra excursión inédita, aunque nunca dejó de reconocer su deuda con Borges, Macedonio, Artl, Arreola; pero también deja ver su deuda con la música (algo insinúa Nettel, pero lo circunscribe al plano anecdótico) y a la pintura. Y el ensayo, que no es un intento para explicar y hacernos entender a Cortázar, es lineal, plano, no corresponde ni a la vitalidad ni al humor, el más corrosivo de la literatura del Boom –crítica de por sí.
Nettel hizo un ensayo, bastante legible, que deja ver a una buena lectora, pero no cumple con la promesa implícita en el título.
Otra objeción tiene que ver con la actitud política de Cortázar, tan radical que algunos (Vargas Llosa, por ejemplo) la han calificado de ingenua, cuando menos; no nació con la Revolución Cubana ni terminó con su desacuerdo con la política de Castro respecto de los intelectuales que le impugnaron su intolerancia con los críticos; si hubo ruptura fue unilateral, Cortázar nunca dejó de amar a Cuba ni de exaltar los logros de ls Revolución. Nettel no vio, no pudo ver por su edad, la actitud de Cortázar cuando vino a México presidiendo un tribunal que condenaba los crímenes de Pinochet: no era la de un “neutral” que por una moda se haya sentido socialista. Tendría que leer Literatura en la Revolución y revolución en la literatura para entender las ideas políticas de Cortázar, y la entrevista que contestó a Rita Guibert. (Dos de esos tres textos están en el nuevo libro de Cortázar, Papeles inesperados.)
Otras objeciones se refieren a la bibliografía: aparentemente está completa, pero hay segundas ediciones que en realidad vienen a ser primeras; hay segundas ediciones que suplieron a primeras que eran de tirajes muy menores y que fueron las que conocimos los lectores, y por desgracia, además de que no incluye las excelentes traducciones (Poe, El país de las sombras largas), tan creativas como su literatura, no separa sus libros publicados en vida y los póstumos, harto diferentes.
Al contrario del libro de Cayuela, éste tiene abundantes erratas y errores que a ratos molestan al lector.

Lo que más llama la atención es el título: Para entender se refiere a la colección, pero uno lee, en la portada, el lomo, la página legal, la portada interior, Para leer Vargas Llosa (o Julio Cortázar), y la contraportada es casi ilegible por la letra tan delgada en un fondo que opaca todo, sobre todo en el libro dedicado a Vargas Llosa.

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