domingo, 1 de marzo de 2009

Crímenes en el porfiriato (y uno actual contra la gramática)

Tenemos una imagen sombría del porfiriato. Vemos con ojos actuales esa y otras épocas, y nos parece que el Distrito Federal era sórdido, lúgubre, oscuro y sucio; olvidamos que casi todas las ciudades en todo el mundo eran así, y que en muy poco tiempo han ido cambiando, con medidas sobre todo para mejorar salubridad, alumbrado, drenaje, pavimentación, lo que las ha llevado a mejores condiciones y que la esperanza de vida se ha incrementado de una manera impresionante. Pero al pensar cómo vivían nuestros antepasados tenemos una visión deprimente.
Acaba casi de aparecer un libro muy interesante, El lado oscuro del porfiriato, de James Alex Garza (Aguilar, 2008), que hace una revisión exhaustiva, aunque sólo en unos cuantos aspectos, descritos en el subtítulo: “Sexo, crímenes y vicios en la Ciudad de México”; exhaustiva, pero también acotada por unos cuantos acontecimientos: algunos asuntos amarillistas, y que sólo toman en cuenta sucesos de la nota roja, delimitados a las clases más desfavorecidas —aunque incurran en ellos algunos personajes de la clase media— y que en esos momentos llamaron la atención.
Por desgracia, el libro sólo se enfoca a esos pocos casos, y no se alimenta con cifras que den un panorama antropológico ni social: cuántos asesinatos ocurrían, cuáles eran las causas más frecuentes, cuántos se resolvían, si es que se resolvían, tomando en cuenta la clase socioeconómica a la que pertenecían víctimas y victimarios; la cifra de abortos, las infidelidades, los clientes de las llamadas “casas de citas” (que ahora serían hoteles de paso, aunque algunos muy caros) y de burdeles; el libro, aunque comete la osadía de calificar a los protagonistas, tiene la virtud de estar bien narrado, recrea —aunque intenta no hacerlo— con una buena narrativa, los casos que utiliza para hacer sentir al lector que todo lo que sucedía en la ciudad era tenebroso y pecaminoso.
El libro, luego de un prólogo un tanto titubeante, abre con la narración del caso de un hombre, calificado como el "Jack el Destripador Mexicano" —un tanto exagerado—, que asesinó a algunas mujeres de las llamadas “públicas”; los huecos de la vida de este hombre los llena con especulaciones sobre su infancia desprotegida, de una familia anormal (insistimos: con una visión actual; en ese tiempo era lo cotidiano; pero también hay que ver las condiciones económicas de las capas sociales del más bajo estrato económico); la escasa escolaridad, la necesidad de trabajar apenas saliendo de la infancia, y la incapacidad para controlar los instintos sexuales. Lo mejor del relato es la recreación de los dos juicios a que fue sometido el asesino, los argumentos de fiscales y defensores, del público, de los castigos que se aplicaban y que eran conmutadas por penas casi perpetuas que tampoco se cumplían.
Un poco más confuso es el capítulo dedicado a describir dos robos a gente más privilegiada, y la organización que podían lograr bandas armadas al vapor; una escena curiosa es la que sucede cuando, al cometer un asalto —que conlleva un crimen innecesario— los bandidos se comportan como en algunos westerns —por ejemplo, Nevada Smith—, que enloquecen al ver tanto dinero, se pelean entre ellos, y esas diferencias provocan descuidos por lo que son fácilmente atrapados en poco tiempo; en estos dos casos, Garza insiste en que se resuelven con relativa rapidez porque las víctimas son gente más o menos poderosa y la policía sufre mayor presión para actuar con eficacia.
Un tercer caso involucra a una pareja de amantes, un médico con poderío económico, y su enfermera, quien muere por un aborto mal practicado, lo que no es completado, como decíamos, por un estudio que hablara tanto de los abortos clandestinos, como de la vida sexual de los no tan desposeídos (éstos estaban menos protegidos por la medicina, y la cantidad de mujeres fallecidas en estos menesteres era enorme, además de las muchísimas que ni siquiera pensaban en ese recurso, y la abundancia de madres solteras y de hijos no deseados).
El libro cierra con un capítulo abordado en algunos libros: el ataque a Porfirio Díaz durante una celebración del 16 de septiembre, la muerte al atacante pese a las órdenes de que se le respetara la vida, el suicidio de quien ordenó el linchamiento del hombre a manos de policías más o menos disfrazados, y las conjeturas de que había sido en realidad una conjura de funcionarios gubernamentales —Manuel González Cosío, secretario de Gobernación, y Felipe Berriozábal, héroe de la batalla de Puebla y a la postre secretario de Guerra y Marina—, quienes, se dijo, intentarían deshacerse de Díaz; eso lleva a hablar con más detalle que en los capítulos anteriores, del sistema carcelario, de las torturas y de los métodos para encontrar (fabricar, mejor dicho) culpables aunque no lo fueran.
El libro, repetimos, es muy interesante, bien narrado, bien investigado, con fuentes tanto oficiales como extraoficiales, históricas (de Bulnes a Cosío Villegas), hemerográficas, aunque por desgracia no abundan las literarias (excepto Los paseos de la ciudad de México, de Novo, que no tiene más que ver que la recreación de algunas calles; El tigre de Santa Julia, novelización de Carlos Isla, y un título de Clementina Díaz de Ovando); pero obvia algunos detalles: en su arremetida contra el pulque no toma en cuenta la batalla del gobierno contra esa bebida, y la promoción por la cerveza, que no viene del porfiriato, sino de la Colonia, como detalló José Emilio Pacheco en uno de sus más célebres “Prontuarios”, cuando recreó la situación provocada por los comerciantes establecidos contra los ambulantes, que llevó al cierre de tiendas y mercados y con ello a la carestía y con ello a una protesta violenta de los más pobres y que culminó en la muerte de una indígena, en 1692; esa información hubiera enriquecido la perspectiva de Garza.
Más crónica que estudio psicosocial, El lado oscuro del porfiriato tuvo sin embargo la desgracia de contar con una muy mala traducción de Gerardo Piña, que se confunde varias veces en la narración, hace pensar que un mismo personaje es aprehendido y simultáneamente se evadió; abundan las palabras mal acentuadas, pero eso sería sólo cuestión de erratas, que saltan a cada rato (como huír, lo que va más allá de la errata); lo grave son otras que parecen más ignorancia, como un exhuberante, un posrrevolucionario y el más notorio, un quizo que cada vez es más frecuente en los diarios capitalinos. Además, una puntuación azarosa y sorpresiva mantiene en suspenso al lector, que aquí pierde de vista las funciones del punto y coma, del punto y seguido y de las comas.
El descuido de traductor y editores tiene su punto culminante en un párrafo (página 159) donde se describe cómo un criminal fue aprehendido en Celaya y mandado en barco a la ciudad de México; si fue así, faltó la narración de esa odisea, bastante más atractiva que muchas de las peripecias que sufrieron las víctimas y que disfrutaron los espectadores de la época, tanto o más morbosos que nosotros.

2 comentarios:

EMPRENDEDOR1963 dijo...

He leído varias novelas acerca de bandidos héroes del siglo XIX como El zarco de Altamirano, Los Bandidos de Río Frío de Payno, Astucia de Inclan, Los Plateados de Tierra Caliente de Pedro Robles y El Tigre de Santa Julia de Carlos Isla.
Todas estas nos muestran Las Injusticias de una época marcada por constantes levantamientos armados al estarse consolidando nuestra nación, esto provoco una gran oleada de víctimas que ante la prepotencia de los poderosos y la falta de un gobierno que pusiera orden, tuvieron que aplicar su propia justicia. El bandido héroe ha existido desde que la humanidad creo sistemas sociales basados en la propiedad privada y la impartición de la justicia y su administracion por oligarquías.

Eduardo Suárez dijo...

Como que se me quitaron las ganas de comprarlo...lo dejaré en la lista de pendientes. Buen artículo, por cierto.

¿Hay algún libro que recomiendes en donde se aborde este tema de mejor manera?

Saludos!