domingo, 22 de febrero de 2009

La guerra y las guerras

Las revistas especializadas en historia (La Aventura de la Historia, Historia y Vida) prácticamente cada mes se detienen en algún episodio de la Segunda Guerra Mundial; con énfasis, en los días finales de Mussolini o Hitler, la resistencia soviética, batallas decisivas (Stalingrado, el Día D), en aspectos del Holocausto; es importante que no se olvide ese episodio, uno de los más negros de la humanidad y que en algunos lugares y organizaciones parecieran minimizarlo.
Uno de los efectos de esos casi siete años (1939-1945) de guerra es abordado por una espléndida novela, Guerra en la familia (Tusquets, 2008), de la británica Liz Jensen, que resulta toda una sorpresa; el tema no es nuevo, pero Jensen lo aísla y lo saca del plano sociológico, le da un contexto particular, y lo sitúa en un ámbito familiar: la sexualidad.
Al leer sobre las guerras, las antiguas y las modernas, tendemos a olvidar que para la gente que las vive y las sufre, de cualquier manera la vida sigue, deben trabajar, enamorarse, reproducirse, al margen de las acciones bélicas, o soportándolas, sobreviviendo a ellas; desde los jóvenes que aspiran al heroísmo en la narrativa de Scoot Fitzgerald, el drama familiar en Steinbeck; la marginación en Marsé; la sensación de derrota en Murakami; por no hablar de lo mucho que se ha escrito, estudiado, filmado (la miseria en las cintas de De Sica, las ruinas que son la escenografía en Fellini, el canto al heroísmo en el cine estadounidense, sea con tono épico en los filmes de Erroll Flynn, o el heroísmo personalizado –Howard Hawks, John Ford).
En Guerra en la familia el drama presenta otra visión: la sexualidad; no es que no se haya tocado, aunque es de temerse que siempre haya sido desde un punto de vista sociológico; por ejemplo, las acusaciones mutuas entre las jóvenes inglesas y los soldados estadounidenses acerca de la presión para mantener relaciones sexuales; la prostitución casi obligada que se ejerció en muchas ciudades europeas a causa del hambre; pero Jensen ve, y nos hace ver, otros aspectos: el sexo por gusto, y la fascinación que sienten las inglesas por los estadounidenses: cuando los ven, dice la protagonista de esta novela, sienten que "se les caen las bragas”.
La anécdota es terrible: dos hermanas que se enamoran del mismo hombre; la narradora, Gloria, duda sin embargo que su hermana Marje se enamore, y cree que es más bien lujuria o, peor, un episodio más de la guerra más larga que se haya conocido: la competencia entre hermanos —hermanas, que sería peor, dicen quienes ahora reconocen que entre mujeres las batallas son más crueles y más definitivas.
Repuestos de la sacudida que provoca esta novela, puede uno dudar del criterio de las dos protagonistas que se enamoran —simplifiquemos la trama— de un mismo hombre, tosco, vulgar, que tiende a ser grotesco cuando bebe, que no les procura placer sino que sólo busca el suyo; así y todo, marca y determina la vida de ambas, lo que desata una guerra que no por menos sangrienta es menos cruenta y de consecuencias terribles, porque la batalla no es por quién se queda con él: embaraza a Gloria, pero la deja para irse con Marje.
La escenografía es dramática: huérfanas, deben trabajar no sólo para alimentarse sino como una aportación individual pero importante para la guerra; hay edificios destruidos, muertes anónimas y colectivas, o de personas conocidas, que marcan más; hay privaciones en todo: vestimenta, placeres, alimentación; el final de la guerra (o casi: sólo es la derrota de Alemania; la Guerra del Pacífico es un episodio que no se aborda en el libro, sobre todo porque fueron otros los combatientes) no lleva a la alegría, la risa que muestran los hombres y mujeres que son sombras anónimas en esta novela, es patética, no es el preludio de la tranquilidad, es un triunfo de los gobiernos, posiblemente de los ejércitos, pero no de la gente.
Guerra en la familia, sin embargo, no está narrada desde esa perspectiva, todo eso son recuerdos de Gloria, un personaje inolvidable que todo lo ve y analiza con un chiste, alguno de ellos muy popular en México desde hace muchos años (“y Lázaro se levantó y andó”, con un final distinto y más lógico que como lo hemos escuchado desde siempre), otros muy locales, otros complicados y dos o tres muy originales y divertidos; pero ya sabemos que los chistes no son inocentes, que las víctimas, además de las que los protagonizan, son otros, que no tienen la culpa; que todo chiste es un ataque y, peor, una postura social y política —con muy pocas excepciones.
Gloria, una anciana, es forzada a revivir su drama más de 50 años después que lo vivió, y que olvidó de tan cruel, tan desgarrador que es; pero al olvidarlo —gracias a, o por culpa de, un experimento para salvar a la gente de la locura causada por las tragedias de la guerra— olvida muchas otras cosas, lo que provoca rencores, odios, acusaciones; todo eso lo vive en un asilo, y donde resiste el asedio de sus hijos, quienes sienten la necesidad de explicarse su origen, y al hacerlo olvidan el origen de las mentiras de Gloria, sin entender que no miente, que simplemente no recuerda (“Esto hice, confiesa la memoria; no pude haber hecho esto, dice el orgullo inexorable; finalmente, la memoria cede”, es uno de los aforismos más exactos de Nietzsche); ella, para defenderse, ataca, se burla de sus descendientes, se niega a reconocerlos, y alterna sus vivencias actuales —que son vistas con una visión que representa otro drama: el abandono de los ancianos— con los recuerdos de su sensualidad, sus encuentros sexuales con Ron y, al verse abandonada, con muchos otros encuentros fugaces, tanto por suplir carencias materiales como sentimentales; todo con un humor agresivo y detonante que le da a la historia un eje muy original, y hace pensar en qué es más importante: la guerra de las naciones o la de los individuos, agravada ésta cuando se desarrolla al mismo tiempo que aquéllas.
Novela desenfrenada, con una protagonista inteligente, desatada, malhablada, que aporta otro elemento: la sensualidad femenina, que no tiene que ver con las confesiones, los relatos autobiográficos, las crónicas que sólo hablan de frigidez, de fracasos, de desolación; la sexualidad de Gloria es impetuosa, alegre, voraz, pero nunca obscena; la vitalidad de la trama se ve enriquecida con una narrativa poderosa y ágil, con una autora y una protagonistas inteligentes, cultas aunque traten de ocultarlo, y que obligan a ver el amor, la sexualidad, la guerra, y el amor-odio entre hermanos, con muchos ángulos inéditos o cuando menos originales.
Como sucede con la mayoría de las traducciones españolas, ésta dificulta la lectura; el lenguaje es coloquial, pero la versión española no es sino una mezcolanza de jergas muy locales, con malinterpretación de acontecimientos que los traductores ignoran y que no se molestan en informarse, cuando menos mínimamente. A eso hay que añadir que el traductor debió haber sido traductora: muchos sentimientos, sensaciones y giros expresados por un personaje femenino sólo podrían haber sido interpretados con sensibilidad femenina y no con una brusquedad masculina que tampoco pudo dar una buena imagen de Ron, que más que tosco resulta torpe.
(En la Feria de Minería sucede algo curioso: en algunas editoriales se niegan a dar factura, alegan que no llevan, que no sirve su sistema, o que si dan factura no dan descuento, como en Planeta, Conaculta y el puesto de la Orquesta de Minería, que aunque es el anfitrión, no cuenta con terminal para tarjetas de crédito.)

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