lunes, 18 de mayo de 2009

El mito de Pedro Infante / I

Al reseñar una de las cintas más divertidas y poco valoradas en las que el estrella es Pedro Infante, También de dolor se canta, Emilio García Riera en sus dos ediciones de la Historia documental del cine mexicano se lamenta que se desperdicie el único momento en que se unen en una escena dos de las figuras con mayor presencia en nuestras pantallas, Infante y Germán Valdés.
Con el adjetivo se desvirtuó la calificación, y desde entonces se valora a Infante como el mejor actor mexicano, y se apoyan en esta calificación por el premio que se le otorgó en el festival de Berlín, el Oso (el trofeo), aunque no aprecian como se debe el Ariel por La vida no vale nada.
Infante pasó del menosprecio (léanse declaraciones de Novo en La vida en México en el periodo presidencial…; de los personajes de Las batallas en el desierto; véase la prensa en su tiempo) probablemente por su popularidad entre el público menos exigente, a un reconocimiento entre un público menos complaciente, a una sobrevaloración de los intelectuales y de los críticos de cine a una aceptación entre los elitistas, y después al hartazgo de los ciclos repetitivos y de los DVD que se han eternizado en los estantes de Mix Up y en los puestos de periódicos.
En todos los casos se ha sido injusto con Infante, pero también se le ha adjudicado una calidad histriónica que no siempre es cierta. Si vemos caso por caso, a lo largo de varias revisiones no siempre semanales, podremos apreciar cuáles son sus buenas cintas y en cuáles le damos una calificación exagerada.
Es injusto tomar en cuenta sus primeras películas, a las que llegó por la popularidad que había adquirido en la XEB. En La feria de las flores, de José Benavides, tiene el séptimo crédito, no sólo detrás de los dos estrellas, Antonio Badú y Fernando Fernández, sino también de Luis G. Barreiro (menospreciado siempre) y de Víctor Junco, ambos en papeles secundarios; a Infante le doblaron la voz y su función es de acompañante de los más experimentados Badú y Fernández.
En Jesusita en Chihuahua le dieron el segundo crédito, después de Susana Guízar, y por arriba de René Cardona, director, y de una ruda Susana Cora; envarado, tieso, poco natural; también le doblaron la voz.
La razón de la culpa fue un drama, no una comedia como las anteriores; la dirigió Juan J. Ortega, y en ella Infante alterna con Blanca de Castejón, Andrés Soler y María Elena Marqués; también aparecen Mimí Derba, Ricardo Montalbán en una aparición muy breve, y los Hermanos Kenny, conjunto musical al que pertenecía el Tío Herminio. Otra vez le doblan la voz, y además aparece como español, y como objeto del deseo de madre (Castejón) e hija (Marqués); no sólo aparece tieso, fuera de ritmo y de sitio, sino que compite con una sobreactuada Castejón que roba cámara (sobre todo en la última escena –“no me dejes pensar, no me dejes pensar”, le dice a Soler cuando éste le confiesa que sabe que está enamorada del yerno), y con el extraordinario Soler, que está sobrio en el papel de cornudo (poco antes había realizado una de sus mejores actuaciones en Lo que sólo el hombre puede sufrir). Soler se lleva la película y hace olvidable la aparición de Infante, quien vuelve a obtener un papel tan pequeño en su siguiente cinta, Arriba las mujeres, que queda reducido al sexto crédito, por debajo de Carlos Orellana, también director; de la excelente Consuelo Guerrero de Luna, Manuel Noriega, Virginia Zurí y Amparo Morillo, y por encima de Antonio Badú, aunque éste tiene más presencia en la trama, que es un choteo a un feminismo grotesco y justamente dominado por los hombres al principio sumisos, pero después triunfantes a base de gritos y nalgadas; como en las cintas anteriores, Infante se muestra inseguro y tieso.
Cuando habla el corazón es tan mala, tan previsible y maniquea que fue justamente olvidada durante muchos años, y desconocida hasta por los más fanáticos fanáticos de Infante; es su primer estelar, y comparte créditos con la muy popular María Luisa Zea y con Víctor Manuel Mendoza; está llena de canciones, pero ni son las más conocidas ni las mejor interpretadas por Infante. Durante mucho tiempo fue considerada una curiosidad, y ahora se puede conseguir en DVD, pero no vale la pena; el director fue Juan José Segura.
Esta primera etapa de Infante como actor no es de destacar, aunque vale la pena mencionar que en esas cintas aparecen actores que después serían sus compañeros en mejores obras: Badú en Los hijos de María Morales y El gavilán pollero; Carlos Orellana en Dos tipos de cuidado –sobre todo como argumentista—; Blanca de Castejón en Escuela de vagabundos; René Cardona en Si me han de matar mañana, Cartas marcadas, La barca de oro y Soy charro de Rancho Grande; Víctor Manuel Mendoza, en Cuando lloran los valientes y en las dos de los tres García. También hay que apuntar que todas éstas las filmó en menos de dos años, 1942 y 1943; en el 43 también filmó varias cintas, sino mejores, cuando menos más interesantes.

La primera de este segundo ciclo, El ametralladora, de Aurelio Robles Castillo, es tan mala como las anteriores, pero le da a Infante un primer crédito, y sobre todo la oportunidad de apuntarse como seguidor de Jorge Negrete, quien tuvo su primer triunfo y la cumbre de su popularidad con el papel de Salvador Pérez Gómez en ¡Ay, Jalisco, no te rajes! Negrete está mejor que Infante en el papel, y su dama, Gloria Marín, mucho mejor que la acompañante de Infante, Margarita Mora; lo acompañan Ángel Garasa (quien muere en la cinta de Negrete, pero como al filmar la secuela quien había fallecido era el otro escudero, Carlos López, El Chaflán, revivieron a Garasa), Víctor Manuel Mendoza (también villano en la primera cinta), Arturo Soto Rangel y Antonio Bravo, en los mismos papeles que en la original. En la comparación, Infante sale perdiendo, aunque ya sea su voz la que se oiga; siendo justos, ningún actor sale bien parado en esta secuela torpe y muy mal dirigida.
En cambio aparece mucho mejor como héroe de la batalla de Puebla en Mexicanos al grito de guerra, dirigida por Álvaro Gálvez y Fuentes, pero en realidad por el codirector, Ismael Rodríguez; si bien los mejores actores son Miguel Inclán (el villano de Nosotros los pobres, aquí en el papel de Benito Juárez) y Armando Soto la Marina, El Chicote, Infante sale mejor librado, aunque no en las escenas de guerra, sino en un juego de salón, donde enamora a Lina Montes en la única vez que aparecieron juntos. Los mejores momentos de la cinta son un encuentro entre Inclán y El Chicote, una doble exposición con los argumentos de Juárez y de los invasores, y la mejor de Infante es cuando le canta a Montes “me he de comer un durazno desde la raiz hasta el hueso, no le hace que sea güerita, será mi gusto y por eso”, en franca alusión sexual.
¡Viva mi desgracia! es una comedia simpática, dirigida por Roberto Rodríguez en su primer encuentro con Infante; la trama es inverosímil (basada en Popeye, que se transforma cuando come espinacas), y más su coestrella, María Antonieta Pons, mucho mejor rumbera que campirana; entre las curiosidades, hay que anotar una breve aparición de Emilia Guiú, con quien Infante compartirá créditos posteriormente:; el escudero es Alfredo Varela, y el título hace referencia a un vals que sería uno de los grandes éxitos discográficos de Infante; la misma incongruencia de que en una comedia ranchera se cante un vals, es la que predomina en el argumento y las actuaciones, pero Infante se ve más natural y simpático que en cualquiera de sus cintas anteriores.
En Escándalo de estrellas vuelven a juntarse Ismael Rodríguez e Infante, éste de nuevo en papel estelar, compartiendo créditos con la vedette Blanquita Amaro; en papeles menores aparecen Arturo Manrique, mejor conocido como Panzón Panseco (posiblemente la máxima estrella de radio en cualquier época) y Fanny Schiller, quien aparecería luego en un papel breve en Pablo y Carolina.
Aunque la cinta es divertida, no deja de ser una comedia exagerada e inverosímil, con todo y moraleja, que permite el lucimiento de Infante cantando, y con una actuación fresca y natural.

A partir de la siguiente cinta comienza una etapa mucho más digna y lucidora de Infante, quien ganó popularidad, pero no aún prestigio de buen histrión.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Amigo Eduardo Mejía: Me parece increíble haberte hallado en un resbalón de tu sabrosa erudición sobre cine mexicano. En ¡Viva mi desgracia! el escudero de Pedro Infante no es Varela, sino Florencio Castelló; éste es el que proporciona al galán el bebistrajo que le dará una fuerza sobrehumana como a Popeye las espinacas (hasta se oye la rúbrica musical, taaarata tarata tán, de los famosos cartoons). Por lo demás, tienes razón: María Antonieta Pons está inadecuada como muchacha romanticona de provincia, pero con una caída de ojos perezosos que no volverá a tener en sus chispeantes películas rumberas, con cierta rechonchez aceptablemente distribuida y una cierta lánguida pasividad que parece hacerla muy disponible, para mí está, como diría García Riera, "sabrosona". Abrazo.
josedelacolina