domingo, 8 de febrero de 2009

El Cantar de los Cantares, de Pacheco

Para Marco Antonio Campos

La buena noticia es la reciente aparición de El Cantar de los Cantares; es buena noticia desde hace más de tres mil años, pero ahora es editada por la benemérita Era, en coedición con el también benemérito Colegio Nacional, en una aproximación de José Emilio Pacheco.
Le llama "Aproximación" a la versión, o traducción, o acercamiento a poemas escritos por otros autores (a veces incluso en español, como lo que hizo con algunos poemas de la Antología Griega traducidos por Ernesto Cardenal), desde que en su primer libro, Los elementos de la noche (Colección Poemas y Ensayos, UNAM, 1963) se incluyeron sus versiones de poemas de John Donne (junto con las de Paz, lo mejor de este poeta en español), Baudelaire, Rimbaud y Quasimodo; en No me preguntes cómo pasa el tiempo, Irás y no volverás, Islas a la deriva, Desde entonces, Los trabajos del mar y Miro la tierra, hay sección de Aproximaciones, así sea con un poema (“Informe sobre la ciudad sitiada”, de Zbigniew Herbert), o dedicada a un solo autor (Kavafis); hay cuando menos un cuaderno (no lo digo con menosprecio, sino ajustándome a la norma internacional sobre el tamaño de una publicación), La gruta de las palabras, con versiones de Pacheco sobre poemas de Vladimir Holan (Casa Abierta al Tiempo, UAM, 1991) y existen el prácticamente inencontrable Aproximaciones (Libros del Salmón, Editorial Penélope, 1984), en donde Miguel Ángel Flores reunió muchas de las aproximaciones de Pacheco publicadas la mayoría en la desaparecida Comunidad Conacyt, que excluye las publicadas hasta ese momento en los libros mencionados, y que sí se recogen en la primera edición de Tarde o temprano (Fondo de Cultura Económica, 1980), pero no en la segunda (FCE, 2000); se sabe que trabaja en la reunión de todas sus Aproximaciones y es de suponer que será un tomo voluminoso.
Hay que agregar Bajo la luz del haikú (Breve Fondo Editorial, 1997), volumen de más de 170 páginas con versiones de esos breves y harto difíciles poemas con reglas muy complejas.

(La traducción, o versión, o aproximación a poemas en otros idiomas ha sido un ejercicio frecuente entre los mexicanos; no hay que olvidar que Francisco A. de Icaza, uno de los grandes y por desgracia olvidados poetas modernistas, tradujo a un español impecable poemas de Nietzsche –“era tan fría, tan fría,/ que al acariciarle el pecho/ su corazón no latía”, dice uno de ellos—; Jaime García Terrés y Octavio Paz hicieron buenas y excelentes versiones de muchos poetas, y hay de ambos algunos libros que hay que incluirlos a la par de los suyos propios, como Versiones y diversiones y Tres poemas escondidos de Seféris; Marco Antonio Montes de Oca compiló traducciones mexicanas de diversos poetas en El surco y la brasa –Fondo de Cultura Económica, 1974—; Roberto Vallarino hizo un buen intento en una edición que debía rescatarse, Los grandes poemas del siglo XX –Las Grandes Obras del Siglo XX, Promexa, 1979--; sin embargo, sólo recoge tres "Aproximaciones" de Pacheco.)

Como en el caso de Paz, las Aproximaciones de Pacheco deben leerse como se lee su obra poética; no sólo porque se trata de versiones excelentemente escritas, que respetan el espíritu de la obra originaria, sino su forma, su estilo, su lenguaje, su ritmo, en lo posible su acentuación, pero en un español original y creativo; eso supone un esfuerzo dos veces difícil, porque se trata de hacer un poema nuevo sobre un tema tratado con maestría por otro.

(Eso nos lleva a la otra labor de “traductor” de Pacheco: ha puesto en español a Samuel Beckett –Cómo es—, Walter Benjamín –París, capital del siglo XIX—, Máximo Bontempelli –Diccionario de ideas; estas dos últimas, ya inencontrables—, Sergei Einsestein –¡Qué viva México!—, T. S. Eliot –Cuatro cuartetos; en espera de reedición; yo la tengo en copias proporcionadas generosamente por Salvador González—, Jules Renard –Historias naturales—, David Rubinowicz –Diario de un niño judío—, Tennessee Williams –Un tranvía llamado deseo—, Alexander Pushkin –Don Juan o el convidado de piedra y Mozart y Salieri—, Oscar Wilde –De Produndis—, Lewis Carroll –una versión infantil de Alicia en el país de las maravilla—, más un buen número de cuentos infantiles clásicos y modernos. En ellos, la labor de Pacheco es extraordinaria, poniendo no sólo las palabras, los conceptos, las ideas en un español no mexicano, sino universal, y con un rigor único en nuestro ámbito editorial.)

Pacheco como “traductor” se codea con Pacheco poeta no sólo por su trabajo riguroso, sino que además la mayoría de esos poemas son cercanos a su estética, a su poética, y con temas paralelos a los suyos propios: la importancia del tiempo, la imposibilidad de revivir las sensaciones, pero recordándolas como único medio para recuperar sentimientos; otra imposibilitad: la de eternizar el amor o la felicidad; el dolor de ver pasar la vida sin poder asirla, y el castigo por intentar atraparla y paralizarla. También, y no menos importante, la lealtad, la traición –así sea involuntaria muchas veces—, la crueldad. En ese sentido, “Imitación de James Agee” es un poema de Pacheco más que una versión: allí están todos sus temas.
Pero digamos que uno de sus temas centrales más visibles –tanto que lo hemos encasillado en él— es lo efímero de la vida; al emprender la lectura de El Cantar de los Cantares nos obliga a hacer una lectura paralela, la de otras versiones: las más elementales, las contenidas en la Biblia, tanto la de Jerusalén como la Santa Biblia, en la versión de Casiodoro de Reina revisada por Cipriano de Valera.

(Hace poco menos de un año, en uno de sus mejores ensayos, José Emilio Pacheco dice que gracias a Carlos Monsiváis leyó esta última Biblia; todo el ensayo está lleno de sorpresas y de datos nuevos; en él –Nexos 365, mayo de 2008— Pacheco afirma que antes no la había leído, apenas los Evangelios, porque en vez de la lectura directa el acercamiento era mediante historias extraídas de ella y glosadas.)

Gran parte de ese tema, la fugacidad y lo efímero, está en el Eclesiastés, que es donde se encuentra El Cantar de los Cantares; pero en Pacheco no se convierte en “no vale nada la vida”, sino en la fijación de esos momentos fugaces y efímeros; no es raro, entonces, que ahora emprenda (cuando una mala interpretación de los periodistas culturales había afirmado que Siglo pasado: desenlace era su último libro de poesía), una nueva aproximación y al mismo tiempo un nuevo poema; podría uno preguntarse si es posible una nueva versión cuando está “Cantar de los Cantares de Salomón”, de Quevedo; la versión clásica de fray Luis de León, las Canciones entre el alma y el esposo, de San Juan de la Cruz más la traducción (perdida entre miles de papeles) de Luis Cabrera.
Pacheco no hace una nueva traducción; no lo traduce, lo reescribe en el tono más cercano posible al original, y ante la innecesaria utilización del versículo, usa el poema en prosa, una de las vertientes de su poesía menos frecuente, pero en donde están algunos de sus textos más intensos.
No hay nada que añadir a El Cantar de los Cantares, porque además sería repetir el excelente aunque demasiado breve texto que antecede al poema, que lo explica, lo sitúa como escrito histórico, amoroso y literario, y que confirma lo que uno sospecha cada vez que lee a José Emilio Pacheco: como prosista está a la altura del poeta, uno de los mejores en México en los últimos dos siglos y cuarto.

(Una acotación final: una errata en la cuarta de forros confunde a Francisco con Jesús Díaz de León y sitúa al texto en unos improbables 30 000 años.)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola
Εst� bastante bien el articulo. Оtros post no
me convencieron tanto, sin embargo la gran mayor�a son bastante buenos.

Saludos!

Para leer mas - Juan